En Venezuela (lo mismo que en las demás naciones de nuestra América) se ha de comprender, a la luz de lo expresado por Florestan Fernández, que «dentro del capitalismo en América Latina sólo existen salidas para las minorías ricas, para las multinacionales, para las naciones capitalistas hegemónicas, y su superpotencia, los Estados Unidos (…) no […]
En Venezuela (lo mismo que en las demás naciones de nuestra América) se ha de comprender, a la luz de lo expresado por Florestan Fernández, que «dentro del capitalismo en América Latina sólo existen salidas para las minorías ricas, para las multinacionales, para las naciones capitalistas hegemónicas, y su superpotencia, los Estados Unidos (…) no le ofrece alternativas a mayoría» Esto significaría vencer la idea sembrada en nuestro subconsciente respecto a la ineluctabilidad de la historia de subordinación, subdesarrollo y dependencia que pesaría sobre el destino de nuestro continente; tornándose ello en una posición ostensiblemente subversiva e intolerable a los ojos de quienes aspiran su dominio total. Así, una de las estrategias implementadas desde Washington e incondicionalmente replicada por sus servidores en cada una de estas naciones es hacerle creer a nuestros pueblos que -fuera del marco capitalista- toda opción de transformación estructural estará irremediablemente condenada a un absoluto fracaso, aun cuando se cuente con todo recurso útil para lograrla.
Tal fatalismo inducido se refuerza al observarse la conducta de aquellos que alcanzan el pináculo del poder, corrompiéndose, interesados sólo en su propio bienestar; lo que ha servido de propaganda a los enemigos de la revolución, tergiversando los verdaderos propósitos revolucionarios e impedir su avance y restarle apoyo popular. Ahora con una situación común que pareciera inexorable, los procesos de cambios ocurridos durante las últimas décadas en Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador y Venezuela -con sus grados particulares que los distingue- son objeto de un vasto plan de desgaste, acosos y desestabilización que apunta a minar y anular los altos niveles de combatividad, de conciencia y de autoconfianza de los sectores populares para producir y consolidar efectivamente una ruptura paradigmática en relación al orden vigente. Es, indudablemente, una arremetida coordinada por el imperialismo gringo y cuyo impacto sicológico se busca incrementar a través de acciones puntuales que afecten sensiblemente la economía interna (como sucede desde hace ya tres años consecutivos en Venezuela), de modo de forzar un giro político en beneficio de los factores de la derecha.
Frente a dicha arremetida derechista e imperialista, «el papel de la Revolución no es salvar a la democracia burguesa -advierte Óscar Enrique León en su libro «Democracia burguesa, fascismo y revolución»- mucho menos haciendo causa común a tales efectos con una derecha moderada. El papel histórico de la Revolución es destruir la democracia burguesa, única forma real y realista de acceder a la democracia participativa y el poder popular que ella postula como forma política. En la medida que lo logre, y sólo en tal medida, habrá derrumbado el orden burgués». Se hace necesario, por tanto, entender que no basta con impulsar reformas tendentes a mejorar las condiciones materiales de vida y de participación política de la amplia mayoría excluida mientras no se alteren significativamente las estructuras que soportan y legitiman el modelo de sociedad imperante.
Sin embargo, el cortoplacismo, o inmediatez pragmática, impuesto por las mismas exigencias cotidianas de los sectores sociales (alimentado por demagogos y oportunistas de toda laya) conspira en contra de esta democracia participativa y el poder popular, abogándose por resultados tutelados desde el Estado que, en esencia, sigue siendo burgués-liberal.
Como lo determinara el Libertador Simón Bolívar, a nuestros pueblos se les ha dominado más por el engaño que por la fuerza. También afirmó en su famoso Discurso de Angostura que «la ambición, la intriga, abusan de la credulidad y de la inexperiencia de hombres ajenos de todo conocimiento político, económico o civil». Esto revelaría en qué consistirían las fallas y deficiencias que podrá afrontar todo proceso revolucionario cuya meta es crear alternativas viables frente al capitalismo global, la representatividad política y la dependencia en todas sus manifestaciones posibles, entre otros elementos que deberán removerse y de sustituirse de raíz. Entretanto no exista suficiente voluntad política y compromiso revolucionario, actuando en consecuencia para derrotar las pretendidas acciones «humanitarias» y «democráticas» de la derecha nacional e internacional. Con ello se dificultarán tales acciones, lo cual obliga a los sectores revolucionarios de nuestra América a no titubear en la lucha por preservar y hacer valer nuestro derecho a la autodeterminación, en un avance continuo y colectivo. Como lo hicieran nuestros Libertadores.-
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