Superados los primeros cien días de coalición entre la CDU y los liberales del FDP, el ambiente está tan enrarecido que ya se le pone fecha de caducidad. A las constantes broncas se han sumado unas prácticas de financiación que restan credibilidad a los partidos tradicionales
Si los alemanes tuvieran que inventar una medida para denominar el espacio de tiempo que hace falta para reducir a la mitad el porcentaje de votos podrían llamarla «Westerwelle», en alusión al actual vicecanciller y ministro de Asuntos Exteriores. Guido Westerwelle, presidente del partido liberal, el FDP, ha conseguido que su formación haya bajado del histórico 14,6% al 7% en cien días. Le han bastado una serie de broncas con sus socios en el Gobierno, la CDU de la canciller Angela Merkel y la CSU de Horst Seehofer.
Los analistas atribuyeron los problemas de comunicación entre los tres partidos a que al FDP le faltaba la práctica de cooperación a este nivel después de once años en la oposición y con una Ejecutiva que nunca antes había asumido este grado de responsabilidad.
A vueltas con los impuestos
Tras los primeros cien días el déficit del FDP parece mayor: El «partido de los que ganan mejor» (según un antiguo eslogan suyo) chocó con las dos uniones cristianas cuando apostó por realizar sin pérdida de tiempo la prometida reducción de impuestos aunque las consecuencias de la crisis económica y la subida del endeudamiento público al 80% del PIB alemán aconsejaban más moderación.
A ello se han añadido otros problemas. Las compañías públicas de sanidad han anunciado que debido a los altos costes del sistema y de los precios de los fármacos tienen que que exigir a cada uno de sus usuarios unos ocho euro al mes de su bolsillo. Mientras los afectados se quejaban, el ministro de Sanidad, Philipp Rösler, no supo reaccionar debidamente. Al final logró reunirse con la industria farmacéutica «para congelar los precios», pero no para encontrar una solución que satisfaciera a la mayoría social.
Ante la ola de críticas y la caída en picado en los sondeos, Westerwelle optó por el ataque como la mejor defensa. Para ello eligió una sentencia del Tribunal Constitucional que exige al Gobierno que corrija en parte la reforma social, dando más dinero a colectivos desamparados. Westerwelle calificó el fallo de «regreso al socialismo» y arremetió contra todo el que cobra esta ayuda social, tildándolo de poco menos que vago. Sus ataques verbales culminaron con la exigencia de que estas personas trabajaran gratis quitando la nieve. La ráfaga «populista» ayudó al FDP a repuntar dos puntos en las encuestas.
Pero aún así, el Ejecutivo de Merkel estaría sin mayoría si este domingo se celebrasen comicios generales. Incluso la alianza de CDU y CSU ha bajado un punto, situándose en 32. A Merkel le pesa su silencio ante los excesos verbales de su socio liberal. Además, el ala derechista de su partido no está contenta con lo que define como «un giro hacia la izquierda» y le echa en cara «falta de liderazgo». A ello se añade el hecho de que nada más empezar la nueva legislatura Merkel perdió a su ministro de Defensa, Franz Josef Jung, «víctima colateral» de la masacre de 150 civiles afganos, ordenada por un oficial alemán y encubierta por el Ministerio. La matanza se está convirtiendo en un campo minado de mentiras e inexactitudes que por poco no se ha llevado por delante al sucesor de Jung, el joven aristócrata Karl-Theodor zu Guttenberg.
Prácticas de financiación
Tanto la CDU como el FDP pensaban que sólo hacía falta aguantar hasta el 9 de mayo, elecciones regionales en Renania del Norte-Westfalia. La victoria parecía fácil porque el socialdemócrata SPD aún no ha superado la debacle electoral. Hasta que les han estallado varios escándalos de financiación que minan su credibilidad.
El comité regional de la CDU ofreció a empresarios una cita privada con el ministro-presidente Jürgen Rüttgers a cambio de 12.000 euros. «Ministro-presidente de alquiler», se burlaron Los Verdes. Estos últimos podrían convertirse en la tercera fuerza política y en el futuro socio de la CDU si el FDP confirma su caída. Rüttgers optó por negar cualquier conocimiento de esas prácticas y sacrificó a su secretario general. El SPD no puede aprovechar el escándalo porque hacía ofertas similares.
Hay más: Westerwelle cobró en 2007 por una ponencia ante un banco de Liechtenstein involucrado en al escándalo de evasión fiscal que implica a miles de pudientes alemanes. El líder liberal no cometió ninguna infracción pero desde el punto de vista político tiene difícil justificar sus honorarios por un ente que se beneficiaba del dinero robado a la sociedad alemana.