Culminados los tres procesos electorales en nuestro subcontinente (aunque en Uruguay reste el ballotage) no dejan de sorprenderme algunas interpretaciones exitistas de los resultados electorales recientes. Bajan desde Bolivia y llegan al Río de la Plata. Aun habiéndose derrotado a la derecha en Argentina y Bolivia, me resultan sólo explicables por una compulsión hacia el […]
Culminados los tres procesos electorales en nuestro subcontinente (aunque en Uruguay reste el ballotage) no dejan de sorprenderme algunas interpretaciones exitistas de los resultados electorales recientes. Bajan desde Bolivia y llegan al Río de la Plata. Aun habiéndose derrotado a la derecha en Argentina y Bolivia, me resultan sólo explicables por una compulsión hacia el festejo, una necesidad catártica posterior al esfuerzo militante, no exento de ritualizaciones. El común denominador es la ofensiva desigual de derechas y ultraderechas sobre progresismos en calles y urnas, con caídas electorales en los dos mejores casos o bien una compleja amalgama allí donde el neoliberalismo se instaló. Las movilizaciones y luchas contra las políticas neoliberales como en Chile y Ecuador, tampoco logran una salida institucionalizada mientras la represión salvaje se cobra cada vez más muertos y heridos. El neofascimo hace metástasis aquí en el sur.
En Bolivia todo lo mejor que puede esperarse es que el conteo físico, voto por voto con fiscalización local y auditoría de organismos internacionales, confirme la exigua diferencia de 0,57% por sobre el 10% que le permite sortear el ballotage. Algo temible tanto allí como en Uruguay porque si bien la oposición se presentó dividida en ocho listas, obtendría el respaldo necesario para desplazar a Evo Morales del poder si no se asumen esas centésimas. El mismo domingo a la noche, el candidato Chi Hyun Chung y Oscar Ortiz (cuyos votos sumados a los de Mesa superan holgadamente los obtenidos por el MAS) expresaron su apoyo al segundo y comenzaron a agitar la desconfianza que es una estrategia a la que siempre apelará el neofascismo si no es aplastado por cifras contundentes. También en Uruguay todas las derechas exhibieron su intención antiizquierdista, cuya aritmética horripila. Por eso es fundamental en Bolivia que la mayor cantidad de fiscales nacionales e internacionales convaliden en un conteo definitivo los guarismos oficiales y deslegitimen las protestas. Tan fundamental como mantener toda la movilización posible y la vigilia ante las amenazas derechistas. Ahora bien, una vez concluido, considerando que el propio Evo obtuvo el 53,74 % en 2005, el 64,22% en 2009 y el 61,36% 2014, ¿no debemos preguntarnos por qué en el contexto del mayor crecimiento sostenido con distribución de la riqueza de toda la historia boliviana cae al 47,07% (-14,29%) en esta oportunidad, desde la última elección que a la vez ya mostraba una leve declinación? ¿Cómo subiendo en 5 años hacia una suerte de meseta durante una década por encima del 60% se produce semejante derrumbe? Sin duda el MAS debe aprovechar este próximo lustro para repensarse a sí, reformarse y renovar la inserción de su militancia, sus modos de hacer política y la erección de candidaturas. La acechanza de la derecha no cejará por un triunfo al filo de la navaja.
La forma de la curva, su amesetamiento, no es muy diferente en Uruguay aunque se estabilice en menor porcentual. Después del triunfo de 2004 en primera vuelta con el 50,45 % (punto inicial de los mejores indicadores socioeconómicos sostenidos de su historia como Bolivia) se asentó en el 48% en 2009 descendiendo tan sólo al 47,84 % en 2014. Podría dar la impresión de una tendencia estable que se quiebra en esta oportunidad al no llegar siquiera al 40%, si no se atendiera a que en las sucesivas elecciones internas el Frente Amplio (FA) fue declinando dramáticamente, mucho más aún que en la proporción en que lo fue haciendo la ciudadanía uruguaya en general (casi 15%) hasta llegar a ser prácticamente duplicado por el conservador Partido Nacional. Si además no se reparara en las derrotas de los referéndums contra la ley de caducidad y el voto en el exterior en 2009 y el carácter muy ajustado del rechazo de la iniciativa de baja de edad de imputabilidad y la reforma actual. En la elección anterior, todas las encuestadoras pronosticaban la pérdida de las mayorías parlamentarias y la posible derrota en ballotage por lo que la actual vicepresidenta Topolansky expresó aliviada que fue el «susto el que despertó al mamado». Esta vez el susto no alcanzó, porque siquiera se formuló con el dramatismo necesario, apelando por el contrario a la razón, exhibiendo logros. Quienes militamos en las bases fuimos advirtiendo el desgranamiento y en muchos casos el cierre y desaparición de Comités de Base, la exigua o nula comunicación y articulación organizativa, cosa que quienes a la vez tenemos la oportunidad de intervenir en medios lo hemos señalado reiteradamente. Las sucesivas autoridades electas frentistas, desde la Presidencia hasta la Comisión Nacional de Organización (CNO) parecieron más predispuestas a opinar sobre políticas de gobierno y defenderlas, que a organizar y asegurar la apertura de los comités, movilizar y asegurar el contacto militante directo con el elector. Sin militancia de cercanía organizada, la política deviene electoralismo, es decir una mecánica schumpeteriana en la que los electores funcionan como consumidores y los políticos como empresarios donde gana el que tenga la oferta novedosa y el mejor packaging. Y en ese contexto, quien sacó mayor éxito relativo fue el estreno del primer partido neofascista de la historia del país presidido por el ex comandante en jefe del ejército. Se gane o pierda el ballotage, la refundación del FA resulta indispensable en los próximos 5 años.
En Argentina, el macrismo no fue derrotado por la izquierda sino por la más amplia reunificación del peronismo, que tiene dentro de sí fracciones de todo el arco ideológico dándole al panorama, un tono de incertidumbre. La estrategia pareció exitosamente arrasadora en las primarias, pero en estas elecciones definitivas el macrismo realizó actos masivos sorprendentes, canalizó votos que habían obtenido tanto las opciones de ultraderecha (Espert y Centurión) como del centro (Lavagna) sumando 2.350.000 votos más que en las primarias obligatorias. Se acercó a 3 puntos de lograr el ballotage y logró igualar la cantidad de diputados del peronismo y constituirse en una enorme fuerza de oposición.
¿Alcanza el «Grito de Ascencio» al que apela mi querido hermano en estas mismas páginas? Acompañaremos sin conceder que la duda debilite y apelando al sobresfuerzo que proviene del espanto.
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