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Esa misma derecha que ha logrado controlar a los más bravos zurdos del pasado, esos que hace años fueron perseguidos en un intento por exterminarlos, a esos que le mataron no se sabe a cuántos de sus más valiosos militantes, esos que dejaron todo por combatir la dictadura y esos en los que hay muchos que prefirieron morir que entregar a sus camaradas o traicionarlos.

Quienes, como el actual presidente de la república, amenazaron con perseguirlo por sus responsabilidad en graves violaciones a los derechos humanos de miles de personas, no tuvieron reparo ni pudor en cambiarse de chaqueta: ahora Piñera es el epítome de la corrección republicana.

La cultura del despojo y el abuso instalada en gran parte del planeta, que ya parece entrar en un periodo de declive, tiene en Chile una expresión inhumana y perversa, cuya mostración más papable y dramática es cuando suceden catástrofes que tienen por efecto matar pobres y silenciar a los reales responsables.

Desde el más allá, un capitán general de cinco estrella sonríe mientras crepita.

Es un sistema que ensalza el éxito, el dinero, el lujo y el despilfarro. Las cosas y las personas dejan de tener valor para solo tener precio. Desde los goles del domingo hasta la salud de los niños son mercancías transables por lo que hay que pagar. La cultura es para excéntricos. Los pobres lo son porque quieren.

Este el escenario ideal para los mercaderes de la educación que asisten a una nueva puesta en escena del humanista Aguilar, que da otra vuelta de tuerca en dirección a terminar con el Colegio de Profesores de Chile.

Caminar por propio pie y pensar por propia cabeza es un recurso imbatible que aún busca su espacio.

El pueblo real, la gente llana y explotada, mentida y abusada, está invitada a una pelea que no le corresponde: elegir entre ser comida frita o hecha caldillo, pero no queda otra que ponerse del lado de rechazar ese engendro a la espera que la pela sea la correcta y se entienda que la Constitución es el último de los problemas.

El Chico Hermosilla se alza luego de su confesión, como el mejor representante de todo lo que el pueblo no quería. La traición, la indignidad de quien miente para consolidar su estatus de persona con conocimientos y poder, la corrupción de todo lo corruptible, para quienes el dinero, o el poder que es lo mismo, tiene en el Chico Hermosilla su estampa señera.
De pronto un estallido sin precedentes pone en el tapete de la discusión política temas de los que solo unos pocos hablaban y que para los gobiernos sordos e indolentes, parecían no existir: la desigualdad, las deudas sociales, la marginación y el abuso. Para algunos resulta increíble constatar que estas cosas de verdad pasan en […]