La clase política alemana lleva ya varias semanas debatiendo sobre la reforma de su sistema militar. El debate responde, por un lado, a la estrategia de austeridad con la que el bipartito de la canciller Angela Merkel quiere sanear las cuentas del Estado y, por otro, a la necesidad de redefinir el papel que deberán jugar las Fuerzas Armadas, ya que se enfrentan a un panorama militar diferente para el que fueron diseñadas en 1956.
No pasa un día en que no trascienda una noticia sobre la reforma militar a la que la clase política alemana quiere y tiene que someter a sus Fuerzas Armadas, la Bundeswehr. La vaca sagrada -entre todo el ganado que se ha puesto a disposición de quienes van recortando presupuestos- es el servicio militar obligatorio. Desde 1956, cuando la República Federal de Alemania decidió reamarse -con el beneplácito de la OTAN-, éste era el único instrumento para mantener en armas a casi medio millón de hombres en plena Guerra Fría.
Tras la unificación alemana, en 1990, se decretó que Alemania estaba «rodeada de amigos» y se redujo el número de efectivos a los actuales 250.000 soldados, 7.000 de los cuales están destinados a intervenciones en el ámbito internacional. Paralelamente, se rebajó el periodo del servicio militar de quince a seis meses. Además, se dividió al conjunto de la Bundeswehr en unidades de defensa territorial y en otras para operaciones en el exterior. En estas últimas sólo pueden participar militares profesionales y soldados del servicio obligatorio que quieran ir voluntariamente, por ejemplo a Afganistán. Pero esa decisión voluntaria tiene mucho que ver con que se les duplica el sueldo mensual, de 329 a 613 euros, al que se añade un plus de otros 92 euros diarios si accedena ir a Hindu Kush, por ejemplo.
Todo este sistema deberá ser modificado si se elimina el servicio militar obligatorio. Pero el asunto es mucho más complejo, porque también existe el servicio militar sustitutorio para aquellos varones que no quieren utilizar armas. Cada año, unos 90.000 hombres prestan este «servicio civil» en hospitales, residencias y otras instituciones sociales. Es mano de obra muy barata en un sistema de sanidad pública que carece cada vez más de dinero público para afrontar a las necesidades de una sociedad que envejece progresivamente.
Además, habría que preguntar cuál es el modelo militar que necesita Alemania de cara al futuro. Se barajan dos opciones: Un Ejército profesional o uno voluntario. El primero estaría integrado exclusivamente por personas que, desde el soldado raso hasta el más alto rango, unen su futuro laboral a la Bundeswehr. El otro modelo se nutriría de un determinado número de militares profesionales al que se uniría otro porcentaje de efectivos con contratos temporales. Al extinguirse el contrato, los soldados pasarían a la reserva, de la que podrían ser reactivados según las necesidades. Aún no se ha tomado ninguna decisión, porque Berlín tiene que tratar el asunto tanto con sus socios de la Unión Europea como con los de la OTAN.
Tierra de nadie
Medios alemanes subrayan que al Gobierno de Angela Merkel le ayuda el hecho de que incluso la Alianza Atlántica aún esté debatiendo sobre su futura estrategia. Ésta es la que determina la estructura de un Ejército. El problema que tiene Berlín es que su Bundeswehr se halla en tierra de nadie, porque mantiene las estructuras surgidas durante 40 años de Guerra Fría, cuando los tanques enemigos se hallaban al otro lado de la frontera, y porque no se ha dotado con lo que imponen las necesidades de una guerra contra una insurgencia invisible que se desarrolla a miles de kilómetros de casa. Alemania dispone del moderno caza Eurofighter diseñado para un conflicto en Europa, pero no cuenta con un avión potente de transporte, porque la empresa EADS ha retrasado la entrega de su Airbus A400M.
Aunque la Bundeswehr determinó ya en los años 90 que quería tener la capacidad de intervenir globalmente, la clase política alemana no lo ha convertido en una cuestión pública. Se ve claramente en el trato que reciben aquellos soldados que regresan mutilados y con daños síquicos de la guerra de Afganistán. Tanto la atención médica como la social y pública que reciben son deficientes, aunque fueron enviados con orden expresa del Parlamento Alemán, que rehusa llamar a la contienda por su nombre en alemán: «Krieg».
Al contrario, es lo más parecido a un suicidio político, cuando incluso el presidente de la República dice que las operaciones militares por todo el planeta son necesarias para proteger los intereses económicos y políticos de Alemania, y utiliza las críticas que recibió por estas declaraciones, conforme con la estrategia de la Bundeswehr, para justificar su dimisión.
Igual de contradictorio es el debate sobre la reforma militar. Una cosa es que el ministro de Defensa, Karl Theodor zu Guttenberg, proponga reducir el personal a 168.000 soldados, y otra es que lo que digan los diputados de su Unión Social Cristiana (CSU) y los de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) de Merkel, que van a tener que justificar el cierre de instalaciones militares en sus municipios.
Dadas las circunstancias, va a haber una reforma militar, pero necesitará su correspondiente campaña política que no será precisamente la que propone el partido socialista Die Linke y que no es otra que la retirada de la Bundeswehr de todas las operaciones en el extranjero.