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Contrarreforma de la derecha en América Latina

Fuentes: Rebelión

De acuerdo a los sucesos recientes en varios países de Sudamérica en donde han ido perdiendo terreno algunas fuerzas progresistas, y también partidos que aparentemente se colocan a la izquierda de la derecha, se ha discutido recientemente si esto constituye un fracaso de la izquierda, un triunfo de la derecha, si se debe a errores […]

De acuerdo a los sucesos recientes en varios países de Sudamérica en donde han ido perdiendo terreno algunas fuerzas progresistas, y también partidos que aparentemente se colocan a la izquierda de la derecha, se ha discutido recientemente si esto constituye un fracaso de la izquierda, un triunfo de la derecha, si se debe a errores o a intrigas, pero cuando se habla de izquierda y derecha en términos tan vagos, puede perderse de vista el problema fundamental que a la larga determina esa misma correlación entre los mismos partidos que se disputan entre sí el control burocrático de los Estados en cuestión, me refiero a la correlación de fuerzas entre el capital y los trabajadores, entre los operadores del gran capital monopólico y los que desde abajo han resistido defendiendo los intereses de los explotados. Para ello han de subrayarse algunos aspectos a fin de mostrar el verdadero carácter de la coyuntura actual y lanzar una serie de cuestionamientos a las organizaciones revolucionarias en lo que se refiere al papel que ha de jugarse dentro del proceso.

Estrategia imperialista vs lucha popular sin estrategia

Por estrategia, no se aconseja atacar al enemigo cuando es fuerte, por el contrario, el mejor momento para aniquilarlo es cuando se encuentra débil. Ese principio está aplicando actualmente el imperialismo en América Latina. Desde el ascenso de Chávez en el 2000 y la caída de De la Rúa en Argentina, aquel inolvidable diciembre del 2000 al grito de ¡Qué se vayan todos! En Bolivia, una insurrección callejera, indígena, obrera y popular, provocaba la destitución de Sánchez de Lozada tras el intento de saquear el agua y el gas natural boliviano, el advenimiento de la Revolución ciudadana en Ecuador dio inicio a la gestión de Rafael Correal, el triunfo electoral del ex líder obrero, Lula, le dio al Partido de los Trabajadores en el 2000 en Brasil, la oportunidad de demostrar algo, mientras que Evo Morales triunfaba electoralmente junto a Alvaro García Linera y su partido llamado Movimiento al Socialismo. Se dio en un momento de auge de varios movimientos populares en América Latina, movimientos que fueron exaltados por la intelectualidad pequeñoburguesa por ser ajenos a las pretensiones de tomar el poder tal como lo hacía la «vieja izquierda marxista ortodoxa». Ahora, todos miramos con preocupación el hecho de que después de dieciséis años, aquellas fuerzas políticas que dan en llamarse «la derecha», se han reposicionado en aquellos lugares en donde se les dio por muertas.

Como marxista-leninista, he defendido siempre la tesis básica de Lenin en el Estado y la Revolución, así como sus discusiones con Kautsky, tesis basadas en escritos de Marx y Engels como el Manifiesto del Partido comunista, de Marx como el Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, La guerra civil en Francia y la crítica del Programa de Gotha, además del ilustre texto de F Engels llamado «El origen de la familia la propiedad privada y el Estado». Dichas tesis establecen con mayor precisión que para transitar del capitalismo al comunismo, es necesario un periodo de, la dictadura del proletariado, o como se le dio en llamar, el socialismo. Bajo esa lógica, Lenin había establecido ciertos preceptos que podían distinguir a un proceso revolucionario de otro tipo de procesos reformadores; la propiedad sobre los principales medios de producción, la sustitución del ejército permanente por el pueblo en armas, la economía planificada y ligada al poder obrero, y una férrea organización proletaria y popular que vigilara e impidiera por la fuerza que la burguesía estuviera en condiciones de retomar el poder.

En otra polémica, se preguntaba si los comunistas renunciaban a la posibilidad de obtener reformas, a lo cual se contesta categóricamente que no, pero que la lucha por las reformas debe formar parte de una estrategia para la toma del poder; esta tesis fue profundizada y aterrizada por el Ché Guevara para América Latina en su texto llamado «Táctica y Estrategia en la Revolución Latinoamericana». Las fuerzas llamadas reformistas no son aquellas que luchan por reformas simplemente, sino aquellas que hacen apología de la lucha por las reformas y hacen pensar que estas pueden sustituir a la Revolución proletaria, tesis defendida por Bernstein, el padre ideológico de la social-democracia europea. Estas ideas que ya eran discutidas en tiempos de Marx, eran caracterizadas por él como la ideología de una clase, la pequeña burguesía:

Por mucho que difieran las medidas propuestas para alcanzar este fin, por mucho que se adorne con concepciones más o menos revolucionarias, el contenido es siempre el mismo. Este contenido es la transformación de la sociedad por vía democrática, pero una transformación dentro del marco de la pequeña burguesía. No vaya nadie a formarle la idea limitada de que la pequeña burguesía quiere imponer, por principio, un interés egoísta de clase. Ella cree, por el contrario, que las condiciones especiales de su emancipación son las condiciones generales fuera de las cuales no puede ser salvada la sociedad moderna y evitarse la lucha de clases.

Tras la caída de la Unión Soviética, los años noventa del siglo pasado y la primera década del presente, fueron los años de la orfandad ideológica, del relanzamiento de las ideas pequeñoburguesas en el seno de los movimientos sociales, de la desilusión, el imperialismo empezó a cosechar los frutos de décadas de genocidio en contra de los comunistas por todo el mundo, se sitió vencedor, y con cierta razón, recuperó en la lucha de clases una ventaja que por momentos parecía irrecuperable. Pero no podemos culpar al imperialismo por defender sus intereses, eso le es inherente, el problema es que la lectura de que la derrota temporal del socialismo era una derrota definitiva, penetró al movimiento popular, de la mano de fuerzas políticas que basándose o no en la obra de Bernstein o Kautsky, coincidieron con sus principales planteamientos y enarbolaron una retórica muy parecida. Luchar por el socialismo es válido, pero no necesariamente el socialismo científico como lo concibieron Marx y Engels, sino como un mero concepto humanista, es decir, como fue concebido antes de Marx y Engels, lo que este último llamó el socialismo utópico.

En América Latina, coincidieron en el mismo tiempo y espacio, dos tipos de fuerzas políticas en lo que se da en llamar izquierda, partidos políticos con un discurso progresista que combinaba algunos elementos contados de la tradición marxista con otros elementos hasta cierto punto progresistas, algo de discurso post-moderno y mucho de un liberalismo de izquierda, con ciertos movimientos de masas que chocaban cada vez más fuertemente con los gobiernos de muchos países de la región empeñados en imponer la agenda económica de los grandes organismos financieros internacionales.

En el primer caso, en los partidos políticos de izquierda, se fortalecieron desde el Frente Amplio en Uruguay, el Partido de los Trabajadores en Brasil, el Movimiento al Socialismo en Bolivia, el PSUV en Venezuela, el justicialismo en Argentina, el neo cardenismo en México (PRD), el Polo Democrático en Colombia, el Partido Socialista en Chile, etc. En términos generales podemos decir que cada uno de esos partidos es un conglomerado de personal preparado con la expectativa de manejar despachos públicos, nutridos en parte de burócratas críticos de otros gobiernos, y con una serie de propuestas concretas para mitigar a corto plazo la pobreza y algunas expresiones dañinas para las grandes mayorías populares de sus respectivos países. Dentro de ese grupo de partidos, no hay homogeneidad, pues varían en su grado de radicalidad o de desafío hacia la clase imperialista, desde el PSUV y el MAS como los más radicales, hasta la coalición que llevó a la presidencia a Ollanta Humala en Perú o la que lanzó en tres ocasiones la candidatura de López Obrador en México.

En la otra parte, los llamados desde la academia «Nuevos movimientos sociales» se caracterizaron por su carácter masivo, por sus métodos ingeniosos de lucha y por tener una gran legitimidad social, por enarbolar demandas ancladas en siglos de opresión y discriminación, pero que por su parte carecían de propuesta concreta para un gobierno o para mitigar algunas expresiones del capitalismo contemporáneo, y con definiciones ideológicas o programáticas ausentes o muy laxas.

Así pues, a pesar de que fueron estos últimos movimientos los que lograron inquietar a la clase dominante, y quienes lograron frenar algunas iniciativas neoliberales, en medio de las coyunturas electorales, se vieron en el dilema de apoyar o no a los partidos de «izquierda», inclinándose algunos por hacerlo y otros por simplemente bajar su grado de combatividad y tratar de ser una oposición moderada y hasta cierto punto cercana a los gobiernos de «izquierda». En casos en donde las estructuras de dichos movimientos eran más débiles, la absorción por parte de los partidos en el poder fue mayor, como en el caso de Argentina, y en el caso de Ecuador con la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, CONAIE y el gobierno de Correa ha sido más ríspido, en Brasil, el MST ha tenido encuentros y desencuentros con el PT, pero se ha quedado muy limitado en cuanto a generar una estrategia para superarlo por la izquierda.

A su vez, esta coincidencia histórica entre movimientos y partidos de orientación social-demócrata, se da en medio de un franco momento de debilidad de los Partidos Comunistas u organizaciones con una propuesta revolucionaria más acabada, con la excepción de Colombia en donde a pesar del Plan Colombia y Plan Patriota, la insurgencia, Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo y Ejército de Liberación Nacional, se han mantenido como organizaciones fuertes.

Es decir, el rumbo que se tomó después del auge de la movilización popular, ha obedecido a la vigorosidad del movimiento, pero también a la debilidad programática y organizativa de los sectores en lucha, así como la aparición de fuerzas que oportunamente pudieron canalizar dicho auge para protagonizar agitadas campañas electorales que lograron generar una expectativa de cambio en amplios sectores del pueblo. La propuesta de estos partidos, no es la más idónea desde el punto de vista del capital imperialista que por su lado promovía el Alianza de Libre Comercio para las Américas, ALCA, pero sí era una propuesta tolerable coyunturalmente, implicaba aplazar y readecuar algunos planes, pero no cancelarlos. Así, en lugar de tener como referencia la economía socialista, se ha tendido a glorificar la posibilidad de darle un cariz social a la economía capitalista, o en todo caso a confundir la economía con presencia del Estado en la administración con socialismo.

Así pues, el plan para reposicionar a fuerzas más afines al imperialismo, no ha sido tan agresiva en términos de muerte como el Plan Cóndor, pero también es cierto que el imperialismo no estaba tan arrinconado como durante el periodo del auge guerrillero de los años setenta.

En ninguno de los casos mencionados se ha estructurado una economía siquiera parecida al socialismo, la economía, desde Venezuela hasta Argentina siguió siendo capitalista, y aunque le puso límites al imperialismo, no logró excluirlo de la posibilidad de obtener grandes dividendos por los procesos de extracción de recursos naturales y explotación del trabajo, ni siquiera con el petróleo venezolano. A nivel militar, los únicos procesos que se vieron acompañados de alguna transformación han sido los de Venezuela, por el ala chavista del ejército, y el de Nicaragua, por la disolución revolucionaria de la Guardia Nacional en el 79, pero el resto ha conservado prácticamente intacta la estructura militar que llevó a cabo el Plan Cóndor.

Esta reflexión que presento no es novedosa, el Ché Guevara ya había advertido sobre las contradicciones que encerraba la lucha por las reformas democráticas y sociales en América Latina, y temía, con razón, que esto nublara el horizonte revolucionario y confundiera a los pueblos, permitiéndole al imperialismo reagruparse y afinar su puntería.

El dilema para la izquierda revolucionaria

Decía líneas atrás que esta coyuntura, con la predominancia de estos actores, se da entre otras cosas porque la izquierda revolucionaria ha atravesado momentos de repliegue, de recuperación tras el largo genocidio de la operación cóndor y tras serios reveses en la correlación de fuerzas internacionales entre el capital y el trabajo. Dicha situación se ha combinado con algunas debilidades internas que son dialécticamente innegables. Nuestras organizaciones se han visto en una situación complicada toda vez que no aparecen como actores fundamentales en los procesos que estamos señalando, aún cuando en algunos casos han aparecidos con diversos grados de alianza con fuerzas relativamente antiimperialistas como el PSUV y MAS.

El dilema que se enfrenta es el cómo hacer un frente efectivo contra las fuerzas imperialistas más reaccionarias y conservadoras como las que operan los golpes blandos en Argentina, Bolivia y Venezuela, sin diluir su fuerza y su programa histórico en medio de las consignas democrático-burguesas de Dilma Rousseff, de Cristina Kishner, Andrés Manuel López Obrador o Michael Bachellet. En casos como los de Venezuela, Bolivia, El Salvador y Ecuador, en donde las reformas han sido más profundas, el dilema es cómo fortalecer los procesos de organización popular y las partes más avanzadas de los programas de gobierno, sin al mismo tiempo abandonar la estrategia de la toma del poder por el proletariado y las clases explotadas. Otro punto delicado, es cómo apoyar al sector más democrático o progresista del pueblo en su lucha contra la derecha o por causas democráticas, sin al mismo tiempo conceder legitimidad a algunas fuerzas o personajes políticos que francamente no la tienen; así mismo, es delicada la forma en que nuestras organizaciones pueden mantener firme la crítica hacia actos reales de corrupción, en contra de medidas antipopulares, sobre todo como las tomadas por los gobiernos de Bachellet, Tabaré Vázquez en Uruguay y Dilma Roussef en Brasil, sin hacerlo al mismo son que los sectores más reaccionarios, o incluso, sin ser acusados de ser cómplices indirectos de la derecha.

Cada situación tiene sus particularidades y lo primero que tiene que hacer una organización marxista, es hacer un análisis objetivo de la realidad y una caracterización minuciosa de las fuerzas políticas en cuestión.    

Cubrir las debilidades internas es indispensable

Como he dicho, esta situación suele poner a la izquierda revolucionaria entra la espada y la pared, y casi cualquier cosa que digamos al respecto suele ser utilizada por el oportunismo o bien, por las posiciones ideológicamente afines a la socialdemocracia, como posiciones que nos alían de facto con la derecha. Por tanto, previniéndome de tales críticas, he de puntualizar nuevamente que esta situación no se debe necesariamente a la malicia, o mucho menos la maldad de quien ha defendido, desde algunos niveles de dirigencia o desde la base, la hipótesis de que se puede transitar hacia el socialismo sin pasar por la revolución proletaria, o bien, que tácticamente era favorable un gobierno reformista.

Lo importante aquí a subrayar, desde el punto de vista marxista leninista, es que esta situación ha quedado así, entre otras cosas por la ausencia de una posición afín a dicha ideología, lo suficientemente bien posicionada políticamente para influir de forma determinante en los recientes procesos latinoamericanos. Por otra parte me parece muy importante proseguir insistiendo en que la pérdida de una posición tácticamente idónea de las organizaciones marxistas leninistas en América Latina, se debe en gran medida a la operación cóndor, al terrorismo de Estado y al genocidio del que hemos sido víctima durante décadas, y no, como hacen suponer algunos oportunistas, a la pérdida de vigencia analítica del marxismo.

Aun así, aunque podamos denunciar al imperialismo por sus métodos poco honorables de combatirnos, lo cierto es que desde una conciencia materialista esto no debe ni sorprendernos ni frenarnos, el imperialismo combatiendo con el mayor rigor a las fuerzas comunistas, no hace sino protegerse de su enemigo más antagónico, y lo hace por cualquier método, porque para el imperialismo el honor no representa nada, y solo desde una posición idealista podríamos pretender que va a respetar sus leyes solo por congruencia o por ética. Esto nos lleva al punto de reconocer que como comunistas, tenemos debilidades internas que nos impiden combatir eficazmente a la fuerza imperialista y que independientemente de la fiereza, el ingenio o la crueldad con que seamos combatidos por el imperialismo, es nuestro deber material encontrar una solución material al cerco en el que nos han metido; de eso sólo nosotros podemos ocuparnos y nadie hará la tarea por nosotros, por lo cual no es coherente culpar a los reformistas por nuestras derrotas o por nuestras debilidades; ellos hacen lo suyo y nosotros debemos hacer lo nuestro. En todo caso, podemos decir que si una fuerza comunista claudica de su causa para ser simple acompañante de procesos reformistas, aunque es lícito decir que ha traicionado nuestra causa, desde el punto de vista dialéctico ha dejado de ser una fuerza comunista aun cuando mantenga el uso de algunos de los símbolos históricos de ésta causa, también es necesario rebasar a esas fuerzas y demostrarles con hechos con procesos materialmente palpables, que nuestra táctica es mejor y que vamos por buen rumbo estratégico.

La estrategia comunista debe mantenerse firme y la táctica debe ser lo suficientemente flexible para mantener el rumbo en medio de los cambios coyunturales, nuestros partidos y organizaciones deben estar listos para fortalecerse tanto en la más feroz dictadura como en la más confusa socialdemocracia y tenemos el deber de encontrar los métodos más indicados para combatir en uno u otro escenario, abandonando así cualquier tipo de premisa simplista que atora nuestras discusiones, como aquella que dice que sería mejor una dictadura porque así se agudizarían las contradicciones y podríamos emerger, o aquella que dice que siempre será mejor un gobierno progresista porque nos da mejores condiciones de movilidad. Ambas premisas pueden ser tan ciertas como falsas si no se combinan justamente con un fortalecimiento interno y con un rumbo táctico-estratégico claro. Por ahora, el hecho es que ni la coyuntura en Venezuela con el PSUV enfrentando dificultades, ni en México o Perú done las fuerzas de derecha han tenido el gobierno por décadas seguidas, se tiene a la puerta la posibilidad de que las fuerzas comunistas, tomen la delantera.

Por supuesto, cubrir nuestras debilidades no nos dará una victoria inmediata, es necesario que se combinen otra serie de condiciones objetivas, pero si no cubrimos nuestras debilidades, esas condiciones pueden presentarse y serán aprovechadas por otro tipo de fuerzas políticas que no necesariamente son de izquierda; en ocasiones, por ejemplo en la presente coyuntura, actores como la Iglesia Católica pueden hacer una buena cosecha con lo que la izquierda revolucionaria sembró por años pero que por ahora no está en condiciones de cosechar; así ha sido, en medio del vacío de opciones, el Papa Francisco se ha lanzado a la reconquista de América Latina haciendo eco de las voces de hartazgo y desesperanza que en otras condiciones estarían volviendo los ojos hacia la revolución. Aquí podríamos repetir la pregunta ¿Qué es mejor un papa reaccionario como Ratzinguer (Venedicto) o uno relativamente progresista como Vergoglio (Francisco)? Es igual cuando no se tiene la habilidad para lidiar con ninguno de los dos.

Para ser acertados políticamente, desde el punto de vista marxista, se tienen que combinar algunos elementos que aparecen unidos a través de la ley general de la contradicción:

– La teoría y la práctica, entendida la primera como una síntesis abstracta del proceso práctico a nivel histórico, y la segunda como la capacidad de vitalizar la primera a través de actividad política consciente y de clase, es decir, la práctica de luchar por imponer las condiciones que permitan a las amplias mayorías, hoy explotadas, de dictar las condiciones generales de transición hacia una sociedad comunista.

– Lo histórico y lo coyuntural, vinculado con lo anterior, consiste en aplicar en cada coyuntura, acciones que tras de sí sean capaces de comprender un proceso histórico, y por tanto proyectarse para transformaciones de dimensión histórica.

– La estrategia y la táctica. La capacidad de tener claro un rumbo fundamental, la imperiosidad de alcanzar la posición de ventaja frente al capital, y la capacidad de trazar una serie de acciones cotidianas que lleven hacia ese punto estratégico de manera consciente y lo más preciso posible. Esto no impide al cien por ciento que surjan imprevistos y derrotas, pero definitivamente amplía las posibilidades de vencer. La rigidez de la estrategia y la flexibilidad de la táctica así como la indisoluble unión entre ambas.

Hay otras formas de expresar estas mismas condiciones propias de la dialéctica materialista, lo general y lo particular, lo abstracto y lo concreto, etc, pero por ahora dejaré hasta aquí esta acotación.

Bajo estos principios es imposible desde afuera del proceso diseñar una táctica acertada para la izquierda revolucionaria en América Latina que tenga idéntica validez en cada coyuntura o en cada país, más aún si lo vemos a nivel mundial, pero quiero aprovechar esta ocasión en donde ha sido posible traer a colación la vigencia del pensamiento de Marx en la América Latina de hoy, para exigirnos a quienes con toda honestidad quieren terminar con la tiranía capitalista y transformar la realidad social de tal suerte en que predomine la justicia, la igualdad y la libertad, para que hagamos además de una crítica al capitalismo, una profunda autocrítica a la forma en que hemos sido de izquierda o progresistas hasta ahora, a valorarnos estratégicamente y confrontar nuestras tácticas con los recientes procesos.

La pregunta de ¿Qué ha hecho el capitalismo para combatirnos y cómo? Está claramente respondida, ha hecho de todo y sus métodos no han encontrado límite moral alguno; la pregunta de ¿Qué han hecho las posiciones pequeño burguesas para colocarse como opción política? También está respondida, en los últimos años han tomado la delantera del pensamiento crítico en la región, valiéndose de su posición en la burocracia y sus contactos con los movimientos sociales; y aun cuando ha habido honestos deseos revolucionarios entre muchos militantes del PSUV, del MAS, y de la alianza que ha estado cerca del gobierno de Rafael Correa, o sigue habiendo revolucionarios en el FMLN y el FSLN, está claro que las posiciones marxistas no dominan esas fuerzas políticas y por ahora parecieran estar en minoría tras aquellos que siguen pensando que se puede transformar la realidad poco a poquito y restándole centralidad a la lucha de clases.

De esta izquierda que cuando menos trata de ser marxista y revolucionaria, suele ocurrir que quienes lo hacen de forma extraparlamentaria, critican a los insertos en la lucha parlamentaria por oportunistas, y suele ocurrir que estos últimos nos digan a los que lo hacemos por fuera de las instituciones, sectarios; probablemente haya algo de razón en ambas caracterizaciones, algunos de quienes intervienen en la política burguesa lo hacen con claro oportunismo y otros están fuera por meras actitudes del izquierdismo infantil; pero dicha discusión no se resuelve a gritos, sombrerazos e insultos mutuos, sino ha de resolverse en la medida en que el proletariado y las clases explotadas efectivamente se encaminen a la toma del poder, es ahí donde la autocrítica debe ser tan demoledora como sea necesario. Por ahora, lo fundamental a comprender no es tanto reconocer si somos muchos o pocos, si las coyunturas recientes han favorecido a otras posiciones, sino cómo vamos a hacerle para avanzar en nuestro objetivo; en dicha rectificación seguro tendremos que innovar métodos, conservar algunos y deshacernos de otros, pero olvidar la importancia de la estrategia revolucionaria y prescindir del gran cuerpo teórico que nos dejó Marx, y que se ha nutrido del sinfín de experiencias revolucionarias en todo el mundo, es un error que la historia no nos perdonará.

Andrés Avila Armella es miembro del Buró Político del Partido Comunista de México (PCdeM) www.partidocomunistademexico.org También es sociólogo y Doctor en Estudios Latinoamericanos en la UNAM donde actualmente se desempeña como docente e investigador.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.