Es conocido el poema de Ramón de Campoamor -«Las dos linternas»- escrito en 1846. En él, el vate se lamenta de la inconsistencia de la verdad, y culmina su queja dolorida enrostrando al mundo su falta de coherencia. Es clásico el verso: «Es que en el mundo traidor / nada es verdad, ni mentira / […]
Es conocido el poema de Ramón de Campoamor -«Las dos linternas»- escrito en 1846. En él, el vate se lamenta de la inconsistencia de la verdad, y culmina su queja dolorida enrostrando al mundo su falta de coherencia. Es clásico el verso: «Es que en el mundo traidor / nada es verdad, ni mentira / Todo es según el color / del cristal con que se mira…».
Algo así podría aseverarse luego de posar la mirada sobre el escenario político peruano, donde la verdad y la mentira -o lo bueno y lo malo- no dependen de hechos puntuales ni de circunstancias definidas, sino apenas de una cierta correlación de fuerzas, la existente hoy en el Congreso de la República.
Podría parecer risible, pero así es. Si a dos personas se les acusa del mismo delito y en el caso de ambas se configuran temas idénticos que ameritan una indagación más prolija, el pedido para se proceda en consonancia, no dependerá sino del número de votos de los que pueda disponer cada quien en el Parlamento. Si lo que se pide, es «levantar el secreto bancario» a Susana Villarán se registrarán 8 votos a favor y 2 en contra. Si se pide lo mismo para Keiko Fujimori, la votación arrojará lo inverso: 8 votos en contra y 2 a favor.
Por eso asoman propuestas que podrían ser aprobadas en un abrir y cerrar de ojos como por arte de magia. Por ejemplo, una congresista de «Fuerza Popular» ha planteado que se declare «Héroe de la Pacificación Nacional» a Alberto Fujimori, no obstante que está sentenciado a 25 años de cárcel por delitos mayores; desaparición de personas, matanza colectiva de gentes, tortura institucionalizada, robo, y otros delitos del mismo -y aun peor- signo. Con la correlación de fuerzas que existe en el Congreso, proyecto así, podría ser aprobado por 71 votos a favor, de un total de 130 parlamentarios.
Y la idea podría convertirse en ley: disponer que los textos escolares inserten la foto de Alberto Fujimori señalándolo como «el autor de la pacificación nacional»
De este modo, Alberto Fujimori podría exhibir dos títulos, quizá en blanco y negro: Uno, proclamando sus culpas; y el otro, su heroicidad.
Pero ese, es un tema. El otro, se ha planteado en torno al «cargamontón» que se le ha hecho a Susana Villarán a propósito de las declaraciones de Barata, el hombre de O’debrecht A ella se le enrostra al «haber recibido» dineros de la empresa brasileña para enfrentar el proceso incoado en su contra -la revocatoria- y financiar parte de su campaña de su frustrada reelección edil el 2016.
Ella proclama su inocencia. Pero las denuncias están planteadas. Y eso, amerita una investigación, No un castigo antelado. Pueden adoptarse «medidas cautelares» -si se quiere- pero ellas no suscitan condenas. Sólo un enfermizo odio político puede regodearse hoy, agitando carteles denigrantes contra la ex alcaldesa cuando ella concurre a las diligencias judiciales programadas. Es el mismo odio que mantiene tras las rejas a Ollanta Humala y a Nadine Heredia sin que se haya formulado contra ellos, procedimiento judicial alguno.
En uno y otro caso, es la misma Mafia la que actúa. Ella quiere encarcelar para castigar, para escarmentar, para destruir a sus adversarios. Y para eso, no escatima adjetivos, ni en violencia. Colocará uno a uno, en fila, a todos sus adversarios, y disparará contra ellos balas de estiércol refinado. Quiere ahogarlos en heces para que nunca más puedan hablar. Sepultarlos, simplemente.
¿Qué alimenta ese odio, desenfrenado y de locura? En todos los casos, es el mismo. Los odian porque osaron alzarse contra ellos y los derrotaron. Podrían perdonarlos, o ser indulgentes incluso, dado que no «fueron más allá». No se atrevieron, en efecto, a cuestionar la Constitución del 93, ni el «Modelo» Neo Liberal que les alimenta el alma. Pero no. Eso, no será suficiente. Se atrevieron a enfrentarse Y eso, basta.
En el actuar contra uno y otro, se busca denigrar a amplios espectros de la vida nacional. «Son de izquierda» se dice- Y entonces, la Izquierda, es culpable.
Algún ingenioso ha replicado la idea: si mañana se descubre que el ministro Bruce es corrupto, y es gay; se podrá decir que los gay, son corruptos. Y las cosas nunca marchan por ese camino.
Tampoco por la idea de etiquetar de «izquierda» a los acusados. Porque, además, tampoco lo son. La «Izquierda» de Villarán es la misma que en los años 70 del siglo pasado asomó con Carlos Basombrío, Fernando Rospigliosi, Víctor Andrés Ponce, Eduardo Figari, Carlos Tapia, Dante Vera y otros; y que tuvo como finalidad combatir a la izquierda entonces existente -el PC y su desprendimiento llamado Patria Roja- a la que consideraban «burocrática» y «poco revolucionaria».
Ellos -provenientes en lo fundamental de la Universidad Católica- trabajaron a partir de ONGs financiadas casi todas ellas por USAID, se colocaron «por encima» de la disputa en el escenario internacional, y proclamaron un guerrillerismo verbal que los mostró «radicales a ultranza. Se proclamaron, en su momento, algo así como una «Nueva Izquierda» ajena a «referentes externos» y a «dogmatismos». Por su procedencia aristocrática, el Apra los bautizó como «Izquierda Caviar», término que con el que se regodea hoy el fujimorismo. Esta «izquierda» que condena a Chávez y Maduro, y a la Revolución Cubana; es la que está envuelta en estos extraños vericuetos que sirven ahora al paladar de la reacción.
Sus integrantes formaron parte de un segmento más bien progresista que los llevó a distintos rumbos. Los más conscientes, se orientaron por un camino legítimo -fue el caso de Javier Diez Canseco y Manuel Dammert- y otros -como Rospigliosi y Ponce, se convirtieron en una suerte de portavoces del Imperio. Susana Villarán no abandonó nunca su distancia de Cuba ni su rechazo al «chavismo». No obstante, recibió el apoyo de todos cuando debió defender su trinchera progresista en el Municipio de Lima.
En lo personal, honrada y solidaria, fue víctima siempre de sus prejuicios políticos, sus discutibles conexiones, y su entorno poco calificado. Esos tres factores, le generaron errores y prácticas de las que hoy, debe dar cuenta. Ahora, todos -o casi todos- la pasan la factura. De por medio existe una correlación de fuerzas y una clara venganza política.
Gustavo Espinoza M. e miembro del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera. http://
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