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A 60 años de la revolución húngara: obreros versus burocracia

Fuentes: Red Eco Alternativo

Una verdadera revolución tuvo lugar en Hungría. Se trató de un levantamiento obrero contra la opresión social y nacional de la casta burocrática. Transcurrió desde el 23 de octubre hasta el 10 de noviembre de 1956. La lucha de clases no se detenía, por lo tanto, al otro lado del Muro de Berlín. El concepto […]

Una verdadera revolución tuvo lugar en Hungría. Se trató de un levantamiento obrero contra la opresión social y nacional de la casta burocrática. Transcurrió desde el 23 de octubre hasta el 10 de noviembre de 1956. La lucha de clases no se detenía, por lo tanto, al otro lado del Muro de Berlín. El concepto vilipendiado del socialismo fue disputado, ya no sólo en el plano de las ideas, sino directamente, en las calles.

Tres años después de la muerte de Stalin, en 1953, en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), Nikita Kruschev leyó el llamado «informe secreto» donde intentó preservar el dominio de la camarilla stalinista a cambio de denunciar algunos ‘errores’ y ‘excesos’ del fallecido. En Polonia, durante 1956, el burócrata disidente Wladimir Gomulka se convierte en secretario general del Partido, apoyándose en las movilizaciones masivas que expresaron descontento contra el régimen. Logró contener la lucha que se había iniciado en Poznan, donde los metalúrgicos de la fábrica Zispo habían dado el puntapié inicial con una huelga.

En Hungría, dentro de la burocracia del Partido Comunista, surgió una tendencia reformista que también buscaba introducir algunas libertades democráticas, liderada por Imre Nagy -cuyo ministro de Educación sería el filósofo mundialmente reconocido György Lukács-. Cuando los soviéticos quisieron liquidar el tibio giro reformista de Imre Nagy, el Ejército Rojo invadió con tanques, intentando aterrorizar a la población. Esta invasión de hecho por parte de la URSS sobre una nación del propio bloque socialista, no hizo más que estremecer al movimiento comunista internacional. Sin embargo, no era la primera ni la última vez que ocurriría: el antecedente se remontaba al levantamiento obrero de Berlín Oriental en 1953 y volvería a ocurrir durante la Primavera de Praga, cuando en la entonces Checoslovaquia los trabajadores desafiaron el orden impuesto por la burocracia soviética.

Los rebeldes húngaros (trabajadores, campesinos y estudiantes) se armaron. Su objetivo no era restaurar el capitalismo, sino tomar el control de la producción y del gobierno. Entre los 9 puntos del Parlamento de Consejos Obreros de toda Budapest reunido el 31 de octubre de 1956, se dictaminan cuestiones como que «la fábrica pertenece a los trabajadores», «el órgano supremo de control de la fábrica es el Consejo Obrero democráticamente elegido por los trabajadores», y que «el Consejo Obrero resolverá cualquier conflicto que surja en relación con la contratación o el despido de todos los trabajadores de la empresa». Resoluciones lógicas, si se toma en cuenta que, según los planteos del marxismo clásico en los que supuestamente se basaba el Partido Comunista, esas palancas de poder social y político debían estar en manos de órganos autónomos de las masas en lucha.

La referencia político-intelectual de este movimiento insurgente y anti-burocrático fue el Círculo Petőfi, que dio el primer impulso de la revolución húngara al convocar a una manifestación en solidaridad con Polonia, que recibió el apoyo estudiantil. Fundado en 1955, el Círculo Petöfi no era un grupo que estuviera por el derrocamiento de la burocracia, sino que intentaba reformarla: su modelo era el de Gomulka. Allí actuaba Balazs Nagy, hijo de Imre, que se tuvo que exiliar en Francia tras la derrota de la revolución. Balazs se incorporó al lambertismo, una vertiente del trotskismo, y se hizo conocido entre las filas de la IV Internacional, con el seudónimo de Michel Varga. Aunque fuera calumniado por el lambertismo -acusado ridículamente de ser agente de la CIA y la KGB al mismo tiempo-, militó hasta su muerte siguiendo las mismas ideas.

Lo más dinámico del proceso político será, en cualquier caso, el enorme movimiento obrero que salió a cuestionar el dominio del PCUS. Imre Nagy, por su parte, intenta que depongan las armas y acepten las condiciones que busca imponer la URSS. No fue fácil para él desarrollar esta línea pactista, pues las masas en alza habían configurado consejos obreros, para deliberar e intervenir en la crisis. Estos consejos dirigen la toma de los edificios públicos y empresas fabriles. La belicosidad fue tal que el Ejército Rojo se vio obligado a retirarse, al menos en primera instancia. Imre Nagy conservó el gobierno, y profundizó las reformas.

Ya en noviembre, los gobernantes soviéticos pergeñaron una maniobra que les permitirá desplazar a Imre Nagy y liquidar los consejos obreros. Estos resisten, pero Imre Nagy se escapa a la Embajada de la ex Yugoslavia (finalmente es engañado y terminará siendo deportado a Rumania y ejecutado en 1958). Los reformistas, quienes intentaron conciliar con el PCUS y no impulsaron la acción independiente de los trabajadores, terminaron siendo aplastados y sustituidos por burócratas absolutamente adictos a los jefes moscovitas, liderados por János Kádár. La consistencia de la supuesta ‘desestalinización’ no superaría la prueba más importante: la de las masas en la calle.

A nivel de la izquierda internacional, el efecto más significativo de esta rebelión tiene lugar al interior de los Partidos Comunistas. Uno de los ejemplos es el del cronista Peter Fryer, corresponsal del periódico del PC británico («Daily Worker») en Hungría. Fryer envía relatos donde muestra todo lo que pasa realmente, aunque la versión oficial de los soviéticos, que su partido reproducía, es que la revolución de los Consejos Obreros era una contrarrevolución capitalista, por la cual los nacionalistas húngaros buscaban restaurar el gobierno pro-nazi previo a la liberación del país. Los reportes de Fryer nunca son publicados por el «Daily Worker», pero la verdad llega a miles de militantes.

La revolución húngara, así como la cubana, y el conflicto sino-soviético, son parte de los ingredientes genéticos de la «nueva izquierda» en los años 60’s y 70’s. Por ejemplo, el historiador Edward H, Thompson, autor de la célebre obra titulada «La formación de la clase obrera en Inglaterra», es uno de los que rompe con el stalinismo a partir de estos sucesos. La erosión de la hegemonía de los PC en la izquierda había comenzado y sería inexorable.

Para una comprensión más exhaustiva, se recomienda «Hungría del ’56», editado por primera vez en 2006, por el Centro de Investigaciones y Publicaciones (CEIP) «León Trotsky». Este trabajo contiene textos del historiador Pierre Broué, de Peter Fryer y de Balazs Nagy, constituyendo la principal referencia editorial en Argentina sobre los sucesos revolucionarios en la nación magyar. Debido a que se encuentra agotada, está disponible para descargar en formato digital en el siguiente link: http://www.ceipleontrotsky.org/IMG/pdf/HungriaInterior.pdf. También se puede consultar «En nombre de la clase obrera», de Sándor Kopácsi, participante y cronista de la revolución (se puede descargar aquí: goo.gl/xLOiWi).

Fuente: http://www.redeco.com.ar/internacional/europa/20190-a-60-anos-de-la-revolucion-hungara-obreros-versus-burocracia