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Allan Poe, los zanganos y los alienigenas

Fuentes: Rebelión

En 1842 el escritor estadounidense Edgar Allan Poe publicó un corto relato titulado La máscara de la muerte roja, cuyo argumento es el siguiente: un feliz e intrépido príncipe, de nombre Próspero, vive en una abadía, en donde se ha refugiado con 1000 nobles para escapar de la muerte roja, una terrible peste que se […]

En 1842 el escritor estadounidense Edgar Allan Poe publicó un corto relato titulado La máscara de la muerte roja, cuyo argumento es el siguiente: un feliz e intrépido príncipe, de nombre Próspero, vive en una abadía, en donde se ha refugiado con 1000 nobles para escapar de la muerte roja, una terrible peste que se ha extendido por toda la tierra y mata a quienes se contagian en menos de media hora. Próspero y los de su corte son indiferentes a lo que ocurre afuera de su palacio y se refugian allí para evitar la plaga, en medio del lujo y el confort de su refugio, que para más seguridad ha sido sellado herméticamente. «[Adentro] había bufones, improvisadores, bailarines y músicos; había hermosura y vino. Afuera estaba la muerte roja», recalca Allan Poe.

Luego de seis meses de aislamiento, Próspero organiza un baile de máscaras como forma de entretener a sus invitados, baile que se lleva a cabo en siete habitaciones de colores distintos, la última de las cuales aparece decorada en negro y es iluminada por una luz escarlata, con un color oscuro de sangre. A media noche, Próspero y sus invitados observan entre los asistentes, una figura con un traje oscuro, salpicada de sangre, que parece una mortaja, con una máscara con rasgos cadavéricos que exhibe la fisonomía de la muerte roja. El príncipe se enfurece ante el inesperado huésped y ordena que se le desenmascare para identificarlo. El extraño invitado pasa a través de los seis cuartos, sin que nadie se atreva a detenerlo y mucho menos intente desenmascararlo. Próspero lo sigue con un cuchillo y lo alcanza en la séptima habitación, el lugar donde la figura misteriosa se voltea hacia el príncipe y este cae muerto de inmediato. Los danzantes, presos del terror, se lanzan sobre la extraña figura, a la que le quitan el traje y la máscara para descubrir estupefactos que no hay nada debajo. Descubren tardíamente que la figura es la muerte roja, que ha penetrado en el castillo, y a la que nadie puede escapar. Al poco tiempo todos mueren. El cuento termina con estas palabras: «Y entonces reconocieron la presencia de la Muerte Roja. Había venido como un ladrón en la noche. Y uno por uno cayeron los convidados en las salas de orgía manchadas de sangre y cada uno murió en la desesperada actitud de su caída. […] Y las tinieblas, y la corrupción, y la Muerte Roja lo dominaron todo». Este relato gótico (de terror) nos sirve para analizar en forma somera lo que viene pasando en América Latina en las últimas semanas, más concretamente en Ecuador y Chile, con respecto al desprecio que han manifestado diversos sectores de las clases dominantes al referirse a las protestas populares.

En Ecuador, el presidente Moreno calificó el levantamiento indígena-popular que se organizó contra un paquetazo neoliberal como la «revuelta de los zánganos», para dar a entender que quienes se sublevaban contra la injusticia eran unos desocupados, sin nada que hacer, que actuaban financiados desde el exterior por el «castro-chavismo» y el ex presidente Rafael Correa. Su accionar, y por eso se les califica de zánganos, solo busca desestabilizar al Ecuador ordenado y oligárquico que obedece al FMI y a los Estados Unidos. Es una invasión al orden neoliberal, al entreguismo de las clases dominantes del país y sus riquezas, cuyos planes se ven afectados por los zánganos del bajo mundo, los pobres, que contaminan y afean, como la peste roja de Poe, el plácido mundo de los ricos. Por eso hay que huir de ellos, por miedo al contagio, lo que implicó que la sede presidencial se trasladara de Quito, la capital del Ecuador, a Guayaquil, fortín de la extrema derecha, como diciendo que en ese lugar se pueden resguardar de la invasión de los zánganos.

En Chile, la esposa del presidente Sebastián Piñera afirmó que la revuelta de la gente debe verse como una «invasión alienígena», una denominación que registra en forma precisa lo que sienten los ricos, cuando los pobres y humildes se sublevan y demuestran que existen. Como en el decorado cotidiano, en los guetos invertidos en que viven los opulentos de América Latina, y Chile tal vez es el mejor ejemplo, solo se vive confort y prosperidad como en la abadía del Próspero del cuento de Poe, rodeados de empalizadas y cordones de seguridad que impidan la entrada de los apestados, es decir, de los pobres y humildes.

Y es contra los zánganos y los alienígenas que se libra una guerra, como lo proclamó Piñera al decir que enfrentaba a un enemigo poderoso, y contra ese enemigo se ha descargado toda la fuerza del aparato represivo, como se ha visto en los dos países latinoamericanos mencionados, en los días recientes y cuyo resultado ha sido decenas de muertos y cientos de heridos y detenidos. Siempre, los muertos son pobres y humildes, porque ellos encarnan la peste roja que en el mundo de hoy asedia los guetos de los opulentos, que son las abadías de los Prósperos del capitalismo realmente existente.

Piñera, un multimillonario neoliberal y de extrema derecha, con vínculos estrechos con la dictadura de Augusto Pinochet, había afirmado el 10 de octubre que Chile era un oasis de orden y prosperidad en medio del caos y la turbulencia del resto del continente. Por oasis debe entenderse el reino de la plena desigualdad, donde solo el 1% de los más ricos acumulan el 25% de la riqueza del país y el ingreso promedio del 10% más rico de toda la población es 19 veces mayor que el ingreso del 10 por ciento más pobre. En ese oasis no beben los pobres y hasta hace pocos días se suponía que nunca iban a irrumpir con sus protestas e iban a dejar que los ricos siguieran disfrutando del lujo y confort sin levantar un dedo para preocuparlos. Eso es cosa del pasado, porque se ha derrumbado el mito neoliberal de Chile y, como en tiempos de la dictadura de Pinochet, los opulentos recurren a la fuerza para reprimir a quienes osen mancillar el castillo de Próspero. Una vana ilusión porque, como en el relato de Allan Poe, los apestados penetraron en la fortaleza neoliberal y comienzan a erosionarla y como alienígenas invaden los espacios de los que han estado excluidos desde el 11 de septiembre de 1973.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.