El 25 de enero el pueblo griego votó por un partido político que ofreció terminar con el absurdo paquete de ajuste pero sin abandonar la unión monetaria. La estrategia de negociación de Syriza con sus socios en Europa y el FMI ha estado basada en la idea de que estos dos objetivos son conciliables. La […]
El 25 de enero el pueblo griego votó por un partido político que ofreció terminar con el absurdo paquete de ajuste pero sin abandonar la unión monetaria. La estrategia de negociación de Syriza con sus socios en Europa y el FMI ha estado basada en la idea de que estos dos objetivos son conciliables. La dureza en las negociaciones, especialmente en Riga, capital de Letonia, ha demostrado que esta estrategia ha llegado a su límite.
Para Syriza es posible dar fin al régimen de subordinación económica impuesto por la troika (Banco Central Europeo, la Comisión de la UE y el Fondo Monetario Internacional) sin salir de la unión monetaria. Por otra parte, la mayoría del electorado griego no desea ver a su país retirarse de la unión monetaria. Las encuestas antes y después de las elecciones confirman que Syriza no hubiera salido victorioso si en su campaña hubiera ofrecido salir del euro.
Por eso en las negociaciones sobre el futuro de Grecia en la eurozona los líderes de Syriza han siempre señalado que no tienen un mandato para salir de la esfera del euro. Pero la pregunta que hoy se hacen algunos miembros de Syriza (entre ellos Costas Lapavitsas) es si esa restricción no es un estorbo para avanzar en las negociaciones. El endurecimiento de las posturas de los acreedores y la troika es un llamado a enfrentar la realidad. El gobierno de Tsipras no está en un seminario académico en el que un análisis más o menos robusto permite salir adelante.
La realidad es que el equipo negociador de Syriza ha estado convencido de que con un discurso racional podría convencer a sus interlocutores de las instituciones (palabra que se introdujo para no hablar más de la troika) sobre las bondades de proceder a una restructuración de la deuda griega y a un relajamiento de las condiciones del paquete de reformas (especialmente en lo relativo al superávit primario). Grecia podría aspirar a regresar a la senda de crecimiento y el castigo sobre el pueblo griego se reduciría notablemente. A cambio, Grecia permanecería en la unión monetaria, con lo que se evitaría el riesgo de contagio y el surgimiento de dudas existenciales sobre el futuro del euro.
La verdad es que el planteamiento es poco realista. La idea de que la unión monetaria se podría reformar desde adentro, conduciendo a un esquema de integración más saludable y digamos, amistoso para con los pueblos de Europa es una meta apreciable. Pero el análisis de los requisitos macroeconómicos medulares que constituyen los fundamentos de la unión monetaria, así como de la posición de debilidad en la que se encontró Syriza tan pronto llegó al gobierno, indica claramente que ese objetivo no se puede alcanzar sin cambios más profundos en el paisaje político europeo.
A finales de febrero Syriza tuvo que llegar a un acuerdo que extendió por cuatro meses el arreglo existente con las instituciones. Pero a cambio el nuevo gobierno cedió mucho terreno: en materia de austeridad aceptó un superávit adecuado y no realizar acciones unilaterales que pudieran comprometer las metas fiscales del acuerdo. Ese fue un mal arreglo y Syriza deberá enfrentar las próximas negociaciones con un esquema distinto. En especial, deberá comenzar a pensar seriamente en romper la camisa de fuerza que representa el ideal de reformar desde adentro a la unión monetaria.
Mientras Syriza insista en dejar fuera del marco de sus posibilidades salirse de la esfera del euro y recuperar su autonomía monetaria, las autoridades y las élites europeas le seguirán sometiendo a un duro castigo. No podrá obtener liquidez para seguir funcionando y el sistema de pagos griego seguirá siendo un rehén de las instituciones, como ya lo han demostrado los últimos desplantes de la señora Merkel y las medidas adoptadas por el Banco Central Europeo. Parecería que la estrategia de las clases dominantes en Alemania y Europa consiste en mantener a Grecia en la cámara de tortura por un largo tiempo.
La salida del euro entraña un alto costo, especialmente porque la moneda sucesora sufriría automáticamente una fuerte devaluación. Pero es importante compararla con el costo de la devaluación interna que ya ha conducido a la crisis humanitaria de la que hablan los líderes de Syriza. Además, el sector externo griego no es tan vulnerable como algunos piensan. Por otra parte, el establecimiento de controles sobre flujos de divisas y movimientos de capitales ayudaría a mantener la devaluación dentro de límites tolerables. Adicionalmente, habría que considerar inmediatamente la nacionalización de la banca o, por lo menos, la intervención gerencial de todos los bancos.
Entre las ventajas de la salida de la camisa de fuerza que actualmente representa el euro no sólo está la recuperación de la autonomía monetaria (y fiscal), sino también la restructuración de la deuda griega, tanto en lo que concierne a los montos de principal, como en la renegociación de plazos y tasas de interés. La negociación se podría llevar a cabo ya sin sufrir la presión que la troika ha venido imponiendo a su gusto.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2015/05/06/opinion/022a1eco