El 2011 se inicia para América Latina con dos importantes acontecimientos políticos: la investidura como presidenta de Brasil de Dilma Rousseff, primera mujer jefa de Estado en la historia del gigante sudamericano, y el año 52 del triunfo de la Revolución Cubana, proceso de lucha, resistencia y transformaciones que, sin dudas, es acicate y ejemplo […]
El 2011 se inicia para América Latina con dos importantes acontecimientos políticos: la investidura como presidenta de Brasil de Dilma Rousseff, primera mujer jefa de Estado en la historia del gigante sudamericano, y el año 52 del triunfo de la Revolución Cubana, proceso de lucha, resistencia y transformaciones que, sin dudas, es acicate y ejemplo muy especial para los pueblos de nuestra área geográfica.
Sin dudas, el ascenso de la Rousseff es noticia altamente positiva para las fuerzas progresistas latinoamericanas. Sus estrechos vínculos con el saliente ex presidente Luiz Inacio Lula Da Silva, el mandatario de mayor popularidad en la vida política de Brasil a lo largo de su existencia como nación independiente, es garantía de que el rumbo positivo de ese país de alta influencia regional y mundial, no sufrirá dañinas variaciones, todo lo contrario.
La propia jefa de Estado ha dicho desde los primeros momentos que su tarea consistirá en dar continuidad a los planes y proyectos de su antecesor, con especial énfasis en el combate a la pobreza y las desigualdades sociales, lucha que lleva tiempo, recursos y fuerte voluntad oficial.
De todas formas, recibe la nación en inmejorables condiciones económicas, que incluso se sitúa como la séptima economía global, y con práctica trascendente en materia de colaboración, solidaridad y multipolaridad a escala internacional.
Mientras, la Revolución Cubana abre el 2011 con el decidido empeño de perfeccionar su sistema económico, para lograr mejores resultados. Los históricamente nocivos efectos del bloqueo de Washington a la Isla, han dejado a su vez, nocivas consecuencias el desempeño nacional.
Para los cubanos, y para los amigos del socialismo en nuestro país, el hecho de que se debata y actúe en consecuencia contra tales lastres, constituye signo de esperanza por dos razones claves.
La primera, se relaciona con el reforzamiento de la propia Revolución y del país que, por más de medio siglo, ha sido referente obligado de toda la gente honesta de este hemisferio y del resto del orbe.
La segunda, porque en la propia medida en que Cuba avanza con pasos más eficientes, su contribución es más profunda al futuro progresista de la humanidad.
Se trata, con toda seguridad, del eje fundamental de su práctica solidaria e internacionalista, tan vital hoy como el soporte médico o técnico que, procedente de la mayor de las Antillas, se extiende por decenas de naciones.
Desde luego, la tarea no es ni será fácil. Obrarán en contra de las aspiraciones de los países latinoamericanos la permanente agresividad imperial, sus aviesas acciones, y el compadrazgo con los sectores oligárquicos locales carentes de todo escrúpulo, amén de las propias limitaciones, inexperiencia y errores.
Ello impele, por tanto, a hablar también de riesgos, alertas, inteligencia, objetividad y espíritu de combate, como elementos de todos los signos que por largo tiempo aún estarán presentes en la azarosa marcha del género humano hacia un futuro más justo.