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Agresión a Berlusconi

Cordura, enajenación y espiral de violencia

Fuentes: Rebelión

Poco hay que añadir al valiente y sustantivo artículo de Astrik Dakli publicado por Il Manifesto y traducido para Rebelión por Gorka Larrabeti. Ahora toca la caza de brujas [1], denuncia el autor en su escrito, en el que señala: Y ahora toca la caza de brujas contra los inductores, los instigadores, los malos maestros, […]

Poco hay que añadir al valiente y sustantivo artículo de Astrik Dakli publicado por Il Manifesto y traducido para Rebelión por Gorka Larrabeti. Ahora toca la caza de brujas [1], denuncia el autor en su escrito, en el que señala:

    Y ahora toca la caza de brujas contra los inductores, los instigadores, los malos maestros, los creadores del clima de odio y venga y dale. El gesto de un pobre hombre que perdió la cabeza (no de un conspirador clandestino sino un desesperado que no tiene nada más que perder que su propia vida) lo toman como pretexto los defensores de un régimen en crisis en busca de un poco de tranquilidad a través de una vuelta de tuerca -en nombre de la seguridad y del «enfriamiento del clima político»- contra todo aquel que se atreva a criticarlos, ya se trate de centros sociales, periódicos, personalidades políticas, organizaciones sociales o colectivos de trabajadores. Se está hablando ya de cerrar o someter a controles estrictos los sitios de Internet en los que se expresaba complacencia con el agresor Massimo Tartaglia…

Esperemos que esta fea historia, apunta Astrik Dakli, haga ser más consciente al que fuera íntimo amigo del dirigente «socialista» Bettino Craxi «del hecho de que el país se ha vuelto un recinto lleno de furor y hostilidad». No es probable. Por demás, el saldo para el señor Berlusconi, si no juega aquí ningún papel algún escenario calculado de tempo teatralidad, se reducirá a alguna noche más de vigilancia médica y a unos veinte días más de recuperación.

Hay además otra arista que también abona el furor ciudadano. Me detengo en ella brevemente.

Se ha apuntado en prensa y medios informativos [2], con cierta insistencia, que Massimo Tartaglia, de 42 años, es un enfermo mental que hace diez años que está en tratamiento psiquiátrico y que, además, ha estado ingresado en alguna ocasión. La policía italiana, por ejemplo, ha sostenido que no cree que Tartaglia haya tenido motivaciones políticas. Sus problemas psicológicos han sido la causa de su comportamiento. Un problema de locura, pues, un desvarío irracional.

¿Locura simplemente de un ciudadano enfermo? ¿Es entonces sensato «informar» que el ciudadano Tartaglia está en tratamiento «psiquiátrico»? ¿Qué significa en este contexto «tratamiento psiquiátrico»? ¿Es razonable, y cuerdo por tanto, señalar que Tartaglia ha estado ingresado hospitalariamente en algún momento? ¿Es razonable informar, e insistir, urbi et orbe, que el ciudadano Tartaglia tiene problemas psicológicos y que ha tomado y sigue tomando psicofármacos? ¿No opera en este caso el derecho a la privaticidad? ¿Se puede acaso airear alegremente su expediente médico, con veracidad o con buscada inexactitud?

No, no lo parece, no parece razonable ni cuerdo un tratamiento así de este ciudadano italiano. También aquí hay, esta vez sí, locura institucional.

Es probable que, como afirma Astrik Dakli, Tartaglia perdiera la cabeza. No se trata de vindicar el lanzamiento contra nadie de ningún objeto ni hacer apología de golpe alguno. Pero ese acto de desesperación o confusión de Massimo Tartaglia es insignificante, una nadería sin suelo, comparado con la violencia estructural, permanente, ininterrumpida, cuerda y conscientemente planificada, que gobiernos liberal-conservadores y de extrema derecha, y sus anexos y prolongaciones sociales privilegiadas, ejercen sobre miles y miles de ciudadanos y ciudadanas que apenas pueden responder sino dejando que la rabie transite sin bridas por venas y arterias de un cuerpo golpeado por años y años de clamorosa injusticia e inequidad. Ni que decir tiene que los gobiernos del señor Berlusconi, llenos a rebosar de xenófobos y continuadores del fascismo mussoliniano, ostentan una posición destacada en esta «civilizada» encarnación del mal.

Giorgio Napolitano, el presidente de la República italiana, ha pedido terminar con la espiral de violencia. Ni que decir tiene que esa espiral, cuyos riesgos son innegables y no deberían pasarse por alto, no tiene su origen en el golpe propiciado con un souvenir turístico el pasado domingo 13 de diciembre en la milanesa plaza del Duomo.

PS: En Lógica elemental (Vicens Vives, Barcelona, 1995, pp. 298-299, edición de Vera Sacristán Adinolfi), Manuel Sacristán apuntaba el siguiente matiz sobre logicidad y racionalidad de un discurso:

    Ocurre, sin embargo, que los usos de la voz `racional´no coinciden con los usos admitidos de la voz ‘lógico’ o, más propiamente, ‘lógico-formal’. La racionalidad de un discurso es cosa mucho más compleja, rica e importante que su logicidad formal. Para que un discurso sea correcto lógico-formalmente, basta con que no tenga inconsistencias. Para que sea racional, se le exige además la aspiración crítica a la verdad. Y esta aspiración impone a su vez la capacidad autocrítica y el sometimiento a unos criterios que rebasan la mera consistencia (por otra parte necesaria): son criterios que sirven para comparar fragmentos de discursos con la realidad. Incluyen desde la observación hasta el examen de las consecuencias prácticas de una conducta regida por aquel discurso.» [el énfasis es mío].

Acaso haya podido haber alguna logicidad (parcial) en algunos de los discursos generados desde el poder (y poderes) en estos días, pero resulta obvia la ausencia de «aspiración crítica a la verdad» y con ella la inexistencia de racionalidad, de cordura poliética.

Notas.

[1] «Ahora toca la caza de brujas». Astrit Dakli. Il Manifesto. Traducido para Rebelión por Gorka Larrabeiti. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=97058

[2] Tomo las informaciones de: Sandra Buxaderas, «Berlusconi es agredido tras un tenso mitin en Milán», Público, 14 de diciembre de 2009.

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.