La última semana de febrero ha tenido como eje informativo uno de esos hitos que tanto gustan en la corte mediática, un tema sobre los que modular los debates y generar una suerte de gran consenso desde tribunas, portadas y tertulias. Un discurso único de esos que, sin embargo, al españolito de a pie (asustado e inquieto por las consecuencias de una nueva gran crisis de consecuencias inciertas, pero oscuras) le suelen dar igual (ya saben, la enorme distancia que se ensancha entre opinión pública y opinión publicada). Es decir, un evento para generar horas y horas de televisión sin aportar (casi) nada nuevo.