«Si los países de América Latina quieren establecer relaciones diplomáticas con nosotros, los acogeremos con gusto. Si no, podemos hacer negocios con ellos; si no quieren hacer negocios con nosotros, podemos hacer otros intercambios»
Mao Zedong
Recientemente, se celebraron los 70 años de la República Popular China, con el desfile militar más monumental de su historia, en el que se repasaron sus principales hitos incluyendo el ingreso a la “nueva era” gracias al sistema “socialista con características chinas”, según lo denominó Mao Zedong aquel primero de octubre.
Desde ese entonces, la República Popular, bajo las directrices del Partido Comunista de China, creció hasta constituir el segundo PBI más grande del mundo, luego del de los Estados Unidos, la esperanza de vida pasó de los 35 a los 77 años, la población pasó del analfabetismo a la educación masiva y 100 millones de habitantes rurales salieron de la pobreza. Pese a que desde occidente se suele enunciar este crecimiento en términos de ascenso, acaso pacífico, los líderes chinos prefieren hablar de “rejuvenecimiento chino”. Ello nos brinda una idea más acabada para comprender el camino de la restauración de la grandeza china contemporánea, que le siguió al “siglo de humillación”[1], para finalmente entender qué lugar ocupa América Latina en él.
Las relaciones sino-latinoamericanas se han desarrollado con intensidad. Durante su mandato, Mao sólo tuvo cuatro embajadores en todo el mundo, a pesar de que promovió su influencia en diversos países. Durante estos años en los que el maoísmo no conseguía trascender las fronteras de su propio país, los países latinoamericanos mantuvieron lazos diplomáticos con las autoridades de la República de China[2], la cual gozaba de reconocimiento en Naciones Unidas, como miembro permanente con poder de veto hasta 1971, cuando fue reemplazada por la República Popular China. Pese a ello, China continental procuró sostener una “diplomacia entre pueblos”[3], basada en intercambios culturales y económicos no oficiales pero de alto nivel «para encaminarse poco a poco hacia el establecimiento de relaciones diplomáticas». Se estima que alrededor de 1.200 personas de 19 países latinoamericanos visitaron China durante los años ´50. Los vínculos con nuestra región se fueron estableciendo poco a poco, bajo «la confianza en la conciencia de los pueblos latinoamericanos». Y, si bien hubo algunos intercambios comerciales de carácter no oficial, estos fueron incipientes.
Fue la Revolución Cubana del primero de enero de 1959 la que abrió camino a las relaciones diplomáticas en la región, definida históricamente como el patio trasero de Estados Unidos. El 28 de septiembre de 1960, la República Popular y Cuba anunciaron el establecimiento de relaciones diplomáticas. Durante esta década, pese a los vaivenes en los flujos del comercio, China apoyó a los diversos movimientos nacionales democráticos y la lucha antiimperialista, acompañando no sólo a Cuba frente al bloqueo económico por parte de Estados Unidos sino también a Panamá, la cual recuperó la soberanía sobre su Canal en 1964. La teoría de este liderazgo chino se basaba en los «tres mundos» que ubicaba a la República Popular al margen del imperialismo norteamericano y del hegemonismo soviético. La década los años ´70, luego de la reincorporación a las Naciones Unidas y de la visita de Richard Nixon a China, dio luz a una nueva etapa en las relaciones diplomáticas, a partir de la cual doce países de la región reconocieron al país, entre ellos Argentina en 1972.
A partir de 1978, durante el gobierno de Deng Xiaoping, el PPCh inició un programa de reformas y apertura a la inversión extranjera sin vuelta atrás, y trazó así las directrices básicas para avanzar hacia la «prosperidad»[4]. La modernización china fue iniciada, dirigida y controlada por el «cazador de ratones» que supo leer las necesidades de un país y desmontar las estructuras económicas del maoísmo, sin que importasen los encasillamientos ideológicos de los medios usados para este fin. Con ello, China aceptó la posibilidad de realizar intercambios amistosos y de cooperación más allá de las diferencias ideológicas con los países desarrollados, como los Estados Unidos y Japón, como los del Tercer Mundo, incluida Latinoamérica. Con estos reajustes, durante los ´80 y ´90, las relaciones experimentaron un creciente desarrollo. «La política china consiste en desarrollar y mantener buenas relaciones con América Latina, y hacer de las relaciones sino-latinoamericanas un modelo de cooperación Sur – Sur» sostenía Deng. Este principio de relacionamiento seguirá vigente al día de hoy.
El siglo XXI encuentra a China y América Latina en una nueva etapa. China despliega una diplomacia de carácter omnidireccional. Los vínculos bilaterales se desarrollan de manera integral y sostenida hacia nuestra región. La cuarta generación de líderes chinos encabezada por Hu Jintao planteó la voluntad de crear una nueva perspectiva de amistad entre nuestra región y el gigante asiático sostenida bajo la confianza en el plano político, la complementariedad económica y el intercambio cultural dinámico entre diferentes civilizaciones. En 2004, Argentina recibió la visita de Estado del líder Hu, cuando Alberto Fernández era Jefe de Gabinete de la gestión de Néstor Kirchner, y para aquel momento – en el que se sellaba la Alianza de carácter estratégico entre ambos países – parecía una quimera la llegada de sus inversiones. En el marco de esa visita nuestro país reconoció a China el status de “economía de mercado” y prometió apoyo en la Organización Mundial Comercio, de la que forma parte desde 2001. En ese entonces, se sostuvieron los mutuos apoyos en las cuestiones de soberanía de las Islas Malvinas y la reunificación pacífica de Taiwán.
Hoy, bajo el mandato de Xi Jinping, el “sueño chino” de recuperar su pasado glorioso en el marco de la institucionalidad del Partido está a la hora del día. La iniciativa de la Franja y la Ruta, o Nueva Ruta de la Seda, lanzada por Xi en 2013, debe ser leída en ese sentido. Se trata de la reformulación de la geopolítica asiática, la consolidación de la influencia global, además de un mayor control territorial chino y la superación de asimetrías dentro de su propio estado, a través de grandes inversiones en infraestructura, puertos, trenes, barcos, gasoductos, corredores bioceánicos, con China en el centro. La exportación y salida del capital chino resultan necesarias a fin de continuar mejorando las condiciones de vida de la población local. La nueva etapa del modelo de crecimiento encuentra a los chinos más ávidos de consumo (cada vez más sofisticado), y a los capitales y tecnología más desarrollados con fuerte necesidad de “salir afuera” (走出去, zǒu chūqù). Y eso, indudablemente, incluye a nuestra región y país, con quienes los lazos vienen hace décadas afianzándose.
Al iniciar su administración, Mauricio Macri propuso una política exterior “pluralista” y utilizó una retórica de “volver al mundo”, en tal caso, reorientándose hacia el eje Norte de Estados Unidos y Europa, lo que supuso bajarle la intensidad a los acuerdos consolidados con China bajo las gestiones Kirchner- Kirchner. Muchos de ellos entraron en revisión, como el proyecto de las represas “Aprovechamientos Hidroeléctricos del Río Santa Cruz Presidente Doctor Néstor Carlos Kirchner-Gobernador Jorge Cepernic” que continuó, pero reformulado y reducido. A su vez, el convenio de permuta (swap) de monedas entre ambos Bancos Centrales por US$ 11.000 millones fue fuertemente criticado durante la campaña electoral de 2015, sin embargo, ejecutado y ampliado por la gestión Macri. Si los cambios políticos argentinos llegaron a cuestionar el vínculo, en el caso chino con estatus de estratégico integral desde 2014, la gestión Macri finalmente terminó dándose cuenta de que la potencia asiática es insustituible como socio comercial, inversionista y financiador.
Hoy, sabemos que nuestro país se encuentra en la órbita china en tanto proveedor de recursos estratégicos como alimentos, energía y minería, de los cuales contamos con evidentes ventajas comparativas. El mandatario estadounidense, Donald Trump, tiene la atención más ubicada en la región y nuestro país que los anteriores mandatarios norteamericanos.[5] Los sucesivos apoyos y gestos hacia el gobierno anterior, como el voto a favor de la concesión de crédito en el board del Fondo Monetario Internacional, tienen que ver, entre otras cuestiones[6], con el ascenso de la influencia china en Latinoamérica. Y el tema del Fondo Monetario es para la actual gestión, relevante. Mientras que hace tiempo que China se consolidó como el principal destino de nuestras exportaciones de commodities, pese al déficit que se acarrea desde 2008, y como el único portador de inversiones en infraestructura necesarias para el crecimiento, ello no debe, y tampoco debería, suponer romper relaciones con los Estados Unidos, primera economía del mundo y el principal sostén financiero de la Argentina en el último año.
La vulnerabilidad a los condicionantes externos que presenta nuestro país, tratándose de una economía en vías de desarrollo, con una matriz productiva esencialmente ligada al sector agropecuario, deberá ser tenida en cuenta por los hacedores de política pública a la hora de definir la política exterior. Acaso Argentina puede encontrar un equilibrio que requerirá de negociaciones seguramente inestables, en tiempos de guerras comerciales y disputas tecnológicas que tendrán largo aliento.
Fernández probablemente delinee una postura no tan condescendiente hacia Trump como la de su antecesor. La Casa Blanca – pese a que no somos prioridad en su agenda – sabe que no encontrará un aliado fácil en Argentina a la hora de limitar la influencia china, sobre todo en lo que concierne a la llegada de la tecnología del 5G y de los acuerdos para la iniciativa de “la Franja y la Ruta” que promueve Beijing.[7] Lo que es seguro es que la Alianza Estratégica Integral (2014) entre China y Argentina es política de estado y el sendero por donde continuar la cooperación mutua en materia nuclear, comercial, financiera, energética, educativa, etc.
En todo caso, el aliado más natural de Trump en la región será el Brasil de Jair Bolsonaro que, de todas formas, tampoco tiene una relación sencilla con el gigante asiático. El ala política militar que encabeza su vice-presidente, Hamilton Mourão, es la que viene encontrando mayor eco en Fernández y en la propia China.[8]
Con todo, sería mucho más oportuno que la respuesta a estas cuestiones en un orden multipolar complejo, dentro del cual dos potencias se disputan inestablemente el control tecnológico de la próxima revolución industrial (que ya está aconteciendo), sucediera en clave regional latinoamericana, o por lo pronto dentro de la esfera sudamericana. Sólo ello podrá preservar ciertos márgenes de autonomía y soberanía, reduciendo la dependencia.[9] De parte de China, su perspectiva continúa siendo a largo plazo, es consistente, y ofrece una chance para elevar nuestra magra infraestructura y capacidad tecnológica, al tiempo que parece brindar señales de no poner obstáculos a que su flamante rival sostenga las históricas relaciones con su patio trasero.[10] La salida es nuestra; la oportunidad tiene características chinas.
Notas
[1] En los últimos 4.000 años, China se ha preocupado exclusivamente de su propia unidad, de que así siga siendo durante el próximo milenio y de que el “Imperio del Centro” no pretenda convertirse en un imperio belicoso y conquistador, al modo del Japón de entreguerras.
[2] La República Popular China sostuvo de manera consistente el principio de “una sola China”, a partir del cual sólo se acepta el reconocimiento de una entidad con el nombre de China.
[3] En 1954 fue creada la Asociación de Amistad del Pueblo Chino con los Países Extranjeros (Aapcpe), con el nombre de Asociación de Intercambios Culturales del Pueblo Chino con los Países Extranjeros. Este concepto de acercamiento entre culturas y de la diplomacia persona a persona continúa vigente al día de hoy bajo el despliegue del poder blando chino.
[4] Bajo el liderazgo de Deng, China estableció una política exterior que priorizó el pragmatismo por encima del ideologismo que caracterizó al maoísmo. Ello implicó un desplazamiento de la importancia de la política a la economía como factor determinante de la política exterior, la necesidad de una estrategia que garantizara paz y seguridad, a fin de orientar todas las energías hacia la modernización económica y la pérdida de vigencia del concepto de triángulo estratégico integrado por la Unión Soviética, los Estados Unidos y China. Ver Jiang, S., (2006), Una mirada china a las relaciones con América Latina. Recuperado de https://nuso.org/articulo/una-mirada-china-a-las-relaciones-con-america-latina/.
[5] La Casa Blanca puso fin al acercamiento constructivo y puso fin a aceptar el rápido progreso hacia China. Y esto repercute en la geopolítica regional latinoamericana.
[6] Nos referimos al reciente reconocimiento de Brasil como aliado preferente fuera de la OTAN, las amenazas de sanciones comerciales a México para forzar su política migratoria y las sanciones y máxima presión sobre el gobierno venezolano para impulsar la salida de Maduro. Schapiro, M, (2019), El mundo que va a mirar Alberto. Recuperado de https://www.cenital.com/2019/08/12/el-mundo-que-va-a-mirar-alberto/64018
[7] 19 países de Latinoamérica y el Caribe ya han firmado Memorandos de Entendimiento para la iniciativa impulsada por Xi en 2013. Entre ellos se destacan los vecinos nuestros Chile y Uruguay.
[8] Mourão asistió a la asunción de Fernández el pasado 10 de diciembre. Ello permite a la flamante nueva gestión seguir abriendo caminos para darle cauce las relaciones entre ambos países.
[9] Ver Bustelo, S. y Esteso D., (2019), Hacia una visión de futuro para las relaciones entre Argentina y China para ahondar en la perspectiva de la relación bilateral más allá de la coyuntura. Recuperado de https://www.cenital.com/2019/12/15/hacia-una-vision-de-futuro-para-las-relaciones-entre-argentina-y-china/64566
[10] Parte de la coherencia china es seguir con el principio de no injerencia en los asuntos internos de otros países.
Fuente: http://revistabordes.unpaz.edu.ar/china-en-america-latina/