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El Salvador

A la sombra de los resultados de la Encuesta de Hogares (EHPM 2015)

Fuentes: Rebelión

No debería -es un decir- resultar sorprendente que la publicación del principal instrumento de estadísticas sociales que tiene el país haya pasado desapercibida este año. Y sin embargo, me pasma que las altas cabezas del gobierno no hayan dicho nada tras la publicación de los resultados de la Encuesta de Hogares 2015. Esto, claro, no […]

No debería -es un decir- resultar sorprendente que la publicación del principal instrumento de estadísticas sociales que tiene el país haya pasado desapercibida este año. Y sin embargo, me pasma que las altas cabezas del gobierno no hayan dicho nada tras la publicación de los resultados de la Encuesta de Hogares 2015. Esto, claro, no debería sorprender en un país con un gobierno cobarde que pretende esconder con un dedo el sol de exigencias sociales que, a 7 años de estar en el poder del ejecutivo, se le han vuelto inmanejables. 

Los principales resultados de la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples (EHPM), correspondiente a 2015, no son nada halagüeños en materia de desarrollo económico y social. Ya sabíamos que así sería ¿o no? Era una intuición fuerte. Pero el cuento del coco, de las siete cabritas o del país-que-va-mejorando nos gustaba más. Mucho más hasta volvernos ciegos. Mentiras: no es ceguera, no hemos estado ciegos. Es un cambio profundo y sustantivo de los valores y las prioridades de un partido y un gobierno que se dicen de izquierdas. Ello explica la tontería de querer cambiar las cosas haciendo lo mismo que hace el enemigo: abrazar al Banco Mundial y al FMI, pensar al pueblo como una canastada de votos y nada más.

Pese a los programas de transferencias monetarias condicionadas, la promoción de la empleabilidad de ciertos segmentos poblacionales, los proyectos de mejora en infraestructura vial -que generaría una cuantía no despreciable de empleos locales-, pese al aumento de plazas en el sector público, al aumento de la deuda, al aumento de impuestos para financiar programas consustanciales con la mejora de las condiciones de vida de la gente; pese a la tasa de crecimiento del PIB más alta de los últimos 6 años (2.5%) y, en fin, pese a un largo etcétera, no puede hablarse de mejoras significativas o sostenidas de los indicadores sociales.

La tasa de pobreza, uno de los indicadores más emblemáticos -y discutidos y polémicos y limitados-, ha aumentado casi tres puntos en el último año, tanto en lo que corresponde a la pobreza extrema (de 7.6% a 8.1%) como a la pobreza relativa (de 24.3% a 26.8%). También ha aumentado la tasa de subempleo, en 3.9%; el trabajo infantil (de 8.5% a 8.9%) y la proporción de población joven en situación de exclusión (proporción que la prensa vulgar llama «ninis»). Por su parte, ha disminuido el ingreso familiar promedio mensual y ha permanecido constante la tasa de desempleo (en un 7%).

Un rubro que a mi parecer merece especial atención, por el uso mediático que ha soportado, es el de educación. No parece que los indicadores den muestra de una situación de la que sentirse orgullosos desde el gobierno: la tasa de asistencia escolar ha disminuido, la tasa de analfabetismo se ha reducido apenas un 0.1% (lo que es equivalente a decir que se ha alfabetizado a un pie o a una mano por cada cien personas) y la escolaridad promedio ha pasado de 6.7 a 6.8 años (lo que significa que en general la población tendría aproximadamente un mes más de educación). ¿Es posible hablar de la efectividad de las medidas sociales en el plano educativo, cuando los indicadores globales arrojan un nivel de eficiencia más bien limitado? ¿Los programas estrella del gobierno no están siendo más que todo buscaniguas y oropel, contenido publicitario engañabobos? Defiendo que el gasto en educación es poco, que pese a lo hecho debería hacerse más, pero con un mayor compromiso institucional y desde un marco filosófico distinto, que repiense la educación en clave liberadora y no sólo tecnocrática.

Quizá peco de exagerado o de hacer la vista gorda con algunas de las buenas cosas que se han hecho -que hemos hecho- en los últimos años: no me importa; no soy publicista de nadie, no pretendo ser ideólogo de ningún gobierno que tiene cada vez más ignorantes a la cabeza. Por el contrario, creo que es deber de quien se asume como alguien de izquierdas ser siempre crítico y estar siempre del lado de las mayorías populares, elevar la crítica y rescatarla del plano caricaturesco y superficial al que quieren reducirla los grupúsculos de la derecha.

Hay algo que se está haciendo mal o muy mal, seguramente. Desde hace años venimos señalando que las medidas en materia económica deben ser radicales para poder propiciar cambios significativos a nivel social. Seguramente, nadie con suficiente poder de decisión en el gobierno va a comprometerse con estos cambios. Seguirán, seguramente, haciéndose los sordos, mudos, ciegos o lo que sea, seguirán en la apoplejía esperanzada de la fe en negociaciones partidarias, esperando una correlación de fuerzas que nunca llegará; seguirán en el onanismo ideológico de culpar a la derecha, a pesar de que aplican las mismas medidas de política que pusiera de moda esa derecha rancia y ruin.

 

Alberto Quiñónez, Miembro del Colectivo de Estudios de Pensamiento Crítico (CEPC).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.