Hace algunas semanas el proceso electoral en Argentina dejó fuera del gobierno a la coalición de partidos que lo habían ocupado durante casi toda la década, lo anterior resulta importante para ser analizado dado que, en nuestro país y a lo largo y ancho de América Latina, muchas personas se han involucrado en la lucha […]
Hace algunas semanas el proceso electoral en Argentina dejó fuera del gobierno a la coalición de partidos que lo habían ocupado durante casi toda la década, lo anterior resulta importante para ser analizado dado que, en nuestro país y a lo largo y ancho de América Latina, muchas personas se han involucrado en la lucha social inspirados por los logros de estos gobiernos progresistas. Recordemos, por ejemplo, que en el momento más álgido del gobierno de Hugo Chávez había en nuestro país muchos compañeros que se reivindicaban «bolivarianos». Ahora, después de la derrota electoral del chavismo en Venezuela y del kirchnerismo Argentina, empezaremos a escuchar la propaganda de la derecha continental gritando: «¡ya ven como no funciona!» porque van a intentar presentar estas derrotas electorales como el fracaso de los llamados gobiernos progresistas en América Latina.
¿Qué está pasando? En Venezuela acaban de llevarse a cabo elecciones legislativas, en las que, por primera vez en casi 15 años, el chavismo ha perdido la mayoría en la Asamblea Nacional, por lo que al presidente Nicolás Maduro le tocará gobernar en un país donde los reaccionarios controlarán el órgano legislativo. Hay que señalar que este «descalabro» electoral es el colofón de una serie de ataques emprendidos por la burguesía venezolana, apoyada por el gobierno de Estados Unidos, contra el régimen bolivariano. En Argentina, los kirchneristas del Frente para la Victoria (FPV) perdieron la elección contra el empresario Mauricio Macri quien, a decir de algunos intelectuales, es un hombre de derecha y que intentará gobernar tan a la derecha como pueda; de hecho, ya ha realizado declaraciones donde se perfila una especie de indulto para los militares que cometieron crímenes de lesa humanidad durante la dictadura. Se trata, en ambos casos, del posible principio del fin de dos movimientos antineoliberales muy exitosos. ¿Significa esto que la lucha contra el neoliberalismo sea inútil? No, el problema al que nos enfrentan estos hechos es el agotamiento de una lucha que no ha podido ir más allá del ámbito estrecho de detener al capitalismo «salvaje» oponiéndole un capitalismo «menos salvaje» o tal vez un socialismo no tan «radical».
El caso del bolivarianismo en Venezuela es aún más interesante en el sentido de que tuvo la necesidad de crear organizaciones populares que defendieran el proceso «revolucionario». Sin embargo, en los momentos en que se exigía una profunda transformación económica, los bolivarianos recularon, dando un paso adelante y dos pasos atrás. Ahora cabe preguntarse qué tanto progresó la revolución de los trabajadores dentro de estos regímenes progresistas en América Latina. En Argentina, parece que casi todo está perdido, mientras que en Venezuela, se habla desde el régimen de enfrentar nuevas batallas para defender las conquistas ganadas. Como sea, en ambos casos se asiste a un claro cambio de estrategia, de una posición a la ofensiva, crítica pero propositiva, a una posición defensiva y en plena retirada política, dando pasos hacia atrás buscando no perder lo ganado y no ganarse más enemigos. El problema es que no se puede tener como aliado a la burguesía y que ésta siempre se opondrá a los cambios a favor de las clases trabajadoras.
Algunos analistas venezolanos desde el campo chavista asumen una postura supuestamente autocrítica, diciendo muy a destiempo lo que según su entender debió haber hecho el régimen para evitar la derrota en las urnas. Suenan muy sobrios, después de todo, dicen que «hay que saber aceptar la derrota» pero en realidad no hacen sino reafirmar aquella vieja máxima de que las ratas son las primeras en abandonar el barco que se hunde, y son los intelectuales arribistas los primeros que negarán tres veces haber participado en estos movimientos.
Lo que parece estar ocurriendo es el agotamiento de este modelo de transformación social desde las restricciones legales impuestas por los regímenes capitalistas, parece ser el fracaso del llamado «socialismo del siglo XXI» que pretendía hacer la revolución sin realmente hacerla, por vía de cambios en la legalidad y la acumulación de pequeñas transformaciones. Parece haber llegado el momento en el que estos regímenes dan un salto o descienden en un proceso de desintegración y burocratización, alejándose de las masas en las que se apoyaron para impulsar esos proyectos.
Esto no es nuevo, pasaron por el mismo proceso los países aliados de la Unión Soviética cuando ésta sucumbió ante la contrarrevolución interna y también lo hizo el régimen sandinista en Nicaragua, un gobierno nacido de una revolución popular que no quiso dar el salto hacia adelante, hacia los cambios de la mano del propio movimiento de los trabajadores, que prefirió detener estos cambios y, al enfrentarse con los representantes de la burguesía en las elecciones, lo hizo sin tener el apoyo de las masas de trabajadores que lo habían llevado al poder.
No nos desviemos, el problema de estos procesos no es su programa limitado, no son tampoco las «vías» que, han implementado para lograr los grandes cambios sociales, el problema es y sigue siendo que, llegado el momento de dar el salto hacia adelante, han vacilado. Hace falta que los trabajadores participen, empujen y construyan el proceso hacia el socialismo, no basta llamarle «socialistas» a una serie de medidas justas pero limitadas para que éstas correspondan con los intereses históricos de la clase trabajadora. Debemos aprender de estas experiencias y prepararnos, pues todo parece indicar el inicio de un ciclo de regímenes reaccionarios. Así, es posible que estemos ante el fracaso del llamado socialismo del siglo XXI, pero este fracaso debe servir como reflexión para continuar la búsqueda del camino hacia el auténtico socialismo, hacia un mundo donde el trabajo y no el capital sea quien lleve la batuta de la sociedad, donde la vida sea verdaderamente digna y no solamente otra mercancía.
NOTA: Este artículo fue publicado como parte de la sección ANÁLISIS del No. 13 de FRAGUA, órgano de prensa de la Organización de Lucha por la Emancipación Popular (OLEP), en circulación desde el 5 de enero de 2016.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.