Acaba de conocerse la sentencia en uno de los cuatro casos en que está siendo enjuiciada la ex presidenta Roxana Baldetti. La condena fue categórica: 15 años y medio de prisión. Ello es una buena noticia para la sociedad guatemalteca: evidencia que la justicia puede cumplirse. Pero, analizado en detalle el asunto, no deja de […]
Acaba de conocerse la sentencia en uno de los cuatro casos en que está siendo enjuiciada la ex presidenta Roxana Baldetti. La condena fue categórica: 15 años y medio de prisión. Ello es una buena noticia para la sociedad guatemalteca: evidencia que la justicia puede cumplirse.
Pero, analizado en detalle el asunto, no deja de abrir preguntas: ¿existe verdaderamente justicia en Guatemala? ¿Se está llevando efectivamente a cabo una lucha contra la corrupción? Más aún: ¿es posible en verdad terminar con la corrupción sin tocar la estructura económico-social de base que la posibilita? ¿No hay mucho de cosmético en lo que está sucediendo?
Todo esto no pretende aguar la fiesta ni constituirse en un absurdo abogado del diablo buscando «cuestionamientos» allí donde no los hay. Y, de más está decirlo, mucho menos busca defender a la condenada. Pero sí es necesario plantearse interrogantes.
Mientras que para el descomunal desfalco llevado a cabo por la ex vicemandataria se pidieron 15 años y 6 meses de cárcel, para un luchador social de base como el maestro Bernardo Caal Xol, quien lidera una lucha contra las hidroeléctricas en el departamento de Alta Verapaz, la justicia pide 14 años de prisión. No parecen guardar proporcionalidad las penas: o demasiado poco para la ex vicepresidenta, o excesivamente duro para el líder comunitario para un «delito» que, en realidad, no es tal.
Más aún: es sabido que toda la fenomenal cruzada anticorrupción que parece haberse desatado en el país desde el 2015, tenía agenda establecida. En otros términos: no es tanto un real combate contra esa lacra sino un montaje bien organizado por el Departamento de Estado de Estados Unidos, manejado en el terreno por el entonces embajador Todd Robinson, conducente a sacar de en medio a gobernantes que no era útiles en ese momento a la geoestrategia regional de Washington.
Ni Otto Pérez Molina ni Roxana Baldetti constituían peligro para la política estadounidense; eran, en todo caso, piedras en el zapato en función de su proyecto de un Triángulo Norte de Centroamérica «democrático» y bien presentado. La operación que los sacó del poder fue una maniobra experimental, que les permitió posteriormente implementar exitosamente esa «lucha contra la corrupción» en otros contextos (Brasil, Argentina). Antes de abril del 2015, momento en que comienzan las manifestaciones sabatinas anticorrupción (plagadas de vuvuzelas pero sin dirección política), el entonces vicepresidente norteamericano Joe Biden había llegado al país exigiendo la continuidad de la CICIG y prácticamente sellando la condena de la vicepresidenta. De hecho, en forma abiertamente cortante, no se reunió con Baldetti en un claro mensaje, casi sentenciándola.
Además de ello, a inicios de 2015 se conocieron declaraciones de personal diplomático estadounidense en Guatemala que ya mencionaba la posibilidad de extradición de Pérez Molina y Baldetti por narcotráfico. «Casualmente» para esa época es juzgada como narcotraficante en Miami Marllori Chacón Rossell, involucrando a Baldetti en el narconegocio.
Insistamos: ¡por supuesto que es una buena noticia la condena a la rea de marras!, quien en todo momento utilizó las más inimaginables argucias para demorar y complicar su juicio. La innúmera cantidad de mensajes que poblaron las redes sociales burlándose de su sentencia deja ver el odio contenido en la población. El tema de la corrupción -tema moral, que toca principios- sin dudas mueve mucho. Entre otras cosas: mueve morbosidades.
No caben dudas que el morbo misógino está en juego en todo esto. La población también espera el enjuiciamiento del «amigo íntimo» de la Doctora Honoris Causa por la Universidad de Taiwán, el general Pérez Molina. Pero el grado de odio desatado por Baldetti no es similar al que despierta el ex presidente. Incluso se suaviza su situación, pudiendo llegar a tener arresto domiciliario. ¿Del árbol caído todos hacen leña? Quizá el refrán no se equivoca.
La condena a la susodicha hace pensar en un ajusticiamiento público en la plaza durante el Medioevo europeo, plagado de entusiastas y morbosos mirones. Se juzga a la Línea 1. ¿Y la Línea 2? La corrupción no se acaba con el espectáculo mediático montado contra esta muchachita de barrio con aspiraciones arribistas devenida nueva rica. El CACIF en pleno, en su momento, pidió airado la renuncia de la vicepresidenta. Pero… ¿el CACIF no constituye la Línea 2?
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