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El próximo 4-D no debería ser un día de nostalgia sino de análisis para encontrar la brújula con la que recorrer el camino que haga posible la necesaria transformación de Andalucía
Desde la emergencia de la ultraderecha como partido político, es habitual que, en torno a las conmemoraciones del nacimiento de Blas Infante el 5 de julio y de su asesinato la noche del 10 al 11 de agosto, sus dirigentes y voceros mediáticos viertan descalificaciones, cuando no insultos, contra quien es reconocido en el Estatuto de Autonomía como “padre de la patria andaluza”.
Las declaraciones del ministro Garzón, manifestando que «menos carne es más vida» han desencadenado la correspondiente bronca política.
Hace unos días se celebró el Día Mundial del Medio Ambiente. Y como es obligatorio hoy presentarse como abanderados del ecologismo, muchos gobiernos, tanto estatales como, en nuestro caso, de comunidades autónomas y de ayuntamientos, se apresuraron a sacar pecho y hacerse publicidad política presumiendo de estar en la primera línea frente al cambio climático.
Estos días, en varias ciudades andaluzas y en otros lugares del Estado español y del mundo, se están produciendo concentraciones y marchas de solidaridad con dos pueblos que están siendo ferozmente reprimidos: el palestino y el saharaui.
¿Hasta cuándo va a seguir incumpliendo la Consejería de Cultura las obligaciones que la ley le dicta? ¿Hasta cuándo vamos a permitir que se nos siga tratando como una colonia?
Resulta obsceno que quienes hoy tienen continuamente en la boca la palabra Libertad se rebrinquen airados por la aprobación de la Ley de la Eutanasia, que es un indudable paso adelante en la conquista de las libertades.
El 28 de febrero es oficialmente el Día de Andalucía. No siempre fue así porque durante unos años la celebración fue el 4 de diciembre. Incluso, por el cambio de fechas, un año no hubo Día de Andalucía porque se hubiera celebrado dos veces en un espacio de menos de tres meses (aunque en años diferentes).
La institución monárquica sufre hoy un deterioro cada vez mayor y más imparable. La abdicación de Juan Carlos I, en 2014, con el objetivo de detener esta deriva, no ha servido para ello porque “el rey campechano” –hoy “emérito fugado” a una satrapía del Oriente Medio- siguió alimentando todo aquello que le había conducido a tener que tomar esa decisión extrema y luego un exilio voluntario: algo impensable hace unos años y sin precedente en la historia de los Borbones.
Algunos señalan que estamos en la “tercera ola” del Andalucismo. A mí, la expresión no me parece feliz porque las olas van y vienen y el andalucismo (sobre todo entendido como soberanismo andaluz) lo que más necesita hoy es reforzar sus raíces y hacerse más sólido. Prefiero que hablemos de fases o etapas, las cuales responden no solo a la situación interna de Andalucía en los distintos momentos sino que están muy relacionadas con el contexto tanto estatal como, en gran medida, internacional (aunque esto último se escape a no pocos “expertos en el andalucismo”).