Hubo un tiempo en que no se podía emplear la palabra régimen para hablar de la situación en Italia. Hoy ya se puede. Hubo un tiempo en que no se podía hablar de «golpe de estado» para definir ciertos momentos de la última historia de Italia. Hoy aún sigue sin poderse. Hablemos, pues, de «sustos» […]
Hubo un tiempo en que no se podía emplear la palabra régimen para hablar de la situación en Italia. Hoy ya se puede. Hubo un tiempo en que no se podía hablar de «golpe de estado» para definir ciertos momentos de la última historia de Italia. Hoy aún sigue sin poderse. Hablemos, pues, de «sustos» de Estado, de «golpecitos» de Estado, o mejor, a la Klein, de shocks de estado.
Italia en los últimos 10 años ha vivido tres shocks de estado. El físico, fue en Génova en 2001: una encerrona programada para acabar con el suflé del movimiento antiglobalización que en aquellos meses inmediatamente anteriores al 11S subía y subía. Y llegó la policía y cargó, mataron a Carlo Giuliani, vejaron y torturaron en Bolzanetto, cometieron la «carnicería mexicana» de la escuela Díaz. Un shock de 72 horas que acabó con el movimiento que se iba haciendo con las calles, con las ciudades, con el mundo.
Luego vino el shock electoral. Abril de 2006. En la noche de las elecciones generales, se sabe que hubo una violación de los sistemas informáticos del ministerio del Interior italiano. La victoria apurada de Prodi fue trampa. Vean la cara del portavoz de la coalición ganadora y comprenderán que algo raro ocurrió: esa cara de susto es la derrota de la democracia, incapaz de denunciar que la han maltratado. Lo contaron Enrico Deaglio y Beppe Cremagnini en dos extraordinarios documentales: Uccidete la democrazia (Maten la democracia) y Gli imbroglioni (Los chanchulleros).
Actualmente estamos en pleno shock mediático. A Berlusconi ya no le basta el control de cinco de las seis cadenas de televisión más varios periódicos y revistas, más una entera editorial. Ahora ataca la prensa crítica y elimina toda voz crítica del tubo catódico, UE incluida.
27 de agosto: la RAI censura el tráiler de la película Videocracia, que reconstruye la historia de los últimos treinta años de la televisión comercial en Italia.
28 de agosto: Querella contra La Repubblica, El País, Nouvel Observateur. Es la primera vez en la historia de la democracia italiana en que se castiga el hacer preguntas.
29 de agosto: Desde Il Giornale, periódico de la familia Berlusconi, acusan al director del diario de la Conferencia Episcopal Italiana, Avvenire, de ser un «conocido homosexual» y acosar a la esposa del hombre con quien mantenía una relación sentimental. Es la venganza por las críticas que hizo Avvenire a la dudosa moralidad de «Papi» Silvio.
1 de septiembre: Berlusconi amenaza la Unión Europea con no votar más y bloquear el funcionamiento de la UE si hablan los portavoces y comisarios de la UE en lugar del Presidente.
2 de septiembre: Denuncia contra L’Unità. 3 millones de indemnización.
Súmenle a todo lo anterior la depuración de todos los periodistas incómodos, no cloroformizados, que aún trabajan en la televisión pública: Marco Travaglio (que es de derechas, pero por encima de todo es periodista), Milena Gabanelli, directora de Report, uno de los mejores programas de investigación periodística mundiales.
Por ello, la Federación Nacional de la Prensa Italiana, la Asociación Artículo 21, la Orden de Periodistas italianos, partidos de oposición y sindicatos han convocado una manifestación por la libertad de prensa el próximo 19 de septiembre, que se prevé enorme, a juzgar por las 250.000 firmas que ha recogido ya el llamamiento (http://temi.repubblica.it/