En abril de 2019, se produjo un cambio trascendental en la política ucraniana: luego de un largo proceso de incertidumbre e inestabilidad a causa del conflicto social en el país, un actor y comediante llegó a la primera magistratura. Así, Volodomir Zelensky, se convertía en el primer presidente de la nación sin ninguna clase de linaje o experiencia política. Su discurso antisistema caló hondamente en una sociedad hastiada de los manejos de líderes tradicionales que se encarnaron en aquella elección en la figura de Petro Poroshenko. El joven candidato simbolizaba la esperanza de un cambio necesario y prometía a boca llena reformas en materia económica, programas anticorrupción, el mejoramiento de las precarias relaciones con Rusia y, en general, una transformación en las condiciones de la sociedad ucraniana.
Sin embargo, luego de completar poco más de un año de su mandato, el presidente “del cambio” ha demostrado gobernar con los mismos métodos de la clase política tradicional que tanto criticaba. Para nadie es un secreto que los oligarcas económicos tienen un poder considerable en el sistema político del país y de hecho cualquiera que aspire a ser presidente tiene que contar con el respaldo incondicional de uno de esos clanes. En el caso de Zelensky, su mecenas político fue el millonario de la industria cinematográfica, según la Deutsche Welle: Ihor Kolomojsky se ha convertido en el referente del partido del presidente. Dicho de otro modo, no en pocas ocasiones, el bloque parlamentario del jefe de Estado (que, dicho sea de paso, es mayoría en el parlamento) ha desobedecido sus órdenes. Este hecho demuestra que el comediante-presidente no gobierna con mano propia y que sus promesas de campaña tan sólo eran buenas intenciones.
Además de lo anterior, la popularidad del presidente luego de un año de gestión ha perdido mucho impulso y respaldo. De hecho, es necesario recordar que fue elegido con un contundente 73% de los votos en contra de Poroshenko que representaba la clase gobernante tradicional. Pues bien, de acuerdo con recientes encuestas, menos de la mitad de los ucranianos confian o apoyan su administración. Esto no es un dato menor, ya que muestra que los días de la esperanza, el cambio y las promesas de campaña quedaron en el pasado. Zelensky no ha demostrado que toda la palabrería que dijo en la carrera a la presidencia lo distinga de esos políticos que tanto decía criticar. Por esa razón, su primer año se puede considerar un fiasco en términos de una serie de promesas incumplidas y propuestas inacabadas. Además, es necesario mencionar que el partido de Zelensky tuvo una dura derrota en las elecciones locales de octubre de 2.020, con lo cual, según los analistas, “su partido pierde su condición de primera fuerza en prácticamente todas las regiones (…) es un golpe muy duro para Zelensky, que podría comportar un cambio de gobierno o unas legislativas anticipadas”. De esta manera, el panorama político para el comediante no es tan claro como en los inicios de su eufórico mandato.
Lo más paradójico de todo es que en la serie que impulsó su carrera como actor y luego como político, Servidor del Pueblo, Zelensky encarnaba a un profesor de historia valiente que luego de interminables avatares llega a ocupar la presidencia del país. Desde allí, se enfrentó a los principales oligarcas ucranianos y en una de las escenas más recordadas de la serie, «el presidente toma dos ametralladoras y protagoniza un baño de sangre durante el transcurso de una sesión plenaria». En contraste, en la vida real, el presidente-comediante parece un ciervo asustado que en vez de transformar el sistema político que tanto decía detestar, se ha acomodado para perpetuar y legitimar las reglas de juego de un régimen corrupto e inoperante. Por ese motivo, su administración se parece cada vez más a la de Petro Poroshenko. Veamos por qué.
En primera instancia, Zelensky había prometido separar la política de los intereses de los clanes económicos so pretexto de buscar una sociedad más justa y democrática, que no estuviera influenciada por las ambiciones de unos pocos. Empero, en la práctica y al igual que Poroshenko, el presidente-comediante ha tenido que ejercer un delicado equilibrio entre los grupos de interés, el respaldo en los canales de televisión que manejan los grandes oligarcas del país y la agenda política del parlamento. Esto quiere decir que lejos de ser una figura independiente, un auténtico “outsider” como lo prometía en campaña, Zelensky ha recurrido a una vieja estrategia política que aún sus más criticados contendores como Poroshenko llevaban a cabo: gobernar con la bendición de los grupos económicos. Esto lejos de ser una actitud de independencia, confirma una vez más que Zelensky hizo suyo un discurso “innovador” que no ha cumplido y lo ha transformado en la figura del político tradicional de la que tanto se quería desmarcar, hecho que el electorado ucraniano ya está empezando a notar.
El segundo factor que acerca a los gobiernos de Poroshenko y Zelensky es buscar a toda costa hipotecar el país a las instituciones económicas internacionales. En efecto, como si se tratara de un gran descubrimiento, el presidente-comediante ha visto con buenos ojos que sus “socios internacionales” (entre ellos el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial) estén dispuestos y siempre atentos a según sus propias palabras, “ayudarnos a realizar las reformas que nuestro país necesita con urgencia y también con los recursos financieros requeridos para atender la deuda. Sin ello, se perfila el fantasma de la bancarrota, que sumiría a Ucrania en la pobreza”. Esta declaración tiene de todo menos independencia, Zelensky que según su campaña se perfilaba como un político “diferente”, ha dejado en claro que es un siervo de los grandes poderes económicos mundiales y que no le temblará la mano para dejar endeudada a varias generaciones con tal de “superar la crisis”.
El orgullo y la ignorancia de los recientes presidentes ucranianos no tiene límites. Fortalecer los lazos diplomáticos y económicos con Rusia (país con el que comparte una raíz histórica indiscutible), podría dirimir un conflicto innecesario y de paso evitar el fantasma de la bancarrota. Pero el discurso de Zelensky, plenamente alineado con Poroshenko, busca que Ucrania se convierta en un satélite de los multimillonarios que dirigen los bancos internacionales. De acuerdo con el presidente, en algo que parece irrisorio, se han aprobado más de 100 leyes para modernizar el marco legal que permita proteger el sistema bancario ucraniano de los oligarcas y abrir un mercado transparente de la tierra. Pero lo que no queda claro es ¿cómo se protegerán los bancos locales si el discurso es permitir el ingreso del FMI y el Banco Mundial? La política de Volodomir Zelensky es una clara continuación de su antecesor y más aún se está profundizando en una crisis económica y social que en pocos años tendrán consecuencias nefastas.
El tercer elemento que hace del gobierno de Zelensky un Poroshenko II es la inestabilidad y la parálisis de gobierno, algo que se venía presentando desde 2014. La problemática es más compleja en la actualidad pues en tan sólo nueve meses de su mandato, el presidente destituyó de su cargo a once ministros de su gabinete, entre ellos el titular de la cartera de primer ministro, Alexei Goncharuk. Este hecho demuestra las grandes fisuras que hay al interior del gobierno con un estilo muy similar al de sus antecesores y aunque se diga que la dimisión obedeció a la “falta de resultados”, la realidad es que los métodos, modos y estrategias son los de un gobierno tradicional. Zelensky se jacta de ser el líder del “primer gobierno donde no hay corrupción”, pero la verdad es que nadie soporta su estilo de administración. Es normal que por el desgaste los gobiernos renueven su gabinete, pero ¡no en nueve meses! Esto habla de la inestabilidad que se veía en otros presidentes.
Por si esto fuera poco, la política exterior de Zelensky no se diferencia en absoluto de la de su antecesor. Por una parte, la crisis con Rusia a pesar de bajar su intensidad, continúa latente y los esfuerzos de Kiev han sido insuficientes para superarla. Por otro lado, sus decisiones internacionales parecen estar enmarcadas en lo que dicten sus socios occidentales. Para poner sólo un ejemplo, Zelensky, haciendo gala de un desconocimiento monumental de la situación en Medio Oriente, felicitó al gobierno de Benjamín Netanyahu (socio fiel de los Estados Unidos) por la normalización de relaciones con los Emiratos Árabes Unidos. Esta circunstancia demuestra una vez más que el presidente ucraniano no toma sus propias decisiones, es simplemente un peón de las directrices de Estados Unidos y la Unión Europea.
Las decisiones adoptadas por el comediante-presidente que en campaña aseguró “buscar una salida definitiva para el conflicto en Donetsk” parecen encaminadas más a la prolongación del conflicto que cualquier otra cosa. La hipocresía de Zelensky no tiene límites, pues mientras en una mano sostiene la rama de olivo diciendo que busca una salida negociada a las confrontaciones, en la otra lanza los drones y las bombas de un socio complejo en una nueva alianza geopolítica: Turquía. En efecto, el gobierno de Recep Tayip Erdogan que tuvo un papel decisivo en el reciente conflicto de Nagorno- Karabaj, se ha mostrado dispuesto a brindar su ayuda militar para terminar de manera definitiva la crisis de Donbás. Y por si fuera poco, Turquía también ha respaldado desde octubre 2.020 la Plataforma Crimea. Este es un paso absolutamente peligroso si se toma en cuenta que la presencia de Ankara puede ser el combustible para el resurgimiento de una guerra que aparentemente estaba terminada.
Pero el discurso promovido por Ucrania es situar a Rusia como la nación “agresora” y culpable de la difícil situación en el oriente del país. Es claro que Zelensky está demostrando que no quiere terminar la guerra en Donetsk y un hecho que lo confirma son sus intentos por bloquear los acuerdos de Minsk. De hecho, la última reunión de los grupos de contacto celebrada el pasado 25 de noviembre de 2020, confirmó que Ucrania no tiene la mínima intención de cumplir los acuerdos para terminar el conflicto. Según la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa), 29 disparos habían provenido del bando ucraniano en contra de grupos de la República Popular de Donetsk, cuando se supone que hay declarado un alto al fuego. Además, Ucrania no ha retirado las armas pesadas de la línea del frente, pues según la OSCE, Kiev tenía dispuesta casi 200 piezas de armamento pesado, incluidos 113 tanques. Con todo, es clarísimo que Zelensky tiene un discurso de doble vía ya que se presenta como víctima ante el mundo, pero lidera a la nación realmente agresora al querer incumplir con lo pactado en Minsk. Parece que los acuerdos son desventajosos para Kiev, ¿pero tanto como para querer reactivar una guerra con el apoyo de Turquía?
De su lado, Moscú pretende demandar el cumplimiento de lo pactado para evitar la prolongación de una confrontación directa, buscando que Ucrania deje de lado los pretextos para continuar asesinando habitantes en el oriente del país. Pero el comediante-presidente se empeña en promover un “esquema de paz” mientras presiona a sus socios occidentales en la imposición de duras sanciones a Rusia y llama a los apoyos extranjeros para no parar la guerra. De hecho, la venta de armamento es un negocio muy lucrativo y Zelensky es plenamente consciente de esa circunstancia, de ahí que su interés sea no detener el conflicto, al tiempo que busca arrinconar a su vecino diplomatica y militarmente.
Por esa razón, al igual que Poroshenko, Zelensky es un subalterno de los poderes de occidente. De hecho, fue el símbolo de la “anticorrupción” y “transparencia” el que estuvo a punto de enviar a un juicio político a otro payaso-presidente, pero este de origen norteamericano. Ucrania es bajo la administración de Zelensky, un Estado satélite de Washington, Berlín y París y no se esfuerza en ocultarlo. Según sus propias palabras, “la Unión Europea nos sostiene en la financiación de las reformas en Ucrania, invierte para superar las consecuencias de la guerra en Donbás […] Tanto hoy como en el futuro necesitamos de ese apoyo. Mientras yo sea presidente, Ucrania será un socio internacional fiable en todos los aspectos». Y aunque esta declaración pareciera de Petro Poroshenko, es del presidente que significaba una “esperanza y renovación” para Ucrania. Por ello, queda demostrado una vez más que todos los cambios y reformas que propuso Zelensky hacían parte de un gran espectáculo, de esos a los que está acostumbrado.
A manera de epílogo, podemos decir que el gobierno de Volodomir Zelensky se aleja totalmente de su campaña esperanzadora que prometió “barrer con la corrupción en Ucrania”. Hoy, el comediante-presidente es un pálido reflejo de ese líder carismático y se ha convertido en un político de vieja usanza, de hecho, ha superado con creces a Petro Poroshenko en su servilismo incondicional a occidente. De esta manera, el actual primer mandatario no ha sido capaz de desmarcarse del ejercicio de la clase política tradicional y se ha dado cuenta que gobernar no es un juego de cámaras. El problema mayor reside en que su administración y decisiones están llevando al país a una bancarrota definitiva y a una difícil situación geopolítica que puede derivar en el aumento de las hostilidades en el oriente del país. Todo ese teatro, para resultar siendo un político como cualquier otro.