Los caribeños tienen un modo de ser muy singular. No importa si hablan inglés, español o creóle. Ellos pueden decir las cosas más duras como si dijeran versos. Se apasionan y abrazan con las palabras. Saben tocar el corazón y la conciencia. De quienes tienen corazón y conciencia, claro. Más de uno hizo brillar esa […]
Los caribeños tienen un modo de ser muy singular. No importa si hablan inglés, español o creóle. Ellos pueden decir las cosas más duras como si dijeran versos. Se apasionan y abrazan con las palabras. Saben tocar el corazón y la conciencia. De quienes tienen corazón y conciencia, claro.
Más de uno hizo brillar esa cualidad en el VIII Encuentro de la Asociación de Estados del Caribe, que sesionó durante tres días en el centro de Convenciones «Olof Palme» de Managua, la renovada capital de Nicaragua, una nación que en el año del 40 aniversario de la revolución sandinista, está viviendo bajo el asedio de la Doctrina Monroe al estilo de Donald Trump, enemigo declarado de cualquier proceso que gire a la izquierda, aunque sea tímidamente.
El contexto no parecía propicio para encuentros. Con una porción desgajada -esos países de la subregión que integran el llamado Grupo de Lima- y arrastrada por la derecha en sentido contrario a los intereses de sus pueblos, el consenso sonaba a sueño.
Pero la verdad es poderosa. Y si se dice con voz soberana, resulta invencible. Como la dignidad de los anfitriones, que llevan meses en un diálogo difícil con la oposición interna y, sin embargo, no renunciaron al mandato que se les otorgó hace un año en Isla Margarita para presidir la Asociación caribeña.
Lo explicó brevemente el ministro de Exteriores nica, Denis Moncada, al inaugurar la reunión de cancilleres y disculparse con sus colegas porque es el coordinador del equipo de gobierno en la Mesa de negociación nacional, una responsabilidad crucial con su pueblo que lo obligó a abandonar la cita de la AEC inmediatamente después de declararla abierta.
En cualquier otro lugar del mundo, el encuentro habría muerto sin nacer. Pero en el Caribe, como diría a su turno la representante de Guyana, la unidad no es un concepto vago. Su praxis se forja en el yunque del entorno económico y político de cada momento y consiste en «alcanzar consenso después que todos los puntos de vista se hayan dilucidado como se dilucidan en una familia unida.»
Y a la altura del jueves 28 de marzo, día de la reunión de cancilleres, el consenso era un hecho. La prueba, el proyecto de Declaración de Managua, con sus 34 párrafos de acuerdos sobre los temas de más interés para los vecinos del Gran Caribe, urgidos de una estrategia común de enfrentamiento al Cambio Climático, que los amenaza antes que a cualquier otra comunidad en el planeta.
Uno tras otros, prácticamente todos los líderes caribeños hablaron de los ciclones que han devastado sus islas una y otra vez, de la necesidad de recursos financieros y transferencia de tecnologías de los países desarrollados que más han incidido en el Cambio Climático, de la débil infraestructura del transporte intraregional y de las posibilidades de cooperación en esa área y a favor del turismo sostenible.
Pero no limitaron a esos temas el debate. Ni la Declaración de Managua ni los estadistas caribeños o sus representantes soslayaron los pronunciamientos políticos.
Con la autoridad moral y la historia de cooperación al servicio de la integración regional que tiene entre los países fundadores del mecanismo, Cuba fue la primera en abordar abiertamente las cuestiones políticas.
Díaz Canel no sólo denunció el retorno de la Doctrina Monroe como amenaza a la Zona de Paz, sino que llamó a todos los gobiernos del Caribe a oponerse a una agresión militar y a la escalada de medidas económicas coercitivas contra Venezuela, al mismo tiempo que reiteró la solidaridad y el apoyo al gobierno de Nicaragua y a su proceso de negociaciones para asegurar la paz y agradeció el respaldo a la lucha cubana contra el bloqueo.
Tras el Presidente cubano, fueron varias las intervenciones en el mismo sentido, algunas tan directas y enfáticas como la del Viceprimer ministro de Dominica Reginal Austrie, quien agradeció a Fidel Castro y a Hugo Chávez, la existencia del ALBA y PETROCARIBE, que propició el acercamiento del Caribe, con mecanismos de real cooperación que «nos ayudaron a recuperarnos de los peores desastres con nuestras propias fuerzas (refiriéndose al Caribe).»
«Hay fuerzas que quieren que sigamos divididos y empobrecidos. Mientras ellos buscan su propia agenda, quieren destruirnos. Nos corresponde responderles…Nosotros, esta generación de líderes de América Latina y el Caribe, no podemos permitir que nos dividan.»
Detrás del líder caribeño, le fue cedida la palabra al vicepresidente venezolano Aristóbulo Istúriz y tal como habían anunciado, algunos de los integrantes del Grupo de Lima, se retiraron del plenario, pero eran tan pocos que prácticamente no se notó su salida. A su regreso, silenciosos y cabizbajos, como quien acaba de cumplir una misión que les avergüenza, les quedaban por escuchar otras menciones de reconocimiento a Venezuela, Cuba y Nicaragua y a sus líderes históricos.
El representante de Martinica, entre los más apasionados oradores, diría más adelante: «A pesar del tumulto por el retorno bélico del intervencionismo, hagamos prevalecer el diálogo, el entendimiento, la paz…Veamos lo que pasa en Venezuela. No vendamos nuestra dignidad ni nuestras tierras. Debemos tomar todo nuestro espacio.» Y recordó que los 25 años de la AEC enseñan que la búsqueda de la integración es la prioridad.
Así quedó derrotada toda posibilidad de que se boicoteara la participación venezolana. Ni siquiera los que se retiraron para no escuchar a su representante, levantaron la voz para ofenderla.
Como había dicho tempranamente June Summer, la trinitaria que dirige la AEC, «hay conflictos en la familia, pero al final se resuelven en familia.» Más o menos fueron esas sus palabras, según la traducción.
He ahí la grandeza de los pequeños que evocó el martiniqueño citando al nicaragüense Rubén Darío: «Si la Patria es pequeña, uno grande la sueña.» La podemos hacer grande, dijo y remató: «Algunos nos consideran pequeños, vulnerables y que estamos a su merced. Demostrémosles, juntos, como ahora, que somos naciones de pueblos libres.»
Varias veces, a lo largo de la larga sesión de alto nivel del encuentro, distintos oradores, hombres y mujeres, intentaron hablar de la vulnerabilidad del Caribe y no lograron pronunciar la palabra correctamente. Quizás el secreto está en que, siendo realmente vulnerables en el espacio físico, han logrado dejar de serlo en las otras dimensiones que comparten como pueblos de idiomas, sistemas políticos y culturas diversas, pero una misma comprensión de sus idénticos desafíos.
Fuente: https://www.albamovimientos.org/2019/03/nuestra-america-la-invulnerabilidad-del-caribe/