(Re)estudiar los aportes teóricos del Che, evaluar su experiencia histórico concreta y desprender las grandes enseñanzas de ambas, es una tarea necesaria (y urgente) en la hora presente de América Latina
Cincuenta años han transcurrido desde que Ernesto Che Guevara, por instrucciones de la CIA, fuera asesinado en Bolivia. Pero también han pasado cincuenta y ocho años desde aquel histórico triunfo de la revolución cubana que con la máxima conducción de Fidel Castro y el invalorable aporte de hombres como el Che, Raúl Castro y Camilo, y de mujeres como Vilma Espin y Haydee Santamaría, inauguró la tercera ola emancipadora de América Latina.
No hay duda que la América -nombre con el cual el Che se refería a toda la región sin contar a Estados Unidos y Canadá- no es la misma a la que con pleno conocimiento de su realidad histórica caracterizara con profundidad Guevara en textos tan como: Cuba, ¿excepción histórica o vanguardia en la lucha contra el colonialismo? (abril de 1961), La influencia de la revolución cubana en América Latina (18 de mayo de 1962) o Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental (abril de 1967). Es la misma porque en algunos casos, los causas estructurales que empujaron al Che desde muy joven a levantar las banderas del comunismo no han merecido, salvo en la mayor de las Antillas, cambios estructurales que hayan superado el capitalismo. Pero sobre todo es la misma porque los pueblos siguen teniendo al frente un enemigo común: el imperialismo ¡ norteamericano, como le decía el Che.
Pero sería una injusticia con la lucha y capacidad de resistencia de nuestros pueblos no evaluar positivamente lo que ha ocurrido en un momento en que tras el derrumbe del campo socialista se pensaba en el fin de la historia. Desde fines del siglo XX y principios del siglo XXI hay un creciente cuestionamiento, aunque no su destrucción, al dominio estadounidense.
A los cincuenta y ocho años del triunfo de la revolución cubana y a cincuenta años del paso del Che a la inmortalidad, América Latina busca abrir caminos hacia su plena independencia económica y soberanía política en medio de un mundo unipolar o, en el mejor de los casos, en transición hegemónica hacia un mundo multipolar o de bipolaridad de nuevo tipo en la que todavía ignoramos el papel que cumplirá esta parte del planeta.
Mucha agua ha fluido en medio siglo. Los típicos gobiernos de la Seguridad Nacional -dictaduras militares o caricatura de gobiernos civiles- han quedado atrás. Los militares, los principales protagonistas después de fracasada la Alianza para el Progreso que Estados Unidos impuso en América Latina para contrarrestar la influencia de la revolución cubana, se han replegado a sus cuarteles desde la segunda parte de la década de los 70 cuando Jimmy Carter promovió la democracia viable en medio de un ascenso del descontento popular contra las condiciones políticas, económicas y sociales. En los 80 y los 90, América Latina sería escenario de aplicación con dureza del proyecto neoliberal que desmanteló los ya precarios llamados Estados nacionales, facilitó la entrega de los recursos naturales a las transnacionales y configuró el poder político bajo el espejismo de la democracia a secas, que no era más que la envoltura ideológica de la democracia controlada de Reagan y la gobernabilidad democrática de Busch. No sin apuntar la falta de vergüenza, un amplio sector de la izquierda latinoamericana -partidos e intelectuales- claudicó ante las banderas de la justicia social que en algún momento de esos 50 años levantó.
Pero en la medida que los factores objetivos de la revolución lejos de disminuir más bien se ampliaron e intensificaron desde la última caracterización que hizo el Che en su mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental, una vigorosa irrupción de «los de abajo» fue tomando formas múltiples en varios países de América Latina hasta que se produjo la erupción de ese volcán que con sus lavas y ruidos subterráneos, como diría el Che, anunció el advenimiento de una nueva oleada de la lucha contra el imperialismo. Esos pueblos se elevaron con sus luchas victoriosas en las calles a la categoría de gobiernos revolucionarios a través de Hugo Chávez en Venezuela (1999), Evo Morales en Bolivia (2006) y Rafael Correa en Ecuador (2007), así como produjeron el retorno de Daniel Ortega en Nicaragua (2007) y el triunfo del FMLN en El Salvador desde el 2009 con Mauricio Funes primero y Sánchez Cerén después . No menos importante la instalación de gobiernos progresistas en Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay. Hay que apuntar, parafraseando al Che, que esos grandes líderes -todos admiradores y amigos de Fidel- fueron los grandes artífices, ante la falta de partido o vanguardia organizada, de ir sembrando con su lucha «la conciencia de la necesidad y, más aún, la certeza de la posibilidad del cambio revolucionario»1.
Pues bien, dos necesarios apuntes a propósito del pensamiento político del Che y la situación actual de América Latina.
En primer lugar, la lucha abierta contra el imperialismo en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua se ha desarrollado, en esta última oleada, a través de la lucha política y electoral. El cambio de la estrategia y la táctica basadas en la lucha armada que la revolución cubana empleó exitosamente y que el Che la definió como la principal para lograr la destrucción del imperialismo y la constitución de revoluciones socialistas, obedece a las condiciones concretas de este momento más que a una negación de las enseñanzas de la primera revolución socialista en América Latina.
De hecho, el Che, a quien ciertos ideólogos de la derecha pero también de la izquierda claudicante le han construido la imagen de un militarista y hombre violento, nunca desestimó el provecho de recurrir, en algunos casos, a la lucha electoral u otras formas de lucha que permitiesen avanzar hacia la toma del poder, «que es el instrumento indispensable para aplicar y desarrollar el programa revolucionario»2. Así en el texto referido señala: «sería error imperdonable desestimar el provecho que puede obtener el programa revolucionario de un proceso electoral dado»3.
El uso de la estrategia y la táctica basadas principalmente en la lucha política y electoral, ha traído consigo, sin embargo, otro tipo de problemas y desafíos para la izquierda revolucionaria. Siguiendo la línea marxista-leninista del Che, este tipo de revoluciones encuentran grandes dificultades para destruir el viejo aparato estatal que institucionalmente y en ideología se resisten a ser cambiados (ejército, policía y burocracia). Salvo la revolución venezolana, donde el pueblo ha logrado una férrea unidad con las Fuerzas Armadas, esos destacamentos especiales de hombres armados en Bolivia y Ecuador todavía continúan respondiendo a la lógica del viejo estado, aunque es bueno señalar que en el caso de Bolivia se hacen esfuerzos por introducir un sentimiento antiimperialista en las Fuerzas Armadas.
Segundo, los hechos y acontecimientos políticos registrados en América latina desde principios del siglo XXI, aunque con mayor fuerza en los últimos cuatro años, colocan sobre la mesa de discusión política y académica la cuestión del tránsito pacífico del capitalismo al socialismo, o incluso, del neoliberalismo al post neoliberalismo.
El Che hace dos consideraciones sobre el tránsito pacífico del capitalismo al socialismo que bien vale la pena recordar por su relación con el pensamiento marxista y por lo que están enfrentando las llamadas revoluciones en el siglo XXI en América Latina. En primer lugar destaca, aludiendo a los clásicos, alguna posibilidad de tránsito pacífico4, e inmediatamente sostiene con insistencia que «tránsito pacífico no es el logro de un poder formal en elecciones o mediante movimientos de opinión pública sin combate directo, sino la instauración del poder socialista, con todos sus atributos, sin el uso de la lucha armada»5.
Sería muy largo desarrollar a lo que el Che se refiere por «atributos» del poder socialista, pero solo hagamos referencia a lo que desde Marx a Lenin sostienen sobre lo que caracteriza a la revolución socialista: el proletariado se eleva a la condición de clase dominante (ahora lo que diríamos es que el pueblo se constituye en bloque en el poder), se socializa los medios de producción (en manos privadas) y se sienta las bases de la extinción del Estado en su tránsito del socialismo al comunismo. Obviamente no se trata de tres acciones en un solo momento, sino de tres momentos distintos.
Pues bien, los procesos de Venezuela, Bolivia y Ecuador han enfrentado la ira desatada por el imperialismo y sus oligarquías en distintos grados para impedir y revertir el curso revolucionario: golpes de Estado, guerras económicas, guerras mediáticas, injerencias externas y planes de asesinato de sus máximos lideres, por citar los más importantes. De las tres revoluciones es la Venezolana donde más se han concentrado las viejas y nuevas formas de guerra imperial y oligárquica. Esto confirma, como diría el Che, que «el transito al socialismo de aquel gobierno que, en las condiciones de la legalidad burguesa establecida llega al poder formal, deberá hacerse también en medio de una lucha violentísima contra todos los que traten de una manera u otra, de liquidar su avance hacia nuevas estructuras sociales»6.
Entonces transito pacífico, ninguno. A pesar de que la elevación del pueblo a su condición de bloque en el poder se ha producido a través de elecciones representativas y dentro de las reglas de juego de la democracia burguesa, éstos procesos han avanzado hacia la transformación de la superestructura estatal mediante asambleas constituyentes, en la recuperación del control de los recursos naturales y en la implementación de modelos económicos con mecanismos de distribución de la riqueza nunca antes vistos, no sin enfrentar altos niveles de resistencia, incluso armada, de las oposiciones alentadas y financiadas por los Estados Unidos.
Estas revoluciones que han ampliado la democracia con la incorporación de otras formas de democracia (participativa, comunitaria y directa), son prisioneras de ciertas lógicas instaladas durante décadas en el imaginario de la gente a propósito de la periodicidad y temporalidad de los mandatos, así como de la figura idealizada de la alternancia, y cada vez que se cuestiona estas reglas del viejo Estado deben enfrentar la violenta reacción de los enemigos de la revolución.
Pero haber aclarado lo de tránsito pacífico, que valga la insistencia no existe o quizá, como decía el Che, solo será posible para el último país en liberarse, nos conduce a la necesidad de encarar lo que por transición al socialismo se debe entender en la hora presente de América Latina. El debate es largo y complejo, pero a la vez profundamente necesario (y urgente). ¿Cómo debemos entender la transición del capitalismo al comunismo? Como punto de partida tenemos el aporte teórico de Marx y la reflexión teórica y experiencia práctica de Lenin, el jefe del primer Estado socialista del mundo. Y tenemos, desde una perspectiva latinoamericana, la experiencia cubana y los apuntes teóricos del Che, quien fue bastante crítico con la propia variación que Lenin hizo de su propia concepción de transición al incorporar con la NPE la etapa del capitalismo de Estado sin burguesía.
Los gobiernos revolucionarios de América Latina han nacionalizado una gran parte de su economía sin que, sin embargo, todavía se haya producido una modificación en las relaciones de producción capitalistas, y han puesto en marcha mecanismos de distribución de la riqueza que están disminuyendo la desigualdad social a pasos agigantados, así como los niveles de desarrollo no tienen parangón. Pero al mismo tiempo la respuesta de la población no es la que se espera y una parte significativa de los «beneficiarios» de estas políticas no solo que han adoptado la lógica y práctica de la llamada «clase media» -no sin contar involuntariamente con el apoyo de los gobiernos-, sino que de protagonistas activos del proceso han devenido en espectadores y consumistas.
Una de las respuestas al debate de la transición y a los problemas anteriormente descritos lo encontramos en el propio Che, cuando sostiene que «el comunismo es un fenómeno de conciencia, no se llega a él mediante un salto en el vacío, un cambio de la calidad productiva, o el choque simple entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. El comunismo es un fenómeno de conciencia y hay que desarrollar esa conciencia en el hombre, donde la educación individual y colectiva para el comunismo es una parte sustancial de él»7.
Notas:
1 Ernesto Che Guevara. Táctica y estrategia de la revolución latinoamericana. Escritos y discursos. Editorial de Ciencia Política, La Habana, T9, p. 227.
2 Ernesto Che Guevara, Cuba, ¿excepción histórica o vanguardia en la lucha contra el colonialismo?. Escritos y discursos, Editorial de Ciencia Política, La Habana T9, p 33
3 Idem
4 Ernesto Che Guevara. Táctica y estrategia de la revolución latinoamericana. Escritos y discursos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, T9, p 229
5 Idem
6 Idem
7 Ernesto Che Guevara, Apuntes críticos a la Economía Política, Oceansur, La Habana, 2006, pgs 14-15
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