Un país con el nombre de un río Tres buses, una cacciola, taxis, micros, colectivos: 36 horas. Santiago y su calor demente. Luego la cordillera, largas nocturnas pampas y mi amada Buenos Aires. La luz del primer tren hasta el Delta del Tigre. Río de la Plata, el río-mar adormeciéndonos. Llegar a Colonia y cruzar […]
Un país con el nombre de un río
Tres buses, una cacciola, taxis, micros, colectivos: 36 horas. Santiago y su calor demente. Luego la cordillera, largas nocturnas pampas y mi amada Buenos Aires. La luz del primer tren hasta el Delta del Tigre. Río de la Plata, el río-mar adormeciéndonos. Llegar a Colonia y cruzar praderas hasta alcanzar, de noche, al Montevideo que Galeano tan bien dibujó en «La Canción de Nosotros». Era febrero y era carnaval, las calles en donde el día parecía ser sólo una excusa para la siesta en espera de la noche y su juego de disfraces. Yo soñaba con esta ciudad, la intuía en las canciones de Fernando Cabrera, la olía en el mate amargo de todos los días, la pintaba azulosa como nos cantó Drexler.
La Galeano
Llegábamos al Uruguay en busca del hombre a quien le robáramos el nombre. Un nombre con el que bautizamos una experiencia que en Chile, durante diez años, jugó a sembrar afanes utópicos en territorios de la Academia. La Galeano, alguna vez intento de Universidad Social, siempre escuela de adultos y jóvenes no para cambiar el mundo sino para crearlo de nuevo. Esta Galeano estaba de cumple-década en 2009 y quería invitar a su fiesta a la víctima del robo. Era justo.
El día de los abrazos
Un par de mails bastaron para concretar el encuentro. Galeano ya sabía de nosotros por esos recovecos del azar o quizás por esa edición de la revista galeana «Las Palabras Andantes» que le entregué a Daniel Viglietti en Caracas. Nunca lo supimos. Estábamos a punto de vernos las caras y los corazones por un ratito para burlar los años que demoró esta cita. El Café Brasilero era el punto de convergencia, un añoso rincón bohemio anclado junto al puerto, donde Eduardo nos espera desde hace unos minutos. Lo vimos por el ventanal, pidiéndose un café, vestido -como siempre- de azul oscuro. Van conmigo Ignacia Moraga y Vania González. Entramos.
Embarazadas dudas a la intemperie
Nosotros trazamos borradores de cómo cambiar algo (en) el mundo. Sin guía ni certeza alguna. A la intemperie. ¿Qué son las dudas embarazadas, Eduardo? «Yo hablo siempre que hay que dudar, que dudar es bueno, contra una tradición -a mi juicio nefasta- de la izquierda tradicional que elogiaba siempre a la certeza y desconfiaba de la duda. Creo que la duda es muy buena, porque la duda genera certezas más dignas de confianza que las certezas heredadas desde la verdad dogmática. Yo tengo algunas certezas pero que cada mañana desayunan dudas, ¡por suerte!, porque esas dudas que desafían las certezas las alimentan. Yo creo que el barbudo este don Carlitos Marx no se equivocó cuando creyó que la contradicción es el motor de la historia humana. En efecto, es la duda la que hace posible que las contradicciones que toda certeza encierra puedan expresarse de una manera fecunda y libre. Eso implica una negación del pasado dogmático, la idea de que el buen militante es un buen papagayo, un mono de buena conducta, que sabe copiar pero no sabe crear: una idea ajena a lo que el mundo necesita hoy por hoy para salir de este callejón sin salida».
Lo pequeño es hermoso
Y para salir de ese callejón están los movimientos sociales, utopías hechas a mano y sin permiso, a pulso, en la calle y el barrio: «Y unidos por esta especie de esperanza común, esperanza de que la realidad no sea un destino, que la realidad sea un desafío, donde todo pueda cambiar. No estamos condenados a repetir la Historia, podemos imaginarla, podemos hacerla». Galeano es siempre una de las voces más queridas en instancias como los Foros Sociales Mundiales, «donde uno llegaba sintiendo que ésta es una familia más familia que la familia que tengo, porque es una familia sin fronteras, donde el único parentesco no es biológico sino la certeza de que otro mundo es posible».
Contra los dolores evitables
«Lo que yo he aprendido, más bien a los golpes, a los porrazos, es a distinguir los dolores evitables de los dolores inevitables. O sea que los dolores que nacen de la pasión humana: el amor que pasa, la vida que pesa, la muerte que pisa, son dolores que nada, joderse, contra eso nada, pero que hay muchos otros dolores evitables que el sistema de poder multiplica. Yo siempre digo que no solamente te cobran el impuesto al valor agregado sino también el impuesto al dolor agregado: por si fueran pocos los dolores inevitables de la condición humana, el sistema te agrega otros, y entonces surgen los dolores evitables. Cada minuto mueren de hambre o de enfermedad curable 10 niños: ése es un dolor evitable, si será evitable que cada minuto este mismo mundo gasta tres millones de dólares en gastos militares, en la industria de la muerte, entonces bueno, a ver, ¿es evitable o no es evitable? ¿estamos condenados a trabajar para el exterminio del prójimo? ¿o es un sistema el que nos prepara para eso? Porque si eso es una fatalidad del destino, bueno, apagá y vamos, como han hecho varios viejos compañeros que han decidido más vale pasarla bien y olvidarse…»
Los otros nos salvan…
«Y nos pierden», comenta entre risas cuando le cito a Rulfo, en esa idea que al final siempre son los demás, los otros, los que nos salvan: «en la medida en que la existencia es social -eso lo dijo Marx y es una cosa de sentido común- no hay existencia solitaria, ni siquiera un náufrago en una isla perdida en el océano como puede haber sido Robinson Crusoe, tuvo una inexistencia solitaria, no sólo porque se acercó ahí ese tal Viernes, sino también porque uno está habitado por la memoria de la vida vivida».
Ser, cada uno, una multitud
Recuerdo un fragmento que quiero mucho de «Días y Noches de Amor y de Guerra»:
Yo tenía treinta años, pero entre la memoria y las ganas de seguir se había amontonado mucho dolor y mucho miedo. Había sido muchas personas, yo. ¿Cuántas cédulas de identidad tenía?
«Y sí, cada persona está llena de otras, hay una multitud dentro de mí y dentro ti y dentro ti y dentro ti (apuntándonos con el índice), cada uno es muchísimos, nadie está de veras solo. En todo caso, si te toca estar solo, no hay que vivirlo como ninguna tragedia, con la cantidad de gente que tenés adentro no te vas a aburrir, más bien tenés que pedirles que por favor no jodan, que te dejen en paz. Estamos todos habitados por las vidas que vivimos y las experiencias que tuvimos, nuestras desdichas, nuestros amores, nuestros desamores, amigos, las esperanzas, las desesperanzas, las traiciones, ¡uf! ¡si habrá cosas dentro de uno! Estamos llenos de gente».
¿Y si eran ellas?
«Yo soy muy preguntón, muy curioso. Tuve la suerte de ver las pinturas de las cuevas de Altamira, en Santander, cuando todavía el acceso era libre, o sea antes de que las encerraran y las metieran en cristales. Entonces me tumbaron en una cama de piedra, (ahí supe que estaban en el techo y no en las paredes), y en aquel momento yo me pregunté: ¿cómo podían esos brutos pintar tan delicadamente? Si eran unos bestias que tenían que pelear a brazo partido contra los osos, contra los tigres, unos bestias totales, más bestias que los animales salvajes contra los que disputaban el derecho de existir, ¿cómo podían pintar así, tan delicadamente? ¿ellos? La pregunta era ¿o eran ellas?»
Cuando niños somos todos paganos
Al momento del encuentro Galeano estaba de luto: hacía ya dos días que había enterrado a Morgan, ese enorme y tierno perro que lo acompañaba en sus paseos por la Rambla. En uno de ellos, como siempre le ocurre a Eduardo, la vida le tendió un abrazo: » veníamos los dos ahí caminando, con mala música, y en eso viene en dirección inversa una nenita chiquita, yo calculo que no tenía ni dos años, muy chiquita, brincaba y saludaba, ¡Hola pastito! ¡Hola pastito! … esas cosas a mí me devuelven las ganas de vivir porque a esa edad somos todos paganos. Después nos divorciamos de la naturaleza, nos divorciamos unos de otros, por culpa de una cultura que yo creo que ha hecho un daño enorme al género humano, que es la cultura dominante, ¿no? Pero a esa edad somos todos paganos, todos creemos. Esa misma niña vive unos pocos metros de mi casa, ahora tiene dos años y medio, saluda a la luna y conversa con ella con toda naturalidad. Imagina la cantidad de indios que fueron quemados en América por tener esas costumbres, de hablar con la lluvia, de hablar con la luna, de creer que la Tierra es sagrada, la cantidad que fueron asados por creer eso…».
La realidad, una mierda, una maravilla
«La verdad es que cada día yo me desespero y cada día me desesperanzo. Me preguntan a mí ¿usted es optimista? Depende de la hora, a la hora que me agarrás. Yo no creo en los optimistas full time, esas sonrisas de oreja a oreja, que no importa, adelante que todo va a estar bien, no es lo mío. Yo creo que la realidad es una mierda pero también es una maravilla, el mundo es las dos cosas: una mierda y una maravilla. Ahora leí un poema que me gustó mucho, que me dejó acá en el café un poeta joven de Córdoba, Argentina, un chico que tendrá 18 ó 19 años. Él imagina que está conversando con un perro viejo que duerme bajo un puente, muy castigado por la vida, entonces el perro le dice ‘El mundo es una pulga muy, pero muy difícil de rascar’, me pareció estupenda, ¡mirá que linda definición del mundo!, y sí, eso es el mundo. Además me gustó porque no es nada solemne, lo hizo con ternura, no dijo el mundo es este astro del que somos huésped, esta piedra que habitamos, nada de eso, el mundo es una pulga muy difícil de rascar, perfecto, ¡bárbaro!».
Amares de la vida cotidiana para inventar el mundo cada día…
Galeano es un hombre enamorado. No sólo de la vida, lo sabemos, también de Helena de los Sueños Mágicos. Habla de ella con una pasión y una ternura que sólo puede tener un amante adolescente. «Soy polígamo pero con una misma mujer», ha dicho en varias ocasiones. Me imagino sus libros como pequeños atrapasueños en donde a veces, por fortuna o simple casualidad, cae uno de esos pájaros de la imaginación que Helena echa a volar por las noches. Y están por ahí revoloteando, aves caóticas, cocuyos multicolores, en distintos textos y momentos de su vida. «Sueño soñar siempre» escribió Arantxa alguna vez. Por eso, pienso ahora, comparten ellas el mismo hábito: vagar los mundos que nos reinventan cada día. Como hoy.
Entra en la noche como quien entra en un cine…
«Esta mujer tiene sueños prodigiosos, impresionantes, muy humillantes para mí, se dedica a humillarme cada mañana: hay un sadismo femenino (risas). Son muchísimos sueños así, impresionantes- que ella tiene para sintetizar la vida, para ser capaz de expresar en un lenguaje que es el lenguaje del arte, expresar procesos vitales, las cosas que ocurren en el mundo a través de una pequeña minúscula historia. Ella no escribe pero es como una narradora, entra en la noche como quien entra en un cine, y ahí hace sus películas, narra cinematográficamente la realidad».
Mujeres que dicen chau
Galeano estuvo a punto de morir de un infarto. Había pasado su vida diciendo adiós, lo confesó a sus treinta de vivir y soñar. También a esa edad perdió a uno de sus amores más sangrados. Flavia era Mariana para salvarle la vida a Flavia. Y cuando ella no estuvo más, creo que Galeano murió un poco. Le comento sobre dos de sus cuentos que a mí me incendian por dentro: «Garúa» y «La muchacha del tajo en el mentón«. Y sí, son para la misma persona . Son la misma mujer. Y claro, esa clase de mujeres que dice chau y tá, no hay más que hacer, romperse el corazón de tanto usarlo como dice en «Resurrecciones». Le doy las gracias entonces por poner alguna vez en palabras lo que yo siempre quise decir y no pude, aún no puedo, eso que él le escribió a una mujer que bien pudo llamarse Helena, Mariana o Ignacia:
«La confundiré con otras. Le buscaré el nombre y la voz y la cara. Le sentiré el olor en la calle. Me voy a emborrachar y no me servirá de nada, pensé, y supe, como no sea con saliva o lágrimas de esa mujer».
Ventana sobre la pasión humana
Galeano está acá, con nosotros en este café, bajo el sol y la brisa marina montevideana, y no puedo dejar de pensar que también acá estuvo con tantos otros personajes maravillosos. A las paredes del Brasilero se arriman, por ejemplo, fotos de Zitarrosa y de Benedetti. Recuerdo que este mismo hombre que nos habla de santos y demonios estuvo también -por nombrar a los más queridos- junto al Che y a Cortázar. ¿Qué te dejaron, Eduardo? «En el fondo es quizás es una fe en la pasión humana. Buda decía que la pasión es la fuente del dolor, y que para suprimir el dolor hay que suprimir la pasión, pero a mi no me interesa ser una piedra perdida en el espacio. Yo creo que de eso se trata, del orgullo de la pasión: que venga la pasión con toda su carga de dolor, es el precio de estar vivo. Vivir duele y bueno, al que no le guste que se mate, pero digo vivir para vivir de verdad implica vivir apasionadamente».
Gracias a la vida
Al despedirnos, Galeano nos cuenta que un viejo cliente del café, hace unos días, miraba atentamente las fotos en las paredes, en muchas de las cuales aparece Eduardo en solitario o envuelto en cálidos abrazos. «Están casi todos muertos, fíjese», le decía maliciosamente. Nos reímos. Galeano no le teme a la muerte, se le nota. Hace muy poquito acaba de salir victorioso ante un cáncer. En su vida le ha ido ganando porfiadamente a muchas bestias asesinas. No hay nada que temer. Recordamos a Violeta Parra y esa forma tan dulce de decir adiós. Sin odios ni resentimientos, agradeciendo su intenso andar por este mundo. «Gracias a la vida» es la canción favorita de Eduardo, me lo confiesa. ¿A qué le das gracias tú, hoy?, le pregunto. Sonriendo, mirando al fondo de sí mismo, me responde: «a todo lo que dice la canción».
Miguel Fauré Polloni. Escritor y educador chileno, creador de la Universidad Social Eduardo Galeano. Activista de movimientos por los Derechos Humanos, la No Violencia y las libertades civiles. Columnista en diversos medios alternativos internacionales.
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