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Colombia, viejo aliado estratégico de Washington-OTAN

Fuentes: Rebelión

Aún humeaban las armas en la Europa destruida por la Segunda Guerra Mundial; el Ejército Rojo soviético apenas emprendía su regreso a casa, luego de enfrentar, perseguir y aplastar a las tropas hitlerianas hasta en la propia Berlín; y ya otro terrible peligro para la humanidad empezaba a emanar desde Washington. Su ejército tan solo había entrado a la guerra cuando la bandera roja, con la hoz y el martillo, empezaba a flotar en los campos de concentración liberados.

Washington había visto la valentía y el ímpetu soviético en la guerra, y ahora veía a ese enemigo ideológico resurgir de entre los escombros. Entonces no podía perder tiempo para apoderarse del herido mundo.

Una de sus prioridades fue concretar el dominio sobre lo que llamaba su «patio trasero»: toda la América Latina y el Caribe, región que no había sufrido directamente el horror de la guerra.

Para ello el presidente Harry Truman promulgó en 1946 la ley sobre «Cooperación Militar Interamericana». Esto se concretó con la firma en Río de Janeiro del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, TIAR, en septiembre de 1947, que integró a todos los ejércitos del continente bajo el dominio estadounidense.

El TIAR debía responder ante cualquier agresión exterior, que, en su lógica, vendría del bloque encabezado por la Unión Soviética.

El pretexto era evitar la llegada del «comunismo perverso y ateo», pero la realidad era tener alejada a la Unión soviética de los incalculables recursos estratégicos de la región, sobre los que sólo podía decidir Washington.

El marco estatutario del TIAR lo redactó el expresidente y embajador en Washington, el colombiano Alberto Lleras Camargo, bajo los criterios establecidos por Washington.

Era natural, entonces, que el gobierno de Bogotá fuera el primero en firmar un convenio militar con el de Estados Unidos bajo los principios del TIAR. Al año siguiente, abril de 1948, se crea en Bogotá la Organización de Estados Americanos, OEA, cuyos estatutos fueron presentados por la delegación colombiana, aunque el texto le había sido entregado por la estadounidense, encabezada por el general George Marshal. Lleras Camargo fue designado como el primer secretario general de la OEA.

Adaptados, los estatutos de la OEA junto a los del TIAR fueron impuestos por Estados Unidos para que se convirtieran en el marco ideológico y operacional de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, creada el 4 de abril de 1949.

Tan solo seis años después, el 14 de mayo de 1955 se crea el Tratado de Amistad, Colaboración y Asistencia Mutua, más conocido como Pacto de Varsovia. Fue un acuerdo de cooperación militar entre los países del campo socialista europeos, encabezados por la URSS, para responder a las agresivas pretensiones de la OTAN.

De 1951 hasta 1954, Colombia participó en la Guerra de Corea, junto a los países de la OTAN, bajo el mando estadounidense. Fue el único país de América Latina que envió tropas, más de 5 mil soldados. Desde entonces los diferentes regímenes colombianos no han desaprovechado oportunidad para apoyar a Estados Unidos en agresiones e invasiones militares. Casi siempre sin pedírselo.

Se puede destacar su alianza con Washington y los miembros de la OTAN para apoyar a Gran Bretaña, cuando Argentina intentó recuperar militarmente las Islas Malvinas, abril de 1982. Colombia, junto a la dictadura chilena de Augusto Pinochet, fueron los dos únicos países latinoamericanos que se pusieron de ese lado.

Con tropas oficiales o facilitando la participación de miles de mercenarios, Colombia ha estado junto a Estados Unidos y su OTAN en las guerras contra Irak, Afganistán, Yemen…

Pareciera que el mundo político no se modifica en su esencia, que solo cambia de máscara, decoro y personajes, pero las intenciones y procedimientosd del imperio y sus secuaces siguen casi idénticas.

A comienzos de la década de los noventa del siglo pasado, la URSS y el llamado campo socialista europeo se desintegraron y, por lógica, el Pacto de Varsovia. Era de esperar que la OTAN se diluyera al no existir el enemigo comunista. Pero se quedó y empezó a explayarse invocando la necesidad de combatir al tráfico mundial de drogas y al terrorismo. O sea, la OTAN pasaba de ser la más poderosa organización militar multinacional del mundo, para asumir asuntos policiales.

Cierto, era el pretexto, pero se aceptó. Las grandes corporaciones mediáticas, casi todas gerenciadas desde Estados Unidos y países de la OTAN dijeron sin rubor que la «opinión pública internacional», o sea ellos mismos, estaba de acuerdo. Y hasta crearon invasiones y guerras para hacer realidad esos pretextos.

Ya se ha visto que la intención era avanzar hacia el este de Europa, tragándose naciones que habían pertenecido al Pacto de Varsovia, buscando cercar a Rusia, nación que salía del despeñadero en que había caído con la desaparición de la URSS. Resurgimiento impensable en la década de los noventa. Estados Unidos-OTAN no habían logrado apropiarse de sus descomunales recursos estratégicos, en particular el petroleo y gas.

Además, Rusia fue expandiéndose económicamente por el mundo, pero sin soldados invadiendo, ni chantajes políticos o económicos, logrando estratégicos intercambios comerciales en África, Asia y América Latina.

¡Ah, pero también China!: sin ejércitos, ni extorsiones monetarias o amenazas contra la soberanía de otras naciones.

Estados Unidos fue asumiendo desde hace dos décadas que el poder económico mundial se estaba saliendo de su control. Por eso impuso a la OTAN el hacer presencia urgente en esas regiones, aunque nada tenían que ver con sus objetivos fundacionales ni regionales.

Aunque discretamente, la Alianza Atlántica ha tenido cierta presencia en América Latina y el Caribe a través del Comando Sur estadounidense, pero básicamente por intermedio de sus colonias en el Caribe: los Países Bajos tienen a Bonaire, Aruba y Curazao, entre otras; Francia mantiene en su poder a Martinica y Guadalupe, principalmente; Gran Bretaña coloniza las Islas Vírgenes, Monserrat, Anguilla, además de no soltar totalmente a Jamaica; Estados Unidos subyuga a Puerto Rico.

En el Atlántico sur Gran Bretaña invade las islas Malvinas, y Francia tiene al departamento de la Guayana.

Impulsada por Washington, ante la expansión comercial de Rusia y China la OTAN se lanzó a poner pie directo en países, digamos, soberanos. Es así como en 1998 el presidente Carlos Menen se felicitó de que ella incluyera a la Argentina como «aliado principal extra-OTAN». Nada importó que esa misma OTAN le hubiera hecho la guerra para que las Malvinas siguieran en manos de Londres. En 2019 otro neo liberal extremista, Jair Bolsonaro, se enorgulleció que a Brasil se le otorgara la misma categoría.

Así la OTAN tuvo de su lado a dos de las tres potencias latinoamericanas (México es la otra), sin que ello la obligara a apoyarlas en caso de un conflicto armado.

Con la llegada del presidente Hugo Chávez al gobierno en Venezuela, y de una serie de presidentes progresistas en varios países latinos, que exigían respeto a la soberanía de sus naciones, la necesidad de una presencia efectiva de la OTAN se acrecentó para Washington.

En junio 2021 fue definida la «Agenda OTAN 2030», la que venía siendo planificada desde el gobierno de George W. Bush (2001-2009). En ella se precisó la urgencia de fortalecer las relaciones con América Latina, África y Asia con un fin muy concreto, repetimos: contrarrestar la influencia de Rusia y China. Y no precisamente la militar: la económica.

La presencia de la Alianza en América Latina debería servir para lo que en su momento sirvió el TIAR: por intermedio de la amenaza militar, imponer condiciones políticas y económicas a los principales rivales de Washington-OTAN.

Y si Cuba fue el gran desafío de Estados Unidos en la década de los sesenta, Venezuela con Chávez y el presidente Maduro la amenaza se triplicó por ser una nación con inmensos recursos estratégicos, empezando por el petróleo. Es que estos gobernantes se atrevieron a tener como aliados estratégicos a Rusia e Irán, en lo económico y militar.

Con los antecedentes de nación postrada a Washington, fue natural que desde Colombia se empezaran a organizar los planes de Washington-OTAN para desestabilizar al gobierno bolivariano, que incluía una invasión militar.

Por lo menos desde el año 2000 tropas de varios países de la OTAN tuvieron presencia regular en Colombia, utilizando las 9 bases instaladas por el Pentágono para uso exclusivo, o en cualquier batallón en el país. Militares colombianos se entrenan desde hace varios años en las escuelas que la OTAN tiene en países europeos. Las pocas veces que ello salió al público se adujo que era una colaboración para la guerra al narcotráfico. «Colaboración» que se ha mostrado bien inservible porque desde entonces la producción de cocaína no ha parado de aumentar. Como el tráfico de opio se disparó en Afganistán mientras estuvo invadida por la OTAN.

Estas tropas de la OTAN sirvieron en realidad para entrenarse en la guerra contra las guerrillas y para asesorar en técnicas de espionaje.

Un poco antes del año 2016, y más precisamente desde que la guerrilla de las FARC entregara las armas, la estrategia militar del ejército colombiano empezó a cambiar por orden de Washington. Había sido un ejército altamente especializado en contraguerrilla y en perseguir y asesinar al «enemigo interno», o sea a la oposición política. Ahora debía pasar a tener un ejército para la guerra regular, y hasta adaptar su armamento. Ha sido una prioridad dentro de los planes estadounidenses para agredir a Venezuela.

Y ahí la OTAN estaba para asesorar y aportar armamento.

Además era imposible no pensar en la posibilidad de utilizar a las tropas colombianas, que en número sólo son superadas por las de Brasil en Latinoamérica: 350.000 y 200.000, respectivamente.

El 11 de marzo del 2022, Washington dio el reconocimiento al régimen colombiano de «Aliado preferencial estratégico no miembro de la OTAN». Bogotá y Washington corrieron a explicar que ello no se condicionaba solamente al área militar, sino que convenía al futuro de Colombia porque también integraba el desarrollo económico, la educación, el desarrollo rural, seguridad y defensa, democracia, migración, cambio climático y COVID. Así, se podría pensar que EE.UU-OTAN y Colombia acababan de conocerse. No solo ello: el acuerdo también es para «combatir al crimen organizado», la «seguridad humana». Más adelante se habla de «fortalecer» a las fuerzas armadas colombianas.

O sea, se oficializó una vieja realidad.

El estatus de «aliado principal extra-OTAN», es una designación bajo la ley estadounidense pero que no hace parte de la OTAN al país ni lo respalda si es atacado por otra nación «amiga» de Washington.

Entre las «ventajas» que tiene Colombia al poseer ese estatus, están el obtener préstamos de material militar, suministros o equipo con fines cooperativos de investigación, desarrollo, prueba o evaluación, así como para la entrega prioritaria de artículos de defensa. Eso sí, y es bien clarito en el acuerdo: salvo que el Pentágono o la OTAN lo acuerden, Colombia debe reembolsar todos los costos.

Colombia ha quedado como el principal aliado de la OTAN en la región. Que, como ya vimos, siempre lo ha sido para Washington.

Las preguntas obligadas a plantearse ahora son: ¿es que el nuevo gobierno Gustavo Petro – Francia Márquez, dejará a Colombia con ese estatus, a pesar de sus consecuencias? ¿Seguirá dejando que el Pentágono haga en su territorio lo que le venga en gana, ahora con la OTAN sumada oficialmente? ¿Permitirá que Estados Unidos siga buscando la desestabilización del gobierno bolivariano de Venezuela desde su territorio?

Ojalá que la dignidad y la soberanía por fin lleguen a Colombia, para que sea un territorio de paz, dentro y fuera de sus fronteras. Porque desde que Colombia se llama Colombia ni dignidad, ni soberanía y menos paz ha tenido.

  • Este texto hace parte de la campaña «No + OTAN», organizada por el Comité Promotor en la República Bolivariana de Venezuela

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.