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Las masas latinoamericanas ante una dualidad

Fuentes: Rebelión

¿Podrán los movimientos sociales resistir los avances del capitalismo neoliberal y, al mismo tiempo, ir más allá del estatismo limitado de los gobiernos progresistas?

El año pasado fue testigo de significativos retroce­sos en lo que se ha denominado la «marea rosa» en América Latina (una década de gobiernos progresis­tas en varios países de América del Sur). En Brasil, un impresionante golpe de Estado legislativo remo­vió a Dilma Rousseff del poder; ésta fue reemplazada por Michel Temer, un neoliberal corrupto que nom­bró rápidamente a un gabinete sin un solo integrante de las minorías nacionales y sin una sola mujer; ello, en un país multirracial. En Argentina, la elección del derechista Mauricio Macri después de las administra­ciones peronistas de izquierda de los Kirchner (Cris­tina y Néstor), ha traído severas medidas de austeri­dad, lo que ha aumentado los niveles de pobreza. En Venezuela, con una economía colapsada, el gobierno de Nicolás Maduro -quien se convirtió en presiden­te tras la muerte de Hugo Chávez- se ha enfrentado a protestas masivas para exigir un referéndum para su destitución, después de que, en las elecciones le­gislativas, su partido fue fuertemente repudiado. En Bolivia, un referéndum que habría de permitir que el presidente Evo Morales pudiera contender una vez más para presidente en 2020, fue derrotado en una cerrada votación. En Ecuador, el presidente Rafael Correa, después de tres períodos en el cargo, a menu­do en conflicto con grupos indígenas y ambientalis­tas, ha decidido no intentar cambiar la Constitución para permitirse un nuevo mandato.

Son las masas y los movimientos sociales latinoa­mericanos quienes, con sus acciones y esperanzas, crearon la posibilidad para un nuevo comienzo en América del Sur a finales del siglo XX y principios del XXI. ¿Ahora, a la mitad de la segunda década de este nuevo siglo, este comienzo, ese nuevo momento se nos está escapando? Son las masas de América del Sur quienes están sintiendo el peso de este «fin del ciclo»: no sólo con el retorno de la pobreza extrema y el aumento del desempleo, la pérdida de derechos conquistados, la imposición de la austeridad y la po­sibilidad de una nueva represión abierta, sino también con la imposición de nuevos obstáculos que impiden la unidad hacia un futuro emancipador que se han es­forzado por obtener.

Sólo podemos seguir avanzando hacia nuevos principios humanos si comprendemos nuestra actual realidad neoliberal y capitalista de Estado -lo cual incluye las limitaciones y contradicciones de los go­biernos progresistas de esta última década y media- y establecemos de forma más concreta y más total (universal) vías hacia un futuro liberador.

¿Cómo es que llegamos a este punto?

En un nivel fundamental, el problema radica en el lugar que América Latina ocupa en el mercado mun­dial del capitalismo. Existe una fuerte dependencia respecto de los precios mercantiles de la materia pri­ma que se exporta. En el «boom» de los años 90 y la mayor parte de la primera década del siglo XXI, los precios estimularon las economías de exportación de Venezuela (petróleo) y Brasil (mineral de hierro, soya, aceite), entre otros países. Sin embargo, con la gran recesión en el mundo, ha habido una tenden­cia a la baja, e incluso un colapso, en el precio de la materia prima que muchos países de América Latina producen para colocar en el mercado mundial. Eso ha sumido a algunas economías, en particular las de Venezuela y Brasil, en una profunda recesión.

Al mismo tiempo, no podemos olvidar o minimi­zar la presencia masiva del capital estadounidense en su forma militar o bien como «ayuda» económica. El Plan Puebla-Panamá preparó el escenario para Mé­xico y sus vecinos, mientras que el Plan Colombia lo ha extendido, con gran énfasis en la ayuda mili­tar a Colombia y América del Sur. Haberse hecho de la vista gorda ante el golpe militar de Honduras en 2009, si no es que colaborando en él; tratar de aislar a la Venezuela de Chávez y, ahora, de Maduro, no son fantasías o simples teorías conspiracionistas, sino la realidad del imperialismo estadounidense en sus múltiples facetas, desde la Doctrina Monroe hasta el ciberespionaje actual. ¿Cuánta independencia pueden tener los gobiernos latinoamericanos bajo tales cir­cunstancias?

Teniendo en cuenta estas duras verdades, ¿qué nos muestran los gobiernos progresistas de la última dé­cada y media? A pesar de su frecuente retórica an­tiimperialista y anticapitalista, así como de sus lla­mados a construir el socialismo para el siglo XXI, la realidad de sus políticas económicas es que han estado y están atadas al mercado mundial. Difícilmente podría haber sido distinto cuando uno reconoce los límites, tanto en su concepto de «poder», como en qué tipo de visión tienen de la transformación social-económica-política que se necesita en América Latina.

En lugar de una verdadera transformación so­cial -es decir, de cambios revolucionarios desde abajo-, el tema central en cada país fue obtener el control de las instituciones gubernamentales existentes a través de elecciones. Una vez que éstas estaban bajo la nueva dirigencia progresis­ta, se argumentó que se podrían realizar cambios sustanciales.

Baste decir que esos cambios no lograron, ni iniciar la transformación del proceso de trabajo capitalista, ni desprenderse de la red del mercado mundial; a lo sumo, lograron la propiedad estatal o híbridos de pro­piedad privada y del Estado, pero no el control por parte del trabajador desde abajo. Por último, se inició un mercado capitalista latinoamericano en contrapo­sición con el mercado capitalista mundial. Lo que predominó, entonces, fue la «gestión capitalista» a través de la presencia de un Estado fuerte que redis­tribuiría la riqueza, en particular a los pobres.

Límites y contradicciones de la «marea rosa» en América del Sur

A principios de este año, García Linera, vicepre­sidente de Bolivia bajo el mandato de Evo Morales, advirtió que nos encontrábamos en «un momento de inflexión histórica en América Latina», en el que las fuerzas conservadoras están buscando «asumir el control de la gestión y la función estatal […] di­rigiendo un ataque hacia lo que podemos considerar como la virtuosa década de oro de América Latina». (https://www.opendemocracy.net/democraciaabierta/lvaro-garc-linera/am-rica-latina-en-marea-baja).

Si bien es cierto que los conservadores (a menudo con la ayuda de Estados Unidos), están trabajando horas extras para recuperar el control del Estado y para revertir algunos beneficios sociales importantes que se han obtenido en los últimos tiempos, necesi­tamos ser claros acerca de lo que se quiere decir con esto de «virtuosa década de oro de América Latina», a fin de reconocer sus éxitos parciales, pero también sus limitaciones y ser crítico con sus graves contra­dicciones.

¿Qué es, para García Linera, la esencia de esta «vir­tuosa década de oro de América Latina»? Tomar el poder del Estado. Es cierto que, según él, «fuerzas populares […] han asumido las tareas de control del Estado», pero, tanto en sus discursos como en las ac­ciones del gobierno de Bolivia, toda la atención se ha puesto en el Estado. En este sentido, García Linera es un representante ideológico de esta «marea rosa», es decir, de la atracción hacia el estatismo como fuerza rectora, lo cual implica la sustitución del socialismo auténtico construido desde abajo por las masas.

Ninguno de estos gobiernos progresistas podría ha­ber tomado el poder si no hubiera habido movimien­tos genuinos desde abajo en cada país. Y, de hecho, muchos de los que conducen las administraciones progresistas y los congresos han surgido de diversos movimientos sociales. Pero una cosa es ser un mili­tante y pertenecer a un movimiento social de protesta, y otra muy diferente serlo después de un cambio elec­toral. Tener de pronto las manos en «los instrumentos de poder», y creer que precisamente ésa es la vía del cambio, ha sido la base de gran parte de los gobiernos de la «marea rosa». Junto con el poder destructivo del capitalismo neoliberal y la hegemonía económica y militar de Estados Unidos, es dicho estatismo la fuen­te de las limitaciones y contradicciones dentro de la «virtuosa década de oro de América Latina».

Veamos brevemente qué ha pasado con los go­biernos progresistas en Brasil, Argentina, Bolivia y Venezuela. (Para una discusión más completa sobre Venezuela y Bolivia, ver Utopía y dialéctica en la liberación latinoamericana, en http://humanismo-marxista.org/)

Brasil

Inácio Lula da Silva, con su Partido del Trabajo (PT), no habría sido electo presidente sin el apoyo masivo de muchos, muchos movimientos sociales brasileños. Sin embargo, ya en el poder, la atención del Partido no estuvo en las ideas y capacidades de estos movimientos, sino en la gestión de la economía capitalista con una mayor participación del Estado, bajo el control del PT. Sin duda, Lula llevó a cabo una necesaria redistribución de los recursos básicos para los sectores más pobres de la sociedad brasileña, sa­cando así a millones de la pobreza. Pero fue a través del control del aparato estatal, no de la participación de las masas. Cuando la crisis económica golpeó, las masas percibieron sólo un mal manejo de la econo­mía y corrupción extrema por todos lados. ¿Qué Es­tado habrían de defender, si los movimientos sociales habían sido marginados durante más de una década de gobierno del PT?

Argentina

Este país, donde a principios de este siglo la cri­sis económica extrema llevó a las masas a las calles, generando así nuevas formas organizativas como las asambleas de barrio, las ocupaciones de fábricas y los grupos de desempleados activistas; este país, de­cíamos, se convirtió al peronismo de izquierda. Con los Kirchner, algunos de los creativos movimientos sociales desde abajo fueron cooptados, y otros mar­ginados. Por cerca de una década, la economía cre­ció, pero no hubo cambios sustanciales en el terreno socio-político-económico. Cuando la economía una vez más se fue abajo, ¿qué les quedaba por defender a los movimientos sociales?

Bolivia

De 2000 a 2005, se combinaron fuertes movimien­tos sociales: la Guerra del Agua en Cochabamba; los cocaleros dirigidos por Evo Morales; las rebeliones indígenas en el campo, así como grandes manifesta­ciones en la ciudad indígena de El Alto (cerca de La Paz) para poner fin al régimen autoritario, asesino, de Sánchez de Lozada, lo que resultó en la elección de Morales como el primer presidente indígena de Bo­livia. Sin embargo, en lugar de crear una asamblea constituyente de movimientos sociales para redactar una nueva constitución, como éstos lo habían exigi­do, Morales y otros crearon en cambio una asamblea de partidos políticos. El Estado y los partidos polí­ticos tomaron precedencia sobre los movimientos sociales desde abajo. Esto puede ser visto en varias tensiones/confrontaciones que se desarrollaron entre el gobierno y, sobre todo, grupos indígenas, ya fuera por el intento de aumentar los precios del gas, ya en el intento desarrollista de construir una carretera en el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure (TIPNIS). Mientras que la importancia de un presi­dente indígena, después de una larga historia de racis­mo en Bolivia, no puede ser subestimada, el fracaso de un referéndum para permitir una nueva elección presidencial de Morales sí fue una indicación de insa­tisfacción con el estatismo y el híbrido desarrollista-estatista-neoliberal que Morales y García Linera han estado llevando a cabo. Muchas comunidades indíge­nas están pidiendo otra forma de proceder.

Venezuela

Chávez -sobre todo después de que la población salió en masa para detener un golpe en su contra- se avocó a construir lo que él denominó «socialismo del siglo XXI». Ciertamente su retórica, y en parte sus programas, fueron los más radicales de los gobiernos progresistas de América Latina. Sin embargo, ha­bía también contradicciones y limitaciones. ¿Cómo construir el socialismo mientras se es completamente dependiente de la mercancía por excelencia del capi­tal: el petróleo? Con todo y el liderazgo carismático de Chávez, ¿podía el socialismo estar construido de arriba hacia abajo, sin tener sustancialmente presente una base proletaria y campesina? ¿Qué ocurre cuan­do el precio de ese producto fundamental -el petró­leo- colapsa, y el líder carismático ya no está ahí? Simplemente, pensemos en la situación de Venezuela el día de hoy.

Trascendiendo el momento actual

Se necesitan tres puntos de partida interrelacio­nados para encontrar formas de trascender el mo­mento presente: 1) Una visión de las masas de América Latina como razón y fuerza de la trans­formación social; 2) una disposición a eliminar el concepto de que el estatismo o el capitalismo de Estado son una transición al socialismo, a un nue­vo humanismo, y 3) ver la necesidad y aceptar el reto de elaborar una filosofía de la revolución que, a la vez que se base en la dialéctica histórica (ex­presada en su forma más plena en la metodología y la visión del marxismo de Marx), esté abierta a la necesaria recreación como una filosofía de la revolu­ción de nuestro tiempo en relación con el momento objetivo y con el movimiento de masas desde la prác­tica que es en sí mismo una forma de teoría.

No puede haber duda de que la acción y el pensa­miento de las masas de América Latina ha sido, es, y será la fuente crucial para la transformación social. Los partidos u organizaciones que pretenden ser ra­dicales, pero cuyos programas no están en una rela­ción profunda, abierta, con las masas, escuchando y aprendiendo de sus movimientos, son incapaces de hacer una contribución seria.

No podemos permitir que el odio que le tenemos al capitalismo privado y al imperialismo del Norte nos desvíe de la comprensión de las graves contradiccio­nes históricas del llamado comunismo (léase capita­lismo de Estado) en el siglo XX, ahora proclamado nuevamente por algunos pseudo revolucionarios la­tinoamericanos -y otros- en las primeras décadas del siglo XXI. Ni el fetiche de la propiedad estatal, ni el del partido de vanguardia, son caminos viables a las demandas de la humanidad por un nuevo mundo.

Sin preparación filosófica para la transformación social en su pleno sentido emancipador, no hay revo­luciones latinoamericanas posibles. El pensamiento dialéctico emancipador no es un ejercicio académico, sino el necesario trabajo del espíritu, la cabeza y la acción, si es que vamos de una vez por todas a erra­dicar el capitalismo en todas sus formas económicas, políticas y sociales, y crear así libremente un nuevo comienzo humano.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.