Cuando niños solíamos entonar «Mambrú se fue a la guerra», inocentes de lo que ésta representaba para la humanidad. Europa vivió dos guerras mundiales, con un saldo de más de sesenta millones de muertes, sin contar los heridos, mutilados y desplazados. Entonces los europeos prometieron salvaguardar la paz a toda costa. Hoy el flagelo de […]
Cuando niños solíamos entonar «Mambrú se fue a la guerra», inocentes de lo que ésta representaba para la humanidad. Europa vivió dos guerras mundiales, con un saldo de más de sesenta millones de muertes, sin contar los heridos, mutilados y desplazados. Entonces los europeos prometieron salvaguardar la paz a toda costa.
Hoy el flagelo de la guerra parece más distante e impersonal, porque aquella experiencia ha sido transformada, desde finales del siglo XX y en los albores del XXI con operaciones militares en otros continentes, donde los europeos secundan a su principal aliado: los Estados Unidos.
Sarajevo y Bosnia sólo fueron el preámbulo para ulteriores acciones «en nombre de la paz», en la lucha denominada antiterrorista o en acciones más complejas, inducidas por la Alianza Trasatlántica. ¿Actores o coautores? La definición jurídica puede oscilar, según quien califique. Lo evidente es que Europa asiste y participa en múltiples escenarios bélicos y veinte Estados de la Unión Europea integran la OTAN, mientras que tres son socios asociados, escaño inmediato inferior para ingresar a la Organización.
Si recontamos los pretextos para la guerra podríamos imitar la canción infantil. Pero con, o sin ella, la presencia europea se patentiza y metamorfosea hasta abarcar cuatro continentes. El rechazo popular es secundario para los gobernantes europeos, sólo importa cumplir los objetivos, pese al enunciado del prólogo en el Tratado Constitucional Europeo: «Europa desea obrar en pro de la paz, la justicia y la solidaridad en el mundo» o en sus objetivos: «la finalidad de la Unión es promover la paz, sus valores y el bienestar de sus pueblos«. Los otros pueblos son irrelevantes. Sin embargo, en el capítulo destinado a Política Exterior y de Seguridad Común, la PAZ o la evitación de la guerra son omisas.
El terrorismo de Estado, el genocidio anti-iraquí o anti-afgano, o el terrorismo mediático que los Estados desarrollados despliegan para incitar a acciones coercitivas contra la República Popular Democrática de Corea, Irán o Siria se interpretan como normales y lógicos para Europa, tanto en sus relaciones con Israel y ante el conflicto palestino, como en la instigación de «intervenciones humanitarias», como es el caso de Haití, donde precisamente los derechos humanos están peor que antes, desde el ingreso de las Naciones Unidas, Francia y otros europeos, que reconocen el clima de violencia, por el que más de mil personas han sido víctimas de la ocupación.
Y es porque la neoglobalización de la ilegalidad jurídica internacional se ha convertido en algo cotidiano para la mayoría de la comunidad eurocomunitaria. Veamos sino la reticencia o el distanciamiento ante las violaciones innegables del gobierno norteamericano contra los «detenidos ilegales» en las bases de Abu Ghraib y Guantánamo. Las fuerzas de ocupación en Afganistán-y no merecen otro nombre, según el Derecho Internacional– estarían obligadas a proteger a los talibanes y milicias según el Convenio III de Ginebra, porque los prisioneros de guerra provenientes de Al Quaeda o sospechosos de serlo, son prisioneros de guerra, por tratarse de un conflicto internacional.
Europa ha silenciado durante varios años la verdadera esencia del «combatiente no privilegiado» inventada por los Estados Unidos, pero tampoco ha mostrado intención de que se establezca un tribunal competente, caso de que no tengan el derecho al estatuto de prisioneros. Estados Unidos no aplica su propia norma nacional de 1997 con la categoría de prisioneros de guerra. La TORTURA, cometida en Irak o Afganistán, contraviene ocho normas del Derecho Internacional, cinco del Derecho Internacional Humanitario y tres sobre Derechos Humanos. Pero, además, en el caso de Guantánamo, los Estados Unidos y el silencio cómplice de sus aliados europeos, niegan el Artículo 2 del Convenio para la Explotación Carbonera y Naval, al permitir la utilización de ese territorio como campo de concentración.
Los reductos de guerras precedentes o actuales han colocado a Europa ante una situación peligrosa, como es el caso de las minas, los artefactos explosivos abandonados, proyectiles de artillería, granadas de mortero, misiles y bombas racimos, ensayadas desde la guerra en la exYugosavia. No es posible olvidar que las explosiones de uranio empobrecido fueron estrenadas en ese territorio, para utilizarse-pocos años más tarde-en los conflictos bélicos del presente siglo. De los 82 Estados sufrientes de estas armas, Polonia heredó los resultados de la invasión nazi; Kosovo se encuentra entre los más afectados, con 30 mil artefactos sin estallar, Bosnia-Herzegovina y Chechenia. Afganistán integra la lista actual, sin olvidar Irak, donde todavía no sería «útil» declararlas.
La enajenación bélica europea y su necesidad de atemperarse a los compromisos trasatlánticos se expresa en el último decenio con la proliferación de cuerpos militares: (EUROCUERPO, (EUROFOR), (EUROMARFOR). SIAF (Fuerza
Anfibia Hispano-Italiana) y El Grupo Aéreo Europeo (European Air Group), entre otros.
La reticencia inicial francesa y alemana de participar directamente en la guerra de Irak o la retirada anunciada por el Gobierno socialista español, se han transformado paulatinamente en asesoría o, como por ejemplo, la reciente instalación de un satélite francés en Afganistán para la detección del movimiento de tropas, la formación estilo «gendarmerie» francesa de la policía iraquí y afgana, el incremento del apoyo sanitario en hospitales germanos a los combatientes norteamericanos Resulta un detalle curioso que solamente la participación de las fuerzas armadas españolas en Bosnia (SFOR), entre 1992 y 2004 asciende a 1.504,34 millones de euros; la Operación de Afganistán (eufemísticamente denominada Libertad Duradera) entre 2002 y 2004 costó 194,58 millones de euros y en Irak desde 2003: 259,24 millones de euros.
Pero lo más significativo es el incremento de tropas «de nuevo tipo» británicas e italianas. No hay que olvidar el reciente escándalo londinense por fondos destinados a un regimiento invisible, que enmascaró la contratación de militares, sólo visibles en Irak. Esa modalidad militar parece que habrá de extenderse en los próximos tiempos, incluso para aplacar la repulsa de las masas a participar en guerras allende los mares, como es el caso de Grecia, donde ya estudian la posibilidad de contratar fuerzas armadas, para disminuir la manifestación de objetores de conciencia, opuestos a enmascarar el «orgullo de defender la patria», donde ésta no tiene necesidad de ser defendida.
Hoy se advierten con mayor frecuencia modalidades participativas, como es el caso del ejército británico, que imita al norteamericano con la utilización de «soldados contratados» y, que en el orden interno, funciona mediante agencias privadas militares o de seguridad. Esta terminología «comercial» no oculta el delito de mercenarismo.
Un recuento nos permitiría recordar que los belgas aplicaron durante su fase final en el Congo al mercenario, lo que más tarde introdujeron Savimbi y Mobuto en Angola. En Surafrica el hijo de la Primer Ministro británica utilizó mercenarios contratados en un intento de golpe de Estado. Posiblemente por ese motivo, los africanos hayan sido los pioneros al concertar un convenio contra el mercenarismo, que para serlo, se sustenta en «la intención de causar daño, mediante la remuneración monetaria u otros favores». En el ocupado Irak, con el sobrenombre de agentes de seguridad privados-antiguos combatientes de ejércitos profesionales contratados-desmovilizados del ejército de Su Majestad británica fungen como ejército irregular buscando fortuna en calidad de «Agentes de Seguridad Privados», con una paga de 15 mil dólares mensuales (varias fuentes señalan 15 mil británicos contratados contra 8,700 soldados de las fuerzas regulares de ese país).
Luego de nueve años de negociaciones, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó, sin votación, el 4 de diciembre de 1989, la Convención Internacional contra el Reclutamiento, utilización, financiación y entrenamiento de mercenarios, que requiere 20 ratificaciones para entrar en vigor. ¿Adivinamos quién se opone?: Estados Unidos. Entre los 24 Estados prestos a consentir su obligación internacional, sólo son europeos: Azerbaiyán, Belarús, Bélgica, Chipre, Croacia, Georgia, Italia, Turkmenistán y Ucrania. No han ratificado la Convención, habiéndola suscrito: Alemania, Polonia, Rumania y Yugoslavia.
El mercenarismo comienza a integrarse discreta, pero eficazmente en diversas empresas transnacionales en la economía y los servicios europeos. Su mayor peligro radica en la extensión de este mal a los escenarios bélicos donde Europa está presente. EUROPA está en la guerra.
Leyla Carrillo Ramírez. Centro de Estudios Europeos. Miembro de las Sociedades Científicas de Derecho Internacional y Constitucional de la Unión de Juristas de Cuba