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Chile es considerado el país más neoliberal del mundo, es decir, el lugar en el que más se hace desaparecer al Estado, se deja todo en manos de privados, se desregula todo lo que se puede, se subordinan los derechos de la personas a la iniciativa empresarial, se considera el cuidado del entorno como una traba a la iniciativa privada y se facilita la instalación de capitales extranjeros sin límite ni tope.
Este es un régimen ultraderechista, así sea que gobierne un menjunje que se dice de izquierda, de izquierda democrática o progresista, y se asienta sobre una ideología que normaliza y justifica la humillación y la explotación de millones y en el turbazo al que se somete a los recursos naturales, algunos renovables en un par de siglos.
No se trata de darle con el mocho del hacha al presidente, aunque se lo tenga merecido. Pero es necesario insistir que el efecto Boric ha tenido como consecuencia nefasta el reforzamiento de la derecha y su teoría del despojo y la depredación, ese neoliberalismo, curiosamente criticado por el presidente solo en el extranjero.
Pongamos por caso la Región Metropolitana. Es un hecho vergonzoso poner a la gente en el trance de tener que optar por uno de los dos candidato de la elite: uno, bruto y violento de barra brava, versus el otro, el bueno, que no quiebra un huevo, pero es sostenedor del modelo y democratacristiano encubierto. Ambos esencialmente anticomunistas. Uno de ellos apoyado por el PC.
En este país de amnésicos, esa previsión cayó en saco roto.
Como saben hasta las piedras en Chile, el comportamiento de las leyes y los dispositivos judiciales va a depender en gran medida de lo poderoso que seas. Las cárceles están llenas de pobres que optaron por el delito, mientras tanto los criminales de alta alcurnia escasean como si aquella gente no delinquiera.
El drama de Marco Antonio y su rehén, parte por una pensión de $500. Una bala para fusil de francotirador cuesta $1.800.
No ha habido una sola ley que no pasara antes por la opinión de la derecha buscando su anuencia. No se atrevieron a enfrentar con decisión las bases fundantes de una cultura asentada en el abuso, la explotación y el más pleno convencimiento de que los derechos de las personas son un negocio más.
La justicia ha sido siempre una expresión de la clase dominante. Su estructura y generación reproduce y profundiza las desigualdades propias de un orden autoritario, inamovible, patriarcal, machista, milico y casi feudal. Es el brazo judicial de los poderosos.
El enemigo sabe que no hay ningún riesgo en lontananza. Ni en vicinanza.