A pesar de lo evidentemente ilegal y antidemocrático del proceso destituyente llevado adelante en Brasil para liquidar al gobierno legítimamente electo de Dilma Rouseff es llamativa la debilidad de las respuestas institucionales, a escala internacional, en defensa de los principios democráticos tan abundantemente declamados en Occidente. Fue casi inaudible la protesta latinoamericana (algunas declaraciones formales […]
A pesar de lo evidentemente ilegal y antidemocrático del proceso destituyente llevado adelante en Brasil para liquidar al gobierno legítimamente electo de Dilma Rouseff es llamativa la debilidad de las respuestas institucionales, a escala internacional, en defensa de los principios democráticos tan abundantemente declamados en Occidente. Fue casi inaudible la protesta latinoamericana (algunas declaraciones formales de la UNASUR y Celac, nada del Mercosur a pesar que se atropelló la Carta Democrática vigente). Significativamente mucha menos bulla que en ocasión de las destituciones de Zelaya en Honduras y Lugo en Paraguay, a pesar de la significación, cualitativa y cuantitativamente, superior del golpe en Brasil, mídase con los parámetros que se desee.
Abundan sí, los análisis e interpretaciones desde diversas atalayas y enfoques. Y esto guarda una lógica maciza ya que es innegable la trascendencia que tiene el brusco giro político y económico del gigante sudamericano para la Argentina, su principal socio comercial, ameritando un enfoque bilateral. Como fue la locomotora de América del Sud y parte fundamental de la columna vertebral de la UNASUR y la CELAC, junto a Argentina y Venezuela en el proceso autonomista que cambió a latinoamérica en este siglo XXI su destino nos involucra de lleno y el análisis de qué pasó se hace ineludible. Una mirada regional.
Pero aún son escasas las consideraciones mas globales, dígamos geopolíticas, aunque seguramente estas llegarán empujadas por nuevos acontecimientos derivados de las profundas confrontaciones que se suceden a nivel internacional. No está demás hacer notar la enorme significación de la declaración de China Y Rusia advirtiendo a EEUU que no se quedarán de brazos cruzados si interviene militarmente en Venezuela. Eso sucede mientras los latinoamericanos miramos preocupados como, caídos los gobiernos progresistas de Argentina y Brasil, nos parece inexorable que viene el turno de Venezuela para dar fin al ciclo que transformó a Latinoamérica en tierra de esperanza para los pueblos del mundo. Nos sentimos impotentes sin nuestros jefes al frente de nuestras naciones: sucumbimos en una mirada estrechamente regional. Porque la disputa por la hegemonía, que aún con violentos vaivenes se le escurre a los EEUU, está presente también en nuestro continente. Los BRICS, y este es ahora el caso, no podían dejar de tomar nota que la caída del PT en Brasil, implica la sustracción del gigante latinoamericano de su panoplia de fuerzas distribuida a lo largo y ancho del planeta, es decir al menos una quinta parte de los BRICS. Y dejar abandonado a la Venezuela chavista en manos de los conspiradores de la CIA es algo más de un símbolo abandonado a las fauces del imperio: es aceptar un cierre de ciclo a favor del neoliberalismo que se pretende redivivo. Es entonces así que la declaración chino-rusa suena como un clarín convocando a la resistencia, insuflando el oxígeno imprescindible mientras arrecia la demolición sobre los liderazgos duramente construidos, sobre todas y cada una de las transformaciones erigidas durante estos largos quince añ os, a favor de los pueblos y sobre los pueblos mismos, socavando sus salarios, trabajos y libertades.
Como decíamos, son las continuidades de los sucesos mismos los que nos guían en el análisis que señ ala que, sin negar las consideraciones bilaterales y regionales, el llamado golpe blando en Brasil tiene una contextura geopolítica sustancial a la confrontación entre el ya viejo imperio norteamericano que medró en la unipolaridad que sobrevino a la caída del muro de Berlín pero que no logra ponerle freno a un mundo multipolar que con esfuerzo, sangre y sufrimiento los pueblos construyen para tener un espacio de autonomía y libertad para erigir su propio destino.
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