«Que se produzcan bajas alemanas es difícil de soportar para una sociedad como la nuestra, ávida de felicidad.» Joachim Gauck, en la Academia Militar del Ejército Federal, en Hamburgo, el 12 de junio de 2012 Estimado Sr. Presidente Gauck: Permítame que como ciudadano alemán de la generación de la posguerra le haga algunas […]
«Que se produzcan bajas alemanas es difícil de soportar para una sociedad como la nuestra, ávida de felicidad.»
Joachim Gauck, en la Academia Militar del Ejército Federal, en Hamburgo, el 12 de junio de 2012
Estimado Sr. Presidente Gauck:
Permítame que como ciudadano alemán de la generación de la posguerra le haga algunas observaciones con relación a su discurso en la Academia Militar del Ejército y a ciertas afirmaciones que allí hizo.
¿Cómo se le ocurre a nuestro jefe del Estado -ésta fue mi reacción instintiva y espontánea al leer el texto de su discurso- decirnos a los alemanes, tras dos guerras mundiales, lo que hemos de pensar en torno a la cuestión de la guerra y la paz? Puesto que, hasta donde yo sé, un clérigo y «revolucionario pacifista» como usted nunca ha tomado las armas, no alcanzo a explicarme este cambio de mentalidad que ahora como jefe del Estado le lleva a defender las intervenciones armadas del ejército en el extranjero, a justificar el uso de la fuerza y a recomendar que nos acostumbremos a las bajas alemanas, haciendo así propaganda bélica. ¿Es ésta su convicción personaI o es que en su nueva posición como jefe del Estado ha de decirnos a los alemanes lo que estamos obligados a pensar? No está en mi mano juzgar si con su discurso ha vulnerado indirectamente principios constitucionales (por ejemplo, promoviendo guerras de agresión o haciendo propaganda bélica), pero habría que examinar el caso.
De cualquier manera, su discurso está en línea con la retahíla de frases lapidarias sobre la nueva responsabilidad y el papel militar de Alemania en el mundo pronunciadas por nuestro ministro de Defensa, Thomas de Maizière, durante la llamada Conferencia de Seguridad de Munich, el pasado 3 de febrero.
Vayamos ahora a algunas de las afirmaciones contenidas en su discurso:
«Queridas soldadas y soldados: ustedes protegen y defienden, hasta más allá de las fronteras de nuestro país, lo más importante para nosotros: la libertad y la paz, la dignidad del ser humano y el derecho de todo individuo a su integridad.» (…)
El ejército federal en los Balcanes, en Hindukush y en el Cuerno de África, actuando contra el terror y los piratas; ¿quién habría pensado hace veinte años que algo así fuera posible? (…) Este ejército federal no supone ninguna limitación de nuestra libertad, es el pilar de nuestra libertad. (…) El ejército federal (…) se ha convertido en un promotor de la libertad.»
¿En qué lugar de Alemania, estimado Sr. Presidente, o en Kosovo, en Afganistán o en Somalia protegen los soldados alemanes la libertad, la seguridad, la dignidad del ser humano y el derecho de todo individuo a su integridad o es el ejército federal «promotor de la paz»? «Gracias» a las intervenciones de nuestro ejército, en colaboración con la OTAN dirigida por los EE.UU, la población de esos países es ahora menos libre, tiene menos seguridad, su dignidad humana se ha visto seriamente menoscabada y muchos de ellos han muerto o están heridos o han enfermado de cáncer y han perdido toda esperanza. Ciertamente hace veinte años para nosotros, alemanes, era impensable la participación del ejército federal en guerras de agresión de la OTAN. En eso tiene usted razón.
«El uso de la fuerza, también de la fuerza militar, será siempre un mal. Pero -mientras vivamos en el mundo en que vivimos- puede ser también necesaria y razonable para superar a su vez la violencia. (…)
Las guerras, estimado Sr. Presidente, tanto más las guerras de agresión contrarias al derecho internacional, jamás han sido razonables ni han servido nunca para superar la violencia; nos lo ha enseñado la Historia. Y las guerras serán obsoletas también en el futuro. Permítame que le cite a dos testigos de su época. León Tolstoi (1828-1910) dijo acerca de la guerra y la paz: «No hay ni habrá nunca una explicación razonable de por qué los países y los pueblos hayan de emprender guerras entre sí». Y la primera galardonada con el Premio Nobel de la Paz y comprometida antibelicista Berta v. Suttner (1843-1914) opinaba al respecto: «A nadie sensato se le ocurriría borrar con tinta manchas de tinta o manchas de aceite con aceite. Sólo la sangre se pretende una y otra vez limpiar con sangre».
Sr. Presidente, decía usted además: «Una democracia efectiva (exige) entrega, vigilancia, coraje y a veces también lo máximo que una persona puede dar: la vida, la propia vida (…) Que se produzcan bajas alemanas es difícil de soportar para una sociedad como la nuestra, ávida de felicidad.»
¿Morir «por Dios, el káiser y la patria»? ¡No, gracias! Nunca más, Sr. Presidente. Mi abuela, que ha vivido dos guerras mundiales, y mi madre no han podido en toda su vida superar el dolor por la pérdida de su hijo y hermano en la Segunda Guerra Mundial. Y éste no es más que un ejemplo entre millones y millones de personas de todo el mundo que han corrido una suerte parecida en las guerras.
Estimado Sr. Presidente, tras dos guerras mundiales, los alemanes tenemos ya nuestra propia opinión acerca de la guerra y la paz y no queremos más propaganda belicista.
Le saluda atentamente,
Dr. Rudolf Hänsel