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Así como a la profetisa no le creyeron la visión de la caída de Troya, hoy algunos no dan crédito al posible fin de la especie humana.
Marco di Lauro cuenta que casi se “cayó de la silla” al descubrirla. Estaba lo suficientemente desplegada para permitirse dudar. Su foto de un pequeño saltando sobre decenas de bolsas blancas contentivas de esqueletos encontrados en el desierto al sur de Bagdad, tomada en marzo de 2003, apareció en una influyente publicación occidental, en mayo de 2012, bajo el título “Condenan la masacre de Siria en Houla mientras crece la indignación”.
Cuando parecía que, concediendo la razón a Francis Fukuyama, el capitalismo en su etapa paroxística se impondría por los siglos de los siglos en América Latina, dada la sustitución, por elecciones o golpes de Estado, de gobiernos que buscaron alternativas más o menos radicales, en naciones tales Argentina, Brasil, Ecuador, Bolivia, la historia se permite una de sus acostumbradas “vueltas de campana”, en una espiral dialéctica –acoge el progreso admitiendo aun retrocesos– que miradas desavisadas distinguirán como pruebas de un “eterno retorno”.