El Secretario de Estado del gobierno Trump, Rex Tillerson inició su gira por la región con un discurso en la Universidad de Texas, el primero de febrero, en el cual se vuelven a traslucir los intereses de EU y su proyección imperialista en América Latina, mas propiamente, se trata de la proyección de un imperialismo […]
El Secretario de Estado del gobierno Trump, Rex Tillerson inició su gira por la región con un discurso en la Universidad de Texas, el primero de febrero, en el cual se vuelven a traslucir los intereses de EU y su proyección imperialista en América Latina, mas propiamente, se trata de la proyección de un imperialismo en decadencia. La presión golpista sobre Venezuela y el intervencionismo sobre Cuba y su proceso de «transición de poder» de este año, vuelven a dar muestra de sus intereses imperiales, todo lo contrario a las disparatadas y engañosas voces y medios que repiten sin cesar sobre una supuesta «indiferencia» del gobierno Trump respecto de América Latina (http://www.bbc.com/mundo/noti
En el discurso de Texas, se advierte sin ambages de una «dependencia excesiva» de América Latina con China, así como también señala que la economía asiática busca «llevar a la región bajo su órbita». Sumido pues en una malograda especie de «discurso imperialista de la dependencia», situado desde el punto de vista de la decadencia del imperio, embistió a sus «rivales» China y Rusia y las relaciones construidas con Latinoamérica. Tillerson también planteó la existencia de «prácticas comerciales injustas» con efectos nocivos en las «manufacturas, empleos y salarios» de los países de la región, ante lo cual, señaló que los gobiernos deben asegurar su «soberanía» de «potenciales depredadores», toda vez que América Latina no necesita de «nuevos poderes imperiales». Al mismo tiempo, Rex Tillerson señaló a una Sudamérica «bendecida» por sus riquísimos recursos energéticos, por lo que Estados Unidos está «ansioso» por «ayudar a nuestros socios» en el desarrollo y explotación del gas y del petróleo. Por lo que puso manos a la obra y voló para México, Argentina, Perú, Colombia y Jamaica con una sola agenda: despojo y transferencias de valor hacia su eje vía recursos naturales. Esto implica al menos tres elementos:
1) Subordinar la economía latinoamericana a una estructura complementaria a fin a sus procesos de valorización (lo que lleva a perpetuar el subdesarrollo)
2) Asfixiar al pueblo bolivariano (bloqueo petrolero)
3) Repeler a toda potencia geopolítica presente en la región.
Las siguientes tesis buscan aportar elementos para despejar el lugar de América Latina en la estrategia del imperialismo actual.
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El siglo XXI irrumpió con el desafío al unipolarismo estadounidense. China ha logrado convertirse en un rival altamente peligroso para esta supremacía. El PIB de China medido a paridad del poder adquisitivo (PPA) es mayor al de Estados Unidos desde 2014. El gigante asiático concentra en sus reservas más de 3 billones de dólares y alberga el monumental proyecto -de expansión imperialista- de la Franja Económica de la Ruta de la seda y Ruta marítima de la seda del siglo XXI, con los que conectará a Europa, Asia y África mediante colosales obras de infraestructura -comercio, inversión y financiamiento-, y en las que América Latina está llamada a participar (reafirmado en la reunión de la Celac con China en enero 2018). China es el principal acreedor de la deuda extranjera de Estados Unidos. Respecto al PIB total, China está por arriba de Estados Unidos. Este último contribuye con un 15.8% del PIB mundial y China un 17.1% en 2015. El PIB nominal de China será mayor que el de EU en 2019-2020. En cuanto al PIB industrial, al igualar a 100 el PIB de EEUU en 2014, el de China es igual a 125, ello a precios constantes del año 2000; mientras que a precios corrientes EEUU es igual a 100 mientras que el PIB de China equivale a 130 en el año de 2014. Tomando la participación de las exportaciones en el total mundial, en dólares corrientes, puede verse que Estados Unidos participa con el 11.1% y China 4.9% en el año de 2003, mientras que para 2015 Estados Unidos desciende al 10.8% y las exportaciones de China se elevan a 11.6%.
Puede entenderse la creciente expansión de China en cuanto a su capacidad tecnológico-científica y sus objetivos para el año de 2025 de convertirse en hegemón global de la cuarta revolución industrial -esto es, en los sectores de inteligencia artificial, robótica, aeroespacial, semiconductores, impresión 3D, automóviles autónomos y eléctricos, ciudades inteligentes, entre otros-. Y en lo que atañe a la inversión militar, China tiene aún amplio margen para continuar con la dinámica de su rotundo crecimiento, aunque se encuentra en este rubro por debajo del gasto militar estadounidense, pues en 2014 representa un tercio del gasto militar de Estados Unidos. (J. Valenzuela et all., 2017)
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¿Cuáles son los fundamentos que explican la gran expansión de la economía China? Al estudiar las relaciones transitorias de los imperios hegemónicos, es decir, el declive hegemónico de Estados Unidos frente a la nueva «amenaza» asiática, la mayoría de los estudios dejan de lado esta inocente pregunta. Sin duda, la respuesta nos remite a la dimensión contemporánea del sistema mundial capitalista entretejida a la originalidad histórica de las últimas seis décadas -por lo menos- del gigante asiático. Una interpretación adecuada de la paradigmática tesis del marxista Ruy Mauro Marini, nos permite sostener el siguiente argumento. El estadio de mundialización imperialista estuvo asociado a los procesos de profundización plena de la ley del valor, los cuales rigieron el establecimiento de los encadenamientos productivos globales. La revolución tecnológica y la intensificación de la competencia intercapitalista, sentaron las bases para la nivelación de los procesos productivos (paquetes productivos, de inversión y tecnología) y el establecimiento de una productividad e intensidad media del trabajo, con lo que dichos procesos efectivizaron a nivel global la homogeneización plena del tiempo de trabajo socialmente necesario (ley del valor). Con ello, la poderosa palanca de la plusvalía extraordinaria (
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Derivado de la extraordinaria expansión de la tasa de acumulación de China, la creciente demanda de este país provocó el auge de los precios de materias primas y alimentos en la primera década del siglo XXI –boom de los commodities-, convirtiéndose en el principal importador de estos productos de América Latina. Al mismo tiempo, la economía asiática acrecentó sus inversiones en recursos naturales y energéticos en la región, con lo que Latinoamérica vendría a contribuir con enorme relevancia en la definición de las nuevas tendencias económicas y geopolíticas del sistema capitalista. Aunado a esto, en un esfuerzo por establecer un mundo multipolar, China y Rusia principalmente disputan hoy el control de la economía global a Estados Unidos.
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Frente al declive de su economía, Estados Unidos ha acentuado entonces su poderío militar, esparciéndolo por el mundo. En la actualidad, Estados Unidos concentra su estrategia en la fuerza y el militarismo para imponer su dominio mundial. Su belicismo es consustancial a su estructura imperialista y está soportado por el incremento de los gastos militares y el financiamiento de múltiples guerras en sus últimos gobiernos, más aun con el reciente discurso de Trump al Estado de la Unión y sus planes de «modernizar y reconstruir» el arsenal nuclear.[i] Lo significativo es que esta vía militar para salvaguardar su hegemonía mundial es al mismo tiempo reflejo de su declive económico. Por ejemplo, posterior a la debacle financiera de 2008 acaecida en el epicentro de la economía mundial, el régimen de Obama profundizó las guerras en Irak, Afganistán y Somalia e inauguró una escalada bélica en Siria, Yemen, Libia y Ucrania.
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En América Latina, el desafío al unipolarismo estadounidense también se ha hecho latente. Se experimentaron rebeliones populares que dieron paso a gobiernos «progresistas» dispuestos a despojarse de las cadenas imperiales y abiertos a la construcción de nuevas relaciones con otros países de cara al multipolarismo. Particularmente, Latinoamérica ha establecido nuevos vínculos con China, los cuales ha contribuido a la emergencia de esta nueva potencia -por medio del aumento en la tasa de plusvalía, contrapesos a la caída de tasa de ganancia-. Este vínculo se pone claramente de relieve durante la primera década del nuevo siglo XXI con la intensificación de la especialización productiva en la región -marcada por la «reprimarización»- volcada a la exportación. Este vital desempeño del área, principalmente sudamericano, es lo que permite explicar el furioso contra-ataque del imperio en la región, puesto en evidencia en el discurso del secretario de Estado Rex Tillerson en la Universidad de Texas (1/02/2018), un día antes del inicio de su «visita» a cinco países de la región (México, Argentina, Perú, Colombia, Jamaica).
Es dentro de este cuadro que en América Latina han ocurrido procesos de contrarrevolución auspiciados por Estados Unidos a través de golpes de Estado «institucionales» y, en otros casos, bajo la intervención militar directa -Haití en 2004 y Honduras en 2009-. La actual estrategia del imperio no es nueva. Con los resultados conocidos hasta ahora del intervencionismo estadunidense, asociado a clases dominantes locales, esta política de «restauración conservadora» atraviesa su escalada en Venezuela (2002/2010/2017/2018), Haití (2004), Bolivia (2008), Honduras (2009/2017), Ecuador (2010/2018), Paraguay (2012), Brasil (2016/2018). Como señaló James Petras: «Cuando la nueva ola de guerras y golpes de Estado (de «cambio de régimen») para volver a imponer la unipolaridad fracasó, se pusieron en marcha políticas belicistas aún mayores que desplazaron a las estrategias económicas para conseguir la dominación mundial» (Petras, 2017a).
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En la actualidad, el globalismo estadounidense está inmerso en una crisis profunda, evidenciada en el año de 2008 y ratificada con la elección del gobierno Trump en 2016. Este globalismo ha venido absorbiendo las contradicciones, sin poner fin a su fractura interna que encontraba en el régimen de Trump y su discurso de «nacionalismo económico» y «pacificación en el exterior». Así, militaristas, globalistas, demócratas y republicanos, integrados al establishment, han venido cercando al régimen trumpista. Hasta ahora -aunque no sin contradicciones subyacentes- ha triunfado en el interior de Estados Unidos el paradigma imperialista-globalista, suste
En este sentido, la estructura imperialista actualmente amplifica sus tensiones, acentuándose sobre una base de crecientes rivalidades entre potencias, el cuestionamiento al poder hegemónico mundial y la política militarista de mantenimiento de la hegemonía estadunidense. Hechos que agravan el entrelazamiento de contradicciones y conflictos en nuestra región, así como a nivel mundial.
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Como bien señala Atilio Boron, hasta aquí «conviene preguntarse por el lugar que Nuestra América ocupa en el dispositivo económico, político, cultural y militar del imperio en esta etapa de transición geopolítica global» (2014: p. 23). A nuestro juicio, la región está inscrita dentro de las coordenadas explosivas de la estructura imperialista global y de su actual ofensiva militarista.[ii]
Específicamente, a razón de una crisis aún más profunda en Venezuela, puede presentarse un nudo potencial que coloque a Sudamérica en un escenario de guerra, ello mediante el entrelazamiento de poderosos intereses asentados en la región entre las tres mayores potencias mundiales -Rusia, China y Estados Unidos- (Ugarteche y Negrete, 2017). De ser así, la devastación sufrida en Siria -intervención de distintos ejércitos nacionales, guerra civil, destrucción de infraestructura y caos económico- se vuelve una lección importante para no soslayar en la región. (Claudio Katz, 2017; Atilio Boron, 2017; Thierry Meyssan, 2017)
Así también, en el marco de los antagonismos por el dominio hegemónico global, los impactos de la actual escalada imperialista sobre América Latina alcanzan una dimensión estructural (económico-político-social)[iii]. Para el imperialismo estadounidense la región se encuentra inscrita dentro de sus intereses económicos y geopolíticos de conservación de la hegemonía y control global, por ende, Latinoamérica constituye una de las principales regiones en que debe profundizar sus relaciones de explotación y dominio. Como señala Atilio Boron:
Más allá de la retórica y de las argucias diplomáticas, América Latina es, para los Estados Unidos, la región más importante del planeta. Lo es por su valor estratégico, por su impacto regional y por su extraordinaria dotación de recursos naturales. [El imperio busca, jlr] «retrotraer la situación del hemisferio al status quo imperante antes de la revolución cubana». (Boron, 2014: p. 25-27)
Al salir a la superficie las enormes contradicciones de intereses con China y Rusia -que acrecientan su presencia en la región-, el poder estadounidense asienta su estrategia socavando los intereses geopolítico-estratégicos de estas potencias en la zona, así como sus esferas de poder conquistadas. Es esta estrategia la que se pone en evidencia con el discurso imperialista de Tillerson contra los «potenciales depredadores» de la región. De este modo, Latinoamérica se encuentra entrelazada al juego de poder y de relaciones de fuerza entre las mayores esferas de influencia económica y política del planeta. Veamos más de cerca esto.
El caso de Brasil es uno de los más relevantes. En desmedro de China, Estados Unidos concentra su interés en abrir espacios para sus gigantes corporativos en sectores estratégicos -petróleo, electricidad, minerales- y en participar en las nuevas concesiones del brutal periodo privatizador que encabeza el gobierno golpista de Michel Temer.[iv] Ello sin hablar de la nueva etapa de cooperación entre las fuerzas armadas brasileñas y estadounidenses respecto a la base militar en el estado de Amazonas.[v] El caso de Argentina, con el gobierno de Mauricio Macri y su aproximación a Estados Unidos, es otro ejemplo relevante de contraposición de intereses frente a China; incluso el presidente argentino ha ido más allá ofreciendo al gobierno estadounidense territorio para una base militar. Estos dos casos contrastan con Chile y Ecuador (al menos antes de la traición de Lenin Moreno), que hasta ahora han mantenido relaciones económicas con el gigante asiático sin mayor deterioro.
De igual modo, debemos señalar las reuniones secretas para establecer un acuerdo de libre comercio entre Argentina, Brasil y Alemania -economía exportadora y rival actual del gobierno estadounidense-; también, cabe destacar las reuniones secretas de los países del Mercosur con la Unión Europea encaminadas a la realización de un tratado de libre comercio entre ellos, lo que puede contravenir a los intereses estadounidenses.
En el caso de México, con el fin de revertir los problemas crónicos del déficit comercial estadounidense, el gobierno Trump[vi] prosigue con su estrategia de desconocer acuerdos comerciales «injustos» -TLCAN y normas de la OMC- y de presionar para la creación de nuevas y asimétricas relaciones bilaterales. Así, con lo poco que se ha dado a conocer de las «rondas de negociaciones» sobre el TLCAN, éstas llevan la marca de esta estrategia, lo que pone de rodillas a la oligarquía local favorecida con el tratado, al tiempo que redobla su condición dependiente y, por ende, -nunca se insistirá demasiado en esto- refuerza su lugar de socio subordinado a cualquier costo.[vii]
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De este modo, la nueva estrategia estadounidense, el avance de las relaciones sino-latinoamericanas y el conjunto complejo de las rivalidades interimperialistas -EU/China/Rusia/UE/y sus efectos en Medio oriente y África- condenan a la región a experimentar una ofensiva mayúscula que la puede conducir a un agravamiento de sus contradicciones en tanto economía dependiente. Bajo esta línea, Latinoamérica vería reforzar su papel histórico de estructura complementaria al proceso de valorización de las economías centrales, esto acorde a la liberación de obstáculos que éstas requieren. Sabido es que América Latina históricamente ha desempeñado su papel económico-social en función de su contribución a resolver los problemas de los países hegemónicos en la estructura heterogénea del capitalismo mundial y de su división internacional del trabajo. Del mismo modo, en nuestros días, la región es de importancia vital en la batalla estadounidense por la conquista de nuevos mercados y la profundización de los antiguos.[viii]
Los mecanismos de transferencias de valor al exterior -sea por servicios de deuda, repatriación de ganancias, relaciones de intercambio desigual, concentración del monopolio tecnológico-, la superespecialización técnica con mayor capacidad de creación de valor, los enormes procesos de des-acumulación –
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La nueva estrategia imperial convoca a la región latinoamericana a desempeñar un papel relevante en la redefinición y apuntalamiento económico y geoestratégico del imperialismo estadounidense. Al decir del editorial del Global Times (3/02/2018), el imperio entiende a la región como «un seguro para su prosperidad».
En consecuencia, esto impacta de modo cuantitativo y cualitativo en las estructuras económico-político-sociales de la región, así como también, en los lazos hasta ahora construidos en las condiciones vigentes del sistema mundial -en los BRICS, por ejemplo-.
La política America First de Trump implica toda una serie de acuerdos comerciales con mayor grado de subordinación a los intereses de Estados Unidos, una mayor retención-recuperación de la inversión extranjera, una «reindustrialización», una serie de políticas proteccionistas, un recorte de impuestos al gran capital y una desregulación financierista. Así, esta política está sustentada en un ejercicio de control, explotación y subordinación sobre los países de la periferia, así como en la más elevada inestabilidad y volatilidad de la economía mundial.
Por ejemplo, el endurecimiento de la política monetaria y fiscal del gobierno de Trump, arrastran a la huida de los capitales y profundizan los desequilibrios estructurales del sector externo en la región -déficit comercial o de cuenta corriente-. Este problema de insuficiencia de divisas, que se agrava con la reorientación de la inversión extranjera dirigida al redespliegue industrial trumpista, exige a los gobiernos latinoamericanos acentuar la subordinación al capital extranjero y otorgarle aún mayores facilidades de acumulación y ganancias. Al no captar la proporción necesaria de capital-dinero, se acentúa el deterioro de la inversión (en el marco de la austeridad presupuestal). Esto impacta con fuerza en la monstruosa pendiente del nivel de empleo y repercute en la intensificación de las condiciones de superexplotación y precarización del trabajo.
De este modo, al influir las condiciones de superexplotación laboral en la debilidad del mercado interno -deteriorado con más fuerza por la devaluación y la inflación-, el aparato productivo profundiza su fractura con la reducida estructura del consumo popular -ruptura del ciclo del capital-. En términos de la realización del capital, esto empuja al tejido productivo a una mayor dependencia con el exterior, con lo que se recrea la espiral del capitalismo dependiente latinoamericano en el marco del presente continuum depresivo global.
Por tales razones, observamos en la dinámica económica de América Latina la tendencia hacia el reforzamiento de las condiciones de dependencia, de los problemas de soberanía y la asociación subordinada (crisis de las democracias) de los gobiernos en turno con el imperio -negociaciones entreguistas-, hechos que reflejan el signo de los tiempos actuales bajo la ofensiva imperialista. El reciente papel de los gobiernos de México, Colombia, Argentina y Perú en la reciente visita de Rex Tillerson destaca -entre otras cosas- por su colaboración con el imperio en los planes de bloquear el petróleo de Venezuela.
Toda una serie de fenómenos se convierten en los síntomas de la actual condición dependiente de las economías de la región: el espejismo del alza en los precios de las materias primas, la primarización de la economía, el deterioro del aparato productivo, el incremento de la deuda y la hemorragia monetaria a razón de sus servicios, la contracción del gasto, la dependencia de las inversiones, el descenso de las mismas, el desempleo crónico, el desmantelamiento de las relaciones contractuales capital/trabajo, el deterioro de los términos de intercambio, entre otros.
En los últimos años, la economía brasileña adquiere la mayor relevancia dentro de este cuadro señalado, mismo que la empantana tanto en la recesión como en la desigualdad social. Asaltando la corona para salvar su bolsa, los grandes capitales predominantes bajo la égida de la fracción financiera local e internacional, lanzaron una ofensiva que instauró el estado de excepción -un golpe de estado «institucional»- con el fin de recargar el enorme peso de la crisis económica y de la deuda pública en las clases trabajadoras y populares, ofensiva que el partido golpista (PMDB) y aliados denominaron «Puente para el futuro».
Así también, dado el ímpetu actual de la política imperialista y de las relaciones de dependencia, se han puesto en cuestión las deterioradas relaciones de soberanía de los países latinoamericanos, lo que ha afectado su peso relativo en los asuntos internacionales y ha debilitado las relaciones de integración económica y política -a las que apelara con la debida fuerza el comandante Hugo Chávez y la revolución bolivariana-. Organizaciones como la Celac o la Unasur no logran superar la pérdida de su influencia. Sumado a ello, no se puede soslayar el invariante papel de los gobiernos subordinados al poder estadounidense -México, Colombia, Perú, Honduras- ya que, doblegándose a las estrategias imperiales y trabajando en contra de la integración, sirven a la protección y mantenimiento del imperio, pasando con ello de una relación infra-soberana al agravamiento autoritario de un Estado vasallo.
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La actual estrategia imperialista hace evidente el agotamiento de la estructura productiva y mercantil de la economía latinoamericana. El patrón de reproducción del capital imperante en la región, constituido como patrón dependiente de especialización productiva, se encuentra en el anacronismo de una estructura exportadora sustentada en bienes primarios tradicionales -salvo excepciones como la de México, anclado en la manufactura automotriz y electrónica de propiedad trasnacional-. Con la crisis de la economía mundial, dicho patrón ha llegado a su etapa de agotamiento. Esta dinámica de reproducción del capital, a pesar de las relaciones que han construido con China, no escapa a su tendencia general de reproducción dependiente y superexplotativa -de recursos naturales y fuerza de trabajo-, esto es, no elude su estructura monopolista de alta concentración del capital, desindustrialización y exclusión social.
De este modo, al colocar -dentro de la teoría marxista de la dependencia- una problemática crucial para América Latina referente a sus relaciones con China en el siglo XXI, Jaime Osorio nos señala:
América Latina ha desempeñado un papel de primera importancia en los movimientos en el sistema mundial que implican el desplazamiento de Estados Unidos como la principal economía del mundo… […] ha favorecido el paulatino incremento del paso de la plusvalía absoluta a la plusvalía relativa en las zonas urbanas chinas, con las exportaciones de alimentos, el incremento del mercado interno por la vía de los aumentos salariales, y la expansión de la estructura industrial, con las masivas exportaciones de materias primas. […] Todos estos importantes movimientos en los cuales ha incidido la economía latinoamericana en el sistema mundial, lo vuelven hacer redoblando los procesos que marcan su condición de dependencia y subordinación, y acrecentando a su vez el fundamento de la dependencia: la superexplotación de los trabajadores, lo que permite incrementar la masa de valor apropiado por el capital local y trasnacional, por la vía de elevar el traspaso del fondo de consumo o de vida de los trabajadores al fondo de acumulación del capital . (Osorio, 2016)
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La factura endosada a las masas trabajadoras y populares, correspondiente a la crisis actual del capitalismo mundial, se conforma de distintos procesos, entre los cuales señalamos los siguientes: una nueva fase de intensificación de la superexplotación del trabajo; la destrucción y estancamiento de la pequeña y mediana empresa; el incremento de las tasas de desocupación y de la economía informal; la mayor precarización de las relaciones laborales (tercerización y subcontratación); la vinculación de los empleos con la reproducción de las condiciones de pobreza; el usufructo privado de gran parte de la riqueza social; la mayor concentración de riqueza y su contrapartida en la profundización de las desigualdades sociales; la acentuación de los conflictos territoriales y su agravamiento en la disputa por los recursos naturales, todo lo cual pone a la orden del día el papel de la violencia estatal sobre los pueblos; el aumento de la erosión de los derechos sociales. En conjunto, se trata de procesos que excluyen económica y socialmente al grueso de la población latinoamericana, a la vez que atentan contra su nivel de vida.
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En el marco del agotamiento histórico del sistema del capital, se advierte el desafío a las fuerzas populares. La evidencia de la desaprobación popular de la organización económico-política del patrón de reproducción del capital y de los efectos de su agotamiento se refleja en la nueva etapa de polarización política, masificación de la participación política, y en el periodo actual de inestabilidad política que la región alberga.
La fase actual imperialista se enfrenta a un movimiento de masas y confrontación popular que ponen en entredicho sus proyectos y estrategias. El neoliberalismo pregonado por el imperio encuentra en América Latina su más firme oposición popular. En contra de los proyectos del capital, la conciencia de las masas y su innegable voluntad de participación y de transformación crecen y se intensifican con la ofensiva imperialista. Esto se hace evidente en Venezuela, con la victoria de la Asamblea Nacional Constituyente en julio de 2017, y tres meses más tarde con los resultados electorales de los gobiernos estatales así como de las recientes elecciones municipales; asimismo se constata con la intensificación de la lucha popular en Brasil articulada al «Frente Brasil Popular», así como en las luchas experimentadas en Argentina, Chile, Colombia y México, entre otros pueblos.
En este cuadro de crisis estructural del capital, las disputas entre las rivalidades hegemónicas e imperialistas y el lugar que ocupa América Latina dentro de las contradicciones y antagonismos en curso llevan a la región a intensificar sus conflictos, enfrentar sus desafíos y a radicalizar sus soluciones. Se impone de nueva cuenta la inquietud histórica del péndulo latinoamericano: los procesos de profundización de la revolución y su contrapartida de contrarrevolución.
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Las distintas operaciones de cambio de régimen desplegadas en los últimos ocho años, bajo el gobierno de Barak Obama y el primer año de Trump, bien pueden sintetizar las últimas cinco décadas de asedio y dominación imperialista sobre América Latina. Ante las dificultades de promover sus intereses en la región, la superpotencia imperialista ha recurrido a prescindir de su estrategia basada en las «democracias gobernables» -restringidas-, reactivando los regímenes de excepción, pero esta vez, bajo las condiciones institucionalizadas del «Estado de derecho», la democracia electoral y los derechos humanos -instituciones establecidas en la última etapa del siglo XX en el marco de dicha estrategia-. A este procedimiento de reactivación del régimen de excepción, por vías jurídico-formales o «democráticas», se le ha denominado «golpe blando».
Asimismo, la ofensiva del imperio viene conjugando en la región una intervención abierta -golpista- con el creciente despliegue de acciones agresivas expresadas en un lenguaje cada vez más violento –condenas, bloqueos, sanciones, imposiciones, obstáculos, vetos, amenazas, agresiones, etc.-. Con ello, el imperio busca responder al declive de sus relaciones con la región, pues durante mucho tiempo la ha considerado estratégicamente como uno de sus territorios de exclusividad.
Si algo unifica a las actuales posturas contrapuestas al interior del imperio (trumpismo vs globalismo) es el interés económico y geopolítico por hacer prevalecer las décadas de hegemonía sobre Latinoamérica. Dicha convergencia entre estos dos principales polos del poder imperialista hace más intensa la contraofensiva imperialista en la región.
Hoy en día, el imperio busca incidir mediante modificaciones sustantivas en las relaciones económicas de América Latina con la economía mundial y las economías «competidoras». Su objetivo es imponer una mayor subordinación a América Latina, así como degradar su lugar en la integración global y la división internacional del trabajo por medio de: la intensificación de las transferencias de valor hacia su «orbita» de acumulación, la reorganización de los aparatos productivos regionales, la reformulación a su favor de los encadenamientos productivos, la apropiación y profundización de mercados y el fortalecimiento de mecanismos financieros.
De igual modo, Estados Unidos está «ansioso» (Tillerson dixit) de acceder y controlar un gigantesco reservorio de recursos naturales, materias primas, bienes agroalimentarios, infraestructura y fuerza de trabajo de la región, pues esto representa una condición de posibilidad para el control y dominio de la economía mundial frente a los retadores hegemónicos.
La crisis del sistema capitalista ha llevado al agotamiento histórico de la reproducción del capitalismo latinoamericano por la vía del patrón exportador de especialización productiva. En este sentido, el progresismo sudamericano, volcado a la exportación de bienes tradicionales a Asia, y la experiencia mexicana de una cuasi-anexión productivo-territorial con Estados Unidos llevaron a la profundización del subdesarrollo y lo que conlleva: una mayor intensificación en la explotación de las clases trabajadoras, la depredación de los recursos naturales y la acentuación de las desigualdades.
En el marco de la crisis estructural del capital y la crisis de la hegemonía imperialista, las contradicciones económico-político-sociales acumuladas en América Latina exigen la ruptura con un orden social basado en la superexplotación del trabajo, la desigualdad y la exclusión social, la devastación del medio ambiente, el dominio oligárquico postrado a los intereses del imperio y el impedimento a la libre determinación de los pueblos. En nuestros días, la región se encuentra en la lucha por establecer una democracia sustantiva y emancipatoria que les permita a los pueblos latinoamericanos orientarse hacia el diseño colectivo de su propio destino y poner en sus manos un campo abierto a su autodeterminación.
Notas:
[i] Como señala José Luis Rodríguez: «los gastos militares en EEUU -que alcanzaron un pico máximo de 758,0 miles de millones de dólares en el 2010 y representaban el 4,7% del PIB- en el 2015 descendieron un 21,4% computando 595,5 mil millones, con un valor equivalente al 3,3% del PIB. En ese sentido vale la pena recordar que existe un programa de rebaja de los gastos del presupuesto federal, que incluye una reducción en diez años de unos 487 mil millones de dólares de los gastos militares y de ellos ya entre el 2013 y el 2015 se redujeron en 54 609 millones. No obstante, la administración de Donald Trump ha expresado que pretende incrementar nuevamente el gasto militar en unos 54 000 millones en el presupuesto 2017/2018». (Rodríguez, 2017, p. 129.)
[ii] Así también señalan Alfredo Serrano y Silvina Romano: «Trump está mirando hacia América Latina en un contexto en el que parece haber otorgado vía libre al Pentágono como rector de la política exterior. La región latinoamericana es parte de los objetivos estratégicos de larga data para el gobierno del Norte» (Serrano Mancilla y silvina Romano, 2017).
[iii] Alfredo Serrano se refiere por ejemplo a las distintas ofensivas de Estados Unidos sobre América Latina en el plano de la política cambiaria, monetaria, de asfixia y presión mediática (v.gr propagando el default de Venezuela), política energética (precipitando hacia abajo el precio del petróleo) al tiempo de la búsqueda por activar el interés estadounidense en una especie de alianza atlántica trilateral, Estados Unidos-Unión Europea-América Latina y contrarrestar así el ascenso de China y Rusia en la región (BRICS). (Serrano Mancilla, 2015).
[iv] Por ejemplo, hay que entender aquí el involucramiento del gobierno de Estados Unidos en el golpe de Estado en Brasil (2016), ligado a su interesada proyección tanto hacia los campos petroleros del «Pre-sal», como a la riqueza de la Amazonía, así como su interés en socavar las relaciones de ese país con el gigante asiático.
[v] Sobre esta operación denominada «Amazonlog 17», una actividad militar conjunta (Brasil, Colombia, Perú, EU) en la ciudad de Tabatinga, Brasil, véase: Silvina Romano, et all. 2017. Así también, hay que señalar que de acuerdo a Telma Luzzani (Territorios vigilados), América Latina cuenta ya con 76 bases militares, en las que destacan 9 bases en Colombia, 9 en Perú, 2 en Paraguay, 3 en México, 1 en Argentina, 1 en Chile, y definiendo a Brasil como el país más rodeado por 25 bases estadounidenses ( Atilio Boron, 2014: p. 267-276) .
[vi] La economía estadounidense encierra desde 1975 cuatro décadas con déficit comercial. En 2016, su déficit en la balanza de bienes supera los 500 mil millones de dólares, lo que aunado al elevadísimo nivel de endeudamiento público (más del 100% del PIB), el trumpismo busca por todos los medios endosarlos al mundo, más aun, al mundo subdesarrollado. El déficit con México (mejor sería decir, con las trasnacionales asentadas en México), es de alrededor del 9%, equivalentes a 63 mil millones de dólares en 2016; con China asciende a 343 mil millones de dólares para el mismo año, lo que da la pauta para una intensificación de la hostilidad estadounidense (guerra comercial) hacia la economía asiática.
[vii] El bloque en el poder en México cuyo resumen se expresa cabalmente en la posición del Estado mexicano frente a la renegociación del TLCAN, se rige en la actualidad por una paradigmática condición de dependencia comercial, financiera, tecnológica y militar. Ello se vuelve a corroborar con el discurso de los altos mandos del Estado, en el que, ante los temores de ver en la tumba al TLCAN, vienen señalando la existencia de un «Plan A» y un «Plan B» del Estado mexicano. Luis Videgaray, canciller mexicano plantea: «Más de la mitad del intercambio actual entre ambos países, dijo, ocurre fuera del TLCAN, se hace con las reglas de la Organización Mundial de Comercio y los aranceles que podrían imponerse de uno y otro lados, aun sin tratado, son francamente bajos; difícilmente impedirían que siguiera existiendo el comercio […] eso es algo muy importante [de] transmitir a todos nuestros socios». Rosa Elvira Vargas, La Jornada, 9 de noviembre de 2017. El ex secretario de Hacienda y actual candidato presidencial del gobierno en turno, José Antonio Meade Kuribreña, reafirma el camino de la dependencia absoluta: «la integración de Norteamérica va más allá del acuerdo comercial… estamos optimistas, porque la distancia entre la Organización Mundial de Comercio y el Tratado de Libre Comercio se ha venido acortando. Si queremos darle a Norteamérica una ventaja con respecto a otras regiones del mundo necesitamos profundizar en la integración.» Israel Rodríguez, et al., La Jornada, 10 de noviembre de 2017. Como se observa, la síntesis de los «dos» planes (con y sin TLCAN) tiene una misma invariante: postración ante EU.
[viii] Por ejemplo, entiéndase el agravante caso de la comercialización de armas de Estados Unidos a la región ‑para no hablar de su espiral de venta de armas al mundo- inscrita en su estrategia guerrerista central para contrarrestar su declive económico: «En un informe reciente del Security Assistance Monitor se afirma que las notificaciones de ventas comerciales de armas de EEUU a América Latina y el Caribe suman más de la mitad del total a nivel mundial (351 millones de 662 millones de dólares), siendo potencialmente la mayor región receptora a nivel mundial. Esto demuestra que persiste un gran interés en recolonizar el Patio Trasero, profundizando la dependencia armamentística y militar». (Alfredo Serrano y Silvina Romano. Ibid.)
Fuentes:
Boron, Atilio. «Venezuela sumida en la guerra civil», en revista electrónica Cubadebate, disponible en: http://www.cubadebate.cu/o
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