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Las gentes racionales y sin apego a los dividendos de las eléctricas, gasísticas y petroleras podemos convenir en primer lugar que la transición ecológica es urgente y necesaria para el futuro de la vida en el planeta y que la clave para desencadenar el proceso es asegurar la transición energética desde un modelo carbonizado y despilfarrador a otro basado en los pilares del ahorro y la eficiencia, las energías limpias renovables y el decreciente uso de materiales y energía. En segundo lugar podemos acordar que la cuestión de la energía es estratégica. Y, finalmente, no es una hipérbole que califiquemos al actual modo de producción de capitalismo petrolero. Vivimos en sociedades y economías basadas en el carbono.
Hace escasos meses el presidente francés en apuros, Emmanuel Macron, declaró con la pomposidad que caracteriza a la elite formada en la ENA que la OTAN estaba en muerte cerebral.
¿Qué me gustaría encontrar en un medio de comunicación? Que sea útil para discernir el qué, cómo y dónde ocurrió a la vez que criba con honestidad y veracidad la relevancia de los hechos objeto de información.
Nada fue igual antes y después del 11 de marzo de 2020 cuando la humanidad asumió el alcance de las palabras de Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), quien declaró que “la OMS ha evaluado este brote durante los últimos días y estamos profundamente preocupados, tanto por los niveles alarmantes de propagación y gravedad, como por los niveles alarmantes de inacción. Por ello hemos decidido decretar el estado de pandemia”, y subrayó que la crisis de la covid-19 no solo era de salud pública, sino que afectaría a todas las actividades de la sociedad.