En estas líneas, parte de un artículo mas largo colgado en el blog de Gerry Adams, el autor analiza la llamada «guerra de las banderas» de Belfast y considera que la estrategia de ciertos unionistas de azuzar el sectarismo anima una protesta a la que «hay que enfrentarse». Jugar la carta orangista -alimentando las divisiones sectarias- es una vieja táctica unionista y británica para movilizar a la opinión unionista y poner a los nacionalistas en su sitio. Es una táctica peligrosa que en el pasado trajo pogroms, la partición y décadas de violencia
Belfast de 2013 no es la ciudad en la que crecí. En mi juventud, y durante gran parte de mi vida adulta, Belfast fue un lugar en el que los nacionalistas no tenían ningún derecho: un lugar donde el sectarismo y la discriminación, la injusticia y la desigualdad eran comunes y se ejercían con carácter de práctica institucional y política.
A decenas de miles de nacionalistas se les denegó el voto en las elecciones locales y en las de Stormont. Se les negó el empleo y la vivienda. La lengua, la música y la cultura irlandesa fueron marginalizadas, y los representantes políticos nacionalistas del norte no tenían ninguna influencia ni poder. El Estado del norte era un Estado orangista. La Orden Orange era el cemento que mantenía las estructuras políticas, económicas e institucionales del Estado en su conjunto.
El legado de esas décadas todavía frecuenta el norte de Irlanda. El sectarismo sigue siendo una lacra. Las cicatrices de la discriminación pueden encontrarse en los números desproporcionados de ciudadanos en listas de espera de vivienda en las zonas nacionalistas; en las pautas de empleo en los seis condados donde las zonas nacionalistas experimentan los mayores niveles de desempleo.
Para el unionismo, el Estado del norte era su estado. No importaba que algunos unionistas también vivieran en casas espantosas o trabajaran en condiciones terribles. El Estado del norte -el Estado Orange- les pertenecía. Les dio un sentido de pertenencia, de cohesión y de superioridad.
El Proceso de Paz y el Acuerdo de Viernes Santo han cambiado todo eso. Ha sido bueno para todo el mundo en esta isla. Es también un proceso que es irreversible. El ethos subyacente del Acuerdo del Viernes Santo es la paridad de estima, respeto mutuo e igualdad. Pero también es un cambio. Y todo proceso de cambio presenta grandes desafíos. Hay quienes temen cambiar. Ven la igualdad para todos los ciudadanos como una amenaza.
La igualdad no se trata de una parte que domina a la otra, ni se trata de que nadie ataque lo que algunos llaman la cultura unionista. Se trata de todos los ciudadanos -nacionalistas y unionistas- siendo tratados, por primera vez desde la partición, con respeto mutuo y sobre la base de la igualdad .
Se trata de nacionalistas y unionistas, y otros, que viven en una sociedad en la que las decisiones se toman democráticamente y pacíficamente. Se trata de la tolerancia y la inclusión, no del odio y la amargura.
Los símbolos, como las banderas, pueden causar divisiones, pero solo si el debate se ve en su contexto más estrecho.
Belfast ya no es una ciudad unionista. Es una ciudad compartida que quiere ser una ciudad moderna. La gran mayoría de los ciudadanos no quieren el viejo Belfast.
La decisión adoptada por el Ayuntamiento de Belfast es parte de este afán. Fue una posición de compromiso, democráticamente impecable. Sinn Féin no quería banderas y, en su defecto, propuso la igualdad de símbolos, con ambas banderas -la de la unión y la tricolor- ondeando de par en par. Los concejales de Sinn Féin apoyaron la posición de compromiso para que la bandera de la unión ondeara en un número de días designados al año. Este compromiso estaba basado en la ley de banderas aprobada por el Gobierno británico y que los líderes unionistas recomendaron en su día.
El Acuerdo de Viernes Santo también fue un compromiso entre posiciones contrapuestas. Su éxito radica en las vidas salvadas, en la paz que se ha logrado, en los acuerdos para el reparto de poder que están funcionando, y el número de jóvenes, que a diferencia de sus padres o abuelos, no han tenido la experiencia del conflicto.
Entonces, ¿hacia dónde vamos desde aquí? Está claro que hay algunos en el unionismo que quieren volver al pasado. Que creen que el ethos unionista es dominar. Eso no es ni respeto mutuo ni igualdad. Tampoco refleja las realidades políticas y demográficas de hoy.
El Estado del norte fue tallado al margen del resto de la isla hace 90 años sobre la base de que les daría una mayoría permanente de dos tercios a los unionistas. Pero las cifras de los censos más recientes reflejan que menos de la mitad de la población se consideraba como británica. Solo el 40% dijo que tenía una única identidad británica.
Una cuarta parte de los ciudadanos declararon que tenían una única identidad irlandesa mientras que el 21% dijo que tenía una identidad única del norte de Irlanda. Esto hace que el 46% de la población rechaza una identidad británica y se ven a sí mismos como irlandeses. Así que el norte no es tan británico como Finchley -como dijo Margaret Thatcher- y los unionistas tienen que aceptar que casi la mitad de los ciudadanos tienen una identidad diferente.
¿Podría este cambio gradual en la demografía y en las opiniones de la gente ser la motivación de aquellos que tratan de avivar los fuegos sectarios? Jugar la carta orangista -alimentando las divisiones sectarias- es un vieja táctica unionista y británica utilizada para movilizar a la opinión unionista y poner a los nacionalistas en su sitio. Es una táctica peligrosa que en el pasado trajo pogroms, la partición y décadas de violencia.
La gran mayoría de las protestas de la bandera son ilegales. La mayoría están siendo organizadas por la UVF, el BNP y elementos criminales. Es importante entender que el Acuerdo de Viernes Santo no debe darse por sentado. Requiere una atención y un trabajo constantes.
Después del ataque Massereene en 2009, en el que murieron dos soldados británicos, Martin McGuinness y Peter Robinson reunieron a todos los líderes políticos, religiosos y cívicos para trazar un camino a seguir y garantizar que una pequeña minoría de voces que quieren socavar la progresos no tuvieran éxito.
Este enfoque vuelve a ser necesario. Necesitamos una respuesta transversal en la comunidad, de todos los partidos frente a las protestas de la bandera y la violencia. También es necesario abordar las cuestiones pendientes. Este será un gran desafío.
Los republicanos no subestimamos los problemas y, en particular, las dificultades a las que se enfrenta el unionismo. Pero no puede haber vuelta atrás. Las pequeñas minorías que quieren aferrarse al pasado debe ser rechazadas. Hay que hacer frente al sectarismo para atajarlo. La promesa del Acuerdo de Viernes Santo de una nueva sociedad en la que todos los ciudadanos sean respetados, y donde la igualdad y la justicia sean los principios rectores, tiene que avanzar.