Desconfianza, prejuicios y muy pocos apoyos: Éste es el día a día de miles de mujeres que fueron violadas durante la guerra de Bosnia (1992-1995) catorce años después del fin del conflicto bélico.
Se desconoce cuántas mujeres fueron violadas, pero las estimaciones hablan de al menos 20.000, la mayoría de ellas musulmanas, aunque también hubo serbias y croatas, y las ONG estiman que unos mil niños nacieron de esos abusos.
La situación de olvido se agrava al no existir una ley que les trate como víctimas civiles de la guerra, que atienda su situación específica y les ayude a salir adelante. «Toda la vida es un trauma» para ellas, afirma a Efe Teufica Ibrahimefendic, sicoterapeuta de Viva, una organización que ayuda a las mujeres víctimas de violaciones y abusos sexuales durante la guerra.
«Desde la relación con sus respectivos entornos, sus padres, parientes, hasta el recuerdo de lo que les pasó», toda su vida social constituye una experiencia traumática.
La vergüenza por lo que les ocurrió y el conservadurismo de la sociedad, que les ve como culpables que provocaron su situación y no como víctimas, obligó a muchas de ellas a renunciar a sus hijos tras su nacimiento. Algunas decidieron mantenerlos, pero muy pocas están dispuestas a hablar de su destino, de los sufrimientos que padecieron y de sus hijos.
Sabiha Husic, directora de la ONG Medika, que ofrece ayuda, ante todo sicológica, a esas mujeres víctimas «invisibles» de la guerra, declaró a Efe que muy pocas de las que tuvieron hijos como consecuencia de una violación se atrevieron a pedir apoyo a la organización y decidieron conservarlos.
La mayoría de las víctimas dieron a sus hijos en adopción para ocultar lo que les había pasado. Husic recordó el caso de una mujer violada que conservó a su hijo pero que, pocos meses después, lo mató al sufrir un ataque de nervios.
«Ella cuidaba con gran amor a su hijo, con la mayor ternura posible. Todas lo sabíamos. Pero debido al trauma que vivió, algo se rompió en esa mujer y le quitó la vida al niño. La historia de esa mujer ilustra el miedo en el que viven», explicó Husic.
Empleados públicos
También denunció casos en los que algunas mujeres violadas, que reivindicaban sus derechos ante diferentes instituciones, encontraron a sus violadores como empleados en las oficinas públicas a las que acudían.
La musulmana Safeta A., de Tuzla (norte), ahora empleada de una de esas ONG, confesó recientemente en los medios de comunicación bosnios que durante varios días estuvo detenida en una casa abandonada cerca de Zvornik (este) por un soldado serbio, que la violó.
Cuando logró regresar a Tuzla ya estaba en el sexto mes de embarazo, muy tarde para que algún médico o alguien aceptase interrumpirlo. Su hijo nació en 1993. Lo dejó en un orfanato de Tuzla, y ella se fue al pueblo de Zivinice. Pero no dejaba de sufrir por haber abandonado al bebé y unos meses después lo buscó en el orfanato, en vano esa vez, porque el niño había sido hospitalizado por inanición.
El niño permaneció en el orfanato varios años, mientras Safeta pudo reunir algo de dinero y recobrar el coraje para llevarlo a su casa, en Zivinice, donde ambos viven con la promesa de que nunca hablarán del padre.
En la oriental Gorazde vive el niño Alen M., hijo de una mujer violada que fue adoptado por una pareja de esas ciudad, a 110 kilómetros de Sarajevo. Alen supo por casualidad que no vivía con sus padres biológicos, al escuchar comentarios de los niños con los que jugaba.
Sus padres adoptivos explicaron a Efe que en esa época vivieron un verdadero infierno, que el niño estuvo al borde del suicidio, su madre biológica rechazó cualquier contacto con él y sus compañeros de escuela le apodaron con nombres despectivos.
Algunas investigaciones efectuadas en Zagreb (Croacia) mostraron que las violaciones en la guerra dejaron graves y duraderas consecuencias sicológicas en las mujeres. Un 58% de ellas sufrió depresiones y un 25% contempló la idea del suicidio tras sufrir violaciones.