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La mercantilización creciente y la elitización del consumo hacen del fútbol una empresa/espectáculo global al alcance de acotadas y privilegiadas audiencias. Su esencia actual radica en reproducir los mecanismos de exclusión social y desigualdad propios del capitalismo.
El fútbol no es un negocio ni un espectáculo neutral; tiene connotaciones que retrata relaciones de poder y la correlación de fuerzas al interior de las sociedades nacionales y en el mundo. No es solo una estrategia para patear un balón y llegar a la meta contraria o defender la portería en aras de evitar un gol.
El crimen organizado, en cualquiera de sus manifestaciones, no es una desviación, enfermedad o anomalía del capitalismo, sino que es parte consustancial de sus estructuras de poder, dominación y riqueza.
Lo principal, en aras de distanciarnos de la narrativa psicótica y policial entronizada por los mass media y los gobiernos, es asimilar una tesis básica: entre la delincuencia organizada y los Estados, no existe nada parecido a un juego de persecución y escondidas entre policías y ladrones.
Si bien la tecnología no es neutral, es de llamar la atención que su control está en función de quienes concentran el poder y la riqueza. Ni las universidades, ni los gobiernos nacionales, ni las asociaciones civiles o los organismos internacionales cuentan con el enorme poder de mercado que caracteriza a las corporaciones tecnológicas.
Moneda de curso común en América Latina es la recepción mecánica y acrítica de algún académico o economista proveniente de Europa y, particularmente, de los Estados Unidos.
Las revoluciones tecnológicas tienden, históricamente, a trastocar las formas en que se organiza el proceso económico y la sociedad en su conjunto.


