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Desde los ataques del pasado 7 de octubre por parte del grupo Harakat al-Muqáwama al-Islamiya, (Movimiento de Resistencia Islámica) o Hamás (Fervor), contra diferentes sectores de los territorios ocupados ilegalmente desde 1947 por el régimen sionista, la comunidad internacional aplaude y alienta a Benjamín Netanyahu, que ha empezado lo que quizás sea la última fase del proceso de ocupación: limpieza étnica e incautación de los pocos kilómetros cuadrados que todavía permanecían bajó “control” palestino, tanto en Gaza como en Cisjordania. (Ver: La operación de Hamás y un error de cálculo)
Desde hace prácticamente dos semanas el régimen sionista, que desde 1947 empezó a ocupar ilegalmente Palestina, se encuentra desplegando sobre la población civil de Gaza, unos 2.300.000 habitantes, toda la semántica del exterminio. Desde entonces, resuenan de manera constante las alarmas que anuncian los inminentes e indiscriminados ataques aéreos contra viviendas, escuelas, centros de distribución de alimentos y hospitales, además de exigir el desplazamiento forzoso de un 1.100.000 personas del norte del enclave hacia el sur, por lo que las oleadas de gazatíes que han debido abandonarlo todo se exponen a ser objetivo propicio de la práctica del tiro al blanco de la aviación judía. Mientras, en Cisjordania las desapariciones forzadas, torturas y asesinatos de civiles se reiteran sin vista de ser detenidas.
El mundo, sin despeinarse, lleva observando, desde hace por los menos una semana, cómo Israel -una de las principales potencias militares del mundo- vuelve a asesinar una vez más, alegre y meticulosamente, a miles de palestinos que previamente fueron encerrados en una estrecha ratonera de 51 kilómetros de largo y entre 12 y nueve de ancho, limitada por el propio enclave sionista al este y al norte, Egipto al sur y el mar Mediterráneo al oeste. Ese minúsculo espacio donde se hacinan -o hacinaban- 2,3 millones personas, es uno de los lugares más densamente poblados del mundo, con 4.110 personas por kilómetro cuadrado.
Desde que los hombres comenzaron a entender que no quedaba del todo bien y que además podría acarrearles alguna consecuencia, el ancestral ejercicio de arrasar pueblos enteros por su etnia, religión, pensamiento político, intereses geográficos o económicos o algún que otro etcétera más, por lo general estas actividades se practican en frondosas tinieblas alejadas de la opinión pública.
La contraofensiva encaminada a derrocar los gobiernos revolucionarios de Burkina Faso, Mali y Níger, destruyendo así la alianza de estas naciones que amenaza seriamente los intereses de Francia y sus socios, en África no se detiene , por lo que estos tres países se han visto ante la necesidad de establecer un pacto de seguridad para luchar tanto contra el terrorismo integrista, como contra el terrorismo colonial.
La serie de sangrientos ataques del pasado viernes 29 en Pakistán, con pocas horas de diferencia y en lugares distantes, expone claramente la crítica e incontrolable crisis de seguridad, entre otras, que vive el país centroasiático.
Dada la crítica posición en la que quedó Francia en el Sahel, y junto a ella las potencias occidentales con intereses en esa región tras los sucesivos golpes de Estado que se produjeron a partir del 2020 en Burkina Faso, Guinea Conakri, Mali y Níger, la situación exigía una respuesta rápida, no solo para evitar la consolidación de esos movimientos de características revolucionarias, sino también para impedir la propagación de procesos similares en otras naciones del continente.
No importa cuando suceda, en Somalia siempre se observa ese mismo gesto congelado en el terror y el espanto de una guerra que perpetuamente está empezando.