La unidad en todos los ámbitos goza de crédito y es sinónimo de unión, de coherencia, de estabilidad, de continuidad en los propósitos independientemente de las dificultades de la coyuntura. Las formas de simbolizar la unidad son muchas; la más conocida es la de la mano cerrada haciendo puño, que significa fuerza, fortaleza. Los pueblos […]
La unidad en todos los ámbitos goza de crédito y es sinónimo de unión, de coherencia, de estabilidad, de continuidad en los propósitos independientemente de las dificultades de la coyuntura. Las formas de simbolizar la unidad son muchas; la más conocida es la de la mano cerrada haciendo puño, que significa fuerza, fortaleza.
Los pueblos que han sabido unirse han logrado sus objetivos. No es nuestro caso. El fantasma de la división en la historia peruana ha sido recurrente. No es la primera vez que se dice esto. Aquellos que hablan de la gran unidad y armonía del orden quechua parten de un análisis que no corresponde del todo a la realidad. Cuando asoman en el horizonte las huestes invasoras de Europa, los pueblos y culturas ancestrales estaban divididos y eso facilitó la dominación y penetración colonial. El enfrentamiento fratricida de Huáscar y Atahualpa representan el iceberg de esa división.
Mucho de los fracasos del Perú en la guerra que las clases dominantes de Chile impusieron, alentados por el imperialismo inglés con el afán de saquear los recursos naturales del país y expandirse, tuvieron en la división de la sociedad peruana su mejor aliada. El feudalismo del que habla Mariátegui ocasionó una ruptura que trabó y saboteó la construcción de la nación peruana.
En el país de entonces, la oligarquía inepta tuvo -igual que la burguesía «moderna» de ahora- prejuicio y menosprecio a las culturas ancestrales; por eso, en muchos casos, claudicó sin vergüenza alguna, ante el invasor; y el pueblo, con un inextinguible resentimiento. vio la guerra como la oportunidad para desbordar su ira contra los que representaban el poder oligarca. González Prada tiene razón cuando afirma que en la guerra, no nos derrotó el invasor, sino nuestra ignorancia.
En el Perú del siglo XX, la unidad fue una aspiración democrática para hacer frente al oscurantismo de la oligarquía y burguesía criollas. Cuando aparece el capitalismo, en el interior de la clase obrera se gestó un debate sobre la unidad y su importancia. Los anarquistas iniciaron este proceso, señalando que la unidad era en la acción y en pos de lograr la justicia social. Posteriormente, las tendencias al interior del movimiento social y popular, llevaron el tema a un nivel de reflexión y teorización mayor.
La unidad, en el pensamiento de las tendencias nacionalistas, progresistas y socialistas recién surgidas, pasó a ser un tema de carácter ideológico, político y programático. Con Mariátegui y Haya de la Torre se abre un debate en el país. Las tesis sobre el frente único que sustentaba el Amauta postulaban la necesidad de la unidad en ámbitos bien definidos y con alcances precisos:
«El frente único no anula la personalidad, no anula la filiación de ninguno de los que lo componen. No significa la confusión ni la amalgama de todas las doctrinas en una doctrina única. Es una acción contingente, concreta, práctica. El programa del frente único considera exclusivamente la realidad inmediata, fuera de toda abstracción y de toda utopía. Preconizar el frente único no es, pues, preconizar el confusionismo ideológico. Dentro del frente único cada cual debe conservar su propia filiación y su propio ideario» (Mariátegui)
Para el Amauta el frente único cubre un espectro amplio, no excluyente. Su articulación es el programa y los objetivos concretos, precisos, temporales y espaciales. Un gremio, por ejemplo, es una expresión de frente único. Esto no significa que el frente único solo tenga validez en una organización sindical; al contrario, el frente es absolutamente posible en el ámbito político y programático. Dígase de paso, cuando el APRA surge, en 1924, lo hizo como frente único, y Mariátegui, espíritu y pensamiento amplio y unitario, formó parte de él. Quien rompió el carácter de frente único del APRA fue su fundador, Haya de la Torre.
Un Partido no es un frente único. Cuando Mariátegui fundó el Partido, aun cuando lo llamó Socialista, le dio toda la personalidad doctrinaria de una organización marxista leninista, tanto en su carácter de clase, y, a partir de ahí, en su fundamentación teórica, en su definición ideológica y en su método de investigación y de acción.
«El Partido Socialista adapta su praxis a las circunstancias concretas del país; pero obedece a una amplia visión de clase y las mismas circunstancias nacionales están subordinadas al ritmo de la historia mundial. La revolución de la independencia hace más de un siglo fue un movimiento solidario de todos los pueblos subyugados por España; la revolución socialista es un movimiento mancomunado de todos los pueblos oprimidos por el capitalismo. Si la revolución liberal, nacionalista por sus principios, no pudo ser actuada sin una estrecha unión entre los países sudamericanos, fácil es comprender la ley histórica que, en una época de más acentuada interdependencia y vinculación de las naciones, impone que la revolución social, internacionalista en sus principios, se opere con una coordinación mucho más disciplinada e intensa de los partidos proletarios. El manifiesto de Marx y Engels condensa el primer principio de la revolución proletaria en la frase histórica: ¡Proletarios de todos los países, uníos!». (Mariátegui)
En la misma línea de los fundadores del socialismo científico, advirtió que no era posible ninguna práctica revolucionaria sin teoría revolucionaria y, así también, señaló que la lucha nacional es parte del movimiento social liberador de carácter mundial. En esa tendencia los partidos comunistas asumen una responsabilidad y una tarea. Sobre esas premisas se condujo el Amauta, y demostró que el marxismo no es un dogma sino una guía para la acción. Estudió, conforme al método de investigación marxista, la realidad concreta. Fruto de ese esfuerzo fueron sus 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana.
Asimismo, trabajó por la construcción del frente único y por la creación del partido de la clase. En el primero caben todas las tendencias, todas las doctrinas, todos los credos. El único requisito para ser parte de los contingentes del frente único es la voluntad y la decisión de luchar contra todas las formas de injusticia y opresión. Diferente es la militancia dentro del Partido, en él no basta la adhesión a sus postulados, de por sí ya elevados, éticos, sino en pertenecer a una de sus instancias, de sus equipos y hacer suya las decisiones que se tomen. Esto les parece duro a algunas personas, pero olvidan que se ingresa al Partido de manera consciente y voluntaria. Quien no está de acuerdo con ello pues simplemente no pertenecerá nunca a una organización partidista. Y esto es respetable.
Después de la muerte de Mariátegui, en abril de 1930, los socialistas, los marxistas peruanos aun con limitaciones y errores, lucharon y sufrieron persecución y represión. La hegemonía del movimiento popular lo asume el APRA.
A inicios de la década de los 60s, organizaciones como el MIR y el ELN, alentadas por la experiencia de Cuba, transitaron por los caminos de la insurrección. El movimiento fue derrotado. Aún no se ha hecho el balance que esta experiencia se merece, excepto los testimonios de parte de Allain Elías, Héctor Béjar y Elio Portocarrero. Últimamente el investigador social Jan Luce, ha publicado un interesante libro sobre esta parte de la historia del país.
A finales de los 70s, el movimiento popular en el que actuaba el PCP y la llamada izquierda joven, el MIR, Vanguardia Revolucionaria, el PC del P. Patria Roja, (Sendero optó por su propio camino), logró derrotar a la dictadura de Morales Bermúdez. Cada uno de estas organizaciones tenía presencia en un sector social específico y, por tanto, una experiencia de lucha y un esfuerzo de desarrollo teórico.
Abierto el periodo electoral, la izquierda participa en él. Después del fracaso de la Alianza Revolucionaria de Izquierda, ARI, se constituyó la Izquierda Unida (IU), que llegó a convertirse en una fuerza política significativa del país, al extremo de poner en la ciudad capital, Lima, desde las urnas un alcalde socialista, Alfonso Barrantes. Por ello, estudiosos y politólogos la calificaron como la fuerza de izquierda más importante de América Latina.
La IU que fue la voluntad unitaria de todas las fuerzas socialistas duró poco. No fue posible sostenerla y hacer que cuajara y se enraizara con el pueblo y la historia. Se privilegió el cuoteo antes que las bases, la ideología formal antes que el Programa, lo episódico antes que lo estratégico.
No se reflexionó suficientemente sobre la importancia de la unidad en un frente único. Mariátegui estuvo ausente de los debates estériles. Y si se recurrió a él fue solo para citarlo pero no se le estudió, menos se aplicó y desarrolló su pensamiento. El sectarismo y el encono primó, y las expectativas de unidad de la izquierda y del pueblo peruano quedaron truncas.
A partir de esta experiencia de autismo político y de violentismo fundamentalista, la izquierda se desprestigió y desapareció como fuerza protagónica. Ese fue el clima social que encontró el neoliberalismo, encarnado en el fujimorismo delincuencial y autoritario, lo que le permitió imponer y saquear el patrimonio nacional y contaminar de corrupción todo el tejido social del país.
La derrota y caída de ese régimen por acción de las masas movilizadas, no significó cambio de rumbo ni de modelo; y, hoy, con la experiencia de un gobierno como el de Humala, que se presentó ante la sociedad como la propuesta de la gran transformación, el pueblo peruano busca una salida, no solo de forma de gestión, de estilo de gobierno, sino de modelo, de ética. La voluntad de cambio vive y anima la voluntad de lucha de la mayoría ciudadana.
Después de muchos fallidos intentos de unidad, de años de frustraciones y de ausencias, la izquierda viene reuniéndose, intenta articular una propuesta de cambio, enfatizando más que el aspecto ideológico, la exigencia programática.
No se trata de la unidad de los marxistas-leninistas; se trata de la unidad de las fuerzas democráticas, progresistas, populares, nacionalistas, y en la cual, los marxistas son parte, con todo derecho.
Una propuesta que entusiasme al electorado y al pueblo debe enarbolar medidas de reforma, de cambio, de protección de las materias primeras, de defensa de la soberanía, de defensa del medio ambiente, de protección a las étnicas y culturales del país, de freno y atajo a la corrupción; que dado la situación actual terminan siendo revolucionarias.
Estas son las banderas que deben enarbolar las fuerzas políticas y los movimientos sociales, que vienen intentando formar el frente amplio.
Se requiere de mucha madurez y de mucha voluntad política para vertebrar este proyecto. Por eso, sin caer en la tentación del hegemonismo, muy al estilo de la vieja izquierda, lo que se tiene que hacer es buscar las coincidencias y que éstas sean la piedra clave de la unidad del pueblo.
Las posturas prestas a descalificar a todos porque «están contaminados», porque son «dogmáticas», porque «no están inscritas en el vademécum electoral», es inmaduro y torpe. Pretender la unidad de manera formal maltratando al aliado es una manera de sabotear la unidad. Descalificar a un sector por profesar el marxismo es francamente oscurantista o pretender, desde el marxismo, la omnipotencia de la verdad y la posición correcta por el solo hecho de ser marxistas es la peor de las estrecheces.
La política revolucionaria debe responder a una propuesta integral, no solo en términos de gestión pública o autogestión, sino en términos integrales, de visión de desarrollo, de reconstrucción, de recuperación de valores, incluyendo los éticos. Eso es lo que hace falta a todos. No hay que tener miedo ni prejuicio a la teoría. Que interesante hubiera sido que la teoría, después de la experiencia de Mariátegui, hubiera merecido la mejor de las atenciones de la izquierda nuestra. No fue así lamentablemente.
Si el neoliberalismo adjetiva y descalifica a la izquierda, hacerlo en nuestras filas es una manera de sabotear la unidad. O se unen los sectores populares y derrotan al neoliberalismo, o se mantiene dividido el campo popular y el neoliberalismo se consolida y enseñorea por unas buenas décadas.
En la izquierda, en los movimientos sociales no basta la agenda del día. Si se quiere avanzar se debe mirar más allá de la coyuntura. Si lo hacemos, la izquierda podrá reencontrarse con la historia. De otro modo, será un intento más que irá al fracaso, no sabemos por cuánto tiempo.
No es poca cosa lo que está en juego.
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