La Unión Europea alberga importantes dudas, incluso entre sus miembros, sobre el papel y relevancia de la misma en la escena internacional, donde cada día pierde peso ante EEUU, China e, incluso, Rusia. En este análisis de la Declaración de Berlín, Txente Rekondo subraya que la Unión Europea insiste en las carencias que la han […]
En este análisis de la Declaración de Berlín, Txente Rekondo subraya que la Unión Europea insiste en las carencias que la han convertido en una macroinstitución alejada de los problemas reales de los ciudadanos. Por ello, subraya que el proyecto «hace aguas», pero sigue adelante.
Las celebraciones en torno al cincuenta aniversario del Tratado de Roma han estado protagonizadas por los jefes de estado y de Gobierno de los veintisiete países que forman la Unión Europea. Más allá de ello, la gran mayoría de las poblaciones de esos estados continuaron con sus quehaceres diarios dando la espalda a una realidad que se está construyendo desde hace muchos años ajena a los deseos y demandas de las mismas.
Para resaltar ese acontecimiento se ha elaborado la llamada «Declaración de Berlín», y si en un primer momento se esperaba que fuera un «texto de calado», finalmente es un documento meramente simbólico y que evitará tratar los temas que enfrentan y dividen a los socios europeos, todo ello para no estropear la fotografía de familia sobre la alfombra azul.
Así, junto a la presencia de términos genéricos (paz y estabilidad, democracia y libertad, prosperidad, crecimiento económico) se remarcan lo supuestos logros que la UE ha logrado recientemente (mercado común, euro…), pero no se hace mención alguna a los temas que dividen esa Unión (futura ampliación a estados como Rusia, Turquía o los países balcánicos, la Constitución europea). Y finalmente se mostrarán los retos para «los próximos cincuenta años» (globalización, crecimiento sostenible y competitividad)
El proyecto de la Unión Europea hace aguas, lo que no es impedimento para que ésta continúe desarrollando su edificio. Tenemos ante nosotros un proyecto con importantes desigualdades internas y con una fuerte inestabilidad, por ello no debería extrañar el manido comentario de la «Europa de dos velocidades». Este club de los elegidos tiene también su clasificación y los rangos de Alemania o Francia nunca serán alcanzables para estados como el español o Chipre.
A ello hay que añadir las desigualdades y limitaciones económicas que surgen en su seno, o las importantes carencias democráticas que acompañan a las actuaciones de algunos de sus estados miembros.
La Unión Europea alberga importantes dudas, incluso entre sus miembros, sobre el papel y relevancia de la misma en la escena internacional, donde cada día pierde peso ante Estados Unidos, China e incluso Rusia. Y otro de los problemas que no quieren ni oír hablar los mandatarios europeos es la postura de la mayoría de la población europea, que lejos de ver y sentir la UE como «su proyecto», lo considera algo lejano y de «otros».
Un reciente estudio presenta que la mayoría de europeos demanda una consulta electoral en caso de que se pretenda dar más poder a la UE, al tiempo que se muestran partidarios de rebajar las competencias centrales y dar mayor protagonismo a nivel estatal o local.
En todo este proceso conviene huir de las lecturas reduccionistas que tienden a presentarnos el modelo de la Unión Europea como Europa, ya que ésta tiene una dimensión mucho mayor. La actual red de instituciones y poderes no refleja la realidad de los pueblos europeos, es más bien un espejo de los deseos de los estado-nación actuales y del capital, y sobre todo, de la defensa que hacen aquellos de las políticas económicas y militares de éste.
Frente a quienes nos presentan la idea de que fuera de la Unión Europea no hay alternativa en este continente, probablemente Noruega y Suiza no piensen de la misma forma, se hace necesario articular un proyecto que sea un fiel reflejo de la existencia de pueblos en Europa, y donde éstos puedan defender sus derechos en situación de igualdad, y no que sus voces sean trasmitidas o calladas a través de terceros.
Los próximos años asistiremos a los movimientos políticos de estados que dicen defender con la boca grande la idea de la Unión Europea, pero que en la práctica persiguen mantener sus cotas de poder y ceder a la institución común europea lo justo para que ésta pueda seguir manteniendo su existencia. El pulso del eje franco-alemán con todo aquel que pretenda hacer sombra a su posición dirigente, el debate entre «la vieja y la nueva» Europa, interesadamente impulsado por Washington, serán algunos elementos a tener muy en cuenta en le devenir de ese macro proyecto europeo.
Como también habrá que prestar atención al futuro de la propia Constitución europea, que tras los fuertes varapalos que supusieron los rechazos en referéndum en Holanda y Francia, y que colocó a la propia UE al borde de una de las crisis más importantes de su historia más reciente.
Mientras que en Berlín la Europa oficial ha celebrado el fin de semana los cincuenta años del Tratado de Roma, son más cada día los que no ven motivos para celebrar y quienes sostienen que una vez más el futuro de la UE se puede encontrar ante otra encrucijada, y la dirección que ésta finalmente adopte tendrá consecuencias en la forma y estructura de la misma UE.
Txente REKONDO Gabinete Vasco de Análisis Internacional