Traducido del francés para Rebelión por Susana Merino
Como si la campaña estadounidense no hubiera sido lo bastante lamentable aquí tenemos otra, esta vez en Francia.
El sistema francés es muy diferente del sistema estadounidense, con la competencia de varios candidatos y una segunda vuelta, la mayor parte de ellos capaces de expresarse muy bien aún hasta en el abordaje de temas verdaderamente políticos. Los espacios gratuitos en televisión reducen la influencia del dinero. La primera vuelta el 23 de abril determinará quienes serán los dos finalistas en las elecciones del 7 de mayo, lo que posibilita mayores posibilidades electorales que en los EE.UU.
Y pese a la superioridad de su sistema los líderes de nuestra clase política pretenden emular las costumbres del imperio hasta hacerse eco del tema que dominó el show 2016 del otro lado del Atlántico. Los diabólicos rusos la emprenden contra nuestra maravillosa democracia.
El comienzo del sistema estadounidense se inició con las «primarias» que tuvieron lugar en los dos principales partidos gubernamentales que manifiestamente aspiran a convertirse en el equivalente de los Demócratas y los Republicanos en un sistema de dos partidos. El partido de derecha del expresidente Nicolás Sarkozy ya se ha rebautizado. Los Republicanos y los dirigentes del llamado partido socialista están esperando la ocasión de proclamarse los Demócratas. Pero dado cómo van las cosas parece que esta vez ni uno ni otro están seguros de alcanzar sus objetivos.
Dada la falta de popularidad del Gobierno socialista del presidente saliente François Hollande, los Republicanos han sido considerados los favoritos para ganar a Marine Le Pen, a quien todas las encuestas favorecen en la primera vuelta. Ante una perspectiva tan prometedora, la primaria de los Republicanos ha generado más del doble de votantes voluntarios (haciendo una contribución y comprometiéndose con los «valores» del partido para poder votar) que los de los socialistas. Sarkozy fue eliminado pero lo más sorprendente es que también lo fue su favorito, el confiable alcalde de Burdeos Alain Juppé, que bailoteaba a la cabeza en las encuestas y los editoriales de la prensa.
Los valores familiares de Fillon
En sorprendente manifestación del gran desencanto público hacia la escena política, los electores republicanos han concedido la victoria al ex primer ministro François Fillon, un católico practicante políticamente ultraliberal en lo local: reducción de impuestos a las ganancias a las empresas, drásticos recortes de los subsidios sociales incluyendo el seguro de salud, acelerando lo que ya han hecho los gobiernos precedentes pero más abiertamente. Y lo menos convencional es que Fillon condena fuertemente la actual política antirrusa. También está en desacuerdo con la política socialista de derrocar a Assad, manifestando su simpatía por los cristianos perseguidos en Siria y por su protector, el Gobierno de Assad.
Fillon tiene además el respetable aspecto de una persona que puede llegar a entregarse al buen Dios, sin haberse confesado. Como tema de campaña ha puesto el acento en su virtuosa capacidad de luchar contra la corrupción.
¡Pero lo pescaron! El 25 de enero pasado el semanario semi satírico Le Canard enchaîné lanzó los primeros dardos de una iniciada campaña mediática concebida para destruir la imagen del Señor Puro, revelando que su mujer, la inglesa Penélope, recibía un sueldo en calidad de su asistente. Sin embargo como se conoce a Penélope como una mujer de hogar que cría a sus niños en el campo, la existencia de dicho empleo ha sido seriamente puesta en duda. Fillón también pagó a su hijo por tareas no discriminadas y a su hija por colaborar con él en la redacción de un libro. En cierto sentido estas denuncias muestran la fuerza de los valores familiares del candidato conservador. Pero su estima ha caído y corre el riesgode que le abran causas penales por fraude.
El escándalo es real pero resulta sospechoso el momento en que se ha desatado. La información tiene varios años de antigüedad y el momento de su publicación ha sido bien calculado como para asegurar su fracaso. Además al día siguiente de que aparecieran las revelaciones de el Canard enchaîné comenzó el juicio. Dadas todas las trapisondas no divulgadas y los crímenes sangrientos sin resolver cometidos por el Estado francés a lo largo del tiempo, especialmente en lo relativo a las guerras en el extranjero, un enriquecimiento familiar parece algo relativamente poco importante. Pero en realidad no es así como el público lo ve.
¿Cui bono? (1)
Se estima en general que aunque la candidata del Frente Nacional Marine Le Pen se halle permanentemente a la cabeza de las encuestas, cualesquiera fuere quién llegue a la segunda vuelta la superará porque la clase política y la prensa se unirán al grito de ¡Salvemos la república! El miedo al Frente Nacional como «amenaza a la república» se ha convertido en una especie de chantaje para proteger a los partidos tradicionales que estigmatizan como inaceptables vastas propuestas de la oposición. En el pasado los dos partidos principales se mantuvieron en astuta connivencia con el objeto de fortalecer al Frente Nacional y ganar los votos de sus adversarios.
De manera que hacer caer a Fillon acrecienta las chances de que el candidato de un partido socialista totalmente desacreditado en la actualidad pueda recuperar mágicamente una segunda posición como la del caballero que derrotará al dragón Le Pen. Pero ¿quién es justamente el candidato socialista? Todavía no está claro. Está el candidato oficial del partido Benoît Hamon. Pero el subproducto independiente de la administración Hollande, Emmanuel Macron «ni de derecha ni de izquierda» cuenta con el apoyo de la derecha del partido socialista como también de la mayor parte de la élite globalista neoliberal.
Macron es el vencedor programado. Pero echemos una ojeada primero a su oposición de izquierda. Con menos del diez por ciento de popularidad François Hollande se entregó de mala gana al llamamiento de sus colegas con el objeto de evitar la humillación de una aplastante derrota si se presentaba a un segundo mandato. La primaria poco concurrida del partido socialista debía elegir al favorable pro primer ministro Manuel Valls o a su izquierda a Arnaud Montebourg, una especie de Warren Beatty de la política francesa notable por sus vinculaciones románticas y sus reclamos en pro de la industrialización de Francia.
Pero, ¡he aquí una nueva sorpresa! El vencedor fue un deslucido y poco conocido farsante del partido, Benoit Hamon, que cabalgó sobre la ola de descontento popular apareciendo como crítico y como una alternativa «de izquierda» a un Gobierno socialista que ha traicionado todas las promesas de Hollande de combatir a las «finanzas» y que en cambio ha atacado los derechos de los trabajadores. Hamon ha salpimentado su reivindicación de hombre de izquierda presentando un recurso bastante de moda en otras partes de Europa pero una novedad en el discurso político francés: el «salario básico universal» es decir la idea de asignar un ingreso a cada ciudadano, el mismo para todos, que puede ser atractiva para los jóvenes para los que es difícil encontrar trabajo. Peo esa idea apoyada por Milton Friedman y algunos otros apóstoles del capitalismo financiero, aislada es una trampa. El proyecto tiene por asumido que la falta de empleo es permanente y opuesto a los proyectos que proponen crear más empleo o compartir el trabajo. Sería financiado a partir del reemplazo de toda una panoplia de asignaciones sociales en nombre de la «eliminación de la burocracia» y de la «libertad de consumo». Ese proyecto terminaría debilitando a la clase obrera como clase política destruyendo su común capital social representado por los servicios públicos dividiendo a las clases dependientes entre trabajadores pagados y consumidores ociosos.
Existen pocas posibilidades de que el salario básico universal se convierta en un tema serio y que sea realmente asumido por el orden del día de la política francesa. Por el momento la reivindicación de radicalidad de Hamon está sirviendo para desviar a los electores del candidato de la izquierda independiente Jean-Luc Melenchon. Uno y otro rivalizan en la búsqueda de apoyo de los Verdes y de los militantes del partido comunista francés que ha perdido toda capacidad de plantear sus propias posiciones.
La izquierda dividida
Orador impresionante, Melenchon se hizo conocer como opositor al primer proyecto de constitución europea que fue claramente rechazado por los franceses pero que luego fue aprobada con otro nombre por la Asamblea Nacional francesa, Como mucha gente de izquierda en Francia, Melenchon es un viejo trotskista (más sensible a las revoluciones del Tercer Mundo que sus rivales) que se pasó al partido socialista que luego abandonó para fundar en 2008 el Frente de Izquierda. Ha cortejado también esporádicamente al Partido Comunista que estaba a la deriva para que se una al Frente de Izquierda y finalmente se ha autoproclamado candidato a la presidencia desde un nuevo movimiento independiente llamado «Francia rebelde». Melenchon combate a la dócil prensa francesa mientras defiende posiciones no ortodoxas, elogiando a Chávez por ejemplo, o rechazando la rusófoba política exterior francesa. A diferencia del convencional Hamon, que se mantiene en línea con el partido socialista, Melenchon quiere que Francia abandone el euro y la OTAN.
Dos fuertes personalidades se enfrentan en estas elecciones: Melenchon a la izquierda y su escogida adversaria de la derecha Marine Le Pen. En el pasado, en elecciones locales, su rivalidad les impidió recíprocamente ganar aunque ella llegara en punta. Es difícil no compartir sus posturas en materia de política exterior: crítica a la Unión Europea, deseos de abandonar la OTAN, buenas relaciones con Rusia.
Como ambos proceden del lineamiento establecido, los dos son calificados de «populistas», un término que se aplica a cualquiera que preste mayor atención a lo que quiere la gente común que a lo que pretenda el establishmen.
En materia de política social, de preservación de los servicios sociales y de los derechos de los trabajadores, Le Pen está bastante más a la izquierda que Fillon. Pero el estigma endosado al Frente Nacional de partido de extrema derecha se mantiene pese a que siguiendo a su consejero, Florian Philippot, Marine Le Pen ha separado a su padre Jean-Marie y ha realizado algunos ajustes en su partido con el objeto de atraer a la clase obrera. El principal relicto que aún mantiene el viejo Frente Nacional es su hostilidad hacia los inmigrantes, que actualmente se concentra en el miedo a los terroristas islámicos. Las matanzas terroristas en París y en Niza los han popularizado. Esforzándose por superar el antisemitismo de su padre, Marine Le Pen se esmera en cortejar a la comunidad judía, apoyándose en su «ostentoso» rechazo al islam para el que ha reclamado la prohibición de llevar velo en público.
Una segunda vuelta entre Melenchon y Le Pen plantearía un enfrentamiento entre una izquierda reavivada y una revivificada derecha, un verdadero cambio en la ortodoxia política que ha alienado a una buena parte del electorado. Algo que podría volver a hacer de la política algo excitante. Mientras crece el descontento popular hacia «el sistema» se sugiere (el mensuario no conformista Causeur de Elisabeth Lévy) que el antisistema de Melenchon podría tener mayor oportunidad de vencer al antisistema de Le Pen, atrayendo los votos de la clase obrera.
Cómo construir un consenso
Pero el establishment neoliberal pro-OTAN y pro-Unión europea se empeña en impedir que eso suceda. En todos los artículos de las revistas, así como en todos los talk shows, los medios muestran su lealtad hacia un candidato moderado: «¡Nuevo! ¡Mejorado!» vendido al público como un producto de consumo. Esas reuniones formadas por jóvenes voluntarios cuidadosamente elegidos y ubicados frente a las cámaras estallan en delirantes clamores ante la menor declaración del orador agitando banderas y gritando: Macron presidente! antes de ir a la fiesta con que se los recompensa. Nunca se ha parecido tanto a un robot un candidato serio a la presidencia en el sentido de ser una creación artificial concebida por expertos para una tarea específica.
Emmanuel Macron era un banquero de negocios de primer nivel que ganaba millones al servicio de la banca Rotschild cuando en 2007, con 29 años, el brillante y joven economista fue invitado a participar en el cónclave de los grandes por Jacques Attali, un gurú inmensamente influyente que jugó un papel central en los años 80 en la conversión del partido socialista al globalismo neoliberal procapitalista. Attali lo hizo entrar en su grupo privado de reflexión la, «Comisión para la liberación del crecimiento francés» que había ayudado a la concepción de las «300 propuestas para cambiar Francia» presentadas al presidente Sarkozy un año más tarde como un proyecto de gobierno. Sarkozy fracasó al ponerlas en marcha por temor a las reacciones sindicales, pero los socialistas llamados «de izquierda» se permitieron drásticas medidas antisindicales gracias a un discurso más tranquilizador.
Un discurso que fue objetivado por el candidato presidencial François Hollande en 2012 cuando despertó gran entusiasmo al declarar en un mitin: «Mi verdadero enemigo es el mundo financiero». La izquierda aplaudió y votó por él. Mientras tanto y por precaución había despachado a Macron a Londres para asegurar a la élite financiera de la City que solo se trataba de un discurso electoral.
Luego de su elección en 2014 Hollande incorporó a Macron a su equipo. Inmediatamente le designó un alto puesto del Gobierno de connotaciones supermodernas como ministro de Economía, Finanzas e Industria. Con el encanto silencioso de maniquí de un gran negocio, Macron eclipsó a su irascible colega, el primer ministro Manuel Valls, en el marco de una silenciosa rivalidad para suceder a su jefe el presidente Hollande. Macron se granjeó el afecto de las grandes empresas dando a su reformas antisindicales y un aire joven propio y «progresista». En los hechos siguió casi toda la agenda de Attali.
El tema de «la competitividad». En un mundo globalizado un país debe atraer inversión de capitales para ser competitivo y por eso mismo es necesario disminuir los costos laborales. Una de las formas clásicas de hacerlo es impulsar la inmigración. Con el crecimiento de las políticas identitarias la izquierda se halla mejor ubicada que la derecha al justificar una inmigración masiva en términos morales, como medida humanitaria. Por tal razón tanto el partido demócrata de los EE.UU. como el partido socialista en Francia se han convertido en los socios políticos de la globalización neoliberal. En conjunto han cambiado las perspectivas oficiales de la izquierda en cuanto a medidas estructurales que promueven la igualdad económica en el terreno moral, promoviendo la igualdad de las minorías y de las mayorías.
Solo en el último año Macron fundó (o fundaron para él) un movimiento político bautizado «¡En marcha!» caracterizado por la realización de reuniones públicas con la participación de jóvenes gruppies con remeras con la inscripción Macron. Al cabo de tres meses sintió la necesidad de dirigir el país anunciando su candidatura a la presidencia. Muchas personalidades desertaron del naufragado barco socialista y se unieron a Macron, cuya política fuertemente similar a la de Hillary Clinton sugiere que es él quien es capaz de mostrar el camino para la creación de un partido demócrata francés según el modelo estadounidense. Hilary perdió, es cierto, pero sigue siendo la favorita del «OTANistán». Y es evidente que la cobertura mediática de los EE.UU. confirma esta noción. Una mirada a un artículo de Robert Zaretsky en Foreign Policy aclamando «al político francés anglófono y germanófilo que Europa esperaba» no deja lugar a dudas, Macron es ciertamente el preferido de la élite globalizante transatlántica.
La culpa es de los rusos
Ante esta eventualidad existe un argumento preventivo directamente importado de los EE.UU.: «¡La culpa es de los rusos!»
¿Qué es lo tan terrible que han hecho los rusos? En realidad han manifestado que para jefes de gobierno prefieren más tener amigos que enemigos, ¡el gran negocio! Los medios informativos rusos critican o entrevistan a gente que critica a los candidatos hostiles a Moscú. Nada extraordinario, entonces.
A modo de ejemplo de tan chocante injerencia, que pretendidamente pone en riesgo a la República francesa y sus valores occidentales, la agencia de información rusa Sputnik entrevistó a un miembro republicano del Parlamento francés, Nicolas Dhuicq, que osó decir que Macron podría ser un «agente del sistema financiero estadounidense», lo que es por lo menos evidente. Pero lo que ha resultado el escándalo mayor se ha basado en este detalle para acusar a los medios estatales rusos de «comenzar a hacer circular rumores de que Macron ha tenido una relación extramarital homosexual» (The EU Observer, 13 de febrero de 2017). En realidad esta «calumnia sexual» circulaba ya en todos los medios homosexuales de París para los que el escándalo, si lo hay no, tiene que ver con la orientación sexual de Macron sino con el hecho de negarla. El viejo alcalde de París Bertrand Delanoë era abiertamente homosexual, el brazo derecho de Marine Le Pen, Florian Philipot, es homosexual. En Francia ser homosexual no es un problema.
Macron está apoyado por un «lobby homo muy importante» habría afirmado Dhuicq. Todo el mundo sabe de qué se trata: Pierre Bergé, el rico e influyente director comercial de Yves Saint Laurent, la personificación extrema de lo chic, feroz partidario de la gestación subrogada, un tema candente en Francia, es donde se halla la verdadera controversia luego de la fracasada oposición al matrimonio homosexual.
El Estado profundo asoma a la superficie
La sorprendente adopción en Francia de la campaña antirrusa estadounidense muestra la titánica lucha por el control del «relato», la versión de la realidad internacional consumida por las masas de gente que no pueden realizar sus propias investigaciones. El control del «relato» es el corazón crítico de lo que Washington llama su «soft power». El «hard power» puede desatar guerras y derribar gobiernos. El «soft power» explica a la gente por qué eso era lo que convenía hacer. Los EE.UU. pueden literalmente permitirse tanto tiempo como puedan contar una historia que los favorezca sin el riesgo de que alguien los contradiga en forma fidedigna. En lo referente a los puntos sensibles del mundo, ya sea Irak, Libia o Ucrania, el control del relato se halla fundamentalmente ejercido por la asociación entre los servicios de información y los medios. Los servicios de información escriben la historia y los medios la cuentan.
En conjunto las fuentes anónimas del «Estado profundo» y los medios masivos se han acostumbrado a controlar el relato que llega al público. Y no quieren abandonar ese poder. No lo quieren seguramente ver replicado por los outsiders, especialmente por los medios rusos que cuentan una historia diferente.
Tal es una de las razones de la campaña en curso extraordinariamente orientada a denunciar a los medios rusos y a otros medios alternativos como difusores de «falsas noticias» con el objeto de desacreditar a las fuentes rivales. La existencia misma de la cadena rusa internacional RT ha suscitado una inmediata hostilidad: ¡cómo es posible que los rusos osen inmiscuirse en nuestra versión de la realidad! Hilary Clinton se puso en guardia contra RT cuando era secretaria de Estado y su sucesor John Kerry denunció a esa cadena como un megáfono de propaganda. Lo que nosotros decimos es verdad, lo que ellos dicen no es otra cosa que propaganda.
La denuncia de los medios rusos y la pretendida «injerencia rusa en nuestras elecciones» constituye una gran invención de la campaña de Clinton que infecta inmediatamente el discurso público de Europa occidental. Esta acusación es un evidente ejemplo del doble estándar, o de la proyección, dado que el espionaje de los EE.UU. a todos, incluidos sus aliados, y la injerencia de los EE.UU. en las elecciones de otros países son públicamente notorios.
La campaña que denuncia las «falsas noticias» que parten de Moscú golpea fuertemente tanto a Francia como a Alemania en proximidad de las elecciones. Es esta acusación la que envenena la campaña, no los medios rusos. La acusación de que Marine Le Pen es «la candidata de Moscú» no solo supone arruinar sus chances, sino que también se trata de un globo sonda capaz de suscitar una «revolución de color» si por ventura ganara la elección del 7 de mayo. La injerencia de la CIA en las elecciones extranjeras no se limita a emitir boletines noticiosos controvertidos.
Ante la ausencia de una auténtica amenaza rusa en Europa, afirmar que los medios rusos «interfieren en nuestra democracia» tiende a señalar a Rusia como un enemigo agresivo y en consecuencia el enorme aumento del potencial militar de la OTAN en el noreste de Europa, que reaviva el militarismo alemán y desvía la riqueza nacional a la industria armamentística.
En cierto modo la elección francesa es una extensión de la elección estadounidense en la que el Estado profundo perdió su candidata preferida, pero no el poder. Las mismas fuerzas actúan aquí apoyando a Macron como si fuera un Clinton francés, pero prestos a estigmatizar a todo oponente como un instrumento de Moscú.
Lo que ha sucedido estos últimos meses ha confirmado la existencia de un Estado profundo que no es solo nacional sino también transatlántico y aspira a ser global (mundial). La campaña antirrusa es una revelación. Muestra a mucha gente que ciertamente existe, un Estado profundo. Una orquesta transatlántica que toca la misma melodía aparentemente sin director de orquesta. El término «estado profundo» también aparece a menudo entre los fieles al sistema como una realidad imposible negar aunque sea difícil definirla con precisión. En lugar de «Complejo militar industrial» se debería llamar «Complejo mediático inteligente-militar-industrial». Su poder es enorme, pero reconocer que existe es el primer paso para librarnos de él.
Nota:
(1) Cui bono = a quién beneficia
Diana Johnstone para Counter Punch
Texto original en inglés: France : Another Ghastly Presidential Election Campaign ; the Deep State Rises to the Surface . Diana Johnstone from Paris, France, February 17, 2017. CounterPunch . Usa, le 17 février 2017.
Traducido del inglés para Arrêt sur Info por Marcel Barang.
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.