Pese a que los buenos conocedores de la realidad irlandesa lo venían apuntando, los últimos atentados en el norte de la isla han generado gran preocupación sobre sus efectos en el complejo y largo -a veces hasta tedioso- pero a la vez resolutivo proceso de paz en aquellas tierras. Paradójicamente, los disidentes republicanos están intentado […]
Pese a que los buenos conocedores de la realidad irlandesa lo venían apuntando, los últimos atentados en el norte de la isla han generado gran preocupación sobre sus efectos en el complejo y largo -a veces hasta tedioso- pero a la vez resolutivo proceso de paz en aquellas tierras.
Paradójicamente, los disidentes republicanos están intentado coger el testigo del unionismo, que ha dedicado hasta hace bien poco buena parte de los 11 años que han transcurrido desde la firma de los Acuerdos de Viernes Santo para poner chinas en las ruedas de un proceso que prevé, a su final, la pendiente reunificación de la isla.
Pese al «éxito» de sus últimas acciones -dos atentados mortales en 48 horas y reivindicados por dos organizaciones en principio diferentes-, las declaraciones de los principales agentes del proceso apuntan a que este último está asentado desde bases sólidas.
El unionismo ha aplicado la máxima de enfriar el ambiente. Por su parte, Londres ha reiterado los compromisos políticos que asumió en su día y acaba de aprobar la ley que entrega a Belfast los poderes judicial y policial.
Y en la misma línea de evitar la estridencia -tan reñida con la resolución de los problemas, allí, aquí o en Honolulu- Sinn Féin ha denunciado la pulsión política que mueve a los autores de estos atentados pero ha recordado, a la vez, que la respuesta debe ser mayor democracia.
Y eso, en Irlanda, pasa por la aceleración del proceso que permitirá a todos los habitantes de la isla ser dueños de su futuro. Sin condicionantes externos.
A más desafíos, más democracia. A más amenazas, más proceso. Así de simple.