Quitar las etiquetas, ver al otro como un ser humano y, sobre todo, meterte en su piel y entender el porqué de sus decisiones. Así es como Jo Berry y Pat Magee, responsable de la muerte del padre de Berry, ven posible la reconciliación tras un conflicto armado
Joanna Cynthia Berry (1957) tenía 27 años cuando su padre, Anthony Berry, en ese entonces diputado en el Parlamento británico por los tories, murió en un atentado con bomba perpretado por el IRA. Fue el 12 de octubre de 1984. Dos años después, Patrick Magee (1951), responsable del ataque, fue sentenciado a ocho cadenas perpetuas. Antes de ello ya había pasado dos años y medio en la cárcel, donde fue torturado, en el marco de la operación Demetrius, una redada masiva en la que se detuvo a 342 personas en Irlanda del Norte, por su posible vinculación al IRA. Magee salió de prisión en 1999 por los Acuerdos de Viernes Santo, con los que se puso fin al conflicto armado de Irlanda del Norte. Un año después, Berry se puso en contacto con él para conocerle. Ese fue el punto de inicio de un proyecto sobre la reconciliación que les ha llevado por todo el mundo.
Han pasado 17 años desde que tuvísteis vuestro primer encuentro. ¿Qué habéis aprendido en este proceso?
Jo Berry: Es una pregunta amplia. Lo que aprendí es que tenía que abandonar la idea de que un bando tiene razón y el otro está equivocado, de dejar de culpar a los demás. Porque construir puentes significa dejar atrás los juicios y las culpas, y, en su lugar, estar dispuesto a escuchar historias, estar dispuesto a escuchar y empatizar. En mi caso, yo escuché la historia de Patrick y todo por lo que había pasado, y pensé que, si hubiera estado en su lugar, es posible que hubiera tomado las mismas decisiones. Es eso, pasar de culpar a empatizar.
¿Cómo fue vuestro primer encuentro?
J.B.: Fue idea mía encontrarme con Patrick. No quería que me pidiera perdón, quería verlo como un ser humano, sin las horribles etiquetas que le habían puesto el Gobierno y la prensa británica. Quería escuchar su historia y verle como un ser humano porque eso me devolvería también a mí mi humanidad. El primer encuentro duró tres horas, y fueron muy intensas. Patrick comenzó ofreciéndose a contar su historia desde una perspectiva política, explicando las causas que le llevaron a unirse al IRA y el porqué de que decidieran una estrategia u otra para presionar al Gobierno británico. Al comenzar, recuerdo mirarle a los ojos y ver a alguien que se preocupaba, así que las etiquetas cayeron. También recuerdo haber pensado cosas como «¿qué estoy haciendo aquí sentada con el tipo que mató a mi padre?» o que no debería estar aquí. Otra parte de mí pensaba: «No parece un malvado terrorista, parece tan normal».
Cuando llevábamos la mitad del encuentro, hubo un cambio. Patrick dejó de justificarse y me dijo: «Quiero saber más sobre lo que has pasado, sobre tu enfado, tu dolor; saber qué puedo hacer por ti». El encuentro cambió. Al principio giraba solo en torno a mis necesidades, pero Patrick empezó a ver que él también tenía necesidad de conocerme. Abandonó el prisma político y el encuentro siguió de una manera muy diferente. Al final, Patrick dijo que realmente sentía haber matado a mi padre. La disculpa no fue lo más importante, lo fue el hecho de que ahora estaba viendo a mi padre como un ser humano real, lo que no hizo al principio de la reunión. Fue una transformación enorme. No me reuní con Patrick para cambiarle, sino para cambiarme a mí misma, pero en el proceso él también cambió.
Pat Magee: En ese primer encuentro, como preso político recién liberado, lo que necesitábamos era tratar con el legado de un conflicto que había causado mucho dolor y daño. Teníamos la responsabilidad de abordarlo de alguna forma. Reunirse con víctimas era claramente parte de ello. En el verano de 2000 surgió la posibilidad.
Creo que no entendí la enorme importancia de lo que estaba a punto de hacer hasta que estuve en el umbral de la puerta, listo para entrar en la casa donde iba a reunirme con esta mujer. Aunque se me había asegurado que sería un encuentro sin confrontación, con gente que quería entender mejor el contexto, estaba preocupado porque no sabía cómo iba a reaccionar Jo, yo maté a su padre. Pasé miedo. Al principio no pudimos hablar abiertamente porque había más gente en la casa, hasta que alguien sugirió que fuéramos a otra habitación e, increíblemente, hablamos tres horas, sin tener noción del tiempo.
Yo fui para intentar explicar algunas cosas, como el por qué de que tuviéramos la necesidad de llevar la guerra a Inglaterra, etc. Fue un intercambio. Jo habló sobre el impacto de la bomba en su familia, sobre su padre… Por lo que a mí respecta, nosotros elegíamos como objetivo a aquellos que encontrábamos más culpables de la opresión en Irlanda, al Gobierno de turno, y no veíamos más allá de eso. De hecho, era suficiente motivación en sí misma: elegíamos a los responsables más directos de la violencia. No los veíamos como seres humanos.
Pero entonces el panorama cambió: conocí a esta mujer, que está claramente bien informada, y llegué a la conclusión de que era una buena persona, y de que su padre era un buen hombre también. E hice la conexión: maté a una buena persona. Antes vivía en un mundo de etiquetas y de repente mis puntos de vista se expandieron.
Patrick, tu saliste de prisión en el marco de los Acuerdos de Viernes Santo, ¿cómo funcionaron estos acuerdos en la resolución del conflicto?
P.M.: Fue un compromiso histórico para la búsqueda de la paz y para crear un espacio donde pudieran comenzar las negociaciones. Una de las condiciones fue la liberación de los presos políticos. Se vio que eso era extremadamente importante para normalizar la situación. Ya desde años antes muchos presos pensábamos en la cárcel sobre cómo contribuiríamos, al salir como presos políticos, al proceso de paz. Pensé muchas veces que eso supondría sentarse en una mesa con nuestros antiguos enemigos. Pensé: «Tenemos que hacerlo». Y también con nuestras víctimas, porque en décadas de lucha se ha herido a gente. Tenemos una obligación moral y política de lidiar con ese legado. Ese trabajo pudo empezar por los términos del Acuerdo de Viernes Santo.
¿Cuáles son las necesidades de las víctimas en una situación como esa?
J.B.: Hay una amplia variedad de necesidades. Muchas no se están satisfaciendo aún. Tras el proceso de paz se destinaron muchos recursos y dinero para diferentes proyectos centrados en las víctimas en Irlanda del Norte, pero ahora la financiación se ha acabado y la situación es difícil, ya que las necesidades de algunas de las víctimas no han sido satisfechas. Creo que es difícil para algunas víctimas que no saben quién mató a sus seres queridos. Algunas aún sienten dolor y sufrimiento. Hay problemas en los casos en los que los presos liberados viven cerca de las personas a cuyos seres queridos mataron. Definitivamente, es algo difícil. En Irlanda del Norte hay mucha segregación. Yo vivo en Inglaterra y allí es diferente, pero Belfast está aún muy dividida y los muros entre las dos comunidades se han hecho incluso más altos. Todavía hay mucho miedo y desconfianza. En mi opinión, y puede que en esto estemos en desacuerdo, una vez que usas la violencia, la cura lleva generaciones y generaciones. No creo que la violencia funcione nunca, porque lo que tienes que curar es demasiado grande.
P.M.: Lo que dice Jo sobre que la violencia no funciona nunca, realmente me gustaría creerlo. Pero pienso que los gobiernos sí creen que funciona, por eso la emplean. La violencia se usó contra nosotros como comunidad, y nosotros tuvimos la necesidad de defendernos. Me gustaría creer que había otros medios. Creo que es importante mirar al pasado y examinar de forma honesta y clara si había otros medios, si había alternativa a la violencia. Vivíamos en una situación que no habíamos creado nosotros. Nuestro país estaba dividido y se nos trataba como ciudadanos de segunda clase. La violencia surge de esa injusticia inicial. Fueron el Gobierno británico y la gente en el poder quienes hicieron que eligiéramos la violencia como primera opción.
J.B.: Cuando digo que la violencia no funciona, lo creo firmemente, pero eso no significa que no entienda por qué parte de esa comunidad -no toda- eligió la violencia. Lo veo como una responsabilidad compartida. Veo que el Gobierno británico pudo hacer mucho más. Si todo el mundo en las islas se hubiera reunido y dicho: «Tenemos que asegurarnos de que esta comunidad no use la violencia», podría haber ayudado. Pero lo que me interesa más es el futuro, cómo podemos enseñar a la gente a no usar la violencia. Patrick dice que su comunidad se sentía débil, estaba marginada y demonizada, ¿cómo podemos asegurarnos de que eso no ocurra en otras comunidades? ¿de que tengan más opciones?
P.M.: Estoy completamente de acuerdo. Usamos la violencia porque éramos débiles, porque no había otras opciones abiertas. Con inteligencia política, no hubiéramos tenido que recurrir a la violencia, se habrían abierto más opciones.
¿Qué opináis sobre el proceso de paz en Euskadi y las soluciones para el dolor de sus víctimas?
J.B.: Creo que, con el tipo de apoyo correcto, las víctimas pueden avanzar. A veces, no sé si es el caso de España, se apoya a las víctimas en la búsqueda de venganza y eso las cierra. No se puede obligar a las víctimas a curarse, pero se puede proveer un espacio seguro en el que avanzar. Hay algunas víctimas en Irlanda del Norte que se quedaron en el pasado, atascadas. No creo que eso les ayude. Obviamente no podemos forzar a la gente a cambiar, pero hay cosas que podemos hacer para ayudarles, como traer facilitadores de otros conflictos que tengan habilidades en esta área. Porque no ayuda solo seguir contando la misma historia, que soy una víctima, que me ha ocurrido a esto.
P.M.: Hay narrativas diferentes, una parte no ve el conflicto de la manera que lo ve la otra. Eso se resuelve a través del diálogo, el contacto y la comprensión de la perspectiva del otro. Eso llevará tiempo, es un proceso. Las víctimas están atrapadas en medio y también están en ambos lados. A veces pueden ser peones políticos, pero no dudo por un segundo que se debe abordar sus agravios.
Recientemente hubo un atentado en Barcelona. Desde El Salto hablamos con gente del movimiento pacifista que subrayó que lo peligroso no era el miedo sino sentir odio hacia el enemigo. ¿Estáis de acuerdo?
J.B.: El odio es la cosa más negativa a la que nos podemos agarrar. Nos duele a nosotros, no a los otros. Tenemos el mismo problema en nuestro país. Trabajo con mujeres musulmanas a las que considero mis hermanas. Tras los ataques, ellas saben que van a sufrir ataques verbales y quizás físicos por hombres blancos. Tenemos que buscar como respuesta aquello que nos una y no dejar ganar a los terroristas, al miedo y al odio. Todos podemos marcar la diferencia y empoderarnos. Es solo una diminuta minoría la que odia. Después de cada ataque, lo que siempre oyes es que la gente salió de su zona de confort para ayudar. Eso es lo mejor de la humanidad y lo que me da esperanza.
P.M.: Cuando pasan estas cosas, la gente busca explicaciones. Identificarlo con una etiqueta no significa que entiendas lo que ha pasado. Tenemos que salir de esas etiquetas, de ellas viene el miedo.