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En un lugar de Río de Janeiro, de cuyo nombre no quiero acordarme por seguridad, ha mucho tiempo que llegó un grupo de mujeres, en su mayoría afrodescendientes con sus criaturas, a instalar sus casas, construyendo las calles e instalando allí los servicios básicos. Con el pasar de los años y ante el abandono estatal, poco a poco el narcotráfico y posteriormente las milicias fueron ocupando el espacio.
Al inicio del Génesis, el primer libro del Antiguo Testamento, se recoge que Dios le dijo a la mujer por haber desobedecido sus órdenes: […] multiplicaré tu dolor en el parto, con dolor darás a luz los hijos. Con todo, tu deseo será para tu marido, y él tendrá dominio sobre ti» (Génesis 3:16).
Alfredo Cospito es un anarquista italiano cumpliendo condena en la cárcel de Sassari (Cerdeña). Desde el 4 de mayo está sometido a un régimen de aislamiento severo, regulado y conocido como el artículo 41-bis. Este régimen prevé un aislamiento extremo y nació en el vertiginoso contexto de los años 80 como una medida temporal para prevenir revueltas en la cárcel. Con el tiempo se transformó en un instrumento estructural de la lucha contra la mafia y en la actualidad puede ser aplicado a un amplio número de delitos durante toda la condena.
Cuando Dante describió el infierno en la Divina Comedia, lo hacía refiriéndose a imágenes como ríos de sangre hirviente, desierto ardiente de arena con lluvia de llamas, donde “los pecadores” eran inmersos en excrementos humanos, mordidos por serpientes, golpeados contra las paredes y el suelo y quemados con fuego, entre otras lindezas. Jamás el florentino llegaría a imaginar que, 700 años después, su elucubración tendría una concreción terrenal real: los campos de detención para migrantes en Libia.
El populismo punitivo que recurre a la prisión para resolver cualquier problema social no quiere pensar que además de no resolverse los conflictos con la cárcel, ésta tiene unos costos económicos y sociales que se deberían considerar. Las estadísticas institucionales suelen calcular los gastos directos que suponen la administración de las prisiones y no siempre se da importancia a los ingresos perdidos, es decir, lo que dejan de contribuir a las economías las personas presas.
El pasado 2 de julio falleció en la cárcel israelí de Daemon la presa palestina Saadia Matar. No, no se trata de un número más de las 230 personas palestinas presas que han fallecido en las cárceles israelíes desde el año 1967. Tampoco se trata sólo de la segunda prisionera palestina que muere en cárceles israelíes, después del fallecimiento de Fatima Taqatqa en el año 2017. No era una más de las 32 presas palestinas o de las 4.700 personas encarceladas por Israel en ese momento. Su vida sí importa, como importan todas las vidas de las personas reclusas.
Todos los 26 de junio, desde el año 1997, se celebra el día internacional en apoyo a las víctimas de tortura. Aunque no me declaro muy fan de este tipo de conmemoraciones, he de reconocer que, en este caso, es una buena disculpa para recordar que la tortura existe, que no es cosa del pasado y que, pese a su prohibición absoluta, muchas veces se camufla en formas más o menos sutiles reguladas por los estados.