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Italia, piérdete

Fuentes: Rebelión

Dice Francis Bacon que hay países chicos que gobernados por buenas manos adquieren grandeza, y países grandes que en manos de malos gobernantes se achican. Es éste el caso de Italia: un gran país, un país precioso, lleno de tesoros, que hoy por hoy es un país de mierda, con perdón. Fastidia hablar mal de […]

Dice Francis Bacon que hay países chicos que gobernados por buenas manos adquieren grandeza, y países grandes que en manos de malos gobernantes se achican. Es éste el caso de Italia: un gran país, un país precioso, lleno de tesoros, que hoy por hoy es un país de mierda, con perdón.

Fastidia hablar mal de un país que no es el de uno, pero Italia, no siéndolo, lo es. Al menos, su patrimonio. Por tanto, seamos patriotas, mas no como la hipócrita traidora de Regania ni como su hermana Gonerila, que, llamada a lisonjear a su padre y rey Lear, no duda en decir que lo quiere más que a «la luz de mis ojos, al espacio y que a la libertad». Seamos patriotas con Italia como la joven Cordelia lo es con su padre y con su patria: amándola «conforme a nuestro deber: ni más ni menos». Ser patriota es más dar disgustos que glorias. (Lo de las Reganias y las Gonerilas, que abundan por doquier, es patrioterismo).

Apuremos el caliz de la amargura a la salud de Italia. Brindemos con cicuta porque Forza Italia es el partido más votado, porque la diferencia de votos supera con creces la que Bush logró sobre Kerry en Florida, sólida base para una guerra infinita, y apresurémonos a celebrar este coitus interruptus de la victoria de Prodi, sonriendo mientras vemos a Silvio decir con su pérfida ironía: «¿Acaso pensabais que os habíais librado de mí?».

Desengañémonos. La Italia que nos gustaría no existe. La Italia real es otra.

Es la Italia sin reglas, la Italia del conflicto de intereses epidémico.

Es la Italia en la que sólo cuatro partidos han presentado listas sin condenados en firme en estas elecciones.

Es la Italia de los prescritos, la Italia de Andreotti, que a sus 87 años ha estado a dos votos de tener en sus manos los derroteros del ejercicio político en el Senado.

Es la Italia del senador Marcello Dell’Utri, creador de Forza Italia, condenado en primera instancia a 9 años por concurso externo en asociación mafiosa tras ocho largos años de juicio; la Italia de la justicia eterna…

No es una Italia antigua ni anciana: es una Italia vieja, sin ardor juvenil sincero.

Es la Italia de más de un 60% de voto transversal de orientación católica. Es la Italia que ha sacrificado el laicismo del estado y se lo ha entregado a Benedicto XVI y al cardenal Ruini convirtiéndose en punta de lanza de las «raíces cristianas» en Europa.

Es la Italia que emigra a Barcelona por la procreación artificial, a Francia por la píldora RU 486, a Holanda o Bélgica por la eutanasia.

Es la Italia sin ley de parejas de hecho.

Es la Italia de muchos jóvenes del sur que ya ni buscan trabajo y emigran directamente al norte a sabiendas de que no tienen futuro en su tierra.

Es la Italia en la que a un chico de 19 años le han caído dos años y tres meses de cárcel por pasarles un porro a unos amigos.

Es una Italia que -ay Gonerila, ay Regania- miente en los sondeos, sobrada de cinismo y que, votando a Berlusconi, deja bien claro lo que le importa la res publica.

Es la Italia que se niega a ser gilipollas («coglione«) votando a una izquierda que no sabe explicar por qué los impuestos son deseables; la Italia que quiere ser igual de listilla que los más listillos, la Italia que roba porque le roban, la Italia del «yo no voy a ser menos».

Es la Italia del dilema del prisionero, en la que, queriendo ganar todos, todos acaban perdiendo.

Es la Italia trágicamente abusiva.

Es la Italia que casi ha conseguido entrar en la historia gracias a un telegolpe electoral observado con gran interés por la OCSE.

Es la Italia de Porta a porta, salón televisivo de Bruno Vespa, hijo del Duce según su supuesta sobrina Alessandra Mussolini.

Es la Italia de los teletertulianos que se empeñan en negar la influencia de la televisión, asunto hasta tal punto demasiado evidente que llega a acusarse de obtuso o de latoso a quien lo mienta.

Es la Italia de los 50.000 asistentes al funeral televisado de Tommasso, un niño de tres años con cuyo secuestro se nutre a la masa hambrienta de horrores.

Es la Italia de Provenzano, enemigo público número uno, detenido en Corleone el segundo día de las elecciones, desde cuya guarida de pastor, entre achicoria, requesón y una dentadura postiza -nos dicen, en directo y con no pocas cámaras- se ha gobernado Cosa Nostra durante los últimos 15 años.

Es la Italia que sigue subestimando a Berlusconi, la Italia que pretende amordazar la hidra televisiva del Cavaliere mediante el discreto bozal de la par condicio y una Authority (sic) que señala, sin autoridad ninguna, 27 irregularidades durante la campaña electoral.

Es la Italia de la crisis cognitiva, la Italia de los nuevos parlamentarios que, entrevistados, no saben responder a tres preguntas: fecha del descubrimiento de América, fecha de la Revolución Francesa y nombre del Papa; es la Italia de un 7% de gente que compra un libro al año, la Italia del 60% que se maneja de sobra con 2.000 términos, la Italia que desprecia los dialectos, la Italia american-way de los 9.000 anglicismos de su lengua, la Italia del contrato lingüístico ultrajado, la Italia entregada, tumbada frente al frío calor de la hogareña tele, la Italia paciente.

Es Italy, provincia de barras y estrellas, con sus más de 100 bases y sus bombas nucleares.

Es la Italia de los exiliados interiores que, para sobrevivir, se creen en Groenlandia porque no soportan la realidad.

Es la Italia de muchos periodistas comprometidísimos en todos los frentes internacionales (Palestina, Irak, Venezuela, Cuba…) que, sin embargo, no dedican una línea ni al Vaticano ni a la mafia.

Es la Italia de los progresistas que intentan convencernos de que hay que transigir con todo y con todos. Sobre todo, con la ilegalidad.

Es la Italia imposible de gobernar, la Italia que teme otro arreglo chanchullero de la izquierda con Berlusconi, cuyo conflicto de intereses se ha agravado con los años, cuyo imperio no ha sino aumentado.

Es la Italia paradójica del prepotente Aquiles (el centroizquierda) que concede ventaja a la tortuga, caimán o lo que sea (el centroderecha) y jamás lo alcanzará, y siempre perderá, aunque gane.

Por eso, por todo, refugiémonos en el amor antitaliano de los verdaderos patriotas, únicos capaces de decir con Edgardo en las líneas finales del Rey Lear esta incómoda verdad: «Preciso es que nos sometamos a la carga de estas amargas épocas; decir lo que sentimos, no lo que debiéramos decir».

Leopardi, modelo de antitalianismo patriótico, escribe: «Todo está mal. Todo cuanto es, está mal». Viva Italia.

Gorka Larrabeiti es miembro de los colectivos de Rebelión y Tlaxcala (www.tlaxcala.es).