Cuando el exministro de Suárez, Ignacio Camuñas, afirma que en 1936 no hubo golpe de Estado y que la culpa de la guerra civil es del mal gobierno de la República, o cuando el líder del PP, Pablo Casado, equipara la República (“democracia sin ley”) a la dictadura (“ley sin democracia”), se pone en evidencia un punto ciego del discurso de la Transición: diluir la democracia en la República para poder hablar de la guerra civil entre “dos bandos” equiparables, en lugar de diferenciar entre instituciones legítimas y golpistas. Esa indistinción permitió ver a Suárez como “padre de la democracia”.