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Absolutismo de derecha polaco

Walesa reniega de su pasado

Fuentes: Rebelión

El pasado 24 de agosto Lech Walesa, el reaccionario agitador polaco, abandonó el movimiento Solidaridad que lo llevó al poder hace años, por desacuerdo con su línea política actual. En este momento Polonia padece bajo un duro régimen conservador. La causa de esa decisión es que Solidaridad apoya al presidente de Polonia, Lech Kaczynski, que […]

El pasado 24 de agosto Lech Walesa, el reaccionario agitador polaco, abandonó el movimiento Solidaridad que lo llevó al poder hace años, por desacuerdo con su línea política actual. En este momento Polonia padece bajo un duro régimen conservador. La causa de esa decisión es que Solidaridad apoya al presidente de Polonia, Lech Kaczynski, que el mes pasado nombró primer ministro a su hermano gemelo, Jaroslaw. A la cabeza del partido PiS (Ley y Justicia), los Kaczynski dirigen con mano de hierro un Gobierno ultracatólico, proteccionista, antieuropeo y de derechas.
¡Cómo será de retrógrado el actual régimen que hasta un dinosaurio como Walesa lo encuentra inadmisible! El principal punto de discordia entre Walesa y el Gobierno actual es una nueva ley aprobada el mes pasado que endurece y amplía las normativas vigentes que pretende limpiar los altos cargos de Polonia de ex colaboradores de la política comunista. Se trata de una purga, una inquisición medieval.

La ley prevé que los aspirantes a cargos públicos, unas 27.000 personas, tienen que someterse a la pesquisa. Los que mientan y no reconozcan haber colaborado sufren una sanción que los obliga a dimitir y los excluyen diez años de ejercer cargos públicos. Ahora, todos los nacidos antes del 1 de agosto de 1972 que ocupen funciones administrativas, más los maestros, abogados, notarios, diplomáticos, periodistas y directivos de las empresas públicas, más de 100.000 personas, tienen que presentar un certificado de limpieza emitido por el Instituto Nacional de la Memoria (IPN).
Un «certificado de limpieza», igual que lo exigían Himmler y las SS durante el régimen de Hitler: haber demostrado que se pertenecía a la raza aria. Ahora en Polonia hay que argumentar que uno no se ha contaminado ideológicamente con el marxismo para poder tener acceso a un cargo al cual constitucionalmente debe tener derecho. Esa es la democracia polaca. Este nuevo Tribunal del Santo Oficio somete a los polacos, sospecha de todos, sanciona sin limitaciones, proscribe y fustiga a sus ciudadanos. Esta gente primero destruye y luego piensa, dijo Walesa refiriéndose a los Kaczynski.
Walesa surgió a la vida pública en los años ochenta. Hijo de campesinos, Walesa laboraba como electricista en los astilleros Lenin, de Gdansk. Levantó la bandera de la autonomía sindical que pusiera un final al verticalismo de la organización obrera. En 1981 fue arrestado por el general Jaruzelski quien, temiendo una invasión soviética por la inestabilidad polaca, aplastó el naciente movimiento. Al salir de prisión fue recibido por el Papa, su coterráneo Wojtyla.

Ese fue el ápice de su popularidad. Al año siguiente recibió el Premio Nobel de la Paz. En noviembre del 89 fue recibido por el Congreso de Estados Unidos en sesión plenaria, honor que solamente se le había dispensado, hasta entonces, al Marqués de Lafayette y a Winston Churchill. No fue extraño, pues, que en 1990 fuese electo Presidente de Polonia. Y ahí comenzó su declinación. Las elecciones efectuadas en 1995 le dieron la victoria a Alexander Kwasniescki. En el 2000 el otrora líder de Solidaridad se presento de nuevo en unos comicios y apenas obtuvo el 1% de la votación.

Al abrir el país a la economía de mercado y a la gestión empresarial el pueblo polaco sufrió una reducción de su nivel de vida. Aumentó el desempleo y decayó el poder adquisitivo de los salarios. Se suprimió el beneficio social que el Estado socialista había aportado. Walesa demostró ser un pésimo político. Su estilo autoritario e impositivo no se avenía bien con los nuevos tiempos. Se demostró que Walesa no era un estadista sino un improvisado, a quien una coyuntura política había situado en un punto de giro de la historia. Walesa fue la palanca que permitió superar el modelo soviético de socialismo. Pese a ser una nación profundamente católica la legalización del aborto era un reclamo compartido. Walesa se opuso a ello empecinadamente. Su débil cultura y su nula experiencia hicieron de él un pésimo gobernante que pasó de la popularidad al descrédito en un breve lapso. Convertido en gobernante demostró que sus luces no le daban para ir más allá del derrocamiento comunista.

Polonia ha caído en las garras de un siniestro binomio de fanáticos, de tradicionalistas arcaicos que sustentan una oligarquía sumisa a Estados Unidos. ¡Hasta Walesa la encuentra retrógrada!