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Para pensar y discutir la transición del capitalismo al socialismo

Fuentes: La Tizza

Introducción

Interesante la convocatoria que nos hicieran desde la revista La Tizza de Cuba para pensar la transición del capitalismo al socialismo, a la luz del proceso de cambio político expresado en los primeros años de este siglo XXI en Nuestramérica.

La «transición» es una categoría teórica que requiere ser estudiada en profundidad y hace unos años nos propusimos desde nuestra experiencia docente y de investigación en la Universidad de San Luis[1] avanzar en la caracterización del momento político en la región y qué carácter asumían las transformaciones en el orden económico. Por eso nos interrogamos si eran posibles de incluirse como procesos de transición del capitalismo al socialismo. En eso estamos, por lo que el carácter de estas opiniones en proceso se recoge en este texto, producto de variados debates en seminarios o conversaciones informales, a veces puestas en discusión con protagonistas directos de las experiencias mencionadas en lo que sigue, que son conclusiones parciales y en curso de sistematización con pretensión teórica.

Existen opiniones sobre la transición de los clásicos del marxismo, pero a la luz de las experiencias de revoluciones desarrolladas históricamente, el concepto requiere pensarse nuevamente, con un balance de las prácticas desarrolladas. Lenin en «El Estado y la revolución» repasa los procesos revolucionarios y el aprendizaje que de allí se deriva, en especial de la Comuna de París y las evaluaciones realizadas por Carlos Marx. Al analizar el proceso de revolución en Rusia entre 1905 y la víspera de octubre de 1917 señala que habrá que aplazar su estudio seguramente por mucho tiempo, al enunciar que será más agradable y más provechoso vivir la «experiencia de la revolución» que escribir acerca de ella.

El éxito de «octubre» y el desarrollo de la experiencia por más de siete décadas, lo que incluye la dinámica por el despliegue del bloque socialista en el este de Europa, generó la condición de posibilidad para estudiar el proceso de transición, de manera muy especial sus límites. Sobre el particular avanzó José Luis Rodríguez en un texto muy valioso sobre la experiencia en Rusia, en la URSS y en los países del este de Europa.[2] Es un tema esencial para comprender el derrumbe procesado entre 1989 y 1991 y que significó el fin de la bipolaridad, dificultando aún más el avance en procesos globales de transición. Las reflexiones que nos acerca Rodríguez constituyen una base teórica para pensar críticamente la experiencia de China desde 1949, la cubana desde 1959, y la de Vietnam desde 1973; sin perjuicio de considerar los debates más cercanos del proceso en Nuestramérica a comienzos del siglo XXI. La transición del capitalismo al socialismo fue interrumpida en Rusia y el este de Europa, con un debate abierto sobre si eso ocurrió en la evidencia de la caída del «socialismo real», o si es un proceso que venía de arrastre. Es un debate inconcluso que se extiende a la consideración de los procesos subsistentes a nombre del «socialismo».

Tanto China, Cuba como Vietnam se autodefinen en la construcción de un proyecto socialista, por ende, podemos asumirlos como procesos con la pretensión de construir la transición del capitalismo al socialismo. Convengamos que el carácter de la transición supone la coexistencia de lo viejo y de lo nuevo, lo que nos lleva al debate sobre cuánto de lo viejo subsiste y cuánto de lo nuevo se consolida en la perspectiva socialista de las experiencias en curso. El tema interesa a los efectos de indagar el alcance de los procesos de transición. ¿Alcanza con la autoformulación de un rumbo socialista para considerar al proceso en transición? El proyecto socialista, matizado, es hoy formulado en China, Cuba o Vietnam. ¿Es extensible la denominación a otros procesos políticos, casos de la región latinoamericana y caribeña, como Venezuela o Nicaragua?

Pensar la transición del capitalismo al socialismo supone considerar cuánto de lo nuevo socialista se construye en la cotidianeidad del orden capitalista que se pretende transformar.

La esencia de la transición se define en la modificación sustancial de las relaciones sociales de producción, en la base material que sustenta el propósito y en la subjetividad social consciente, masiva y extendida para transformar las relaciones sociales en su conjunto, entre los géneros y con relación a la naturaleza.

Pensar la transición en China requiere una mirada crítica de los cambios operados por 61 años, incluyendo en su seno la modernización operada desde 1978. Estos últimos 42 años significaron un salto impresionante del crecimiento del producto y la productividad, tanto como del peso de China en el sistema mundial, lo que afirma la primera proposición del párrafo anterior. Más difícil resulta evaluar la segunda consideración. El mismo ejercicio puede hacerse con Cuba y Vietnam. El primero, Cuba, bajo agresión permanente desde el inicio del proceso, nada menos que por el vecino que ostenta la hegemonía del capitalismo mundial. El resultado en términos económicos es condición límite para la expansión de la primera premisa en cuanto desarrollo de las fuerzas productivas, un tema agravado desde la ruptura de la bipolaridad y la caída del este de Europa. El segundo, Vietnam, previo a la revolución triunfante arrastra décadas de intervención militar en su territorio, con dos confrontaciones agudas por potencias imperialistas, Francia y EE.UU., limitando también la potencia del desarrollo de las fuerzas productivas luego del triunfo a comienzos de los setenta. Quizá sea lo subjetivo construido en el antiimperialismo y el anticapitalismo lo principal para valorar el proceso de transición en estos dos casos, que no suma, de manera necesaria, en la construcción de la nueva sociedad.

Deconstruir lo acumulado como sociedad capitalista y construir la nueva base material y cultural de la nueva sociedad socialista, incluso del tránsito hacia el socialismo no resulta tan sencillo como podría imaginarse en los comienzos de la publicitación del ideario socialista, en especial desde la aparición del Manifiesto Comunista en 1848. El Manifiesto tuvo la virtud de señalar el destino, el objetivo, la razón de la organización de las clases subalternas, los explotados, y de la lucha necesaria para alumbrar el nuevo tiempo social. Ese nuevo tiempo se construye en el largo proceso de transición.

La realidad nos muestra que el desmonte de lo viejo no es tan sencillo, más aún cuando el capitalismo, siendo lo viejo, es hegemónico y en recreación permanente en el ámbito mundial, al tiempo que extiende su desarrollo innovando más allá de recurrentes crisis.

Lo nuevo desconocido por no construido socialmente supone una ventaja para lo viejo conocido y «naturalizado» por siglos de «sentido común» asociado a la defensa de la propiedad privada y la relación de explotación.

Todas las experiencias ayudan a identificar los caminos de la transición, pero por desarrollarse en la región y en español, la cubana ofrece elementos de interés para estudiar el proceso de revolución y de transición. Su vecindad y cercanía con EE.UU. le otorga especificidad. El desafío por la transición en Cuba se presenta en simultaneidad con el momento de presentación y consolidación de EE.UU. como «hegemón» global del capitalismo, entre 1945 y 1962, momento del desafío abortado de la bipolaridad en las puertas del imperialismo. La frustrada invasión en la batalla de Playa Girón en 1961 y la crisis de los misiles, en octubre de 1962, consolidó la posibilidad del objetivo socialista y por ende de la transición en Cuba y en Nuestramérica.

Desde el comienzo se registra, en Cuba, un proceso de igualitarismo gestado desde grandes campañas, en especial por la alfabetización y la salud de la población, dos características por las que hoy es conocido el éxito cubano en la consideración del imaginario popular mundial, aun cuando pueda discutirse si eso alcanza para la construcción de una sociedad bajo un nuevo sentido común, «otra cultura social», a contramano del capitalismo y por el socialismo y el comunismo.

Aún bajo las condiciones de dependencia económica y tecnológica con el este de Europa y su debacle, Cuba sostuvo su proyecto socialista y en la transición a más de treinta años del inicio del derrumbe. Lo hace en permanente discusión e influido por la dinámica política y económica que supuso el proceso de cambio regional a comienzos del siglo XXI en Nuestramérica, por eso lo interesante de considerar este fenómeno en articulación con el inacabado proceso de transición del capitalismo al socialismo.

Recreación de la esperanza en la transición

El derrumbe del socialismo, o de la transición socialista en el este de Europa impactó de forma negativa en el sentido social mayoritario, con expectativas en los procesos de transición. Por ello, cuando parecía desaparecido el imaginario socialista en el ámbito mundial, la luz de la esperanza volvió a encenderse desde Nuestramérica a comienzos del siglo XXI. A fines del 2004, Hugo Chávez sacudió el pensamiento al sostener que el orden capitalista no ofrecía soluciones a los pueblos del mundo, por lo que sostuvo su tesis por el «Socialismo del siglo XXI».

La sola formulación puso a futuro el objetivo de lo que se pretendía transitar, como el camino para llegar a la sociedad imaginada por la Revolución bolivariana, en un momento de fortaleza de un proyecto de integración regional, que alimentaba la expectativa de cambios profundos en la región, tanto en lo material como en lo simbólico y subjetivo que antes mencionamos. Tras el derrumbe reaparecía el objetivo por el socialismo, y con ello el desafío por el tránsito desde el capitalismo al socialismo.

Con Marx, Engels y la Liga de los Comunistas se presentaba en público el objetivo de la sociedad en contra y más allá del capitalismo. Con la formulación de Chávez se disputaba en el imaginario social mundial la recreación de la posibilidad por el socialismo que sustentaban «regímenes» que no podrían sostenerse, decían las usinas del poder, bajo las nuevas condiciones de funcionamiento del sistema mundial. Cuba era una anomalía, varias veces enterrada, sin éxito. Según opiniones desde el poder, China y Vietnam ya estaban colonizados en un rumbo de retorno al capitalismo. El mensaje del sentido hegemónico daba por desaparecido el objetivo socialista y con ello cualquier remedo de proceso de transición. Es de interés enfatizar que el «objetivo» socialista se mantiene, aun siendo discutidos los «logros» de esas experiencias en materia de construcción socialista.

La comparación con el Manifiesto (1848) y la formulación de Hugo Chávez (2004) son asimilables, ya que el primer paso para pensar la transición supone la formulación del objetivo socialista. Ese propósito no existía en la Liga de los Justos y cuando asumen Marx y Engels el desafío de la escritura del manifiesto, se procesa el comienzo de una dinámica teórica y práctica de revolución, para transitar desde el capitalismo al socialismo. Con el Manifiesto se dispara el proceso teórico y político cultural de construcción de las premisas materiales y subjetivas para la transformación social. La crítica al socialismo prexistente es evidente en el Manifiesto, por lo que la denominación será por el comunismo. El objetivo por el comunismo identifica a la Liga, que será desde el Manifiesto la «Liga de los Comunistas». Con ello aparece el programa para la disputa del poder y del Estado, con el objetivo de estatizar y al mismo tiempo comenzar el proyecto de destrucción del Estado. Son las premisas teóricas y políticas de la transición del capitalismo al socialismo. Chávez enuncia el proyecto socialista en crítica también, pues su expresión remite al «siglo XXI», algo que pudo molestar a quienes eran tributarios del socialismo en el «siglo XX».

El Manifiesto Comunista y la formulación por el Socialismo del siglo XXI tienen en común la instalación del objetivo de la sociedad necesaria en dos momentos diferentes del desarrollo capitalista. La formulación actual, a comienzos del siglo XXI, se hace en tiempos de un brutal despliegue de la ofensiva del capital contra el trabajo, la naturaleza y la sociedad. Es un tiempo de auge de la liberalización, en la víspera de la gran crisis desatada entre 2007/09 y que continúa en nuestros días. Visto en perspectiva, a fines del 2004 y de la reformulación del objetivo socialista, se recrea la posibilidad de la transición del capitalismo al socialismo, en el camino del Manifiesto, la Asociación Internacional de los Trabajadores, la publicación de El Capital y la Revolución rusa.

La importancia del objetivo socialista en el siglo XXI constituye en sí misma una premisa para pensar en la transición. La «democracia» es una categoría sustancial en la formulación chavista, que está como logro instalado en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, pero que hace una de las principales características de la construcción del poder popular en Venezuela en la dinámica desde 1989 a 1999 con el ascenso a la presidencia de Hugo Chávez, y desde entonces en la recomposición del imaginario socialista, que no pudo sustentarse en una Reforma constitucional, de hecho, la única elección que perdió Hugo Chávez en vida.

Hemos recuperado en varias ocasiones al Che en su concepción sobre el socialismo,[3] asumida como la inmensa capacidad de producción material para satisfacer necesidades históricas de la población, y la conciencia de solo consumir lo necesario para la reproducción de la vida cotidiana. Son premisas que deben acompañarse del cuidado de la reproducción de la naturaleza, de la vida en general, en una concepción biocéntrica más que antropocéntrica.

La coyuntura económica social de Venezuela entre 1999 y 2004, con importantes ingresos petroleros y el aliento a una nueva dinámica de integración regional en confrontación con la lógica y el proyecto de la política exterior de EE.UU., alimentaba la premisa de la producción necesaria para resolver la demanda de ingresos y riquezas de la mayoría de la sociedad venezolana, y con ello la potencia de vínculo virtuoso con Cuba. Diciembre del 2004 es el momento del surgimiento del ALBA en contraposición al ALCA. En 2006, ya con Bolivia, la integración transitará por el ALBA-TCP.

Esa formulación para construir el Socialismo del siglo XXI agudiza la contraofensiva del imperialismo contra Venezuela y su vínculo con Cuba, tanto como el potencial contagio de otros procesos políticos en la región. Por ello, aun cuando identificar el rumbo por el socialismo no supone la construcción de una experiencia, la respuesta imperialista identifica el peligro de extender un mal combatido por más de medio siglo en Cuba. Por las políticas de EE.UU. es que puede pensarse en los logros de la expresión «Socialismo del siglo XXI», más allá de un análisis pormenorizado de la continuidad de una experiencia, ahora bajo otras circunstancias a las que suponía el liderazgo de Hugo Chávez hasta 2013.

Las complejidades del rumbo político en Nuestramérica con los golpes de Honduras, Paraguay, Brasil o Bolivia, más el viraje a la derecha de Ecuador, Uruguay e incluso Argentina entre 2015 y 2019, en sintonía con el resto de la región, requiere precisar un balance de época, de manera especial en lo atinente a los procesos de cambio político y cuánto contribuyeron a sustentar un periodo de transición del capitalismo al socialismo. Es un tema a pensar, no solo en la dimensión geográfica que involucra a más de un país para pensar la transición, sino también discutiendo que la transición es un proceso que incluye la disputa del consenso social mayoritario sobre el rumbo social a construir. No se trata de la unívoca relación entre revolución política y transformación, sino en una lógica dialéctica en la producción del sujeto consciente en la lucha por la conquista del poder y la transformación social. Las dificultades para construir la transición deben asociarse a los resabios del capitalismo en la generación de la nueva sociedad, entre ellos, la aspiración a determinado nivel de vida individual, base objetiva para pensar los problemas de la corrupción. La búsqueda de la «solución» individual es sustento de la práctica corrupta que subsiste al interior de los proyectos por el socialismo. Solo la conciencia social colectiva puede erradicar el problema.

Resulta imprescindible ahondar en estas líneas de razonamiento para pensar de manera crítica la experiencia regional de reciente cambio político y en ese sentido, la transición cubana aportó lo propio en el imaginario por la revolución en Nuestramérica. Pero también, la nueva dinámica social, política y cultural del cambio político expresado en buena parte de la región al comienzo del siglo XXI, aportó a la renovación del proyecto socialista cubano, entre otros, en los aspectos económicos de los lineamientos del 2011. El estudio realizo por Elorza,[4] producto de un viaje de estudios a Bolivia, Cuba, Ecuador y Venezuela, contribuye a la discusión y análisis, como también de otros autores pertenecientes a los colectivos de SEPLA, REDEM, CLACSO, entre otros.

El mercado como relación social

Un tema complejo es considerar la categoría «mercado», identificada en lo ideológico con «capitalismo». Así, el mercado sería asociado a capitalismo, tanto como se asocia en forma errónea al Estado con el socialismo. El mercado es anterior al régimen del capital y como vemos, en los procesos de tránsito, la relación mercantil de intercambio se mantiene. En El Capital de Carlos Marx podemos identificar la relación mercantil simple y la capitalista, evidenciando al mercado como una relación social pretérita y futura del orden capitalista. Ocurre también con el Estado, que es una relación social pretérita y futura, ya que hay Estado precapitalista y Estado de la transición del capitalismo al socialismo, tanto como Estado socialista. Mercado y Estado son relaciones sociales pre-existentes al orden capitalista, que actúan en la transición y en el socialismo. El problema para enfatizar en nuestra reflexión está en la compraventa de la Fuerza de Trabajo, base material de la lógica de apropiación privada del excedente y por lo tanto de la acumulación de capitales y el proceso de dominación del capital. Marx definió a la relación de explotación como la base de la organización de la sociedad moderna. Es en la economía política donde se encuentra la sociedad civil que fundamenta el funcionamiento complejo de la sociedad capitalista. Las condiciones materiales de vida están asociadas en el capitalismo a la explotación y sobre ella se organiza el conjunto social. De este modo, el capital subsume al trabajo, a la naturaleza y a la sociedad.[5]

La relación de explotación es la que define al mercado capitalista y le otorga especificidad, por lo que desmercantilizar la relación salarial constituye el núcleo central en la confrontación con el régimen del capital. El Che trabajó el tema desde su responsabilidad de gobierno en el área de la economía de la nueva sociedad en Cuba, y lo hizo en términos de la labor voluntaria y los estímulos materiales y morales en compensación por el gasto de energía en el proceso de trabajo.[6] No olvidemos que uno de los aspectos centrales en la preocupación de Ernesto Guevara en sus estudios económicos para la transición al socialismo apuntaba a la posibilidad de ir en contra de la Ley del valor en la construcción del socialismo. No solo se trató de una cuestión teórica, sino que sus esfuerzos desde el área industrial en su gestión trataron de encaminarse en ese sentido, incluso en polémica con el modo hegemónico de considerar las relaciones interempresariales, y de las empresas con el Estado, tal como se sustentaba desde la hegemonía soviética en el proceso de tránsito hacia el socialismo.

Hay que considerar que el capitalismo es un sistema mundial y por ello, más allá de las experiencias de la transición en la ex URSS, China, Cuba o Vietnam, la lógica mercantil se impone desde el funcionamiento de la economía mundial.

Incluso para economías precapitalistas o comunales, el propio Marx aludía a las relaciones al interior de la comunidad y los vínculos mercantiles con el exterior. El sistema mundial capitalista se sostiene en la ampliación de la mercantilización.

Todas las experiencias de la transición interactúan con el sistema mundial, incluso no es mayor esa interacción por la capacidad de sanción desde la dominación, caso emblemático del bloqueo estadounidense sobre Cuba o la ampliación de sanciones comerciales y económicas sobre un conjunto de países que intentan correrse de las imposiciones globales emanadas desde la política exterior de EE.UU.

La bipolaridad del sistema mundial entre 1945 y 1991 no impidió las mutuas relaciones entre los países del bloque socialista y los países capitalistas. Es algo verificable en la historia de la URSS y más aún en el presente desde la incorporación de China a la OMC, proceso que transformó a China en el número uno por las múltiples relaciones comerciales con todos los países del mundo. La guerra comercial declarada por EE.UU. contra China confirma la situación ya que, en definitiva, lo que pretenden desde Washington es debilitar el poderío global conquistado en los últimos años por el gigante asiático, tanto en la producción como en la circulación de bienes y servicios. La tendencia a la mercantilización es creciente en la historia del capitalismo, ya que la lógica del intercambio se impone para extender la Ley del valor a las distintas esferas de la vida social. Por ello también, uno de los ejes programáticos para ir en contra y más allá del capitalismo se impone que sea la política de la desmercantilización. Se trata de transformar a las mercancías en derechos, en sentido inverso a cómo avanzan las relaciones de intercambio en los últimos años de ofensiva del capital. Si durante el Estado de bienestar, el capitalismo actuó a la defensiva, constituyendo derechos derivados de la correlación mundial de fuerzas y la lucha del movimiento obrero y social, la revancha deviene de la ofensiva capitalista vía liberalización, el neoliberalismo, que actúa contra derechos individuales y sociales.

Esta concepción «neoliberal» de la ofensiva capitalista a la salida de la crisis de los años setenta del siglo pasado se sustentó en revertir esos derechos conquistados y, por ende, se avanzó en la privatización de la educación o de la salud, en el camino de las privatizaciones de los servicios públicos, la desregulación de un conjunto de derechos, los que pasaron a ser gestionados bajo la lógica mercantil capitalista, o sea, para obtener ganancias.

La novedad en el debate por la desmercantilización se reactivó desde Nuestramérica, producto del proceso de cambio político operado en la primera década del siglo XXI, de manera especial en aquellos países en que se sugirió la perspectiva socialista más allá de matices en sus procesos. La tradición del Che en la lucha contra la mercantilización adquiere nuevo vigor, no solo en la desmercantilización, sino en la incorporación de los «derechos de la naturaleza» a las Constituciones reformadas hacia 2009 en Bolivia y Ecuador. Resulta un aporte revolucionario desde una ruptura epistemológica contra el positivismo y el antropocentrismo. De hecho, remitimos no solo a la formulación del objetivo por el Socialismo del siglo XXI o por el Socialismo Comunitario, sino a la impronta de recuperación de concepciones ancestrales que se recuperan para el presente. Remito al Vivir Bien y al Buen Vivir de las Constituciones aprobadas en 2009 en Bolivia y en Ecuador. Aun cuando solo sean «constituciones programas», es decir, propósitos a construir, la sola mención con rango constitucional define el carácter de ir contra y más allá del mercado.

En ese sentido vale destacar la definición de la economía como «plural» en la Constitución del Estado Plurinacional de Bolivia, donde se incluye a la «economía comunitaria», relativa a un inmenso entramado poblacional y un vasto territorio con lógica de producción y circulación con capacidad de intervenir en el autoabastecimiento, relaciones solidarias e incluso el destino al mercado capitalista de su producción.

Son todas definiciones que estimularon el debate por la transición del capitalismo hacia el socialismo, con especificidades derivadas de la situación política en cada país y sus tradiciones culturales históricas. El intento por constitucionalizar la perspectiva socialista en Venezuela, sustentando un «Estado Socialista» es la única elección que pierde Hugo Chávez desde el poder (referéndum de diciembre del 2007). La conciencia colectiva mayoritaria era insuficiente para transformar el proyecto socialista declarado por Chávez a fines del 2004 en mandato constitucional.

Los límites de estos procesos pueden bucearse en las condiciones materiales para la construcción del tránsito al socialismo, sí, pero también en la conciencia social colectiva para transformar la cultura social de la mayoría de la población.

Estas formulaciones animadas por el proceso de cambio político en la región estimularon el fenómeno de la revolución en Cuba, no solo recreando lazos comerciales y productivos, sino estimulando procesos de renovación del modelo económico, considerado de manera especial en los lineamientos de política económica del 2011, donde muchos quisieron ver un viraje hacia el capitalismo, cuando lo que había era un movimiento defensivo, de rectificación del rumbo para adecuar la estructura económica social cubana a las nuevas condiciones que se habilitaban en la región nuestramericana y en el mundo.

Cuba se acercaba cada vez más a la región nuestramericana, o quizás al revés, ya que Cuba nunca desistió en su búsqueda de encuentros con los países hermanos de América Latina y el Caribe.

Queda claro que estos procesos agravaron la respuesta de ofensiva y boicot del capital transnacional y el imperialismo ante esta situación. Incluso, más allá de esos territorios y naciones, modificando el escenario regional para favorecer el proceso de recomposición de las derechas y las clases dominantes. Lo hicieron con golpes de estado y procesos electorales que cambiaron la agenda de los gobiernos para promover una mayor afinidad con los objetivos de política exterior de EE.UU. La situación mundial bajo hegemonía capitalista no podía permitir la consolidación de un proceso regional de transición, más allá de su materialización y concreción, de manera especial en transformaciones estructurales en las relaciones sociales de producción. La sola formulación como objetivo de los procesos de cambio político fue la alarma para abortar un proceso de experimentación de cambio en las relaciones económico — sociales. Pensar la transición supone pensar la hegemonía de un sistema mundial.

Además de pensar al mercado como una relación social, debe considerarse el carácter monetario del mismo. La relación de intercambio construida en el capitalismo es monetario mercantil, lo que supone estudiar el tema en la construcción de la sociedad en tránsito del capitalismo al socialismo. La cuestión de la moneda es clave. Es motivo de debate en Cuba por la doble moneda en la circulación, pero también lo era la dolarización en Ecuador y más recientemente el fenómeno inflacionario afecta y condiciona la política económica en Venezuela. Bolivia es quien más había avanzado en el proceso de pesificación, previo al golpe que revierte buena parte de lo conseguido.

Interrogantes necesarias

¿Cómo avanzar en la autosuficiencia alimentaria y energética, sin entrar en la lógica de las asimetrías que conlleva la mercantilización de las relaciones sociales de producción?

Responder a la interrogante supone considerar las propuestas sustentadas desde el movimiento popular en torno a la soberanía alimentaria, energética o financiera, que fuera parte del programa sustentado desde la nueva integración animada en la región en este tiempo de cambio político.

Es más, se puede rescatar la experiencia de Cuba desde 1959, Chile entre 1973 y 1976, Nicaragua entre 1979 y 2000, y los recientes procesos de cambio para asumir la limitación de la dependencia que impone la organización capitalista global. Por eso, destacamos la necesidad de resolver el límite tecnológico y de subordinación al sistema de patentes y marcas en el comercio internacional, que desafía a constituir nuevos rumbos al modelo productivo y de desarrollo.

Una prioridad es la alimentación de la población, no solo bajo un nuevo patrón de producción, sino también de consumo, por lo que la soberanía alimentaria es más que una categoría programática. Debe transformarse en una finalidad consciente de la población, lo que supone confrontar con una lógica histórica asociada al consumismo y a la dominación de las transnacionales modernas de la alimentación y la biotecnología.

Claro que ello no puede hacerse sin transformar la matriz energética asociada a la dominación de los hidrocarburos y las petroleras transnacionales, por lo que la soberanía energética asociada a otra forma de satisfacer las necesidades locales y regionales constituye una base de arranque de un petromodelo productivo, ensayado en la lógica no lograda del proyecto Petro-América.

En el mismo sentido puede pensarse el financiamiento de esas dinámicas alternativas, para lo que resulta de gran estímulo el debate sobre la nueva arquitectura financiera para la región discutido en la primera década del siglo XXI, de manera especial en torno a la constitución de un Banco del Sur, una moneda de intercambio regional para facilitar la circulación de bienes y servicios sin acudir a divisas de circulación global.

Por eso la soberanía financiera es un mecanismo de autonomía y camino de independencia para pensar en un rumbo por la transición.

¿Cómo construir sociedades con sujetos conscientes y un nuevo sentido común para generar excedentes y una mayor productividad sin exclusión social?

No es simple la respuesta, máxime si se estudian las experiencias históricas de tránsito del socialismo al capitalismo. Un problema ha sido la emulación entre lo nuevo que se pretende construir y lo viejo que se busca transformar, que lleva a competir con la misma lógica de producir, que define en última instancia las formas de la circulación y el consumo.

Se trata, como lo explica Dussel,[7] logrando generar en el seno de la sociedad una reproducción social con sujetos situados para la alternativa al capitalismo. El Che había puesto de manifiesto la necesidad de construir una nueva subjetividad para pensar más allá del capitalismo.

No solo se trata de la producción de bienes y servicios, sino de una conciencia sobre la nueva sociedad a construir, quizás uno de los límites más importantes a la hora de pensar la construcción de lo alternativo en el orden económico y social.

La mayor productividad y la generación de excedentes es parte de la búsqueda en la construcción de la nueva sociedad. Ese es el camino enunciado por los lineamientos de cambio económico en Cuba desde el 2011, en proceso permanente de reevaluación y que son parte de los cambios que generó el proceso regional de cambio político en la primera década del siglo XXI.

En definitiva, la construcción de sujetos situados en dirección a estos objetivos choca con el sentido común construido y consolidado a partir de la universalización del capitalismo; en especial en tiempos de una inmensa ofensiva capitalista por la liberalización de la economía mundial.

¿Cómo orientar el sistema educativo cultural y de ciencia y tecnología en la construcción de sujetos que no reproduzcan la subjetividad que el capital ha institucionalizado?

Vale la experiencia de Cuba,[8] en permanente revisión y actualización. No son pocos los esfuerzos desarrollados en este plano en las distintas experiencias mencionadas, de manera especial en la asediada Revolución bolivariana.

Sin embargo, queda claro que no alcanza con alfabetizar y poner al alcance de la sociedad los adelantos tecnológicos y científicos, si al mismo tiempo no se innova en el proceso de enseñanza y aprendizaje, incluyendo en ello el aporte del saber popular con perspectiva emancipadora.

En especial remitimos a las menciones previas relativas a la soberanía alimentaria, energética o financiera, donde el saber popular incorpora novedades, muchas veces a contramano del saber profesional.

Una adecuada articulación de saberes populares y profesionales es uno de los límites que requieren ser superados para la generación de rupturas civilizatorias que permitan dejar atrás la cultura impuesta por el régimen del capital.

Es importante el avance de la construcción popular, pero la ausencia de proyecto alternativo, transformador, termina subsumiendo la dinámica social en la estrategia del poder global.

¿Cómo desacoplarse de la globalización capitalista? En tiempos de la bipolaridad mundial se construyó la posibilidad de la «tercera posición», que habilitó formas de desarrollo alternativo que inspiraron procesos de transición en varias partes del planeta.

La realidad de este tiempo nos lleva a la creación de nuevas propuestas, que tienen en el pasado reciente muchas sugerencias programáticas, entre las que destaca el impulso a una nueva integración regional, no subordinada y con ciertos avances en materia de creación de una renovada institucionalidad, expresada como dijimos en el ALBA-TCP o en la CELAC, entre otros instrumentos.

El régimen del capital es una construcción mundial, lo que desafía a la articulación de un nuevo internacionalismo para la transición contra y más allá del capitalismo.

Los avances integradores de nuevo tipo en la región generaron las respuestas de boicot y ofensiva de las derechas para frenar el avance de estas propuestas.

Ello quedó de manifiesto en los golpes desplegados desde Honduras en 2009, Paraguay 2012, Brasil 2016, Bolivia 2019 e incluso los procesos electorales favorables a las derechas en Argentina 2015 y Uruguay 2020. El desacople implica procesos de construcción y deconstrucción propios de la crisis de las alternativas.

¿Cómo incorporar la participación popular en la política pública? Requiere incluir la perspectiva del carácter plurinacional del Estado, modificando la concepción de «sector público» y articulación entre este renominado como plurinacional y lo comunitario.

Existen aportaciones interesantes de la experiencia regional en materia de participación, de manera especial en lo atinente al presupuesto participativo, que incorporó la experiencia de la izquierda brasileña en el Gobierno en los tempranos noventa del siglo pasado.

La participación popular en la definición y ejecución del presupuesto público, tanto como la definición de las políticas públicas son aspectos a desarrollar desde la participación popular. Las entrevistas realizadas en el estudio ya aludido,[9] permiten comprender cómo es la angosta calle por la cual van pasando algunos espacios de participación, como también, lo que se fue «perdiendo» como posibilidad en el proceso.

El Estado es parte de los problemas de la crisis en las alternativas. También es necesario un Estado situado para avanzar en una sociedad en esta dirección. Comprender el fenómeno estatal es un aspecto central en los procesos de emancipación del capital. Rajland plantea que:

«el aparato del Estado está atravesado por los procesos sociales, y posee autonomía que le permite retroactuar sobre la sociedad y no sólo `reflejar´ las relaciones que se traban en el seno de aquella. No es solo un `instrumento´ del poder económico en una sociedad dada, sino un espacio en el que, en forma compleja y mediada, se dirimen y modifican las relaciones sociales del conjunto de esa sociedad, y se `ejecutan´ tareas sociales necesarias para la reproducción de la misma».[10]

La conceptualización que realiza Rajland habilita para reflexionar alrededor del interrogante planteado en el sentido que, el Estado, como categoría teórica e institucionalizada de manera casi universal a partir del desarrollo capitalista mundial, es parte también de la crisis en las transiciones.

Como lo expresa la autora, se trata de un espacio en el cual se «ejecutan» tareas sociales necesarias para la reproducción de la misma, de allí la importancia para los procesos de transición comprender cómo es la reproducción capitalista, y cuáles son las políticas construidas que dan origen a los cambios en la dirección de ese modo de desarrollo. Rajland lo pone en estos términos:

«se necesita construir contra hegemonía como contrapoder y en el cómo se construye, la educación es uno de los instrumentos. Pero para llegar al poder y a la hegemonía hace falta la práctica política de los sujetos conscientes. Es a la construcción de esa consciencia a la que podemos contribuir los educadores marxistas».

El socialismo y la crisis de las alternativas

Aludimos antes a que lo distintivo en los procesos de transición al socialismo es la «modificación sustancial de las relaciones sociales de producción», involucrando tanto los aspectos materiales como la consciencia social. En este sentido, la categoría «socialismo» supone un concepto en disputa y de permanente revisión. Las prácticas e iniciativas de los últimos años, a nombre del «socialismo», tienen nuevos componentes y particularidades, los que responden a contextos diferentes, además de incorporar lo subjetivo de los nuevos liderazgos. Puede haber más acuerdo teórico o ideológico en torno al socialismo que en la comprensión en sí de cada proceso. Por ello se requiere ser muy específico a la hora de balancear avances, logros y/o limitaciones.

Entre los avances y logros se les puede vincular con políticas que contribuyeron o no a la modificación de las relaciones sociales. Puede ayudarnos en ese sentido la recuperación de El Capital de Carlos Marx para estudiar en forma crítica el régimen del capital y comprender el proceso de producción y reproducción capitalista. De allí la importancia de discutir la categoría de socialismo con los obstáculos en avanzar en contra y más allá del capitalismo, ya sea, por las políticas elegidas o en su defecto, por el peso del poder hegemónico de manera estructural, o de ambas a la vez. Esto es lo que genera, en parte, la crisis de las alternativas que es la característica esencial del momento actual.

La aseveración está asociada a que la contradicción durante la bipolaridad mundial confrontó desde 1945 a capitalismo con socialismo, más allá de cualquier consideración sobre una categoría o la otra. Con la caída del socialismo en el este de Europa se instaló la ausencia de alternativa al capitalismo en el imaginario social mundial.

Por ello es que la transición del capitalismo al socialismo deber ser ubicada y analizada en simultáneo con la categoría «socialismo». Por transición se suelen tener diferentes visiones, en nuestro caso compartimos el análisis que hace Rajland,[11] quien señaló que «no existe una teoría de la transición. Hay prácticas de la transición que luego pueden hacerse teoría», agregando que «el tema es tener en claro si sabemos de dónde partimos y a dónde queremos llegar, por ende, discutir los niveles de ruptura que puedan procesarse».

La recreación de la esperanza por el socialismo se relaciona con la experiencia de los procesos de cambio político en la región latinoamericana y caribeña a comienzos del siglo XXI, y muy en especial con los que se identificaron bajo la denominación de «Socialismo del siglo XXI» o similar, en articulación con el ejemplo, constancia y fortaleza generadas por la Revolución cubana. Por eso nos interesa considerar la propuesta por el socialismo del siglo XXI o similar denominación y su gravitación regional.

Pensar la transición en Nuestramérica remite en primer lugar a la experiencia cubana, el proceso de más larga duración en la región, junto a otros procesos emergentes a comienzos del siglo XXI. Cuba y esos procesos articulados orientaron un nuevo tiempo en el debate de la crítica al capitalismo en Nuestramérica. Es un tiempo donde se recupera el debate por el socialismo y, por ende, la transición del capitalismo al socialismo. Se trata de una experiencia diversa y compleja, de cambio político en la región, lo que supuso procesos en confrontación con las políticas neoliberales hegemónicas en la región desde los setenta, las que fueron exacerbadas en los noventa bajo la inspiración del Consenso de Washington. Pero también, otros que se inspiraron en una prédica de contenido anticapitalista. Para algunos el problema era el neoliberalismo y para estos últimos el capitalismo.

Entre estos últimos identificamos aquellos procesos que instalaron las categorías del «Socialismo del siglo XXI» o del «Socialismo Comunitario», con un posicionamiento de contenido anticolonial, antiimperialista y anticapitalista. Venezuela y Bolivia en particular, aun cuando con matices, pueden asociarse a Ecuador con estos posicionamientos, en especial Bolivia y Ecuador con sus formulaciones constitucionales por el «vivir bien» o el «buen vivir». En un similar sentido puede incluirse en esta categoría a Nicaragua a partir del año 2007, con su antecedente del periodo 1978–1990.

La propuesta por el Socialismo, bajo nuevas concepciones a comienzos del siglo XXI, articula en un sentido transformador a este conjunto de iniciativas, insistamos, con especificidades y diferencias. Entre los temas a destacar por lo que se insinúa como transformación estructural está el proceso de «nueva integración», de carácter alternativa y no subordinada. Recuperemos que el eje de los ochenta y los noventa está marcado por la propuesta del ALCA, que excluía a Cuba y condenaba a la región a la hegemonía estadounidense en una concepción de «libre comercio», tendencia hegemónica de la ofensiva capitalista desde los 80´s del siglo pasado.

Destacamos en ese sentido que una nueva relación internacional emerge en la región con la construcción del ALBA-TCP entre fines del 2004 y comienzos del 2006, entre Cuba y Venezuela primero, y luego, la incorporación de Bolivia, tanto como las propuestas de articulación energética promovidas desde Venezuela, caso de Petro-Caribe. Son intentos con un grado de materialidad que instalaron un programa posible de relaciones internacionales de nuevo tipo en la región, que hoy constituyen programa de acción a futuro.

En ese camino se escriben varios «Foros» de debate y articulación, con intentos de organizar una nueva institucionalidad de la integración donde se destacan, con matices, Unasur o la Celac, que excluyen del proceso integrador a Norteamérica.

Más allá de los mencionados matices, lo común fue el intento por poner límites a las políticas hegemónicas de corte neoliberal, habilitando un debate que bajo ciertas condiciones se proponía en contra y más allá del capitalismo.

La ampliación de derechos y de la política social fue un elemento común en la perspectiva anticapitalista como en la antineoliberal, tanto como una revalorización de la intervención en la economía del sector estatal.

Recordemos que la prédica neoliberal se concentró en el desarme del Estado en su actividad económica directa vía privatizaciones.

El mayor aporte en materia de política económica en estos procesos de cambio político está en la recomposición del sector público, de manera especial en la apropiación estatal de la renta energética, válido de forma significativa para Venezuela, Bolivia y Ecuador. Fue la base material para el desarrollo de propuestas económicas de orientación alternativa.

Dos menciones especiales haremos con la inclusión de la «economía comunitaria» como parte de la «economía plural» en la nueva Constitución de Bolivia, como el caso de las «misiones venezolanas» para atender problemas específicos de salud o educación, entre otros.

Ambas cuestiones trascienden al sector estatal y confluyen en búsquedas de transformación social que recuperan formas de organización social en la economía y de satisfacción de necesidades sociales para acceder a derechos.

Son aspectos que actúan más allá de la lógica mercantil tradicional y apuntan a transitar rumbos y búsquedas por la desmercantilización.

Estos elementos comentados generan desafíos y tensiones, ya que somos conscientes que el socialismo es una asignatura pendiente en el ámbito mundial, por lo que nos interesa el proceso de transición, o toda búsqueda con ese propósito.

Por eso nos centramos en considerar aspectos generales que condicionan el proceso de transición con relación a las experiencias que intentaron recientemente asumir el proyecto del socialismo. Son consideraciones que excluyen al caso cubano.

Entre ellas se destacan: a) el escaso espacio dejado a la construcción ampliada de una subjetividad que se permita reflexionar la posibilidad de concebir otro orden social; b) baja prioridad en el sistema educativo, cultural y científico como parte del proceso de cambio; c) inconsecuencia a la hora de definir las alianzas regionales o extraregionales; d) subestimación de la fuerza y accionar del poder hegemónico.

Varios fueron los conflictos manifestados entre las relaciones mercantiles existentes y el desarrollo de las nuevas políticas. En un inicio podemos señalar al menos tres niveles de conflictos: a) el grado de dependencia tecnológica y limitaciones de insumos básicos para la reproducción de la vida cotidiana;b) la magnitud de la exclusión social preexistente en el seno de estas experiencias, con la presencia ininterrumpida y renovada de la política global de bloqueo económico, financiero y comercial de parte de EE.UU. y sus países asociados; c) la insuficiencia de espacios regionales o mundiales en los cuales se puedan articular políticas asociativas, de cooperación y solidaridad, que sean sostén de procesos de desmercantilización.

Vale remarcar que este tipo de relaciones mercantiles, son parte de un proceso sustancial de las relaciones de producción y reproducción del capitalismo, teniendo una dimensión que traspasa a lo económico y lo nacional.

Las relaciones mercantiles ampliadas son la base constitutiva y primaria del capitalismo, siendo el neoliberalismo la política de avanzada y más representativa del poder hegemónico mundial en la actualidad. Es decir, los tres aspectos señalados integran parte de este conflicto, conformando el núcleo de la dependencia y debilidad al que están sometidos todos aquellos procesos que pretendan la transición anticapitalista en tiempos de dominación transnacional de la economía mundial capitalista.

Aprendizajes y lecciones para seguir pensando

Parte del aprendizaje que van dejando las experiencias consideradas es la importancia de lograr una comprensión acabada de las categorías de transición y emancipación; imperialismo, capitalismo y poder hegemónico; tanto como Estado «capitalista» y aparato institucional preexistente a los procesos de cambio. Categorías estas que acompañan y envuelven a los procesos de cambio, más aún si se presentan con perspectiva de pensarse en la transición del capitalismo al socialismo en Nuestramérica.

Del estudio de estos casos particulares hay varios aspectos que, nos parece, se deberían revisar y profundizar, entre otros, para encontrar maneras articuladas para avanzar en la limitación de la mercantilización de la vida social y comprender el grado de conflictividad que implica movilizar prácticas en dirección a otro modo de organización económica y social, por fuera y más allá de la lógica del capital.

Queremos resaltar en ese sentido las especificidades de las políticas de transición. Estamos convencidos que las diferentes experiencias de época en época pueden tener rasgos comunes, pero la especificidad de cada proceso y su momento histórico son aspectos relevantes para su comprensión.

Eso nos lleva a destacar la importancia de construir una teoría desde la crítica de la economía política, que contenga los problemas de la transición, su complejidad, los limites y avances. Es un asunto que sigue estando pendiente.

No es solo una cuestión económica, sino cultural, política y social. Ahora bien, esta teoría debe contener y comprender el aprendizaje de las experiencias de los diferentes procesos con pretensión de transición, los que requieren ser estudiados a fondo, considerando que sus logros y deficiencias son producto de la práctica revolucionaria.

La severidad y criminalidad de la clase dominante nos debe llevar a comprender que hay mucho por aprender, ya que muchos de los déficits deben anotarse a la cuenta del accionar de las clases dominantes. En ese marco, ir a fondo en el estudio de las prácticas de los procesos que se asumen por el rumbo de la transición antisistémica.

Resulta indispensable identificar esas prácticas para nutrirnos de todo lo que pasó y pasa en cada una de las experiencias, incluso los errores o fallos para analizar el proceso en dinámica histórica.

Es necesario interpretar el fenómeno de manera integral y articulada, pensando a cada experiencia en su dinámica de integración regional, recuperando la vieja tradición de unidad separada por los proyectos de «naciones burguesas» constituidas en el proceso de lucha por la independencia contra la colonia española o portuguesa.

Unir las prácticas de los distintos procesos de cambio político y las experiencias a nombre de la transición del capitalismo al socialismo, apunta a comprender el proceso histórico en la lucha por la emancipación. Es también rescatar los múltiples liderazgos que la historia dejó en el anonimato, al tiempo de habilitar interpelarnos y saber responder, qué es lo que falta, qué hay que superar, qué hacer.

Es una convocatoria a sistematizar los estudios de esos procesos, lo que consideramos aun una asignatura pendiente.

Son todos temas complejos, que pueden aparecer tratados con imprecisión, sin embargo, estamos convencidos que es la manera de intentar superar lecturas dogmáticas o simplistas.

El tema no se resuelve en la simplicidad de enemigo-amigo, sino en la capacidad de indagar a fondo en una trama compleja que define la organización social capitalista.

Imprescindible resulta avanzar en el conocimiento de las regularidades inherentes a los avances y retrocesos de estas experiencias. Se trata de incorporarlas como parte de la crisis de las alternativas, más aún luego de impugnado el socialismo desde la caída del este europeo.

Así como Marx y Engels tuvieron que redefinir la nominación de la alternativa bajo el título del «comunismo», con crítica detallada de los variados socialismos en su tiempo, tal como hicieron en la redacción del Manifiesto, ahora se requiere volver a designar el propósito para la transición en contra y más allá del capitalismo.

Las regularidades tienen que ver con identificar cuáles han sido o son las acciones y reacciones, entre las partes antagónicas en cada caso, frente a las prácticas políticas implementadas. Podría ponerse en estos términos: al momento de querer cambiar/alterar el curso capitalista, el ritmo y/o la dirección del desarrollo capitalista, ¿qué regularidades generales y específicas se pueden identificar?

El tema se asocia a comprender y entender al desarrollo de la sociedad en forma dialéctica, tanto en el orden local, como regional y global. También respetar y tener en cuenta de aquellas regularidades de ayer que fueron parte del fracaso o de no haber podido avanzar en la dirección propuesta.

Por ello, los logros y fracasos como parte del legado de cada proceso son producto de una lucha por la resistencia a la dominación imperialista y al régimen del capital.

Nuestramérica en su historia nos enseña que sus protagonistas son y han sido miles de personas que han trabajado y siguen haciéndolo con gran esfuerzo, con una extraordinaria dignidad por encontrar y hacer posibles los caminos de las alternativas contra el poder hegemónico.

Esto nos debe invitar a saber aprender de los logros, aun siendo pequeños y también de los fracasos. Tener presente y saberlos en detalle contribuye a comprender la complejidad de la crisis de las alternativas.

Se trata de pensar una conciencia colectiva que acompañe y se comprometa con las alternativas. La construcción y el desarrollo de una conciencia colectiva para transformar la actual sociedad capitalista en un desarrollo alternativo al vigente, es parte esencial en los procesos de transición.

Es en el mediano y largo plazo que se mide la división entre el éxito o fracaso del cambio propuesto, más allá que la historia muestra que hay experiencias en que la superioridad militar hegemónica no permite avanzar en los cambios. Del estudio realizado de los procesos de transición, en parte se ha subestimado la importancia y urgencia en ser incorporado este tema en la cotidianidad del proceso de cambio. Esto hace a la esencia en la formación de cuadros políticos para actuar en la transición.

Estamos pensando en la necesaria lectura de largo plazo en la región, que a grandes trazos supone la lucha por siglos contra la colonización, pero también por décadas en función de afirmar un proceso de autonomía e independencia en el marco del desarrollo capitalista.

Pensar en términos de transición supone recuperar ambas dimensiones históricas, la lucha contra el colonialismo (de 1492 en adelante) y la desplegada por la independencia (de 1804 en adelante), para resumirla en una historia común por la transición, en contra y más allá del capitalismo (desde 1959 para acá).

Es una dimensión histórica que trasciende a las experiencias de los últimos años, pero en las que debe apoyarse para dimensionar un proyecto estratégico de emancipación social.

Apuntamos a pensar el interés y el accionar del poder hegemónico del capitalismo. El poder en sus diferentes facetas ha logrado penetrar en el sentido común de la población en muchas direcciones, y hasta ahora, con mucho éxito. Las formas y los momentos de su instrumentación son permanentes.

El objetivo de ese poder es mostrar a cada proceso de cambio como una derrota para la sociedad. De allí que la categoría de resistencia y acción es parte de la respuesta para enfrentar el poder establecido. Este no se retira ni abandona sus objetivos, es parte de la vitalidad capitalista. En las alternativas de los procesos de transición hay que avanzar en consolidar una vitalidad superior. Ahí tiene que estar nuestro destino.

Se trata de salir del encapsulamiento de prácticas políticas funcionales al capitalismo. Es preciso repensar cómo salir del «encapsulamiento» en sus posturas primogénitas y partidarias de la política tradicional. Es un gran desafío por resolver: cómo hacer para que el pensamiento crítico y prácticas populares articulen acciones que permitan una salida de «la cápsula» de las posturas partidarias o de movimientos sociales que, en muchos casos, no permiten abrirse a la construcción de puentes con lo nuevo que va surgiendo de cada uno de estos procesos y momentos y, de esa manera, poner en discusión al capitalismo, más allá de las limitaciones.

Un ejemplo interesante es cómo Venezuela, a partir del año 1998, rompió con el sistema tradicional denominado de punto fijo.[12] Es el punto de partida para entender la experiencia bolivariana, su presencia en resistencia pese a la agresión imperialista y de las clases dominantes locales, pese a las inmensas dificultades del presente.

En rigor, no hay proceso de transición y emancipación que trascienda sin la práctica del «hombre y la mujer de nuevo tipo».

Todas las acciones y prácticas en la búsqueda de salir del actual sistema serán insuficientes, si en las prácticas políticas de los procesos de transición no se vuelve a incorporar la concepción del hombre y la mujer de nuevo tipo a la par del desarrollo material de la sociedad.

Desde la Revolución cubana hasta el presente la categoría de «hombre y mujer de nuevo tipo», tuvo diferentes mutaciones entre quienes han sido protagonistas en procesos de transición.

En varios de los procesos analizados, donde han existidos pequeños intersticios en los cuales han estado presentes valores inherentes a esta categoría, los logros por pequeños son ejemplificadores.

Creer en la viabilidad de limitar o cambiar la mercantilización de la vida social sin tener en cuenta la construcción de un hombre y mujer nueva, es desconocer entre otros aspectos al capitalismo y su hegemonía cultural.

A modo de conclusiones

En el recorrido realizado, para pensar y discutir la transición del capitalismo al socialismo, hemos intentado dar cuenta de tres aspectos que incluían las interrogantes que nos propusieran para este artículo. Una remite a cuestiones relativas a la «conflictividad», otra a la «mercantilización» y, finalmente, las «lecciones» a sacar sobre las experiencias gubernamentales recientes que en términos generales recuperaron la perspectiva de lucha por el socialismo.

Pensar en los conflictos entre la tendencia creciente a la mercantilización en el ámbito mundial y un propósito por la transformación estructural de la sociedad supone pensar en varios aspectos.

Uno se asocia al proyecto del capital más concentrado, que siempre empuja el proceso de valorización y por ende la mercantilización capitalista exacerbada. No solo el capital actúa en ese sentido, sino también los propios Estados nacionales, claro, los más poderosos, y también su injerencia en los organismos internacionales. Por ende, el Capital como tal, los Estados hegemónicos y los Organismos Internacionales imponen condiciones políticas, jurídicas e ideológicas para hacer avanzar el mercado capitalista, expresado en una creciente mercantilización de otrora derechos sociales.

Ir contra esa tendencia dominante en el mundo constituye un gran desafío, en especial si se intenta desde un territorio de la dependencia como son los países de Nuestramérica.

Más aún, el interés de la tríada de sujetos mencionados, el Capital, los Estados y los Organismos Internacionales, asumen al territorio regional como un gran proveedor de mercancías, por lo que transforman constantemente nuestros bienes comunes en materias primas para el desarrollo de sus fuerzas productivas, aun a costa del planeta Tierra. Se trata en definitiva del gran conflicto entre el capital y el trabajo, entre aquel y la naturaleza, tanto como el capital contra la sociedad en su conjunto. Es parte del conflicto global que supone la explotación del trabajo humano, el saqueo de los bienes comunes y el consumismo como cultura civilizatoria. El resultado es el empobrecimiento social ampliado, la destrucción de los bienes comunes y la configuración de una ideología del sálvese quien pueda y el individualismo. En rigor, se trata de subordinar a la región en la lógica de la política exterior de la principal potencia del sistema capitalista, involucrando a sus gobiernos en las tendencias agresivas y militaristas empujadas desde Washington, para lo cual, cualquier prédica por el socialismo resulta inconveniente y un objetivo a vencer. Sea por el mecanismo de la subordinación económica, política o militar, la expectativa del poder mundial es sumar a la región como soldado de una causa para la superación de la crisis capitalista, con desigualdad y miseria extendida.

Ejemplos de sobra nos presenta el bloqueo contra Cuba por más de medio siglo, o los golpes de Estado asociados al manejo de los bienes comunes, el emblemático caso de Chile en 1973 y el cobre, territorio donde se ensayó por primera vez lo que luego se extendería como políticas «neoliberales». Más recientes son los ejemplos de Venezuela, Ecuador o Bolivia con los hidrocarburos, por solo mencionar los casos más expresivos a los que podríamos sumar la historia recurrente de la intervención estadounidense y en muchos casos asociados a países europeos, para intervenir de variadas formas en el continente. A la dominación capitalista le preocupa cualquier intento de independencia y autonomía, imposible en el marco del capitalismo, cuya tendencia mundial se presenta hoy bajo la forma de la mundialización y la liberalización, más allá de cualquier discurso proteccionista. Por eso las amenazas y el conflicto permanente para evitar cualquier proceso de construcción alternativa, menos si es explícito en su orientación por la transición del capitalismo al socialismo.

En ese marco, la disputa geopolítica mundial interviene en la región, como conflicto de intereses considerados propios por la potencia hegemónica, dicho en tiempos de creciente participación de China como socio comercial, económico y financiero de buena parte de los países de la región. La disputa mundial se presenta como conflicto en la región y claro, vinculado a intereses económicos sobre el excedente socialmente generado en nuestros países.

La perspectiva por la desmercantilización en los procesos que pregonan el tránsito al socialismo resulta limitada, por el peso cultural de las relaciones monetario-mercantiles. Los intentos de regulación de los mercados no terminan siendo exitosos porque no son parte constitutiva de una cultura de conciencia social ampliada para ir en contra y más allá del régimen del capital, de la Ley del valor y, por ende, de la apropiación del excedente económico socialmente generado.

Más aún, estas experiencias no solo ocurren en tiempos de extensión de la mercantilización a escala mundial, sino de un proceso de cambio de las funciones de los Estados nacionales y su capacidad de intervenir en los procesos productivos y económicos, caso de las privatizaciones de empresas públicas. Las reformas de los Estados fueron impulsadas en todo el mundo desde una fuerte prédica de la hegemonía política y cultural mundial, en especial desde los Organismos Internacionales.

Bajo estas condiciones, fueron limitadas las capacidades de los procesos políticos en el gobierno para innovar en la regulación de los mercados o, incluso, en el establecimiento de límites para la mercantilización de la vida social. Es sin dudas una cuestión de poder, que se juega más allá de la economía y tiene que ver con la capacidad de generar consenso por medios ideológicos o en forma directa por la coerción de los mecanismos de la violencia y la intervención militar.

Aun así, resulta interesante estudiar y verificar los desplantes diplomáticos, políticos y económicos desarrollados por estos países. Solo a modo de ejemplo están las expropiaciones a empresas extranjeras en el caso cubano, o las expulsiones de diplomáticos estadounidenses en Venezuela o Bolivia. En ese plano, la gran amenaza para el imperialismo fue el aliento a un conjunto de iniciativas que aspiraban a constituirse en alternativa en materia de integración y articulación productiva y financiera. La sola construcción del ALBA-TCP, Petro-Caribe, o la propuesta irresuelta del Banco del Sur, fueron suficientes para frenar el empuje de una nueva dinámica de construcción del orden socioeconómico.

En ese plano puede mencionarse el rumbo de las «misiones» en Venezuela, contrastando con la tendencia a la mercantilización, pero también en contra de la burocratización en la resolución de necesidades sociales.

En ese plano se inscribe la construcción del orden comunal y más aún la potencia de la economía comunitaria contenida en la Constitución del Estado Plurinacional de Bolivia.

Quizás no sea tanto el avance contra la tendencia a la mercantilización, pero las experiencias dejan un cúmulo de ideas y propuestas que constituyen «programa» para pensar la perspectiva de la transición del capitalismo al socialismo. En rigor, es parte de las «lecciones» que nos deja este tiempo y las experiencias gubernamentales de este proceso de creatividad que sufre hoy el embate agresivo de la política imperialista y las clases dominantes.

Junto a estas enseñanzas, debe incluirse la ausencia de un trabajo cultural de conformación del hombre y la mujer nueva, en el sentido de las reflexiones del Che en los inicios de la Revolución cubana. Es mucho lo que se ha sostenido contra el voluntarismo, sin embargo, la cuestión cultural ideológica en la construcción de la subjetividad consciente para el cambio social resulta fundamental y no existe posibilidad de sustraerse a esa gigantesca tarea por ganar la conciencia social de la mayoría de las poblaciones. Hay ahí una cuestión no resuelta para los procesos de cambio y de transición sistémica.

Otra lección podemos asociarla a la subestimación de la lucha de clases y más específicamente a la estrategia e iniciativa del poder capitalista, que no resigna con facilidad su poder. El capitalismo se reproduce en la lógica de la ganancia, por eso es irreformable y no cede posiciones, sino de manera transitoria, derivado de la correlación de fuerzas, que no son eternas. Es algo que no siempre se comprende desde las clases subalternas y la revolución.

No alcanza con la toma del poder y menos si se accede al gobierno por medios electorales, con resortes de poder económico e ideológico en manos de quienes boicotearán el proceso de cambio por todos los medios posibles, incluso acudiendo a la corrupción, medio privilegiado de funcionamiento del capitalismo criminal contemporáneo.

Construir el nuevo poder para la transición supone fortalecer el consenso social masivo a escala local y la conformación de alianzas internacionales amplias para derrotar al poder global. Son consensos necesarios para asegurar la sostenibilidad de la desmercantilización en relación con las posibilidades de la reproducción de la sociedad alternativa. Se trata de un objetivo sin el cual se limitan las fuerzas y posibilidades de avanzar en los cambios. Son aspectos internos y externos que operan siempre de manera simultánea.

El conjunto de aspectos considerados son unas primeras aproximaciones a un balance que requiere mayor estudio y profundidad. El socialismo y, con mayor precisión, el periodo de transición tiene el límite del carácter mundial del orden capitalista, instalado por siglos en los propios territorios y poblaciones con pretensión de revolucionar la realidad. Lo que pretendemos señalar es que no alcanza con la disputa política e incluso los consensos sociopolíticos para transformaciones profundas, que lo que se requiere es una inmensa disputa de sentidos entre millones de personas más allá de las realidades nacionales. Lo interesante de las experiencias consideradas es que confluyeron en un tiempo que hacían pensar en una coordinación temporal y espacial para encarar procesos integrados de transformación en un camino de transición contra y más allá del capitalismo. Queda para futuros análisis el saldo en términos de acumulación de poder popular para seguir pensando la transición del capitalismo al socialismo en Nuestramérica.

Notas:

[1] En el año 2017 se construyó el CPC-PP desde donde se desarrolló la Especialización en Estudios Socioeconómicos Latinoamericanos, y varios ciclos de debates construidos por una década. En ese decenio de actividad compartida, sobre la base de varias actividades docentes se trabajó el viaje de estudios de Enrique Elorza a diferentes países para estudiar los procesos de cambio en el territorio, desde donde conformamos un núcleo de cuestiones a estudiar que hemos sintetizado respecto de los procesos de transición.

[2] José Luis Rodríguez (2015). El Derrumbe del Socialismo en Europa. Ciencias Sociales- Ruth Casa Editorial, La Habana, Segunda Edición.

[3] Julio C. Gambina. La Argentina contemporánea y el legado del Che. Revista Paradigma del Centro de Estudios Che Guevara, La Habana, Cuba, número 5, 2016, en: http://cheguevaralibros.com/web/uploads/40034324.pdf

[4] Enrique Elorza (2019). Economía Política en la Transición. Ir hacia una mesa servida para todos. Argentina, FISYP. Segunda edición. https://fisyp.org.ar/

[5] Karl Marx. Introducción a la crítica de la economía política (1857), con estudio introductorio de Julio C. Gambina. Ediciones Luxemburg, Buenos Aires, 2008.

[6] Guevara, Ernesto (1988). Temas Económicos. Editorial Ciencias Sociales, La Habana; Tablada Pérez, Carlos (1987). El pensamiento económico de Ernesto Che Guevara. Editorial Casa de las Américas, Premio Casa de las Américas; Guevara, Ernesto Che (2005). Apuntes a la economía política, Edición Centro de Estudios Che Guevara-Ciencias Sociales, La Habana.

[7] Enrique Dussel, en https://www.youtube.com/watch?v=Q86_LPat-IQ.

[8] Agustín Lage Dávila (2015). La Economía del Conocimiento y el Socialismo. Editorial Academia, Cuba. Aquí se puede apreciar un conjunto de observaciones y reflexión muy integral que abarca al conjunto del sistema educativo, cultural y tecnológico.

[9] Enrique Elorza (2019).

[10] Beatriz Rajland (2013). «Estado, Emancipación y Educación. Una aproximación desde el pensamiento marxista». Revista Perspectiva №31, Florianópolis, Santa Catarina, Brasil, en https://periodicos.ufsc.br/index.php/perspectiva/article/ view/23438

[11] Beatriz Rajland (2018). «Relación Estado-derecho desde el pensamiento crítico». Intervención en video conferencia para el Programa de Actualización de Posgrado Crítica y Transición. Fundamentos para la Crítica de la Economía Política. Teoría y Práctica de la Transición, en el marco del bicentenario de Carlos Marx. Realizado en el segundo semestre del 2018 en la Universidad Nacional de San Luis, por la Especialización en Estudios Socioeconómicos Latinoamericanos.

[12] En 1958, tras el derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez, los dirigentes de Acción Democrática y Unión Republicana Democrática, firman un acuerdo de gobernabilidad. Surge la IV República, que inicia su quebrantamiento con el Caracazo en 1988, que lleva al advenimiento de Chávez. A partir del año 2000, luego de haber aprobado por referéndum la nueva constitución, surge la V República.

Julio César Gambina es Doctor en Ciencias Sociales de la UBA. Profesor de Economía Política en la Universidad Nacional de Rosario, Argentina. Asesor del Centro de Pensamiento Crítico Pedro Paz, dependiente de la Facultad de Ciencias Económicas, Jurídicas y Sociales, en la Universidad Nacional de San Luis, UNSL, Argentina. Integra la Junta Directiva de la Sociedad Latinoamericana de Economía Política y Pensamiento Crítico, SEPLA. Investigador del Grupo de Trabajo sobre Crisis y Economía Mundial de CLACSO. Presidente de la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas, FISYP.

Enrique Elorza es Doctor en Administración Pública. Coordinador del Centro de Pensamiento Crítico Pedro Paz, y Director de la Especialización en Estudios Socioeconómicos latinoamericanos, dependiente de la Facultad de Ciencias Económicas, Jurídicas y Sociales, en la Universidad Nacional de San Luis, UNSL, Argentina. Investigador del Grupo de Trabajo sobre Crisis y Economía Mundial de CLACSO. Investigador de la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas, FISYP.

Fuente: https://medium.com/la-tiza/para-pensar-y-discutir-la-transici%C3%B3n-del-capitalismo-al-socialismo-1aa2455a6ae8