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El trumpismo somete a Europa

Fuentes: Rebelión

La Administración estadounidense de Trump ha formalizado su proyecto geopolítico en el documento de su nueva Estrategia de Seguridad Nacional, donde define el nuevo orden internacional bajo los intereses y la supremacía de EEUU. En particular, pretende reforzar su hegemonía en el hemisferio occidental (Europa y Latinoamérica) y alinear y subordinar a sus élites dirigentes, completar su control sobre Oriente Medio, acumular fuerzas geoestratégicas para contener al adversario principal (China y sus aliados BRICS) y reajustar el sistema social, económico e institucional hacia un autoritarismo postdemocrático y regresivo.

Con respecto a Europa y tras el diagnóstico de su declive, Trump reclama un doble objetivo: afianzar el soberanismo patriótico de cada país, junto con la mayor dependencia y el seguidismo al nuevo poder imperial trumpista. Ese nacionalismo sería funcional para debilitar la estructura institucional de la UE y su fragmentación serviría para facilitar el hegemonismo estadounidense. No obstante, tiene una incoherencia política y discursiva para articularse y legitimarse. Uno de esos conflictos oscila entre dos polos, autonomía / subordinación.

Por un lado, pretende reforzar la autonomía de cada país y su proteccionismo económico, frente a Bruselas y el aparato de la UE hegemonizado por las élites liberal-conservadoras (y el consenso socialdemócrata), con su modelo social y normativo más abierto y democrático. Pero, por otro lado, persigue la incorporación subordinada de esos países a la estrategia dominadora mundial del trumpismo y de confrontación con China (y sus aliados), junto con la implementación del autoritarismo postdemocrático en lo institucional y regresivo en lo económico y sociocultural.

Las actuales élites europeas liberal-conservadoras están en proceso de reacomodo a esa reestructuración jerárquica del supremacismo neocolonial e iliberal estadounidense. Asistimos, además, a una dinámica de recomposición de las derechas tradicionales con las ultraderechas ascendentes, no exenta de tensiones por intereses corporativos, nacionalistas y de legitimación social de sus élites dirigentes.

La llamada autonomía estratégica europea ha fracasado tras la imposición comercial y arancelaria trumpista y el disciplinamiento de la OTAN y la política compartida del rearme. Los países europeos no han sido capaces de levantar una estrategia autónoma y diferenciada a la de EEUU, en particular ante el genocidio palestino o el conflicto de Rusia/Ucrania, a pesar de su respectivo descrédito ético y su tremendismo de crisis existencial y de seguridad.

Las nuevas derechas europeas -incluidas las del Reino Unido- tienen la expectativa de compartir una posición de ventaja relativa respecto del Sur global, aunque subordinada a EEUU, en el nuevo orden internacional, polarizado por la reedición de la primacía de la denominada civilización cristiana y blanca.

Ahí es donde encaja la diatriba ultraconservadora trumpista sobre su solución al supuesto declive europeo. Según su doctrina de seguridad nacional, esa anunciada debacle de Europa estaría derivada de los criticados excesos de su modelo social y democrático y su permisividad con la inmigración y su integración sociocultural, así como de los avances feministas y ecologistas. Constituyen las políticas a revertir en su nueva agenda reaccionaria, siempre con la imposición hegemonista de su poder duro, político-militar, con la ley del más fuerte y los nuevos valores y normativas que justifican la emergente reestructuración autoritaria del poder y el incremento de la desigualdad mundial.

El supremacismo trumpista

La estrategia trumpista tiene la prioridad inmediata de consolidar su supremacismo en América y Europa (el hemisferio occidental), al mismo tiempo que consigue más aliados ultras y dóciles entre sus élites dirigentes, y plantea un repliegue táctico ante China (y Rusia). No se trataría de un retraimiento estratégico, sino de una recomposición de su política hegemonista global frente a China y sus aliados, con una estrategia geoeconómica de prioridad de los intereses de EEUU, el sometimiento geopolítico y económico europeo, un reajuste de su poderío político militar y unas normas políticas e internacionales favorables a la nueva jerarquización del poder mundial.

Para el trumpismo, el adversario, los objetivos estratégicos y los planes a medio plazo están claros: confrontar con China, para frenar su ascenso y doblegar su creciente influencia. Busca recuperar mayores condiciones de ventaja neocolonial, tapar debilidades geoestratégicas estadounidenses (y occidentales) y recomponer unas élites europeas más dóciles y subalternas. Para esa tarea necesita a Europa, pero con un reajuste colaborativo de sus élites, subordinado respecto de ese rediseño imperial y autoritario.

Supone un desplazamiento hacia las posiciones postdemocráticas y de soberanía limitada, en el nuevo orden internacional, con el apoyo de las ultraderechas europeas (y mundiales), una reestructuración de las derechas tradicionales (y de la propia UE) y la tendencia hacia su pacto entre ambas. Significa la ruptura del tradicional consenso europeo (liberal-conservador y socialdemócrata), así como del cordón sanitario hacia la ultraderecha, con un reagrupamiento hacia la derecha y una gran presión a la socialdemocracia para que acepte su incorporación o su pasividad al nuevo plan. Implica el debilitamiento del propio sistema unitario de la UE, con mayor autonomía de sus gobiernos (respecto de Bruselas) … para adaptarse mejor a la dependencia estadounidense.

O sea, el nuevo orden internacional y su objetivo imperial es contrarrestar los avances del Sur global, a pesar de la heterogeneidad de los BRICS, y someter a las izquierdas, con la incorporación subordinada de las fuerzas dominantes (liberal conservadoras) europeas. Europa ya no sería una aliada, sino una vasalla; tampoco sería un enemigo, como temen algunas élites europeas, sino un súbdito del nuevo imperio, con algunas ventajas a implorar por ese reacomodo en que se sitúan las fuerzas dominantes europeas -no la mayoría de sus pueblos-.

El pronóstico trumpista es el declive irreversible de Europa, lo que la colocaría, según su opinión, en una situación inservible para colaborar en esa nueva misión histórica del hegemonismo mundial estadounidense: renovar y reforzar la llamada civilización occidental (autoritaria, cristiana y blanca), bajo su liderazgo.

Por tanto, para implementar su estrategia, exige la readecuación europea (y latinoamericana) para cumplir ese destino impuesto, cambiando todo que considera disfuncional para sus objetivos: la reestructuración de sus élites dirigentes, la derechización político-cultural ultraconservadora y postdemocrática, y el refuerzo racista, antifeminista y antiigualitario en las relaciones sociales. Se trata de imponer la adaptación subordinada de las clases políticas europeas (y los pueblos) al nuevo dominio estadounidense (y de su tecnocracia) para reorientarla frente al enemigo principal: China (y los BRICS).

Ante semejante encrucijada, no es suficiente la exclusiva expresión de indignación moral o la simple rabia discursiva antitrumpista. Ambas, junto con un refuerzo de la básica actitud democrática, son necesarias. Pero está en juego el avance -o el retroceso- de la igualdad, la libertad y la democracia. Y es crucial que se resuelva favorablemente porque afecta a las poblaciones europeas y mundiales. Ante ello, las izquierdas y las fuerzas progresistas sociales y políticas tienen la responsabilidad histórica de demostrar su capacidad transformadora, con su propio modelo social, democrático y pacífico.

Antonio Antón. Sociólogo y politólogo

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.