La Izquierda, entendida como una fuerza con base social, posiciones ideológicas definidas y mirada proyectada al socialismo, en el Perú de nuestro tiempo atraviesa una severa crisis de afirmación y de liderazgo. Los llamados «partidos tradicionales de la Izquierda», al decir de Rolando Breña vocero calificado y Secretario General de «Patria Roja», «afrontan un duro […]
La Izquierda, entendida como una fuerza con base social, posiciones ideológicas definidas y mirada proyectada al socialismo, en el Perú de nuestro tiempo atraviesa una severa crisis de afirmación y de liderazgo.
Los llamados «partidos tradicionales de la Izquierda», al decir de Rolando Breña vocero calificado y Secretario General de «Patria Roja», «afrontan un duro proceso de extinción y no constituyen sino membretes que cobijan a unos pocos».
Ollanta Humala, que acaba de recibir el respaldo formal de varios de estos colectivos partidistas, es el candidato más atractivo del campo popular, Tiene una imagen progresista, un programa más avanzado que sus competidores y un discurso en cierto modo radical; pero él mismo, no se define de Izquierda. Su definición se limita al espectro del nacionalismo. Interrogado por eso a través de los medios, dice sin rubor alguno: «yo, no soy de izquierda». Y es que busca congregar en torno a él, a todos los que tienen una mirada patriótica y un afán liberador en la coyuntura.
Pero no siempre luce coherente y confiable. Ocasionalmente, suele afirmar que «admira a Velasco Alvarado», pero asegura que él no habría hecho lo mismo que los generales del 68 y que ahora tampoco repetiría la historia. Podría decir que lo admira del mismo modo como admiraría a un televisor de pantalla gigante o a un oso panda. Si ninguna identificación razonable.
Para Humala, en efecto, el escenario social no se divide en «izquierdas» y «derechas». Esa es una antigualla, asegura. Y afirma que no renunciará al TLC suscrito con los Estados Unidos a espaldas de los intereses nacionales, no nacionalizará empresas en manos de capital foráneo, no afectará las utilidades de los consorcios mineros, no seguirá los «pasos de Chávez», ni tomara medidas que afecten la inversión.
No obstante, algunos de los partidos de la «izquierda oficial» proclaman la adhesión a su candidatura, como si no tuvieran la menor conciencia de ello.
Recientemente -y usando el nombre de «Unidad de Izquierdas»- ellos suscribieron una declaración en la que afirman su voluntad de «construir una patria libre y socialista en el largo plazo»; y a continuación pactaron un acuerdo electoral con el Partido Nacionalista comprometiéndose a respaldar a Ollanta Humala.
Al recibir el «compromiso» de Apoyo a su candidatura, fue claro, y muy aplaudido por los activistas de base que allí se encontraban. Sobre todo, cuando aseguró que ese compromiso, lo asumía «sin condiciones, y sin cupos parlamentarios».
Esa no parece ser la actitud de otros que buscan ocupar plazas fuertes en su proyecto parlamentario. Y sueñan ya con «mantener una bancada parlamentaria de Gana Perú durante el mandato congresal para impulsar las bases programáticas comunes…» asegurando adicionalmente repudiar el transfuguismo «en nuestra función parlamentaria». De hecho, la creen tener.
Aunque hoy lo esbozan sibilinamente, este apetito electoral podrá apreciarse aún de modo más claro y transparente en los próximos días, hasta el 16 de febrero, fecha límite para el cierre de la inscripción de listas parlamentarias. Allí conoceremos el verdadero sentido de las palabras.
El Movimiento Nueva Izquierda -y con él, el Partido Comunista del Perù «Patria Roja»- no forma parte de la coalición que hoy se suma a Ollanta Humala. Probablemente resuelva hacerlo después pero, por ahora, restaña las heridas que le dejara su fracasado vínculo con Fuerza Social. Pero las otras fuerzas de esa vertiente, sí optaron por respaldar al candidato de la olla.
Siendo Ollanta Humala, la carta más fuerte del escenario, hay adicionalmente tres fórmulas presidenciales más que se disputarán el favor del segmento progresista de la sociedad peruana. Manuel Rodríguez Cuadros, de Fuerza Social; José Antonio Ñique de la Puente, del Partido Fonavista y Ricardo Noriega Salaverry, que busca con los votos hacer realidad lo que el MRTA quiso hacer con las armas. Ninguna de ellas, objetivamente, capta el interés del electorado.
En la perspectiva, será necesario hacer un análisis más profundo de la situación creada, y hablar de Humala en blanco y negro, para optar ante él una definición más concreta. Pero ella deberá hacerse a partir de tener conciencia plena que el Comandante puede tener méritos claros, pero que no le alcanzan para ganar una adhesión sin condiciones. Ellas, por cierto, deben estar muy lejos de retribuciones de orden electoral o subalterno.
Si la Izquierda lo apoya -y en las condiciones concretas no tiene mucha opción- debiera tener conciencia plena de las limitaciones de esa candidatura, las que el propio Humala tiene, y las que le crea un escenario adverso cargado de retórica maccartista.
El nacionalismo, en países como el nuestro -dependientes y subdesarrollados- entraña una voluntad antiimperialista, pero ella no puede llenarse de retórica, como ocurrió en su momento con el «nacionalismo aprista» de los años 30. Y es bueno que eso se recuerde porque un poco que está de moda «reivindicar» el «mensaje de Haya» contraponiéndolo al accionar de García.
Desde esa óptica «nacionalista», en efecto, se buscó calificar a Mariátegui como «extranjerizante». Y al socialismo como «una planta exótica».
Quizá por eso los «izquierdistas» de hoy hablan del socialismo como un fenómeno «a largo plazo». Y por eso esa «sola, grande y sencilla palabra», al decir de Mariátegui, no aparece por ningún lado en el «programa común» suscrito entre estos partidos y el conglomerado de Ollanta Humala.
El socialismo puede ser, sin duda, una realidad «a largo plazo». Pero la lucha por él, se inició en el Perú hace muchos años, y está hoy en pleno desarrollo. Se afirma en la experiencia de los pueblos y en las tareas concretas que fluyen de un movimiento que se expresa a lo largo y ancho del territorio nacional. Y concita, por eso, el odio extremo de los fariseos y de los renegados, a más del temor de clase de los explotadores de siempre. Hay que luchar por él, cada día.
Respaldar el programa de Ollanta puede contribuir a la victoria de un proyecto popular, pero eso no es suficiente. Hay que asegurar que ese proyecto tenga una perspectiva clara. Ese propósito, exige luchar desde el corazón del pueblo, por una bandera que es inabdicable e irrenunciable: el socialismo.
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