Andreotti ha muerto. Pregunto en clase qué recuerdo se les viene a la memoria y un alumno lo borda con una adaptación del clásico microrrelato de Monterroso: «Cuando nací, Andreotti ya estaba aquí». En 1947 era ya secretario de Estado; fue 7 veces presidente del gobierno, ocho ministro de Defensa, cinco ministro de Exteriores, dos […]
Andreotti ha muerto. Pregunto en clase qué recuerdo se les viene a la memoria y un alumno lo borda con una adaptación del clásico microrrelato de Monterroso: «Cuando nací, Andreotti ya estaba aquí». En 1947 era ya secretario de Estado; fue 7 veces presidente del gobierno, ocho ministro de Defensa, cinco ministro de Exteriores, dos ministro de Economía, una ministro de Hacienda. Se definía como un «burócrata de la política». Sería fácil trazar un retrato horrible de él, pues su sombra aparece en muchos misterios italianos, del caso Moro al caso Sindona, al golpe de Estado de Borghese, al asesinato del periodista Pecorelli etc. El tribunal de Casación probó su «concreta colaboración» con la mafia siciliana sólo hasta la primavera de 1980. Andreotti es el protagonista, pero también el tabú de la historia reciente italiana.
En cuanto protagonista de la Democracia Cristiana, Andreotti fue un arquitecto político «ad maiore Dei gloriam». En la Plaza del Gesù de Roma coinciden dos edificios: la iglesia del Gesù y la ex sede de la Democracia Cristiana. Pues bien: igual que Jacopo Barozzi da Vignola proyectó la iglesia del Gesú en una sola nave según los preceptos de la Contrarreforma para que la atención de los fieles se centrara en el altar donde tenía lugar la transustanciación, así Giulio Andreotti contribuyó a dibujar y decorar un centro político donde confluían los intereses de Vaticano, Estados Unidos y Mafia. Desde el centrismo de De Gasperis, al gobierno de «convergencias paralelas», el «centroizquierda orgánico», el gobierno de la «no desconfianza», el gobierno de «solidaridad nacional», o el periodo de la «bicameral», y hasta el actual gobierno de «amplios acuerdos», la construcción de esa catedral llamada República Italiana, sigue, mal que nos pese, rotando en torno al eje del poder democratacristiano. He ahí el misterio, he ahí la «macchina» barroca, que igual que en el cuadro de la iglesia del Gesú, a veces, misteriosamente desciende y enseña la verdadera naturaleza del poder. Andreotti fue protagonista clave del atlantismo, desveló oficialmente la existencia de Gladio -una estructura de «información, respuesta y salvaguardia»- en 1990. Tuvo un papel importante en la reunificación alemana, en la visita de Juan Pablo II a Cuba. Como adversario político, no lo ha habido más odiado, ni temido, por su abnegación jesuítica a la bandera de la cruz y la iglesia en contra del comunismo. No obstante, al compararlo con Berlusconi, no se le puede dejar de reconocer su respeto formal a las leyes de la República. «Si tuviera que proponer a nuestros compatriotas un modelo, ¿qué nombre citaría?», le preguntó el periodista Enzo Biagi. «La Constitución de la República», contestó. Berlusconi jamás dará una respuesta semejante, pues esa Constitución es su mayor peligro. Es cierto que, la comparación con Berlusconi, le hace santo al peor diablo, y Andreotti lo era. En su círculo más íntimo se rodeaba de mafiosos, fascistas, especuladores inmobiliarios, banqueros sin escrúpulos, cardenales de poco espíritu etc. Se justificaba ante su confesor diciéndo que la guerra se hace con los soldados que se tienen y que para que crezcan los árboles hace falta estiércol. Un hombre sin escrúpulos. La tradición constantiniana y maquiavélica hecha persona. El paradigma del peor relativismo católico. Impulsor de un neofeudalismo italiano basado en la banalidad del nepotismo. Un hombre sacrificado a un pragmatismo político atroz: perpetuar el mal para garantizar el bien.
De Andreotti hay que destacar su táctica política. Supo siempre estar a flote en medio de las corrientes democristianas. La regla de oro de su arquitectura política consistía en la continuidad. Durar más que el enemigo es la mejor manera de vencerlo. Dijo: «Hay quien me ha intentado sepultar antes de tiempo. Entre tanto, hay también quien ya murió y rezo por él». El hecho es que hoy Italia sigue gobernada por Enrico Letta, un democristiano, que hablaba en estos términos de Andreotti: «Cuántas veces de niño he oído nombrar a Andreotti en casa de mi tío [Gianni Letta, mano derecha de Berlusconi en todos sus gobiernos]… Una presencia tan importante que ni siquiera había que mentarla, definirla: era la Presencia y basta, venerada por todos. Yo sentía veneración por esta personalidad, este icono».
El pasado 29 de abril, Enrico Letta, pronunciaba su primer discurso como Presidente del Consejo de Ministros ante el Parlamento italiano. Muchos se esperaban que este gobierno, propuesto de modo extraordinario por el Presidente de la República y no por el Parlamento, sería breve, tomaría pocas medidas urgentes y se convocarían enseguida elecciones. Su discurso, sin embargo, contenía nuevas sorpresas. Tras reconocer los méritos del gobierno Monti, tranquilizar a los poderes internacionales asegurando que se respetarían la línea marcada por el BCE y el euro, anunció otra extraña criatura: una Convención constituyente, formada por un comité de sabios ya nombrados por el Presidente de la República, pero abierta a la participación de otros expertos extraparlamentarios, cuyo objetivo sería reformar la Constitución y para el cual el gobierno se fija un plazo de 18 meses. Así pues, la intención y el respiro con que parte este gobierno no tiene nada de breve ni de leve. Lorenza Carlassarre, constitucionalista renombrada, denuncia que es ilícito el modo como se quiere reformar la Constitución y advierte: «El objetivo es posponer la reforma de la ley electoral, que es la única que se podría hacer rápidamente». Esa ley electoral es la que hace ingobernable Italia, la que dicta la emergencia democrática y en nombre de la cual se impone esa forzatura manierista de recuerdo andreottiano llamada gobierno de «amplios acuerdos» que reúne a berlusconianos y centroizquierda. Esta es la cruda herencia del Divo Giulio.
Cuando murió Andreotti, la Ballena Blanca [Democracia Cristiana] seguía allí.
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