Guadi Calvo

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No importa cuando suceda, en Somalia siempre se observa ese mismo gesto congelado en el terror y el espanto de una guerra que perpetuamente está empezando.

Las inundaciones en el este de Libia, que ya superan los 12.000 fallecidos y que prácticamente se tragó la ciudad de Derna; el terremoto al suroeste de Marrakech, en la región rural de la cordillera del Atlas en centro de Marruecos, que dejó más de 3.000 muertos y 5.000 heridos; los 10.000 refugiados que sólo en tres días llegaron a la isla italiana de Lampedusa provenientes de África, y que se suman a los otros 115.000 arribados sólo en lo que va del año; la seguidilla de derrocamientos de gobiernos prooccidentales en las excolonias francesas, que reconfiguran el mapa político y militar del Sahel cerrando y poniendo tensión en fronteras que hasta ahora funcionaban sin mayores conflictos, como la de Níger con Nigeria.

Francia ha desplegado su caja de herramientas para revertir la crítica situación que la ola de golpes en sus viejas posesiones africanas amenaza con poner fin a su historia colonial.

Tanto Malí cómo Burkina Faso están pagando un altísimo costo por la decisión de romper de una vez por todas con Francia, la potencia colonial que ha seguido manejando esos países, más allá de la declaración de independencia a comienzos de los años sesenta.

La historia poscolonial africana ha estado plagada de golpes de Estado, la inmensa mayoría de ellos destinados a profundizar los sistemas de dependencia con las viejas metrópolis. Los pocos procesos que aspiraron a un cambio radical en el statu quo establecido por los colonialistas fueron violentamente abortados: Lumumba, Cabral, Sankara, son algunos de los nombres que encabezaron movimientos verdaderamente independentistas y oportunamente fueron ejecutados por Occidente como advertencia para aquéllos que intentaran seguirlos.

A pesar de que los militares que han derrocado al presidente gabonés Alí Bongo el pasado miércoles no han tenido, hasta ahora, la retórica antifrancesa que sí tuvieron, y sostienen -no sólo retórica, sino muchas acciones directas- los líderes de los golpes en Malí, Guinea (Conakry), Burkina Faso y Níger, la asonada en Gabón ha debilitado, todavía más, la presencia francesa en sus antiguas colonias.

El golpe de Estado del pasado miércoles 30 de agosto es el sexto, desde el 2020, que se produce en una excolonia francesa en las que la vieja metrópoli nunca ha dejado de ejercer injerencia política y económica.

El atronador silencio del Chad respecto a la crisis desencadenada tras el golpe en Níger ha desacomodado, ahora sí de manera absoluta, la presencia de Francia en el Sahel, advirtiendo la posibilidad de nuevas malas noticias para la vieja y agobiante metrópoli colonial.

Mientras la CEDEAO (Comunidad Económica de Estados de África Occidental) sigue dilatando su decisión respecto a Níger tras el golpe del pasado 26 de julio, el nuevo Gobierno del Consejo Nacional para la Salvaguardia de la Patria (CLSP) continúa acomodándose en el poder y ampliando su base de sustentaciones, a pesar de las medidas económicas tomadas en su contra.

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